Lo que estamos viendo es el desgarro, acelerado por la crisis, de las líneas de ruptura del antiguo «bloque occidental». Líneas que rompen alianzas comerciales de décadas y caldean fronteras que se habían difuminado durante el último medio siglo. El Golfo pérsico y la frontera anglo-irlandesa se descubren ahora como un continuo. En un siniestro automatismo Gibraltar y Ormuz, Alaska y Kineret resultan ser puntos reflejos. Ni siquiera durante la crisis ucraniana la guerra estuvo tan cerca del corazón europeo. Y es que, desde 1992 no se había movido sobre el tablero imperialista una pieza tan importante como Gran Bretaña. Y precisamente por eso, los trabajadores europeos estamos cada vez más cerca de la primera línea: para acabar triturados con naciones y bloques o para acabar con ellos.