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«Years and years»

04/08/2019 | Artes y entretenimiento

El referéndum del Brexit en 2016 y el triunfo de Trump en 2017 cerraron un periodo histórico que difícilmente puede ser considerado una era dorada. A partir de ahí: guerras comerciales, revuelta de la pequeña burguesía, choques militares cada vez más directos entre las potencias... y una crisis económica que no acaba nunca. En lo cotidiano: estados cada vez más autoritarios y una precarización y pauperización galopante comiéndose a los trabajadores cualificados que alguna vez se consideraron «clases medias». ¡Qué gran argumento para una serie distópica!

https://youtu.be/lSOo4\_7Pccg

La crítica destaca el elemento «Black Mirror», pero es precisamente en la comparación con la distopía tecnológica donde la serie gana color... por todo en lo que difiere de ella. El cambio tecnológico ya no es el cordón central del relato, ya no oscurece el trasfondo económico ni las relaciones sociales: se integra en el panorama de una cultura cada vez más empobrecida en la que la feliz posmodernidad de las identidades hace aguas desde el primer capítulo para convertirse en terraplanismo y fake news.

Porque el cambio social que agita y descuajaringa a la familia protagonista desde el primer capítulo ya no es la aparición de nuevas tecnologías. El cambio tecnológico está ahí, claro, mandando al paro a los contables sustituidos por IAs y dando la oportunidad de meterse en líos a unos adolescentes que -para desgracia de padres progres- ya no quieren ser trans-genero sino trans-humanos, pero al final, la realidad familiar viene marcada por la crisis financiera, la generalización de la «gig economy» y la extensión de la guerra. El relato de la descomposición de la cultura cotidiana crea un marco general en el que crecimiento y desarrollo se oponen paso a paso dejando atónitos a unos protagonistas que empiezan 2019 felices en la pequeña burguesía británica y en menos de dos años serán proletariado inglés ultraprecarizado. Los símbolos de la cultura material de nuestra época no son los drones, aunque aparezcan, sino las bicis.

La serie no podía relatar la distopía cotidiana y global, que en general el relato televisivo oculta y edulcora, sin culpabilizarnos por no hacernos cargo y no tomarnos en serio la democracia. Tienen gracia las referencias a la Francia lepeniana y la «España socialista» cuya función -momentánea y pasajera- es hacer contraste con el colapso británico. Es la señal de un relato que acaba dinamitándose a sí mismo y volviendo a la utopía tecnológica para encontrar una salida aceptable dentro del conservadurismo general de la narrativa televisada. Pero eso es otra historia y tampoco toca hacer ese spoiler.