Utopía ¿hambre de futuro o decadencia?
El final del año pasado y el arranque de 2022 están viendo la eclosión de una amplia oferta que tiene a la utopía y lo utópico por bandera: grandes exposiciones de fundaciones empresariales, charlas universitarias, debates y seminarios en los grandes centros culturales. Pero no hay utopía inocente, así que... ¿qué camino están preparando?
Los múltiples significados de utopía
La utopía en la decadencia feudal
La utopía es, originalmente, un género literario para la exposición de ideas políticas que nace en el choque entre los valores burgueses que el estado moderno empieza a incorporar a finales del siglo XIV y la ideología feudal. Las primeras grandes utopías modernas, la de Moro en 1516 y la de Campanella en 1599, no son sino formas de actualizar el ideal cristiano-feudal de la ciudad de Dios en oposición a las políticas centralizadoras y moderadamente mercantilizadoras de las monarquías inglesa e ibérica.
El género triunfará sin embargo cuando cambie de sentido de clase y empiece a articular aquellos valores contra los que se había creado originalmente sin perder fondo y forma milenarista. La Nova Atlantis de Bacon, publicada en 1626, elevará los primeros mimbres de lo que luego se convertirá en la nación a nueva versión de la Jerusalem celestial. El mundo utópico de Bacon es... Un instituto científico dirigido por el servidor de dios que busca «el conocimiento de las causas y los movimientos secretos de las cosas», la meta que después será el programa de Newton y Adam Smith.
La utopía socialista frente al primer desarrollo capitalista
Sin embargo, el modelo de utopía que todos tenemos en la cabeza y que marca el imaginario contemporáneo no será el de las primeras convulsiones revolucionarias del mundo burgués, sino el del socialismo utópico, que responderá al nacimiento del capitalismo y la aparición del primer proletariado moderno.
A diferencia de sus modelos renacentistas y barrocos, el socialismo utópico no pretende sólo evocación y llamamiento, sino que presenta sus planteamientos como parte de un plan factible, racional e inmediatamente aplicable.
La crítica marxista de esta nueva forma de utopía que podemos encontrar en los planes sociales grandilocuentes y detallados de un Saint-Simon o un Fourier, destaca que estos primeros «socialistas» presentan sus alternativas de organización social como quien anuncia un nuevo mecanismo de relojería, llevando a la literalidad la principal metáfora social de la burguesía barroca.
El utopista socialista es un aspirante a «ingeniero social» que se abstrae de las tendencias históricas materiales y plantea, de la nada, un complejo sistema que imponer a la realidad como si ésta fuera solo el resultado de la ignorancia y la inercia. El utopista se ve a sí mismo como un mesías venido a solucionar las contradicciones sociales aplicando las luces de la razón e ignorando los conflictos de intereses entre las clases que definen la sociedad.
La utopía al final, rechaza la transformación social allá donde realmente se produce, en la lucha de los trabajadores, para tratar de imponérsela a una realidad histórica cuya naturaleza no comprende. El utopismo socialista, un andador en la infancia del movimiento de clase, habría pasado a tener después, cuando la clase trabajadora ya estaba formada, un significado reaccionario que desarmaría a los trabajadores descarrilándolos hacia planes ingenieriles ahistóricos.
La academia burguesa posterior, tratará de dar una respuesta metiendo en el mismo saco todo el pensamiento utópico por contradictorios que fueran los objetivos y modelos de las distintas utopías entre sí. Para la academia burguesa la utopía hablaría de un ideal deseable, pero inalcanzable. No se trata tanto de que la «utopía» no exista, no tenga lugar en el momento en que se enuncia, como de que lo que la define es ser «imposible», es decir, inaceptable para el poder de clase establecido en un momento dado.
En esa lógica, el utopismo tendría dos vertientes, en una crearía modelos que «aportarían ideas de mejora» a los dueños de todo ésto y mientras las toman o no, no pondría en cuestión el orden establecido más que intelectual o moralmente.
En otra, utopía sería toda propuesta de cambios sociales que cuestionara el sistema, algo para ellos, como para toda ideología dominante, por definición «peligroso» y «condenado al desastre». Esto último es lo que quieren decir cuando afirman que el comunismo es una utopía: simplemente que no van a dar cuartel a nada que conduzca hacia él o lo presente como una necesidad y una posibilidad aquí y ahora.
De la utopía a los experimientos utópicos
Sin embargo, los socialistas utópicos no tenían ninguna vocación de limitar sus proyectos sociales a mera «inspiración» para la burguesía bienintencionada de su época. Querían su adopción como sistema de un nuevo orden social. Para eso el socialista utópico necesitaba «demostrar» la viabilidad de su proyecto frente a las críticas y dejar claro que no era una «utopía», una mera imaginación sin existencia material. De ahí la obsesión de Owen o Fourier por crear colonias «experimentales».
Con ellos y especialmente con sus epígonos, surgirá un nuevo sentido de utopía que paradójicamente ya no es un no-lugar (ou-topos) sino un lugar más o menos aislado que se pretende embrión de un orden social alternativo: la «comunidad utópica» o «utopía práctica».
Baste recordar ahora que estos «experimentos» fueron antípodas, cuando no antagonistas, de la orientación revolucionaria del primer movimiento de los trabajadores, como hemos visto en el comunismo icariano ante la revolución de 1848.
Con el tiempo, esta oposición se desarrollará. Dicho en corto: Las «comunidades utópicas» nunca fueron una alternativa al capitalismo, sino un competidor -patrocinado- de formas nada utópicas de organización de trabajadores, en especial de las colectividades que generó el movimiento obrero hasta la derrota de la Revolución española pero también de sus expresiones comunales, como las que estudiamos en la Revolución rusa.
La pandemia y sus ¿utopías?
La pandemia con sus confinamientos hizo patente la insuficiencia de las condiciones de las viviendas en las que vive la gran mayoría de trabajadores en toda Europa. Falta de espacio mínimo, falta de luz natural y hasta de climatización asequible no sólo son comunes, es la tendencia, el futuro que promete la acumulación, un futuro nada utópico que se ve además acelerado por el Pacto Verde.
Los medios, siempre atentos a dar noticias escapistas, prodigaron notas sobre islas perdidas y ofertas de trabajo en zonas remotas. El sueño de «un poco de verde» resultó tan extendido que estas «notas de color» se convirtieron en un género recurrente y triunfador en el «clickbait». Al poco, los mismos medios en todos los países empezaron a hablar de una presunta «marcha al campo» de teletrabajadores y especular con su impacto sobre la abrumadora desploblación rural.
Poco importó que, pasado el primer año de pandemia las cifras de teletrabajadores rurales, que nunca habían sido grandes, cayeran de nuevo. Las fantasías escapistas de la pandemia seguían teniendo público y no pocas empresas veían oportunidad para crear un mercado.
La utopía ultra-propietaria del metaverso y la web3
Mientras los medios descubrían con sorpresa el sorprendente éxito de los «videojuegos aburridos» en los que el jugador cortaba el cesped durante horas o gestionaba en partidas interminables un depósito de chatarra, Facebook buscaba cómo meterse en el mundo de las videoconferencias corporativas en el que Zoom se había convertido, de la noche a la manaña, en nuevo estándar.
La crisis política sufrida por la compañía precipitó las cosas: y llevó a un rápido cambio de nombre y orientación. «Meta», como se llama ahora, tratará de llevar las redes sociales que hoy lidera a espacios virtuales tridimensionales -metaversos- similares a un videojuego. ¿Vuelta a la burbuja Second Life de 2007?
Más bien reconocimiento de que durante los 15 años siguientes el que fue llamado «videojuego más aburrido de la historia» consiguió extraer millones de dólares todos los años de una base de usuarios no excesivamente nutrida y rentabilizar una infraestructura imposible sin grandes aportes de capital. Normal que las masas de capital que buscan destino se vean interesadas ahora que Facebook promete mover millones de personas al nuevo entorno. Lo ven como una salida rentable.
La convenientemente renacida «utopía digital» es la forma de vender la jugada a la masa de consumidores que requiere. Y todo el aparato de propaganda, academia incluida, se pone en marcha. No faltan ni faltarán popes de la Filosofía de la conciencia para decirnos que la experiencia virtual es real y tan material como la física.
Pero cuidado. Ya ni siquiera estamos en el puro escapismo de los 2000 y su promesa de una «vida virtual» aparentemente desmercantilizada. Ahora viene mercantilizada a tope. La nueva utopía viene formateada en la matriz del anarcocapitalismo de Ayn Rand y los fanáticos de las criptomonedas.
El último triunfo de éstos ha sido convertir la tecnología de base de las criptos, blockchain, en la base de un mercado especulativo del arte digital. Blockchain es en realidad un sistema -sólo aparentemente- distribuido para generar y guardar el registro de las transacciones que tienen lugar en un mercado. Cada mercado, una cripto... pero también, potencialmente, un certificado de compra. Eso es lo que son los NFT, certificados de compra de objetos virtuales -dibujos, diseños, etc.- que supuestamente los harían únicos y augurarían un mundo virtual en el que todo sería propiedad de alguien.
En la comunidad NFT, estamos presenciando la conclusión lógica de una generación que está tan alienada, tan profundamente insatisfecha, que está considerando abandonar el mundo físico por completo. Al menos el metaverso es algo nuevo, tal vez en él encuentren algún lugar donde puedan ser ricos o importantes. [...]
Los NFT son, fundamentalmente, una inversión en el metaverso. La comunidad NFT está anticipando la llegada de mundos virtuales totalmente inmersivos que tendrán prioridad sobre el mundo físico, o al menos existirán en paralelo.
Uno de los criptoinversores más sofisticados que conocí en Nueva York me informó alegremente que la humanidad se acerca a una singularidad en la que nuestro yo digital (la versión de nosotros mismos en el metaverso) se volverá más importante para nosotros que nuestro yo físico. Y una vez alcanzada esta singularidad, explicó, no tendremos problema en gastar dinero real en activos digitales, porque nuestra vida digital nos importará tanto o más que nuestra vida física.
When Stagnation goes digital, Palladium Magazine
El resultado es una nueva utopía digital... consistente en mercantilizar las relaciones humanas en Internet tanto o más que en lo que las relaciones presenciales lo están ya. Es decir, más que una utopía es llevar un paso más allá la distopía capitalista en la que ya vivimos. Lo que, obviamente, no puede sino ser bien recibido por los medios de propaganda del sistema. Hoy mismo el New York Times abría en portada con uno de los «temas de fondo» que plantea la nueva utopía del metaverso: ¿a quién compraremos nuestra ropa virtual?
Las nuevas islas de la «utopía» anarcocapitalista
En la misma época en que Second Life ensayaba los fundamentos del metaverso, el millonario randiano Peter Thiel aportaba los primeros 500.000 a «Seasteading», una fundación dirigida por el nieto de Milton Friedman y dedicada a desarrollar tecnología para crear islas artificiales.
Su objetivo original era crear ciudades flotantes en alta mar, fuera de los territorios de los estados, en los que ubicar urbanizaciones privadas que «compitieran con los estados reduciendo impuestos y regulaciones» y abiertas a «experimentos sociales» modulares entre los que citaban recurrentemente uno de los fetiches de los libertarios anglosajones heredados del mismísimo Friedman: la renta básica universal.
Casi 15 años después, el coste de infraestructura e ingeniería les ha dejado claro que, a día de hoy, su utopía marítima anarcocapitalista solo podría construirse de forma rentable en aguas territoriales. Y aun así, sería demasiado cara como para albergar trabajadores a los que explotar. Así que han reducido su ambición de la independencia a la «autonomía» de los estados y de «economías completas» a centros financieros y residenciales. Es decir, la utopía mostró su fondo y Seasteding ha quedado como una tecnología para crear «Charter Cities» y paraísos fiscales a la carta.
El reenfoque tuvo su momento de gloria cuando la fundación vendió al estado francés un proyecto para crear islas artificiales en la Polinesia francesa. Era un piloto modesto: alojamiento para 250 personas a unos 720 metros de la costa. Pero a finales de 2017 el acuerdo se extinguió sin que las partes se renovaran. Centrados en tomar el partido republicano estadounidense, Thiel y sus amigos, parecen haber abandonado el ímpetu del proyecto.
Esto no significa que la utopía como herramienta para vender inversiones urbanísticas masivas pueda darse por muerta. Marc Lore y Telosa, su ciudad «equidista», son un buen ejemplo. Pero basta con pasear las revistas de arquitectura y hacer un somero conteo de las veces que se repite la palabra utopía, generalmente ligada a la Nueva Bauhaus Europea.
De la utopía ahistórica a la utopía antisocial
La historia de la utopía contemporánea no puede ser más significativa. Hemos pasado de la utopía ahistórica de un Fourier a la utopía anti-histórica y anti-social de los millonarios libertarios de Silicon Valley, sus metaversos y sus inversiones inmobiliarias.
No podía ser de otro modo. Al final, la evolución de los significados y promesas bajo la palabra utopía refleja las expectativas que el propio sistema es capaz de generar, aunque sea a largo plazo, por lo que no puede escapar del antagonismo creciente entre crecimiento (del capital) y desarrollo (humano).
Así que... no hay utopía que valga. El futuro no se juega en reformas ni propuestas, en inversiones urbanísticas ni en escapes digitales. Sino aquí y ahora. No en círculos de millonarios visionarios ni urbanistas ecológicos, sino entre los trabajadores. No ensoñando mundos alternativos, sino organizándonos y luchando por lo que es necesario y posible: desmercantilizar el trabajo y la sociedad y socializar la producción.