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Una independencia «fake»

28/10/2017 | España

Los medios del mundo, incluidos los españoles, titulan a toda página con la «Declaración de independencia catalana».

Sin embargo, ayer las celebraciones resultaron más bien deslucidas salvo en Gerona, donde se confundieron -literalmente- con las fiestas patronales. Simbólicamente, en muchos ayuntamientos controlados por el independentismo, se arriaron las banderas, pero no se arrió la estelada (bandera independentista). En el propio Parlamento, nadie parecía con ánimo de sacar siquiera una «senyera» a la fachada del edificio. ¿Cómo podía ser? ¿Declaraban la independencia y temían incumplir la ley de banderas del país del que supuestamente se emancipaban?

  1. Los diputados independentistas modificaron el procedimiento para poder votar en secreto.
  2. El texto aprobado consta de dos partes, una declaración sin validez legal por la que, según las leyes españolas, no pueden ser juzgados y una parte ejecutiva en la que en ningún momento se instaura una república sino que se insta al gobierno catalán a desarrollar la ley de transitoriedad y hacer efectiva la independencia... un mero problema de competencias.

Tras cualquier declaración de independencia de cualquier país en rebelión, lo primero es la toma, por los cuerpos de seguridad fieles al nuevo estado, de las fronteras, las sedes de la propia administración y las infraestructuras estratégicas. Nada de eso hizo hasta ahora el gobierno de la Generalitat. Una vez más, no hay declaración de independencia sino un encargo del Parlamento a Puigdemont para llevarla a cabo... encargo que éste no parece haber escuchado. Y de acuerdo a su declaración de hoy, su única respuesta a su destitución por el gobierno español, es:

Nuestra voluntad de seguir trabajando para cumplir los mandatos democráticos, y al mismo tiempo buscar la máxima estabilidad y tranquilidad.

¡¡Ni siquiera puede decirse que no se haya dado por aludido por la destitución!! ¡¡¡Por lo que no se ha dado por aludido es por su propia declaración de independencia «fake»!!!

El nacionalismo catalán nos tiene acostumbrados a la máxima ambigüedad y la máxima banalización como herramientas para salirse con la suya en lo que realmente quieren. En todo este proceso, como han dicho desde el principio, el objetivo real ha sido siempre, pactar nuevas rentas y privilegios con el gobierno para mantener el «contrato social del pujolismo». Siempre, con mucho cuidado de no poner en riesgo la libertad de sus dirigentes ni, sobre todo, su patrimonio.

Lo que estamos viendo ayer y hoy, va más allá. La gran confesión de estos días es el reconocimiento por la pequeña burguesía catalana independentista de su incapacidad para sostener un estado nacional propio. Provocan, declaran sin pillarse los dedos ante posibles acciones judiciales del estado del que se pretenden independientes... pero ni por un momento intentan hacerlo material.

La República Catalana de Puigdemont y Junqueres queda siempre un pasito por delante, es tan república como socialismo es el socialismo de Anna Gabriel y la CUP. Aunque ésta, al menos tiene un atisbo de sinceridad en sus camisetas gracias a las que sabemos su definición: socialismo es «sol y paella», buenrrollismo inconsecuente y sin consecuencias.

En este culebrón interminable, la siguiente entrega es la actitud de los «mossos», la brutal policía del gobierno autonómico, cuando llegue desde Madrid la destitución de su jefe. Anden todos tranquilos. No van a resistirse ni a enfrentarse a la policía nacional o la guardia civil. El objetivo no es dejar de cobrar del estado español, nadie va a renunciar a su salario aunque se le suspenda de empleo por unos meses.

¿Y «la gente»? Ayer y anteayer vimos que la única base de movilización que queda al independentismo, los únicos dispuestos a poner el cuerpo, son los estudiantes, sobre todo de enseñanzas medias y primeros años de facultad. Los señores del tractor, la pequeña burguesía rural de «independentismo duro» no salió hasta entrada la noche y sin creérselo mucho. Las grandes fábricas de las zonas industriales, donde ni los sindicatos independentistas llamaron a asamblea, siguen ajenos al teatro. Solo una represión demasiado cruel y gratuita de «los niños» podría, quizá, conmoverlos.

Pero cuidado. Las ramas más características de la pequeña burguesía rural, se dan cuenta de ésto también. Lo que ha desinflado el «procés» cerrando la puerta a un independentismo «de verdad» ha sido su incapacidad para encuadrar a la gran masa de los trabajadores. No podía ser de otra manera tras años de segregación, invisibilización y opresión cultural de la gran mayoría de trabajadores por ambos bandos. En el debate parlamentario previo a «la declaración», los «unionistas» trataron de apropiarse abiertamente de la pasividad de los obreros, acusando al independentismo de querer hacer que necesiten un pasaporte para ver a sus familias andaluzas o extremeñas; el portavoz de CUP, entre grandes aplausos de todo el independentismo, le replicó equiparándolos a innmigrantes chinos y pakistaníes, insignificantes en número si se comparan con los primeros y en su mayoría no obreros, que ya tienen que usarlo. El retrato global fue maravilloso: el unionismo neoliberal es incapaz de pensar a los trabajadores como tales y tira de sus «orígenes» familiares, el independentismo, incluido el del socialismo de sol y paella, considera a los trabajadores como extranjeros, como un cuerpo ajeno a la patria catalana. ¡¡Unos y otros son tan racistas que son incapaces de encuadrar!! ¡¡Son incompetentes hasta como burgueses!!

Por eso, cuando Puigdemont anunció que convocaría elecciones, siguiendo el camino de salida que le había dejado Rajoy, su furia comenzó a dirigirse contra los trabajadores sin apellidos catalanes, los «xarnegos». Curiosamente la mayoría del país. El enquistamiento del independentismo rural seguramente vaya por ahí, hacia el odio étnico más descarado. Tal vez incluso con alguna deriva pistolera como ya tuvieron en los 70 y 80.

¿Cuál es el balance final? Una «independencia» que es en realidad, reconocimiento por la pequeña burguesía catalana independentista de su incapacidad para sostener un estado nacional propio. Una «intervención estatal» que finge no escuchar lo que le piden realmente: una nueva ración de rentas y privilegios. El resultado no es bonito. No puede serlo en una sociedad en la que las clases dirigentes y el sistema económico que les sostiene son el principal freno para el desarrollo.