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10 años de «Utopía»

5/1/2023 | Artes y entretenimiento
10 años de «Utopía»

Hace ahora diez años el canal británico Channel 4 estrenó Utopia. Fue entonces una serie rompedora e incomprendida de la que sólo se contrataron dos temporadas y que disfrutó de más audiencia en el mercado de DVDs y en las webs de descargas que la emisión en abierto. Innovó con una fotografía de filtros descarados y colores saturados, un lenguaje visual impactante con referencias a las novelas gráficas y una banda sonora como nunca había tenido una serie de TV. Bajo una trama brutal y divertida, sin anticlímax ni descansos, desplegaba un argumento construido a base de vacunas, virus creados en laboratorios, epidemias inexistetes y ministros controlados por grandes farmacéuticas.

El fondo del argumento de la serie

Un laboratorio farmacéutico puntero que desarrolla vacunas usando tecnologías genéticas, resulta ser en realidad una poderosa organización neomalthusiana formada por miembros de la alta burguesía británica con influencia y acceso suficiente como para colocar ministros, modificar cualquier tipo de registro administrativo o destruir la reputación de cualquiera que les enfrente.

Su origen es una agencia creada clandestinamente por la OTAN durante la guerra fría para contrarrestar el desarrollo de armas bacteriológicas por el bloque ruso. Tras la caída del Muro y gracias a la opacidad de la que había disfrutado desde su nacimiento, se independiza definitivamente de cualquier control político o militar. Para esa época, los ingresos por ventas millonarias de vacunas le permiten participar otras empresas y conformar un grupo industrial que incluye, al menos, a uno de los gigantes de la alimentación industrial (como Nestlè o Kraft, dice uno de los protagonistas).

Con un investigador jefe obsesivo, genial e inhumano, recursos económicos gigantescos y capacidad de torcer la mano de cualquier gobierno, sus desarrollos y estrategias incluirán crear enfermedades como las vacas locas (encefalitis espongiforme) o inventar epidemias inexistentes (supuestamente el SARS y, en el curso de la primera temporada, la gripe rusa).

Como buenos neomalthusianos que son, toda su investigación se concentra en realidad en la búsqueda de un modo efectivo de esterilizar al 95% de la Humanidad. Dos opciones se van dibujando frente a los protagonistas: ¿El vector será la vacuna contra la imaginaria gripe rusa o una ciertos alimentos producidos por su gigantesca participada?

Resumiendo: epidemias víricas que cuando no son sino montajes mediáticos para vender vacunas, son producto de manipulaciones en laboratorios de alta tecnología, vacunas desarrolladas genéticamente y ministros colocados por farmacéuticas. Y frente ese caos terrorífico, una micro-resistencia de médicos caídos en desgracia y frikis.

¿De dónde bebió «Utopía»?

El conjunto de temas y hasta los personajes del relato son tan inmediatamente evocadores de los delirios de los antivacunas y otra gente de Bannon que, vista hoy, la serie parece profética.

Hace diez años las conspiranoias parecían, por lo general, mugres de otros tiempos destinadas a la extinción en oscuras esquinas de la web. «Las teorías conspirativas no son muy de actualidad» (Conspiracy is not very now) decía un personaje secundario en una de las primeras escenas. El neo-malthusianismo tampoco tenía el eco político y mediático que encuentra hoy,

Pero todos los elementos estaban ya presentes.

La atracción de las clases dirigentes por el malthusianismo viene de largo. En su versión contemporánea (decrecimiento, ecología profunda, etc.), su relanzamiento vino de la mano del Club de Roma, un think tank con sede en Suiza y capitulos en cada país patrocinados por las grandes empresas locales. En 1972, el Club encargó a científicos del MIT con nula trayectoria en análisis -no digamos crítica- de la economía y la historia, un informe sobre Los límites del crecimiento, preguntándoles si el crecimiento exponencial -que nunca existió- podría ser sostenible. El resultado, The limits to growth, da letra al neomalthusianismo hasta hoy.

El movimiento antivacunas en los países anglosajones tampoco es ninguna novedad. Alimentado por grupos puritanos más o menos naturalistas, existe desde las primeras campañas de vacunación contra la viruela en el siglo XIX y nunca desaparecieron totalmente.

Luego, en 1998, el médico británico Andrew Wakefield publicó un estudio de 12 niños que pretendía sugerir un vínculo entre la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola) y el autismo. El estudio ha sido completamente desacreditado: se descubrió que Wakefield manipuló sus datos y perdió su licencia médica, y la investigación posterior no encontró ningún vínculo entre las vacunas y el autismo. Pero los medios de comunicación cubrieron el estudio con excesivo entusiasmo y credulidad, lo que ayudó a avivar las llamas del sentimiento antivacunas.

El artículo de Wakefield también salió a la luz justo cuando Internet se estaba generalizando, dijo Colgrove. Fue una desafortunada coincidencia histórica: se publicó una nueva información errónea «precisamente en el momento en que este nuevo medio para la difusión de información errónea y teorías de conspiración realmente estaba despegando».

La investigación desacreditada de Wakefield y la cobertura de los medios y la conversación en línea a su alrededor ayudaron a iniciar el movimiento antivacunas contemporáneo. Ese movimiento creció a lo largo de la década de 2000 gracias a una combinación de factores, incluido un aumento en el sentimiento antigubernamental y el surgimiento de un entorno de redes sociales que tiende a amplificar el conflicto y la controversia, dijo Colgrove.

La larga y extraña historia de los movimientos antivacunas, en Vox

Y finalmente, la idea de una organización secreta ligada a la OTAN que acaba creando su propia agenda e independizándose de los gobiernos, tampoco es estrictamente literaria. La Red Gladio y su papel desestabilizador en los años del plomo italianos sirven de molde a la farmacéutica de Utopía.

La genialidad de los creadores de «Utopía» fue ver esa realidad ideológica subyacente y desarrollar su potencial dramático en una historia excelentemente armada y estéticamente atractiva. Ni sabían que el delirio antivax o malthusiano iban a convertirse en mainstream, ni lo pretendían, ni sobre todo, lo necesitaban para hacer un gran producto.

Incomprendida hace diez años... y ahora más

Los azules cielos y los desiertos paisajes de la utopía malthusiana

Los cielos azul eléctrico y los desiertos paisajes verdes de la utopía malthusiana, una de las ironías visuales de la serie.

En 2020 Amazon lanzó un remake de la serie original. Eliminaron escenas como la matanza en el colegio para hacerla menos escandalosa al público estadounidense. La trama se hizo más obvia y ligera y el loop musical desapareció.

La serie estadounidense ni siquiera supo mantener la tensión básica entre el discurso visual y el argumento. Cualquier televidente europeo, desde la primera imagen de cada capítulo, se veía confrontado a una Inglaterra de cielos azules eléctricos añadidos en post-producción. Un fondo extrañamente utópico sobre el que las barbaridades de unos personajes, claramente reconocibles como miembros de la clase dirigente, pugnaban por imponer su propia utopía malthusiana. El mensaje no era original pero tampoco era para dejarlo de lado: las utopías de la clase dirigente son las distopías de la Humanidad, venía a recordarnos la versión original.

Todo, incluso el elenco de actores elegido, parecía pensado para convertir en romas las atractivas aristas de la serie original y darle el aire de un drama corporativo puramente Spielberg en la que los delirios de la clase dirigente son sustituidos por las derivas de un Elon Musk idealizado.

A pesar de todo, buena parte de la prensa filo-demócrata estadounidense se escandalizó. Interpretaron la serie como alimento dramático para la parte más demente del trumpismo. «La nueva versión de Gillian Flynn de la serie Channel 4 no solo es innecesaria, es espectacularmente inoportuna», publicó Slate. Hasta BBC se sintió llamada a terciar a favor de los autores para recordar muy educadamente que de lo que iba la serie era de restaurar un género literario -la teoría de la conspiración- al que la debilidad del aparato político estadounidense -y la escasa alfabetización de una parte de la pequeña burguesía- venían recurriendo en momentos de crisis como modelo narrativo y retórico desde los tiempos del secuestro del hijo de Lindbergh.

¿Qué podemos aprender de Utopía?

  • Durante la última década, los discursos ideológicos más locos y embrutecidos han pasado a primera fila, cruzando la frontera de la ficción a la política.
  • El movimiento refleja la ausencia de perspectivas del sistema como un todo: desde la propia clase dominante -que cada vez se coloca, como la propia serie cuenta- en una perspectiva más abiertamente antihumana, a la pequeña burguesía, que encubre su impotencia política con teorías y retóricas a menudo delirantes.
  • Hay poco o nada que aprender o reutilizar en todas esas exhuberancias. Son básicamente veneno para ratones, expresiones de una sociedad estancada y cada vez más antagónica del desarrollo y las necesidades humanas.
  • En ese marco, la confusión inevitable entre fantasia literaria y delirio político hace cada vez más intolerante al aparato ideológico. Si la nueva versión estadounidense fue escandalosa y los medios la tacharon de «peligrosa», la serie original, un mero entretenimiento de buena factura, sería inimaginable a día de hoy. Nos viene una época en el que el espacio que la industria audiovisual presta a la imaginación dramática va a ser cada vez más estrecho. A un mundo peor y cada vez más orientado a la guerra, corresponderá una ficción crecientemente mediocre.