
Centenares de miles de jóvenes de familias trabajadoras viven la fantasía de una «revuelta cripto». Esperan que la autonomía y el desarrollo personal que les es negado en el mercado de trabajo les llegue de un juego especulativo.
Centenares de miles de jóvenes de familias trabajadoras viven la fantasía de una «revuelta cripto». Esperan que la autonomía y el desarrollo personal que les es negado en el mercado de trabajo les llegue de un juego especulativo.
Los debates de los medios a partir de un bofetón en los Oscars, el papel del feminismo durante la guerra de Ucrania y la deriva impotente del antimilitarismo ruso, configuran un panorama moral desolador en el que moral social y maquinaria de propaganda se conjugan, alimentan y compiten en inhumanidad. Pero hay alternativa. Y está presente.
Consumismo es la ideología que pretende que el consumo es el centro y el motor de la vida social y que las elecciones de consumo del individuo son las que definen su posición en el mundo. Eje vertebral de la ideología del capitalismo en su decadencia, el consumismo impregna con fuerza la moral que el sistema y su propaganda destilan, agravando la degradación mercantil de las relaciones humanas y… esterilizando la frustración que se expresa a través suya.
Francia reembolsará las consultas de salud mental; en España se prepara una ley que promete establecer y dotar un sistema de atención que a día de hoy ofrece poco más que listas de espera y fármacos en mitad de una epidemia que produce más de 200 intentos de suicidio diarios y en un contexto en el que 2 millones de personas toman ansiolíticos a diario. Pero ninguna ley va a parar la trituradora en la que se han convertido las condiciones de vida y de trabajo. Solo la organización y la lucha colectiva puede hacerlo.
En Gran Bretaña la escasez de conductores a los salarios que ofrecen las empresas desabastece ya al 30% de las gasolineras británicas y el gobierno comienza a movilizar conductores militares. Es un caso llamativo por lo que revela del caos que el propio sistema crea, pero no es ni mucho menos único: toda la prensa estadounidense y europea se queja de una supuesta escasez de mano de obra. Pero la experiencia británica y el comportamiento de los sindicatos en todo ésto dice mucho e importante sobre los trabajadores, su moral y las alternativas a las que nos enfrentamos.
Tras los confinamientos pandémicos y el brusco ascenso del desempleo a lo largo de 2020, la recuperación de las contrataciones en EEUU vinieron acompañadas para los trabajadores de inflación por encima de las subidas salariales y reducciones de jornada. Mientras, la pequeña burguesía corporativa se resistía a volver a la oficina y menos de un 20% de la burguesía corporativa planteaba volver a lo anterior. Ahora nos echan encima un «nuevo» discurso moral sobre el trabajo: nos dicen que no era tan importante después de todo, que la centralidad del trabajo era una ilusión reaccionaria.
Se acaba de publicar un estudio estadístico realizado en la Universidad de Princeton que usa como base el contenido de 14 millones de libros en español, alemán e inglés. El estudio localizó patrones verbales característicos de cada idioma que señalaban «distorsiones cognitivas» asociadas a la depresión, la ansiedad y el pesimismo patológico. La hipótesis de los investigadores es que esta degeneración del lenguaje publicado refleja que «sociedades enteras pueden volverse más o menos depresivas con el tiempo». No van desencaminados.
De repente, un supuesto síndrome psicológico, la fatiga pandémica, está en todos los medios. Las televisiones públicas dan consejos sobre cómo frenarlo, las privadas nos dicen que lo sufre el 60% de la población. En los periódicos las columnas de opinión se suceden, más o menos ingeniosas. La cascada característica de las campañas mediáticas no para, sigue y llega hasta las revistas de moda y los boletines profesionales. No es inocente y lejos de ayudar, agrava.
Si hace solo un año hubiéramos podido leer la prensa de hoy, no habríamos dado crédito. ¿Las medidas contra una pandemia que se ha llevado por delante a decenas de miles se ponderan con el cierre de bares y pequeños comercios… y no es un escándalo?
La presión de la desmoralización se hace sentir. Los meses pasan y poco o nada parece cambiar. En España ni siquiera emergen luchas colectivas y huelgas como han surgido en Francia y recientemente en Portugal. Así que los primos locales de los trumpistas se sienten más legitimados que nunca, los de derecha y los de izquierda, patriotas todos. Venden la promesa de un mundo ordenado y contenido. Usan el adjetivo social como el chamán que pone ungüento sobre una pierna rota: para exigir al herido que no se queje y no se de cuenta de que su inacción le dejará cojo. Animan a indignarse al tiempo que ciegan. Desatan emociones sin estructura para contener mejor en su redil.
En los mensajes que recibimos de nuestros lectores desde distintas partes del mundo, la segunda ola de la pandemia está marcando un punto de inflexión. En aquellos lugares donde apenas han aparecido luchas o estas no han conseguido desarrollarse y masificarse el fantasma de la desmoralización amenaza abiertamente. Algunos compañeros hablan incluso de la posibilidad de que la epidemia acabe traduciéndose en una derrota ideológica.
Bajo la gramática del miedo al paro y la pobreza, lo que llaman «economía» -la acumulación de capital- se descubre como una aritmética de la matanza. Pero lo que nos presentan como «fuerzas sobrehumanas», imbatibles, inexorables… no lo son.
El mecanicismo sirvió de base a los grandes aparatos políticos y sociales del capitalismo, hoy en día completamente obsoletos, rígidos e incapaces de garantizar un futuro para los trabajadores y la Humanidad. Ningún armatoste vertical dirigido por una clase dominante y explotadora va a garantizar la satisfacción de las necesidades humanas, por muy tecno-moderno que se presente a sí mismo.
La amistad es una relación desmercantilizada en la que vemos al otro como un fin en sí mismo. Nos da un destello de cómo serán las relaciones humanas en una sociedad liberada. Nuestras amistades, nuestras comunidades, son un tesoro a cuidar. Y bien está por tanto que las veamos y tratemos como objetivos en sí. Pero una organización no es una persona, no es un grupo de amigos ni una comunidad (entendida como conjunto de relaciones interpersonales), no es un fin en sí mismo, es un instrumento. Y una organización política es un instrumento político.
Ésta historia repugnante nos deja bien claro que no hay otra salida que dejar de ser individuos aislados buscando mantener la cabeza sobre el agua pegando manotazos sobre nuestros iguales, que tenemos que dejar de fiarlo a unas agendas «de cambio» que siempre son mentirosas y enemigas… y tomar el futuro en nuestras manos… plantando cara como clase antes de que la apisonadora se lleve por delante a lo que queda de nuestras vidas y a quienes más queremos.
No es una necesidad humana someter sexualmente a otras personas, como no lo es utilizar un cuerpo ajeno para que geste embriones y entregue bebés. Ni el sometimiento sexual ni la gestación subrogada existirán como expresiones de una sociedad desmercantilizada y por tanto verdaderamente libre.
Cuando un edificio histórico o una obra de arte singular son destruidas, se daña de manera irreparable la riqueza de la Humanidad emancipada y reunificada del mañana. Cuando Macron encabeza el impostado duelo de la burguesía francesa pretende que olvidemos el reguero de destrucción de su barbarie. Pero no son los únicos monstruos aquí. Los que se burlan o festejan no son simples inconscientes: disfrazada de irreligiosidad e iconoclastia infantil, late una moral reaccionaria y genocida.
La decadencia moral de una organización o tendencia política de clase incide directamente en lo que la organización aporta a las luchas reales y tarde o temprano se manifiesta en una tendencia a dejar el programa, los análisis, las condiciones organizativas, reducidas a una cáscara. Cáscara aparentemente sólida, aparentemente igual a «la de siempre», pero vacía. Al primer golpe, se romperá.
La moral comunista, la ligazón íntima y permanente entre el modo de hacer, hablar y batallar y la perspectiva permanente de la abolición de la escasez, la mercancía y el trabajo asalariado no es un adorno ni una deriva «mística» ni «moralizante», es un hecho material con consecuencias materiales sin cuyo fortalecimiento consciente los «fetiches idealistas», las utopías reaccionarias de autómatas sociales y «cuadros de mandos», volverán una y otra vez.
Es muy significativo que uno de nuestros textos más traducidos a otros idiomas sea un artículo sobre la naturaleza colectiva del trabajo militante. Muchos lectores nos piden más concreción. ¿Cuáles son las claves para que un grupo de discusión o un grupo de militantes pueda cuajar en su trabajo?
El debate sobre los saqueos y el efecto del lumpen en los movimientos de clase, plantea cuestiones interesantes desde la perspectiva de la moral comunista.
El deseo de «perdonar» a la contrarrevolución, de salvar algún significado histórico positivo, aunque sea vergonzante, al modo del trotskismo, nace de la necesidad de tener «algo que mostrar» para recuperar la dañada confianza en la clase. La verdadera fuerza y voluntad militantes no salen de adornar ni tergiversar la Historia, sino de una perspectiva histórica materialista y cuando la tomamos el resultado es iluminador, sólido y alentador.
¿De dónde extrae sus fuerzas un militante de la clase? ¿No es contradictorio que los adalides del análisis materialista y la racionalidad opten por un compromiso muchas veces ingrato si no heroico y por tanto irracional desde una perspectiva utilitarista individual?
En anteriores entradas hemos visto como la moral comunista está fundamentada en la relación de la clase con el futuro por lo que es capaz de ver y disfrutar la abundancia posible en el presente; y es una ética colectiva del trabajo y el conocimiento por lo que, como veremos ahora, es capaz de superar al miedo permanente de la vida en el capitalismo, miedo metamorfoseado en mil formas metafísicas y miedo a la muerte.
Capaces de disfrutar de cada cosa creada por nuestra especie por lo que significa, felices de celebrar lo humano hasta en sus manifestaciones más pequeñas y cotidianas; apasionados, capaces de resistir a contracorriente, íntimamente indignados por el mantenimiento de una esclavitud y una escasez ya hoy innecesarias. Así somos. No hay nostalgia alguna entre nosotros. Nuestra hora no pasó. La de nuestra clase está aun por llegar, y con ella, la del verdadero nacimiento de nuestra especie como un sujeto colectivo consciente y libre.
Bajo el lenguaje pretendidamente indignado, bajo la brutalidad humillante del «derecho a la sátira» y el «zasca», late la rabia clasista y elitista del viejo impulso contrarrevolucionario y protofascista pequeñoburgués. Una vez normalizado ese lenguaje ¿contra quién creen que van a dirigirlo el pequeño empresario, el directivo psicópata y por supuesto, esa pequeña burguesía intelectual que nunca ha ocultado su desprecio a los trabajadores?
La vivencia del comunismo ha sido siempre, desde los orígenes del movimiento, lo contrario de la ideología pequeño burguesa, destinada al consumo individual, reducible a «experiencias», estéticas y actitudes. La actividad de los comunistas ha sido, aun en los peores momentos, aprendizaje y debate colectivo. Lo vemos en los testimonios que nos quedan del peor momento de represión de la contrarrevolución, la famosa «Medianoche en el siglo». Incluso los comunistas de la generación que vivió los momentos más dramáticos de la derrota de la clase y el exilio, retomaron y reconstruyeron la actividad militante creando rutinas colectivas de estudio, crítica, discusión e intervención, por modestos que fueran los medios y adversos los condicionantes. Si algo no han sufrido los comunistas ha sido la soledad individual.