Tras el confinamiento, la economía de guerra
Esta mañana arrancamos el día con la noticia de escaramuzas navales en el Golfo entre guardacostas iraníes y buques de la armada de EEUU. El alto el fuego general pedido por la ONU en todas las guerras ante la extensión de la epidemia del Covid nunca funcionó del todo, pero cada vez lo hace menos. La pandemia acelera también las tendencias belicistas y nos dejará un legado siniestro: una reestructuración de la producción global que prepara economías de guerra.
Rusia movilizaba ayer tropas mercenarias sirias a Libia para reforzar el asalto sobre Trípoli y probaba nuevas armas antisatelitales.
El ejército birmano redoblaba esta semana su ofensiva contra las provincias rohingya y las imágenes de refugiados muertos y a la deriva intentando huir a Malasia daban la vuelta al mundo... en páginas interiores.
Las acusaciones cruzadas entre EEUU y China a cuenta del Covid aumentan en violencia cada día y sirven al régimen chino para canalizar la rabia y la frustración a través de un nacionalismo cada vez más xenófobo y belicista. No es solo propaganda de guerra comercial. Durante los últimos meses EEUU incrementó la presión militar en el Mar de China Meridional y China ensayó conflictos aeronavales con «ejércitos extranjeros». Las escaramuzas, a menudo disfrazadas de conflictos entre pescadores, ya han dejado un reguero de barcos pesqueros hundidos.
Pero lo más relevante de lo que está pasando en el terreno bélico no tiene esta vez que ver con tropas, armas y conflictos abiertos. La renacionalización de cadenas productivas que venimos señalando como horizonte es ya un consenso global, el empujón a la concentración de capitales dentro de cada estado es el tema favorito de la prensa económica en estas semanas; y ni hablemos de la militarización y control de la vida civil ligados al confinamiento y el control de la pandemia. Alemania ha centrado su estrategia de contención en el desconfinamiento en la app que sirve para trazar las relaciones sociales y contactos de sus ciudadanos. Otros países están intentado implementar sistemas similares, aunque en algunos, como Portugal, tengan que recular momentaneamente por chocar con sus propias leyes. Donde el capital nacional no da para tantas sofisticaciones, la represión se ha puesto a la orden del día. En Nigeria, el número de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad por no cumplir las restricciones es mayor que el de muertos por la enfermedad.
Es decir, la reorganización social y productiva precipitada por la crisis del Covid está sentando las bases de una economía de guerra.