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Trump y el proteccionismo

05/12/2017 | EEUU

236 denuncias contra medidas proteccionistas no parecen demasiadas. Pero sirven para alimentar editoriales acusando a EEUU. Sin embargo, cuando vemos contra quién se pusieron las denuncias, resulta que solo una y no precisamente estratégica -bridas de acero- era contra EEUU. Por otro lado, ¿No llevan años diciéndonos que era el fin de los aranceles, la famosa globalización, la que ponía en peligro nuestros puestos de trabajo? ¿Cómo es que ahora es al revés y la vuelta de las barreras arancelarias es un peligro para el empleo?

En la etapa entre 1990 (tratado de libre comercio de EEUU, Canadá y México) y el triunfo de Trump, EEUU y las grandes potencias europeas jugaron al «multilateralismo»: negociaban con grupos de países desarmes arancelarios y acceso a sus mercados a cambio de oportunidades para la colocación de capitales en marcos regulatorios y fiscales propicios para su rentabilidad.

El modelo condujo a la globalización de las cadenas productivas y la «deslocalización» de fábricas a países periféricos.

La cuestión es que al jugar al diferencial de precios de producción para cada fase de la cadena dieron pie a que:

  1. Países como China pudieran hacer una acumulación de capital acelerada y ganar capacidades productivas (físicas y tecnológicas/conocimiento) convirtiéndose a partir de cierto momento en competidores globales.
  2. Sus propios mercados internos, en los que la precarización había sido vista como una bendición para la acumulación, se deterioraran al extremo, especialmente a partir de la eclosión de la crisis de 2008. El empobrecimiento de las mayorías trabajadoras de Europa y EEUU ha puesto en cuestión el incremento del consumo cuando no lo ha reducido en términos absolutos, como en España. Y no es solo una cuestión de consumo o de temor a las respuestas de la clase trabajadora: en muchas ciudades y regiones de EEUU la descomposición social ha llegado a un punto en que se ha convertido en un problema para la propia viabilidad del capital.

¿Qué es el «trumpismo»?

El «trumpismo» es ante todo un intento de revivificar una parte del mercado interno, generando oportunidades para el capital en el mercado interior norteamericano. Sus ejes son dos:

Renegar del multilateralismo y pasar a un modelo de «negociación uno a uno». Lo hemos visto en los viajes internacionales de Trump desde el Golfo a Corea y Japón: para empezar a hablar con EEUU hay que reducir, en caso de existir, su deficit comercial y además por la vía rápida si es posible, comprando en caliente armamento de última tecnología.

Reducir la competencia para los sectores intensivos en mano de obra menos cualificada: construcción, agricultura, industrias tradicionales. Trump espera que una política ligeramente proteccionista que favorezca a la pequeña burguesía -por ejemplo poniendo un arancel a la aceituna española o impulsando de nuevo el carbón- equilibrada con una reducción de la inmigración, permita al mismo tiempo recuperar oxígeno a la pequeña burguesía agraria e industrial y subir los salarios de los trabajadores menos cualificados. Esperan así que el mercado interno americano reviva y con él el mito de la «clase media». De momento, los primeros resultados no son malos: EEUU es ya el 30% del consumo privado mundial. Pero no es tan fácil. A fin de cuentas la burguesía americana no está sola en el mundo.

¿Qué significa en el juego global?

El trumpismo significa romper las reglas de juego que en su día impuso EEUU, el famoso «Nuevo Orden Mundial» para aprovechar, mientras sea posible, el poder abrumador de EEUU en el «uno contra uno» económico y militar. Esa es la teoría al menos. En la práctica solo puede significar un paso adelante en la guerra comercial. Para el año que viene se esperan 400 nuevas nuevas medidas proteccionistas, de las que 87 procederían de Estados Unidos.

El sueño de cada burguesía es tener un mercado interno inaccesible y un mercado global sin trabas. Por eso cuando siente la competencia extranjera, la culpa del deterioro económico y presiona nuestros salarios y condiciones de vida a la baja; pero cuando encuentra en sus mercados exteriores trabas a su propia expansión culpa al proteccionismo ajeno y... presiona a la baja nuestros salarios y condiciones de vida. Así que la tendencia «espontánea» de la burguesía, especialmente de la industrial, es defender el proteccionismo en casa y el libre comercio en el exterior.

El problema es que si todas juegan igual, lo predecible es una reducción de mercados para todas. Como además, en el perverso mundo de las guerras comerciales y monetarias, el último en entrar en el juego es el que más pierde, resulta terriblemente fácil que se genere una espiral proteccionista imparable. Cada vez más presionada por sus dificultades en los mercados externos, el empeoramiento de la situación alimentará a su vez las tendencias hacia la guerra. Esto es lo que pasó durante los años 10 hasta el estallido de la primera guerra mundial y de forma aun más clara en los 30, cuando la guerra comercial y de divisas acabó por segunda vez en guerra imperialista. Y esa es la tendencia que está operando con cada vez más claridad ahora.

Ni el proteccionismo ni el libre cambio son una solución para el capitalismo global y, desde luego, ninguna de las dos opciones va a servir para revertir la crisis ni frenar la erosión permanente nuestras condiciones de vida como trabajadores. No tenemos nada que ganar en ese batalla que solo puede acabar en una espiral de confrontación entre estados.