Trapero y la vía muerta de los nacionalismos
Ayer el independentismo catalán, con el apoyo de los restos del viejo PCE stalinista y grupos nacionalistas castellanos, llevó entre 30 y 50.000 manifestantes a desfilar por las calles de Madrid en apoyo de los políticos catalanes juzgados en el Supremo. En las consignas y aplausos un gran ausente: el que fuera mayor de los Mossos, durante el referéndum del 1 de octubre. José Luís Trapero.
El pasado jueves tuvo lugar la declaración del ex-Mayor de los Mossos, Jose Luis Trapero, en el juicio del procés, resucitando lo que la mayoría ve ya como una película mala y aburrida. La expectación forzada de los primeros días, la comparecencia de los testigos estrella del independentismo, el juego de los y los para TV3, ha llegado a su fin. Se impone ahora la lógica del estado, la escenificación de la implacabilidad de sus procedimientos e intereses y el choque con la realidad del poder de una pequeña burguesía sin perspectivas, recursos ni proyecto capaz de ofrecernos nada.
La declaración de Trapero, al que el independentismo había elevado a los altares hace solo año y medio, fue verdaderamente reveladora. El ex jefe de la policía catalana declaró haber tenido una reunión con el Govern días antes del 1-O en la que le informó expresamente de las consecuencias que se podían derivar en la calle y les transmitió que el cuerpo de policía catalán no compartía la vía independentista. ¡¡Sorpresa!! Una policía que defiende al estado que le paga el sueldo y quiere mantener el «orden público». El choque para algunos ha sido difícil de digerir, mientras la izquierda de la pequeña burguesía radicalizada se aplaude a sí misma por haber advertido de la traición de los Mossos.
¿Qué se ve en el juicio?
El estado español está mostrando su solidez. Si la burguesía española puede confiar en su estado es gracias al aparato coercitivo judicial-policial, no a su aparato de gestión política, al que lleva ya dos años queriendo renovar sin éxito. El independentismo pretendía presentar el juicio a nivel mundial como una aberración propia de una dictadura sangrienta, y se están encontrando un juicio típico, clásico, de una democracia burguesa consolidada, difundido por el propio estado a través de los medios y a todo color. La burguesía española tiene que enfrentar graves problemas antes de emprender una nueva acometida contra las pensiones y los salarios. El principal es la renovación de su aparato político. La pequeña burguesía catalana en rebelión es un palo en la rueda, pero su problema es más amplio: el desgaste de la democracia como un todo y la incapacidad del sistema político e institucional para integrar a la pequeña burguesía periférica sin comprometer la funcionalidad de los gobiernos nacionales y sus mayorías parlamentarias.
La pequeña burguesía independentista sigue en su vía hacia la nada chapoteando entre la impotencia política. Su plan siempre ha sido escapar de una proletarización acelerada erigiéndose en poseedora y dominadora de un territorio y un estado propio. Lógicamente la clase trabajadora no se ha sentido tentada de participar. En Cataluña, la gran mayoría de los trabajadores se sabe ajena a estas luchas y chalaneos nacionales. A pesar de la propaganda machacona a la que son sometidos, a pesar de que los sindicatos tradicionales siguen desarmando su propia iniciativa y «apagando» cada vez más fuegos para las empresas, los trabajadores dan espalda a la «solidaridad con los Jordis» o cuando les llaman a «huegas fake» promovidas por el tendero avariento de la esquina, o el racista universitario que los ve como piezas sacrificables en un tablero de ajedrez. Aquí reside el núcleo del fracaso del nacionalismo catalán: a pesar de los afanosos intentos de la extrema izquierda de la pequeña burguesía, no han conseguido hacernos participes de un proyecto que solo puede ofrecernos más explotación y más exclusión.
Las declaraciones del mayor Trapero revelan nuevamente la incapacidad de la pequeña burguesía para articular mínimamente un proyecto capaz de conmover al estado sin encuadrarnos en contra de nuestros propios intereses. Si los independentistas pensaban que podían suplir su incapacidad para llevarnos a una guerra con un cuerpo armado favorable a sus ensoñaciones, estaba equivocado. Trapero, con su mejor tono de hombre del momento, se encargó el jueves de desmentirlo. Puigdemont y su gobierno sabían que no disponían de la fidelidad de los mas de 17.000 Mossos para su proyecto de choque, sabían que estaban lanzando a riadas de personas de sus propias bases contra miles de policía y guardias civiles, y sabían, que existía la determinación de impedir el referéndum por parte del estado. Sabían que el 1-O no se celebraría «una fiesta de la demmocracia». Y no era esa su intención. Pretendían que el día se convirtiera en una brutal represión, cuanto peor mejor, para de esa forma, poder acudir, como así hicieron, a «la comunidad internacional» -los rivales imperialistas de la burguesía española- pidiendo un auxilio que jamás llegó.
Aprovechando el esfuerzo mediático de los dias anteriores, volvieron a intentarlo el 3 de octubre de 2017, con un fracaso estrepitoso y mas adelante, se vieron obligados a usar su última carta con la declaración de independencia fake, que acabó con Puigdemont en el extranjero y varios de sus consellers en la cárcel. Las cruces con las que han llenado las plazas y playas de Cataluña representan a los «mártires» que no fueron y que creen que les habrían dado el apoyo internacional con el que suplir el que no conseguían dentro de los trabajadores.
En este juicio no hay nadie, absolutamente nadie, inocente. Acusadores y acusados son facciones del mismo capital y del mismo estado. Juegan entre ellos con descaro al escondite, a la medias verdades y la representación de unos principios abstractos de «Justicia» que al final se basan en algo muy material y concreto: dominar sobre nuestra vida y explotar nuestro trabajo. Ni unos ni otros tienen otra motivación histórica que seguir manteniendo por una o dos generaciones más el sistema del trabajo asalariado.
Trapero y sus declaraciones evidenciaron que ante la ausencia de los Mossos y de una fuerza de choque equivalente, los independentistas planeaban usar a sus propias masas como carne de cañón, provocando una escalada de violencia y una intervención imperialista que hiciera de contrapeso. Esto es todo lo que nos ofrecen los Puigdemonts, Junqueras, Forcadells y Jordis: hacer de cebo y sacrificarnos para crear un «capital nacional» propio y que se enseñoreen sobre un estado tan miserable como cualquier otro. ¿Y qué tiene para nosotros el estado español? Más de lo mismo: sacrificios en salarios y pensiones, sacrificios en la atención sanitaria y, si nos dejamos, sacrificio bélico. El capital, ese vampiro centenario, cuanto más sobrepasa su tiempo histórico, con más ansia reclama sangre.