
Se acaban de golpe las tonterías habituales sobre la «cultura como puente entre pueblos» o la «cultura para la paz». Los servidores culturales de todos los regímenes piden la cabeza de sus pares en el bloque contrario. Y lo mismo pasa en el deporte.
Se acaban de golpe las tonterías habituales sobre la «cultura como puente entre pueblos» o la «cultura para la paz». Los servidores culturales de todos los regímenes piden la cabeza de sus pares en el bloque contrario. Y lo mismo pasa en el deporte.
A falta de minutos para la inauguración de las Olimpiadas de Tokio se ultiman preparativos en un ambiente de desorganización, imprevisión, protestas, contagios, dimisiones, corrupción y propaganda grotesca. Pero así fueran un dechado de perfección organizativa, la «maldición olímpica» de la que habla la prensa japonesa seguiría en marcha porque la verdadera maldición es el propio «Movimiento Olímpico» y su ideología: el famoso «Espíritu Olímpico».
El 83% de los japoneses rechaza la celebración de las Olimpiadas de Tokio. Y sin embargo el gobierno Suga y el COI se empeñan en mantener un evento peligroso para la salud pública y más que posiblemente ruinoso.
Ayer, 12 grandes clubes de fútbol lanzaron un comunicado anunciando la Superliga, una nueva competición europea de clubs que apalancaría JP Morgan. La Superliga probablemente mataría las competiciones europeas de la UEFA privando a la estructura europea de la FIFA de un buen pellizco de ingresos. Boris Johnson, Emmanuel Macron, Angela Merkel y hasta la Comisión Europea se posicionaron inmediatamente en contra. Mientras, los clubes implicados -y algún candidato a participar como el Borussia Dormunt- se disparaban en bolsa. Y es que bajo la batalla de la la Super Liga se ocultan contradicciones de fondo entre estados y capital financiero.
Ejercicio de movilización social nacionalista, oportunidad de alarde imperialista para el país organizador y ocasión de saqueo para una burguesía que convirtió a los equipos en fondos de inversión, el Mundial nos invita a colocarnos bajo banderas nacionales, y legitimar así nuevos sacrificios abriendo el horizonte hacia la guerra. Con una nueva remesa de ataques al trabajo en marcha, sencillamente no nos lo podemos permitir.