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¿Un Vox «de izquierda»?

16/09/2018 | España

En los primeros cien días de Sánchez Podemos no ha dejado de mostrar que las fuerzas centrífugas que anidan en su interior siguen a pleno potencial: mientras Iglesias aparece una y otra vez como leal mensajero y valedor de Sánchez, Domenech y Errejón dejan la dirección de Podemos y Carmena se asegura en la ciudad de Madrid un feudo con vocación de cantón independiente, siguiendo el modelo de catalanes, gallegos y andaluces. Y por si faltaran dudas existenciales, Anguita y Monereo anuncian para octubre la formación de lo que la prensa ha llamado un «Vox de izquierda».

Hasta ahora, más allá de las fuerzas centrífugas territoriales, las dos opciones estratégicas de Podemos eran la «reinvención de la izquierda», buscando una fusión/refundación con el PSOE y el «modelo portugués» consolidándose como «muleta crítica» de gobiernos socialistas. Bescansa, Errejón y Carmena apuntaban hacia la primera opción, posiblemente previa escisión, si la caída del PP permitía a «Ciudadanos» renovar el aparato político de la derecha española. Podemos quedaría como una etapa del viaje hacia una catarsis útil a un bipartidismo renovado por el cambio generacional y una ideología de las «identidades». Iglesias representaba la segunda, es decir la consolidación como minoría de apoyo a un PSOE perenne, en un bipartidismo imperfecto. A día de hoy, mientras la opción «populista» queda a la espera, la de Iglesias -que utiliza también banderas y temáticas identitarias y populistas- depende para afirmarla de la consolidación de Sánchez o al menos, de que acabe sin grandes sustos la legislatura. De ahí tanta lealtad al presidente.

Pero hay al menos dos elementos de fondo que operan sobre esta alternativa, ya complicada de por sí: en primer lugar la experiencia de Syriza ha mostrado a las claras que si la izquierda llega al gobierno, su programa es el de toda la burguesía. En el marco de una crisis perenne que amenaza con agravarse en breve significa pura y simplemente ‎pauperización‎ de los trabajadores en nombre del capital nacional. Algo que es difícil de cabalgar con éxito bajo el discurso de «las identidades». En segundo lugar, y por primera vez desde 1982, las encuestas vuelven a situar a la extrema derecha dentro del Parlamento español. En toda Europa la derecha xenófoba bebe de los viejos caladeros de voto stalinista. El miedo a que la llegada de oleadas de nuevos emigrantes se traduzca en lumpenización de los barrios está llevando a los sectores más débiles del ‎proletariado‎ a buscar refugio en aquello que los ‎ stalinistas‎ siempre dijeron a los trabajadores que era la base de la seguridad y la «identidad obrera»: el ‎nacionalismo‎. Nacionalismo que llega ahora en su forma más soez azuzado por la deriva identitarista de la pequeña burguesía en todo el continente.

No es de extrañar que la vieja izquierda conformada en el stalinismo sienta que Salvini y di Maio están creciendo donde ellos deberían estar haciéndolo. Eso es lo que expresa el giro en Alemania de una parte de «die Linke», con Sahra Wagenknecht y Oskar Lafontaine a la cabeza. «Aufstehen» («En pie») es la primera organización de una izquierda xenófoba y brutalmente nacionalista que en el Sur de Europa encuentra pares sin dificultad entre los movimientos post-stalinistas que desde hace unos años llevan articulándose alrededor de la consigna «abandonar el euro y recuperar la soberanía».

Hasta ahora los movimientos «eurostop» -anti-euro- y «espexit» -salida de España de la UE- no han crecido en España hasta el nivel de la Italia de Salvini y di Maio o de Francia donde los candidatos anti-euro sumaron un 52% de los votos en la primera ronda de las presidenciales. Seguramente porque la exaltación nacionalista de la ‎pequeña burguesía‎ se polarizó en torno al independentismo catalán. Pero han demostrado una cierta capacidad de atracción sobre sectores tradicionalmente de «centro» y una parte, todavía marginal, del nacionalismo español más rancio. Pero han ido confluyendo y formando un plantel dirigente -Anguita, Monereo, Armesilla- que ahora aspira a metas mayores.

No es casualidad que el nuevo relato emergente comenzara este septiembre con un artículo firmado por Illueca, Anguita y Monereo reivindicando el «Decreto Dignidad» de di Maio. Las respuestas airadas no se hicieron esperar bajo la forma de artículos como el de Juliana o el de Urbán y Brais Fernández. En su contrarréplica los tres autores llegan sin ambages a un lugar muy similar al que ocupan los defensores del «socialismo» en el partido demócrata de EEUU, eso sí, sin perder su genuino sabor ‎ stalinista‎: afirman que el «globalismo», la «diversidad» y las «identidades» no encuadran ya a los trabajadores y alimentan a la ultraderecha, por lo que el nuevo eje político sería globalización vs «soberanismo». Es decir, se dan cuenta de que el posmodernismo y las políticas de identidad están agotadas y que no bastan para dividir a la clase, en su lugar postulan proteccionismo vestido de nacionalismo «obrerista».

Decía Walter Benjamin que el ascenso del fascismo es la consecuencia de una revolución frustrada. Los autores de este artículo no tenemos ninguna simpatía por Matteo Salvini, pero creemos que su ascenso, y el de otras figuras afines en varios países europeos, no es más que un reflejo del fracaso de la izquierda. La demostración de su incapacidad para canalizar las energías de cambio latentes en la sociedad. La prueba que atestigua la decadencia de una izquierda que se hizo neoliberal y ya no es capaz de entender a su pueblo. Se acabó el tiempo del europeismo ingenuo y evanescente. Se acabó el tiempo de «más Europa». La clave, se quiera o no, es la contradicción cada vez más fuerte entre los partidarios de la globalización neoliberal y aquellos que, con más o menos conciencia, defienden la soberanía popular y la independencia nacional y apuestan por la protección, la seguridad y el futuro de las clases trabajadoras.

Lo que algunos ven venir es que la negación de las clases sociales propia del posmodernismo y las «políticas de identidad» inhabilita desde hoy a Podemos como herramienta útil para la burguesía en la etapa que viene. Lo que denominan «culturalismo» de Errejón y los «Anticapitalistas» podrá seguir siendo atractivo para una parte de la pequeña burguesía en rebeldía pero, con razón, no le ven futuro en una etapa en la que previsiblemente se sucederán ofensivas cada vez más rápidas y directas contra las condiciones de vida y de trabajo. De ahí la necesidad de eso que llaman «obrerismo», es decir, afirmar como siempre que el beneficio del capital nacional es la condición del bienestar de los trabajadores y que lo que tenemos que hacer, por lo tanto, es reforzar un ‎ «desarrollo nacional independiente» imposible desde hace mucho‎. Es decir, lo que se está planteando en la izquierda es que ya no basta con negar la explotación y dar como alternativa la «lucha» interclasista contra las opresiones, tienen que reconocer la existencia de nuestra clase para poder convencernos después de que tenemos un interés común con el capital nacional que nos explota.

¿Y qué será entonces de la izquierda? Iglesias intentará sin duda mantener ambos discursos a la vez, capitalizando su ascendente sobre la pequeña burguesía e intentando generar ilusiones electorales entre unos trabajadores previsiblemente más combativos. Todo mientras hace lo que puede por mantener una mínima coherencia territorial y atar lo más corto que pueda las fuerzas centífugas, cantonalistas, que tiene en su interior, para que no sean absorbidas por los nacionalismos regionales o se conviertan en uno. El problema es que cada vez tiene más líneas rojas y son más contradictorias: salir del euro y reforzar al gobierno Sánchez, soberanismo español y confederalismo autonómico... Si los resultados electorales no dan para repartir más cargos es muy posible, como dice Esteban Hernández, que estalle en dos... o tres.

Durante el ‎ último siglo‎ la derecha y luego la izquierda liberal nos intentó vender un imposible ‎capitalismo de estado‎ con mercados «perfectos» y mucha competencia, competencia que en teoría nos daría bienestar como «consumidores» siempre que dejáramos de defender nuestros «egoístas» intereses como «productores». La izquierda en cambio defendía al ‎capitalismo de estado‎ contra los «excesos» privatizadores y promovía centralizarlo aun más. Derecha e izquierda tenían dos estrategias y discursos sociales muchas veces enfrentados, ‎ dos ideologías diferenciadas‎... pero una causa común: el capital nacional. La derecha defendía que lo que era bueno para la burguesía nacional era bueno para el capital nacional y la izquierda aseguraba que había que proteger al capital nacional de la burguesía nacional. Esta pugna se expresó no pocas veces bajo la adscripción a bloques imperialistas rivales: en general, las derechas apostaron por el bloque estadounidense y las izquierdas, o al menos una parte de ellas, por el bloque ruso. Pero ni entonces ni ahora hay diferencia entre la derecha y izquierda del capital nacional a la hora de defender sus necesidades de ‎acumulación‎, necesidades que pasan por aumentar la ‎ explotación‎ para recuperar unas ‎ rentabilidades agónicas‎ y que no van a cambiar ni siquiera a suavizarse en el medio y largo plazo. Al revés, todo el horizonte que el ‎ capitalismo actual‎ puede ofrecernos es la destrucción de las ‎ capacidades productivas‎ de la sociedad, comenzando por los propios trabajadores -‎precarización‎, ‎pauperización‎- siguiendo por la sociedad en general -guerra- y acabando por la pura y simple destrucción general de la Naturaleza de la que somos parte.

Lo hemos visto en Grecia: jubilados pasando hambre, cientos de miles de jóvenes migrando, paro masivo, deshaucios... y todo regado de un nacionalismo repugnante, juegos de guerra cada vez más peligrosos con Turquía, maniobras imperialistas en los Balcanes y el Mediterráneo y miles de refugiados en «centros» en permanente «urgencia humanitaria» que son verdaderas casas del terror. Todo para salvar al capital nacional. ¡¡Bendita izquierda «anticapitalista»!!

No, no tenemos nada que ganar con la izquierda. Nada que no sea una desilusión más. Izquierda y derecha representan dos formas alternativas de gestión y defensa del capital nacional. Y el problema hoy no es como se gestiona el capital, sino el capital mismo. Sus necesidades de ‎acumulación‎ son cada vez más contradictorias con las necesidades humanas más básicas. El capitalismo es ya un peligro para la mera supervivencia de la especie. Y eso no va a cambiar con un gobierno u otro. Si ahora izquierdas y derechas se dividen a su vez entre proteccionistas y globalistas, es porque la imposibilidad de llevar al capital nacional a un crecimiento sólido, lleva a una parte de la burguesía de estado a intentar atrincherarse dentro de sus propias fronteras para «renegociar» su lugar en el capitalismo global con todas las herramientas a su alcance. Por eso crecen las tensiones bélicas en todo el mundo. Y sobre todo, entre derechas e izquierdas queda más claro que nunca el consenso sobre los trabajadores: las necesidades humanas deben «esperar» a la rentabilidad del capital... y pueden esperar sentadas.