
La semana política en España ha girado entre el anuncio de los indultos a los dirigentes independentistas presos y la salida de estos de prisión. ¿Qué viene ahora? ¿«Normalización» o «radicalización»? ¿«Diálogo» o «negociación»?
La semana política en España ha girado entre el anuncio de los indultos a los dirigentes independentistas presos y la salida de estos de prisión. ¿Qué viene ahora? ¿«Normalización» o «radicalización»? ¿«Diálogo» o «negociación»?
Tras la toma de posesión de Pere Aragonès como Presidente de la Generalitat vino la reapertura de comunicación entre Sánchez y Aragonès. Y acto seguido una cierta coreografía política: una carta abierta de Junqueras y la escenificación de una reconciliación apadrinada por la gran patronal catalana. Se abre oficialmente una fase de diálogo que supuestamente debería servir para cerrar la crisis de estado abierta por el referendum de independencia y la declaración de independencia fake de 2017.
Necesitada de reencauzar la rebelión territorial y al mismo dependiente de sus expresiones parlamentarias, la burguesía española consigue a duras penas reforzar a los partidos de estado (PP y PSOE), pero no salir del día de la marmota. La operación Illa es el último ejemplo de la cortedad de sus ambiciones y la insuficiencia de sus logros. Por delante quedan nuevos episodios de crisis institucional y nuevas fracturas en el estado.
La discusión sobre la lengua vehicular sigue capturada, «politizada», por una pequeña burguesía que ve la lengua como una herramienta para mantener una posición social imposible frente a una clase trabajadora a la que niega hasta en lo más básico: que sus hijos puedan aprender en la lengua en que la que piensan.
En realidad, todo apunta a que la sentencia del juicio que se ha hecho pública hoy no es más que un nuevo cierre en falso. Aun si el independentismo «pincha» de nuevo en su llamado a la movilización, aunque su exhumación no lo resucite inmediatamente, sería pensamiento mágico pensar lo contrario. Las bases que lo impulsaron hasta convertirse en un peligro existencial para el estado, no solo siguen ahí, sino que no pueden sino agravarse.
Hace unas semanas todo parecía apuntar a la descomposición social del independentismo y la aceptación tácita de que la Generalitat como «autonomía fallida». Y sin embargo, en días, si no en horas, la marea está volviendo a cambiar y la maquinaria nacionalista parece tomar nuevo brío. ¿Vamos hacia otra declaración de independencia y la reaparición de la crisis catalana a un nuevo nivel?
El «planazo» independentista para los trabajadores es que pongamos el cuerpo para que la pequeña burguesía pueda disfrutar de un estado en propiedad con el que explotarnos. Emocionante. El plan pasa por crear una situación lo suficientemente violenta que el estado reprima con violencia suficiente para que un padrino imperialista tenga la oportunidad de actuar o forzar, al menos, una «mediación». Nos convocan en realidad a un cierre patronal, a encuadrarnos bajo banderas nacionales para ejercitarnos en poner el cuerpo para proclamar un estado que promete… explotarnos aun más.
El activismo independentista está en una de sus escaladas. Trata de mantener a las bases nacionalistas movilizadas hasta el juicio a los políticos presos. Pero sobre todo recuperar espacio en la agenda mediática internacional. De ahí la visita de Torra al presidente de Eslovenia, uno de los pocos países europeos donde la declaración unilateral de independencia fake encontró apoyos partidarios relevantes. E inmediatamente después: la presentación del fantasmal «Consell per la República» en Bruselas que ha abierto la caja de Pandora.
Si Sánchez entiende que no tiene otra opción y que tiene suficientes fuerzas para afrontarla, nos esperan meses de impúdico compadreo y chalaneo nacionalista alrededor de un nuevo estatuto de autonomía.
Un año después del referendum no es la policía nacional bajo órdenes de Saenz de Santamaría, sino los «mossos d’esquadra» bajo órdenes de Torra los que cargan contra los independentistas. Mientras, la burguesía española se ve cada vez más tentada de romper la baraja y disciplinar a las pequeñas burguesías nacionalistas por el camino rápido que propone «Ciudadanos».
La única independencia por la que merece la pena luchar hoy en todo el mundo es la independencia política de los trabajadores frente al encuadramiento nacional que prepara nuevos ataques a nuestras condiciones… y abre la perspectiva de una guerra.
La polarización a la que se ha intentado someter a la sociedad catalana ha sido extrema. Amplias capas del proletariado se han visto machadadas por mensajes patrioteros de ambos nacionalismos… que al final se han demostrado impotentes. Pero tampoco hemos salido indemnes y si ahora o en el futuro nos colocamos bajo banderas nacionales pagaremos con miseria y acabaremos siendo carne de cañón para la guerra.
La crisis catalana, elemento central de la crisis de la burguesía española, se juega a partir de ahora en una contrarreloj. El nuevo repunte de la crisis económica y los «sustos» de la guerra comercial pueden dar al traste con las expectativas de reforma del aparato político y recentralización del estado, que necesitan para atacar de forma directa y clara pensiones, condiciones de vida y el marco legal del trabajo.
La burguesía española está por el desguace de su viejo aparato político. No cree poder confiar a Rajoy una situación que se está pudriendo. Ante el vacío, el núcleo judicial del estado reprime para crear en falso «normalidad institucional». El desarrollo autoritario en la interpretación judicial de las leyes, nos constriñe y pone en peligro a todos, pero no por eso debemos tomar partido por ninguna facción. Nuestro futuro pasa por nuestras propias luchas.
Cuando Rajoy venga a despertar, el estancamiento seguirá ahí. Eso es lo desesperante para la burguesía española y el peligro del que son cada vez más conscientes sus aliados internacionales. Lo que viene no es una «solución negociada» sino la negociación de una solución entre el maltrecho aparato político de la burguesía española y el aparato judicial del estado.
La famosa «internacionalización» de la cuestión catalana es el independentismo ofreciéndose como corsario de cualquier imperialismo deseoso de poner un palo en la rueda del eje franco-alemán. Paradójicamente, la burguesía española ve una oportunidad perversa en la situación: acelerar la renovación de su aparato político y vender nacionalismo al victimismo de la pequeña burguesía
Tanto PP como el bloque independentista, principales víctimas del auto del Supremo, han adolecido de la misma confianza legalista y subestimado dramáticamente la capacidad de autodefensa del estado y sus automatismos. El tiempo corre en contra de la burguesía española y el estado no podía esperar más. La reacción apuntala la recentralización, acelera el desarrollo autoritario, impulsa la «renovación» del aparato político y deja al PP de Rajoy en la picota.
La burguesía de estado española, incluyendo sus ramas catalanas -La Caixa, Sabadell, etc.- se pone al mando para «poner en su sitio» a la pequeña burguesía díscola.
Las batallas internas en la burguesía y la pequeña burguesía se van a multiplicar. Esa clase social de verdaderos «troles», nos intentará vender sus batallas por contratos y prevendas como nobles causas. No podemos dejarnos engañar.
La burguesía española nos invita, medio en broma medio en serio, a colocarnos bajo la bandera de una ocurrencia publicitaria para insinuar su propia «guerra de independencia». Es un rasgo de debilidad. Significa que no puede ni llamarnos por nuestro nombre ni espera que tomemos fácilmente su bandera. «Es solo un chiste», nos dice entre las risas pregrabadas de una mala comedia de situación. La verdad es que el chiste no tiene ninguna gracia.
El mensaje del Rey ha cambiado la orientación general de una burguesía que se sentía derrotada. Ahora apuesta por quitarle autonomía a las pequeñas burguesías locales y duda sobre un recambio de partidos. Para enfrentar las fuerzas centrífugas de la pequeña burguesía, la burguesía de estado española va a tener que apelar de forma cada vez más directa a los trabajadores cuyas condiciones de vida quiere atacar
Ningún partido del Parlament va a defendernos del machaque, la precarización y la exclusión. No es cuestión de lenguas ni de patrias, es cuestión de clase. Para salir del día de la marmota en el que viven la burguesía española y la pequeña burguesía independentista catalana, tenemos que salir del redil de la nación, el «pueblo» y la «ciudadanía».
Puigdemont tira la piedra contra la UE y el euro… para luego esconder la mano. ¿Tiene opciones reales de usar el rechazo del euro para ganar fuerza política? Es difícil que el independentismo quiera meterse en una aventura tan arriesgada. Y si los trabajadores no teníamos nada que ganar en la batalla entre independentistas y unionistas, en los cantos de sirena para ponernos del lado del euro o contra él, tampoco.
Ha llegado el momento en el que la burguesía española necesita remozar la estructura del estado para dar un encaje a las pequeñas burguesías locales sin que pongan en cuestión su unidad. No va a resultarle fácil y es muy posible que oigamos crujir el andamiaje de su propia cohesión interna. Pero si caemos bajo las banderas de la «reforma democrática» o de las «identidades», sean cuales sean, estaremos perdidos.
La burguesía no cree ni por un instante que con twits y bots pueda cambiarse el estado de opinión al que tantos recursos destina y que tan bien sabe controlar. Pero manda una señal a sus propias filas y a los aspirantes a ser incluidos en ella: no van a aceptar alianzas que pongan en cuestión los grandes compromisos y alineamientos imperialistas.
Tan peligroso es para los trabajadores aceptar el encuadramiento de la burguesía que le llama a poner el cuerpo en sus batallas, como solidarizarse con una parte de ella cuando es derrotada por otra. Donde nos la jugamos no es en los juzgados, ni en la reforma de la organización territorial del estado.
Una «independencia» que es en realidad, reconocimiento por la pequeña burguesía catalana independentista de su incapacidad para sostener un estado nacional propio. Una «intervención estatal» que finge no escuchar lo que le piden realmente: una nueva ración de rentas y privilegios. El resultado no es bonito. No puede serlo en una sociedad en la que las clases dirigentes y el sistema económico que les sostiene son el principal freno para el desarrollo.
Se ha hecho evidente para la burguesía española como un todo que el sistema federal de administración del estado, que infla a los caciques, entrona a las pequeñas burocracias locales y da alas a una pequeña burguesía tan pagada de sí misma como poco sensata, no le es ya útil para mantener la cohesión territorial ni la unidad de mercado.
La resistencia de los trabajadores al encuadramiento nacionalista está siendo lo mejor de estos días, en Cataluña y en el resto de España. De momento ha forzado al «paro país» del 3-O a mostrarse como lo que es: una huelga patronal organizada entre el estado y las patronales locales.
Perjeñada por la CUP e instada desde la Generalitat, su objetivo principal es mostrar a los trabajadores cerrando filas con el gobierno de la Generalitat en su enfrentamiento con el gobierno de España. Si lo consiguieran sería un «win win» para ambos bandos burgueses. Habrían dividido a la clase en dos.