Un discurso obsceno, una realidad de empobrecimiento y muerte
388 muertos un día, 181 el siguiente. La matanza no afloja y amenaza con escalar de nuevo. Los médicos ven venir ya una tercera ola. Lo más importante se invisibiliza. No es ya que cueste encontrar las cifras de muertos en la prensa, es que todo se pone a la responsabilidad individual, cuando la evolución de contagios depende de condiciones sociales que se deciden políticamente, no de comportamientos individuales. Pero el discurso del gobierno es que depende de nosotros. Es decir, que no van a hacer nada significativo para pararla. Y la oposición todo lo que tiene para reclamar son unas lágrimas merkelianas de cocodrilo.
La realidad: las mismas cifras de muertos por covid infravaloran el desastre que estamos viviendo. Solo el cálculo de exceso de mortalidad puede, a toro pasado, dar un destello de lo que está pasando. Y lo que muestra es un 58% más de muertes. La razón: con los hospitales saturados por covid, solo en los primeros seis meses de pandemia y solo en Madrid dejaron de hacerse casi 100.000 intervenciones y casi dos millones de consultas. Y no hemos salido de ahí.
Pero el cinismo siempre puede superarse. La capacidad para lo obsceno de esta gente parece no tener límites. Mientras las residencias vuelven a estar en primera línea de casos, no tienen mejor idea que aprobar una ley de eutanasia que convierte el homicidio a manos del estado en un derecho. Pero la realidad de la eutanasia no es la de una decisión individual sino la de las condiciones sociales.
Son las condiciones sociales de la eutanasia las que permiten que sea una elección libre o no. ¿Y cuáles son hoy? El sistema asistencial y de residencias va a salir arrasado de la pandemia, la Seguridad Social cada vez cubre en menor proporción los gastos asociados a las enfermedades crónicas, las pensiones empiezan a recortarse ya y las familias trabajadoras cada vez tienen menos ahorros de los que tirar, de hecho, un tercio de la población llegó con menos de 2.200€ ahorrados a la pandemia. No hay que ser un genio de la prospectiva para darse cuenta de que con ese contexto social eutanasia significa que muchos mayores con enfermedades crónicas elegirán dejar de ser una carga para sus familias.
Mientras, el gran capital está de fiesta. El pacto verde ha comenzado a inflar la burbuja de las renovables. Más de 12.000 millones en compras en tiempo récord. Hasta Repsol se quita del petróleo vistas donde están las posibilidades de acumulación más jugosas... las que luego pagaremos, y de hecho ya hemos comenzado a pagar. Al estado tampoco le va mal: la deuda púbica en octubre se ha recortado en más de 2.000 millones y la rama catalana de la burguesía española llama a olvidarse del procés y centrarse en los proyectos tractores de los fondos europeos, una verdadera piñata en la que el gobierno libera de burocracia, es decir, de su propia fiscalización, miles de millones de euros para uso exclusivo de grandes empresas y capitales.
Bajo el optimismo y la excitación del capital hay en marcha, como no podía ser de otra forma, una transferencia de rentas de los trabajadores al capital. Las cifras hablan de que ya se ha producido una bajada de las rentas del trabajo del 10% que además se concentra en los segmentos de salarios más bajos, que lo sufren hasta 5 veces más. Una caída de los ingresos totales de los trabajadores que además queda parcialmente oculta por la subida de los salarios más altos, los de la burguesía -altos directivos- y pequeña burguesía -cuadros y jefes- de las grandes empresas, que al parecer siguen al alza. Toda transferencia de rentas masiva del trabajo al capital aumenta la desigualdad de ingresos porque las clases burguesas participan de una manera u otra del aumento de ganancias del capital mientras que los trabajadores solo cuentan con los ingresos de su trabajo. Y no es solo a través del reparto entre ganancias y distintos grupos de salarios, las subidas del precio de la electricidad y la recuperación del mercado de vivienda apunta ya a lo que viene: pérdidas de capacidad de compra real.
El cuadro global habla de un capital que se concentra y centraliza más allá de la banca, al punto de plantearse seriamente la nacionalización parcial de las PYMEs ante el deterioro de su solvencia; que ha emprendido resueltamente un proceso de succión de rentas del trabajo; pero que políticamente espera pasar de puntillas por los cambios sociales que está impulsando para recomponerse.
En lo inmediato, toda la agenda política va a girar sobre aquello que permita reforzar el liderazgo de los dos partidos de estado sobre sus respectivas parroquias. A la obscenidad de la ley de eutanasia seguirá una ley de memoria democrática no menos obscena que pretende convertir los años 30 en lo que tanto a la derecha como a la izquierda y los independentistas les hubiera gustado que fuera, emprendiendo el borrado sistemático de todo rastro o reconocimiento de la existencia de una Revolución española que por lo que se ve les sigue atormentando. Cuanto más barro y ruido haya en el debate mediático más protegidos quedarán sus movimientos estratégicos.
Pero para campeones de la obscenidad, siempre, los sindicatos. Ya los hemos visto en Alcoa presentándose como defensores a ultranza del capital de la empresa... más comprometidos con las ganancias que los inversores, batallando por la bajada de costes eléctricos y preparando el camino a nuevos sacrificios para evitar cierres. En el Puerto de Bilbao presentando la ausencia de diálogo como el problema y llamando a la mediación del gobierno vasco mientras agotaban a los trabajadores con movilizaciones inconsecuentes por aisladas y mal planteadas. O en la automoción, mano a mano con la patronal para pedir rentas para los inversores a cuenta de los fondos del pacto verde. Pero lo importante está por llegar. Los propios economistas del PSOE dicen sin ambages que el debate sobre la subida del salario mínimo es un señuelo sin sustancia y que el grueso de la nueva reforma laboral y del ataque a las pensiones está a la vuelta de la esquina. Así que les recomiendan reservarse para 2021 no vayan a verse desbordados como empiezan a verse sus congéneres en tantos otros lados, desde India hasta Francia.