Túnez Ascenso y extensión de las luchas
Túnez está viviendo un verano de luchas y movilizaciones masivas de trabajadores que parte de las lecciones de los movimientos de enero de 2018 y plantea nuevos retos.
Junio arrancó en Túnez con sendas huelgas generales de los trabajadores petroleros -tres días- y los obreros de la construcción.
El día seis, arrancó una huelga de trabajadores del transporte en Sfax que en solo dos días se extendió al ferrocarril y la marina mercante. El día 11 la huelga -ya general- del puerto, se extendió a todos los puertos tunecinos.
La segunda quincena aceleraría aun más las cosas. El 17 comenzó una huelga de tres días en la petrolera OMV y el 18 una huelga de todos los sanitarios del país.
El 19 estaban convocadas huelgas generales locales en Enfidha, Hajeb el Ayoun y Tataouine, donde el desarrollo de las protestas fue tan amplio y el enfrentamiento con el estado tan abierto, que la policía se vio incapaz de asegurar el control de la ciudad al segundo día de protestas y el día 22 el gobierno envió al ejército. Las consignas reclamaban empleos y protestaban contra la pauperización y precarización desbocadas.
En Enfihda los sindicatos intentaron calmar aguas pasando la pelota a una nueva convocatoria para el 6 y 7 de julio. Pero ni por esas podían frenar el movimiento general. Los días finales del mes vieron una huelga de jornaleros y técnicos agrícolas en la región de Béja, una huelga de sanitarios de dos días, otra de petroleros en los campos de Nawara y Al Waha. Hasta los funcionarios, desde Monastir a Médenine se unen a las huelgas. Y el plato fuerte: una huelga de ferroviarios, que sigue a día de hoy, fuera del control de los sindicatos, «salvaje».
Las lecciones de 2018... y las nuevas por sacar
El movimiento actual supera claramente el terreno de las movilizaciones de enero de 2018. Aquellas eran todavía «populares», es decir, unían a los trabajadores con la pequeña burguesía en un todo indistinguible de «pedidos ciudadanos» jaspeado de banderas nacionales. A pesar de los esfuerzos de los trabajadores por hacer oir sus reivindicaciones, la ausencia de una organización propia y masiva alrededor de los centros de trabajo y los barrios obreros les condenaban a ir al frente ante la represión para ir a la zaga en las consignas. La gran lección entonces fue que movilizarse como «ciudadanos» solo conduce a más de lo mismo. Solo luchando como trabajadores se pueden enfrentar el paro, los cierres, la precarización generalizada y el empobrecimiento masivo.
Esta nueva oleada de luchas, inserta con claridad en una tendencia mundial, comienza donde aquella no podía dar más de sí: se lucha como trabajadores y hay asambleas abiertas en decenas de plazas e instalaciones industriales y de servicios por todo el país. Pero tampoco basta. Y no basta porque aunque la necesidad de extender las luchas se ha visto por la mayoría de los trabajadores desde muy pronto, la forma de extenderla sigue condicionada por los sindicatos. Las lecciones de las luchas de estos meses en Túnez son las de hace menos de un año en Argentina.
La extensión de las huelgas y las movilizaciones es el camino correcto: asamblea a asamblea, de una empresa o servicio al de al lado y de una provincia a otra. Su contrario es la falsa «extensión» de los paros sectoriales. Aunque se llegara incluso a una huelga general nacional así, sector a sector, es decir sumando el control de los aparatos sindicales uno a uno, a lo más que serviría es a lo que han servido todas las huelgas generales sindicales hasta ahora: procesión masiva, expresión del descontento y… nada, todos a casa. Si no queremos acabar así, en Chubut, Argentina o en cualquier otro lugar, hay que librarse de la tutela sindical, organizar asambleas, elegir comités, tomar la lucha en nuestras propias manos y extenderla por los mismos medios, es decir, de verdad.
Chubut: los sindicatos y la extensión de las luchas. 19/9/2019
No es solo una cuestión de «formas» o de control de tales o cuales burócratas. Es que luchar bajo el sindicato es aceptar, como en Nissan o Navantia en España, que los puestos de trabajo y las condiciones de vida más básicas deben supeditarse a que las empresas, una a una, tengan beneficios; a que cada capital individual invertido sea rentable. Supeditar las luchas a esa idea, que está en el credo mundial de los sindicatos, es ahogarlas antes de que puedan llegar a ningún lado. Al capital le gustaría funcionar de esa manera, cerrar simplemente las empresas conflictivas o con peores resultados y concentrarse en lo que le resulte más rentable. Y los sindicatos, con su lógica de «para repartir hay que producir beneficios primero», le ayudan a que sea así... si picamos. El capital forma un todo interconectado. La extensión de las luchas, cuando escapa del juego de las mesas y los acuerdos sectoriales, reta al capital como un todo, impidiéndole escurrir el bulto. Todo avance de las luchas pasa por ahí.
En Túnez los trabajadores se juegan mucho en ello: sacar adelante las luchas supone imponer la satisfacción de las necesidades humanas, dejar al capital tunecino imponer las suyas es aceptar caer por una pendiente que conduce a la miseria de la gran mayoría y alimenta las tensiones hacia la guerra. A día de hoy los analistas y las cancillerías en Europa y América se preguntan cómo es que Túnez se ha mantenido al margen de la espiral de caos puesta en marcha por la guerra de Libia. Especialmente cuando la coalición de gobierno se basa en fuerzas y alianzas que a solo unas pocas decenas de kilómetros se bombardean salvajemente. Las dos viejas potencias que dominaron el país, Turquía y Francia, pero también EEUU -que quiere mandar asesores militares- y hasta Grecia, intentan decantar a la clase dirigente tunecina hacia sus propios intereses imperialistas. Conforme las tensiones imperialistas se agudicen, y todo apunta que lo harán, más importante será el avance de las luchas de los trabajadores, única fuerza material capaz de parar la deriva hacia la barbarie.