
Gabriel Boric será el nuevo presidente de Chile. La prensa global y la izquierda saludan hoy una nueva etapa en la historia chilena. ¿Es para tanto? ¿Qué significa para los trabajadores en Chile y en América del Sur?
Gran Bretaña militariza Malvinas a toda velocidad. Argentina construye su mayor base militar en Ushuaia y su senado se apresta a crear un nuevo delito de opinión: dudar o menospreciar las pretensiones argentinas de soberanía sobre las islas. Y si el incremento de tensión fuera poco, Chile amplía unilateralmente sus fronteras meridionales poniendo en cuestión los ya tensos equilibrios en el control del Mar de Hoces que separa América de Sur de la Antártida. ¿A cuento de qué este baile de posiciones y este incremento aparentemente gratuito de la tensión y el nacionalismo más ramplón?
Un poco de perspectiva histórica, porque es imposible entender el fracaso del gobierno Añez, el regreso del masismo y las diferencias del periodo que se abre con Arce sin entender cómo ha evolucionado durante los últimos noventa años la estructura de clases boliviana, cuáles han sido las aspiraciones históricas de las principales facciones del poder y cómo se han expresado políticamente.
Récords pandémicos en media Europa. Nuevas restricciones en Italia y España que los propios gobiernos saben insuficientes antes aun de publicarlas. Masividad del referéndum en Chile. Y señales de nueva devaluación, si no de «corralito» en Argentina. Empieza la semana.
De Beirut a Bagdad, de Santiago de Chile a Ciudad de México y de Bogotá a París. Miremos donde miremos, los estudiantes son la vanguardia de las revueltas. Pero no todas las movilizaciones representan a la misma clase social ni imprimen el mismo sentido al levantamiento social.
Dinámicas internas de reestructuración del bloque de clases dirigente, revuelta pequeñoburguesa y batalla interimperialista. Todo se da cita la crisis de un país que hace frontera con Argentina y Perú por un lado y con Chile y Brasil por otro.
Desafiando el estado de excepción proclamado la semana pasada, una multitudinaria «marcha indígena» tomó Quito obligando al gobierno a abandonar el palacio presidencial y finalmente, la capital. ¿Una revolución? ¿Otra revuelta popular sin rumbo ni destino?
El primer problema serio para Piñera no ha saltado en la reforma previsional, la «flexibilización» del trabajo ni el presupuesto, sino en la Araucanía. Pero cuidado, los supuestos «derechos de los pueblos originarios» no son sino el «derecho» de la pequeña burguesía «originaria» a ganar poder en el estado y participar de la explotación de los trabajadores araucanos. El interés de los trabajadores madereros, mapuches o no, es el mismo que el del resto de trabajadores. No solo hay que exigir la desmilitarización en Araucanía, sino movilizarse contra la precarización en todo el país.
La experiencia de los internacionalistas en el Uruguay y el Chile de los años 30 nos enseña que es imposible la construcción de organizaciones políticas de clase sobre bases políticas nacionales o sobre un cuadro de análisis superficialmente internacional, pero también que si no se resuelve el aislamiento con un marco de análisis y debate mundial y una comprensión de las continuidades y rupturas de los que nos antecedieron, todo nuevo movimiento internacionalista estará condenado a la fragilidad.
La banalidad de las promesas de recuperación y la presión abrumadora sobre los ingresos hacen muy posible que a lo largo de los próximos dos años veamos un renacer de la combatividad de los trabajadores en Chile. Es lo que prevé la burguesía chilena y para lo que se ha intentado preparar con estas elecciones.