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Un capital entrampado

04/12/2020 | Argentina

Amanecemos hoy en Argentina con 149 muertes y 7.629 nuevos casos de Covid en las últimas 24 horas. Un día más de una larga serie. La matanza se ceba en la clase trabajadora y a estas alturas el gobierno ha renunciado ya incluso al teatro de la unidad y las ruedas de prensa solemnes con provincia y ciudad de Buenos Aires. Toda esperanza de que el estado tome alguna de las vías para parar la pandemia quedó atrás hace mucho. Con la producción cayendo en picado un 6.9% en septiembre, un 12% interanual, todo se fía a la campaña de vacunación. Pero cuando los militares vuelvan a los cuarteles, la bancarrota del capital argentino -anterior e independiente de la pandemia- seguirá ahí, y sus consecuencias también. Según los datos publicados ayer el 44% de la población y 4/6 de los menores vive ya en pobreza. Las ayudas públicas mantienen al 30% de la población en la frontera de la indigencia y bajo la amenaza del hambre.

Y sin embargo la principal medida que el gobierno planea para 2021 será... un nuevo tarifazo, una subida general de los precios de los consumos básicos de energía, agua, etc. Es inevitable preguntarse por qué se plantean arrasar el poco mercado que queda a la burguesía nacional si el presidente decía ayer que la forma de crear empleo no son las ayudas públicas, sino los empresarios invirtiendo y dando trabajo.

1La verdad es que, como en todos los países semicoloniales, el mercado crucial para el capital invertido en Argentina no es el interno sino el mercado exterior. Con costes de producción muy bajos y una demanda internacional gigantesca, el sector expotador primario (minas, agro, ganadería, hidrocarburos) es el único capaz de capitalizarse en escala suficiente. Pero tiene un techo. Hace mucho que en cada momento no puede capitalizarse mucho más de manera rentable, ni puede vender mucho más de lo que ya hace. Así que el capital acumulado en cada ciclo tiende a buscar destinos exteriores, huye sin haber desarrollado una industria interior, lo que tiende a devaluar la moneda nacional -llevarse capital significa vender moneda local para comprar dólares- y producir de paso un agujero en las cuentas públicas cuya deuda se toma en divisa internacional.

El estado intentará una y otra vez aprovechar las bonanzas de los mercados y los precios de los bienes primarios internacionales para, mediante una redistribución masiva de rentas, recrear una industria orientada al mercado interno y la exportación regional. Pero esta, al final es dependiente de la marcha del sector exportador y cada conato de crisis global o cierre de mercados se la lleva por delante. De ahí el ciclo infernal de crisis y desarrollismo, de planes de ajuste y planes industriales que ha caracterizado a Argentina y tantos otros países.

Desde los 90 hasta la llegada del kirchnerismo el capital nacional intentará aprovechar los desarmes arancelarios y apertura de mercados internacionales para pasar del modelo de una industria orientada al mercado interno a una industria exportadora. Pero carente de mercados internos masivos previos -como sí tenía China- y lejos de las cadenas logísticas asiáticas, el resultado será igualmente desastroso. Los límites del modelo se mantuvieron después y son visibles todavía hoy en la zona especial de Tierra del Fuego: la industria que se pretendía orientada al mercado global acaba dependiendo de la subvención fiscal y reducida a ensambladora para el mercado interno.

Por eso, ahora la recuperación se ha estrellado contra la caída de las exportaciones. Las esperanzas del capital y el gobierno argentino están puestas en recibir algo más de demanda de la recuperación de Brasil, China y la UE. Con la caída de precios internacionales del crudo ni siquiera ha conseguido poner en marcha el punto de partida de su eterno cuento de la lechera: el yacimiento de Vaca Muerta. Simplemente, a los precios y expectativas de demanda actuales, no ha atraído capitales exteriores suficientes. El único gran éxito que Fernández puede mostrar frente los inversores es una planta de ensamblaje de pickups de Renault y otra de Ford. Ni que decir tiene que buena parte de los componentes y las ventas esperadas por la multinacional estarán en Brasil.

2El gobierno sabe que, a falta de una masa de inversores externos, para poder poner en marcha de nuevo la acumulación y atraer capitales exteriores en volúmenes significativos, va a necesitar préstamos. Pero no es tan fácil. Consiguió un acuerdo con los bonistas privados en agosto, pero mientras no cierre la negociación con el FMI es muy difícil que no se cierre casi completamente el grifo. Y para obtener un acuerdo con el FMI lo que le hace falta es un plan de pagos que asegure que va a gastar menos e ingresar más.

Gastar menos significa: un nuevo tarifazo, dejar que la inflación arrase lo que queda del sistema previsional y desmontar planes sociales, en primer lugar los implementados durante la pandemia. Que el estado ingrese más tampoco es ninguna alegría para los trabajadores, a medio plazo supone mejorar la rentabilidad del capital y ganar nuevos mercados, lo que a corto plazo significa bajar salarios reales.

3Y así, el imperialismo, la lucha por mercados y destinos de capital, se convierte de nuevo en el centro de toda la política argentina. Imperialismo del capital nacional, que necesita ampliar mercados exteriores para volver a recuperar rentabilidad. Imperialismo chino, europeo, estadounidense, británico... que ponen condiciones para asegurar la rentabilidad de sus inversiones antes de hacerlo o abrir parcialmente sus propios mercados.

The Economist urge a Alberto Fernández llamándole presidente sin plan. Merkel insinúa que el tratado Mercosur-UE seguirá adelante incluso sin Brasil si el plan de pagos resulta creíble. El FMI no tiene prisa y juega a aguantar el balón. Argentina debe al FMI 44.000 millones de dólares y no tiene reservas para pagarlos, pero el primer pago importante comprometido con el fondo vence en agosto. Tiene tiempo y el gobierno argentino pocas bazas. Un incumplimiento con el FMI significaría el fin del poco financiamiento externo que queda, tanto con el BID y el Banco Mundial como con la Corporación Andina de Fomento y además:

El país necesita desesperadamente mostrar un plan que permita normalizar la economía, especialmente bajar la brecha cambiaria como una condición necesaria para poder aumentar el stock de reservas, bajar el riesgo país para que vuelva el financiamiento al menos para el sector privado y definir un déficit fiscal que se pueda financiar sin que lleve a una emisión monetaria que aumente la inflación. Sin un plan no habrá inversiones ni crecimiento.

4Pero EEUU y los europeos no son los únicos imperialismos con los que tiene que vérselas el capital argentino. Brasil ejerce una sombra tremenda. El polo automotriz argentino no deja de ser dependiente del brasileño incluso en su dimensión militar-aramentística. Para conseguir inversiones en uno de los pocos sectores industriales rentables, Fernández necesita asegurar las importaciones brasileñas. Y es que no solo es lo que vende a Brasil, es que depende de su vecino en muchos suministros industriales básicos, algunos medicamentos y hasta para hacer billetes. Brasil le exige que libere la entrada de sus exportaciones para empezar a hablar y quiere ampliar cuotas. Eso sí, también le ofrece multiplicar por cinco su demanda de gas natural construcción de gasoducto a Vaca Muerta mediante. Argentina intenta contener una negociación bilateral en la que es la parte más débil y juega a ampliar Mercosur incorporando a Bolivia; Brasil le exige por contra una reforma para desburocratizar los procesos -es decir para que Argentina no pueda congelar importaciones en la aduana durante periodos determinados- y permitir más autonomía comercial a los miembros.

Fernández es cauto. Sabe que la relación con Brasil se juega también con China y EEUU. Y Brasil lo tiene cada vez más difícil con China si sigue las directrices de EEUU. Bolsonaro quiere cerrar la puerta a Huawei en el 5G... pero eso conllevaría represalias de Pekín. Así que los terratenientes y la agroindustria brasileña, el principal apoyo del bolsonarismo en su origen, presionan al presidente. Argentina podría ser el gran beneficiario de un distanciamiento chino-brasileño.

Aunque China tampoco es un comodín salvador para el capital argentino. Sus planes son imperialismo de libro: ofrece inversiones milmillonarias para construir autopistas destinadas a sacar exportaciones en exclusiva y no duda en reconocer que estas nuevas infraestructuras, a medida de sus necesidades, son de suma importancia para la República Popular China. Y si el negocio puede interesar al capital argentino también le obliga a tragar sapos. Ejemplo: la arrasadora flota de altura china contra la que los europeos agitan la prensa internacional y a la que incluso los militares están pidiendo medios para contener.

Hombre ligado históricamente a los intereses del capital estadounidense en Argentina, Fernández cree que tiene opciones con Biden para contrapesar las demandas chinas... y beneficiarse al mismo tiempo de la fractura entre China y Brasil.

Así es el juego imperialista real. El imperialismo no es un expansionismo territorial, sino de mercados. Solo se vuelve territorial bajo ciertas condiciones. Los tanques y los aviones solo aparecen al final, cuando las contradicciones se han vuelto insoportables y solo si la burguesía local cree que puede hacer una guerra lo suficientemente corta como para no provocar un levantamiento de los trabajadores. La mayor parte de la competencia y la presión imperialista se va en negociaciones, cambalaches, jugadas estratégicas y peleas por las reglas de negociación en espacios multilaterales. Y, a pesar de todo, el fantasma de la guerra está presente en todo momento.

Conclusiones

El capital argentino está en una trampa imposible: su juego imperialista depende de carambolas a tres bandas con potencias mayores; su capacidad para recobrar la rentabilidad depende de un plan que no acaba de atrever a definirse y que solo puede agravar lo que ya tiene en marcha: empeorar drásticamente las condiciones generales de explotación y pensiones; y aumentar rentabilidades bajando aun más los salarios reales. El verdadero decisor del futuro es por tanto la clase trabajadora. Si se sacrifica por el capital nacional no puede esperar más que nuevos sacrificios. Necesita librarse del peso asfixiante del nacionalismo para poder reclamar e imponer la satisfacción de sus propias necesidades, que son universales.