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Un mapa hecho de migraciones y exilios

04/03/2018 | Historia

El proletariado es una clase de migrantes. Se forma en las migraciones y se extiende a través suya. Es el trabajo asalariado, no el terruño ni la «cultura nacional», el que nos da sentido como clase. Siguiendo la oferta de trabajo en el mercado mundial, las distintas generaciones de trabajadores han ido creando las verdaderas «redes sociales» que conectan el mundo a veces incluso a pesar de las restricciones fronterizas o de la fragmentación de mercados. El resultado es que el «mapa» de las conversaciones en las que se desarrolla la conciencia de la clase trabajadora no es estrictamente geográfico ni calca exactamente las relaciones financieras y mercantiles de las distintas burguesías nacionales.

Siguiendo esta idea, el 13 de febrero de 1871, Engels escribe una carta al Consejo de la Internacional en España preguntándose si el naciente movimiento obrero de España y Portugal tienen contacto entre sí y dando por hecho que Madrid y Buenos Aires están sin embargo ya en contacto:

Aun no tenemos sección alguna en Portugal; tal vez fuera más fácil para ustedes que para nosotros establecer relaciones con los obreros de ese país. Si ello es así, por favor escríbannos otra vez sobre el particular. Del mismo modo creemos que, cuando menos en los primeros tiempos, sería mejor si ustedes pudieran trabar relaciones con los tipógrafos de Buenos Ares; de todas maneras , convendría que nos informaran posteriormente sobre los resultados obtenidos. Entretanto podrían prestarnos un servicio grato y útil a la causa enviándonos un número de los Anales de la Sociedad Tipográfica de Buenos Aires a título informativo.

En 1871 precisamente se frenaba parcialmente por un estallido de fiebre amarilla, la oleada migratoria que venía creciendo desde 1857 y que llevaría en menos de dos décadas a más de 40.000 trabajadores españoles hasta Buenos Aires. Nada comparado con los cientos de miles que llegarían después desde Italia, pero también desde España.

Los surcos dejados por aquel intenso tráfico humano, tuvieron un siglo después su «camino de vuelta» tanto con la emigración política generada por la represión de las juntas militares, como con la emigración que respondió al «corralito» de 2001. Las redes familiares, de amistad de ayuda mutua, de socorro ante desastres como la guerra, han seguido en pie y sobrevivido a décadas de crisis y pérdida de relaciones comerciales entre las respectivas burguesías. Siguen tan vivas que cuando se estudia la propagación de epidemias como la gripe porcina, el mapa de itinerarios ni siquiera coincide con el de las principales líneas de la aviación civil sino con los caminos superpuestos de los flujos migratorios históricos. La enfermedad nace en EEUU y tiene desde ahí dos troncos de contagio. El primero irá a México, de ahí a España y de España a América del Sur. El otro irá a Gran Bretaña y desde ahí se propagará por toda Europa. Detalle interesante: desde Francia la epidemia llega a Líbano y Oriente Medio, pero solo hay un caso de contagio a España, en la frontera vasco-navarra, desde donde no se propaga hacia el Sur. Si nos interesan las enfermedades de contagio aéreo es porque su expansión implica la existencia de contacto social sobre unos flujos que, al coincidir con los de las migraciones, nos señalan las vías por las que las preocupaciones y las reflexiones se transmiten dentro de nuestra clase.

Así que es muy probable que el camino de las conversaciones en las que madura la conciencia en resistencia al bombardeo mediático permanente sean invisibles en el mapa político. Que el «camino más corto» entre México y Buenos Aires pase por Madrid y que, a pesar de la cercanía física y lingüística, Lisboa esté más cerca de Sao Paulo y Londres que de Barcelona.