
Con el anuncio del «Plan de Recuperación y Resiliencia» comienzan a desgranarse las reformas que se integran en él. Y en primera línea, como no podía ser de otra manera, las líneas maestras del ataque a las pensiones.
Con el anuncio del «Plan de Recuperación y Resiliencia» comienzan a desgranarse las reformas que se integran en él. Y en primera línea, como no podía ser de otra manera, las líneas maestras del ataque a las pensiones.
El «Plan de Recuperación y Resiliencia» se ha convertido en inviable antes de aprobarse por el fallo de las previsiones. Ahora el gobierno tiene que elegir entre pegar un hachazo a los subsidios de desempleo, pagos de ERTE, etc. retrasando pagos aun más e incluso modificando la legislación… o dejar a las grandes empresas que diseñan la política industrial del capital español a «tiro de OPA».
Al anunciar el fin del estado de alarma, el gobierno da el pistoletazo de salida a una carrera entre contagios y vacunaciones dejando meses de ventaja a las nuevas variantes. ¿Cálculo científico o pensamiento mágico?
Hoy toda la prensa económica comenta la publicación de un estudio de FEDEA sobre las tendencias salariales y de empleo de los jóvenes trabajadores durante los 30 años anteriores a la pandemia y la recesión actual. De sus conclusiones podemos aprender mucho sobre lo que viene y lo que seguirá tras los peores momentos de la recesión actual.
Al colapso que arrastraban los organismos de los que depende que los trabajadores en peor situación por la crisis cobren sus subsidios se ha agregado ahora un ataque informático al SEPE. Al menos 3,6 millones de trabajadores al quedado en el limbo burocrático esperando cobrar ERTE o desempleo mientras la administración intenta recomponer las bases de datos. Pero pinta mal: el último backup es de noviembre. Y el INSS, sin necesidad de sufrir ataques no está en mucho mejor situación: 463.000 esperan respuesta sobre el IMV. Es lo que faltaba para despejar dudas a quién le quedaran: el cacareado escudo social del gobierno ha demostrado ser de cartón.
La noticia saltaba a media mañana a partir de un video subido a twitter por Pablo Iglesias. Abandonaba la vicepresidencia del gobierno, coronaba como sucesora en el liderazgo de Podemos a la ministra de Trabajo Yolanda Díaz y anunciaba su intención de presentarse a las elecciones en la Comunidad de Madrid al frente de una coalición con Más Madrid.
Durante meses, incluso en las semanas más duras de la segunda y la tercera olas, los gobiernos han intentado escabullir la insuficiencia de las medidas contra el Covid haciendo llamamientos a la responsabilidad personal. Pero la responsabilidad personal sin confinamientos suficientes se ha demostrado impotente una y otra vez, país tras país. Con una población mucho más aislada que de costumbre y más vulnerable ante los medios, el hincapié en la supuesta irresponsabilidad de los jóvenes solo ha servido, según los datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para atomizarnos y generar un inédito sentimiento de desconfianza ante los demás.
Si el juego político fuera sencillamente honesto, por muchas escoras de clase que tuviera, un indicador confuso y que invisibiliza las divisiones sociales más elementales, como la brecha de género tendría un uso muy limitado. Sin embargo está en el centro del programa del gobierno español y es una de las principales banderas del 8M. El discurso sobre la brecha de género ha servido para ocultar lo que estaba pasando en el mercado de trabajo y «asaltar los cielos» de los consejos de administración por una parte de la pequeña burguesía femenina. Ahora comienza a mutar… a aun peor.
No parece haber salida a la crisis a la vista. Las estadísticas oficiales son desastrosas y el paro está cerca de batir el récord histórico. El gobierno y la Unión Europa proponen una salida keynesiana a través de los fondos de recuperación, la digitalización y sobre todo, el Pacto Verde. ¿Puede funcionar?
8M y Covid estarán ligados por mucho tiempo en España. Hace ahora un año, priorizar la liturgia del 8M sobre la epidemia Covid que arrancaba significó la aceleración de una matanza de la que todavía hoy estamos lejos de librarnos y que nos siguen envolviendo con peligrosas medias verdades.
Necesitada de reencauzar la rebelión territorial y al mismo dependiente de sus expresiones parlamentarias, la burguesía española consigue a duras penas reforzar a los partidos de estado (PP y PSOE), pero no salir del día de la marmota. La operación Illa es el último ejemplo de la cortedad de sus ambiciones y la insuficiencia de sus logros. Por delante quedan nuevos episodios de crisis institucional y nuevas fracturas en el estado.
Cae la firma de hipotecas, los fondos llegan a un récord de propiedades en alquiler y la construcción se reanima con sus demandas: quieren más porque consideran que una buena parte de los trabajadores vivirán en alquiler a partir de ahora. La recesión y los fondos especulativos están dado forma a tu vida y a tu ciudad en las próximas décadas. Ambas serán más precarias y tendrán menos sitio para ti.
Los agricultores y ganaderos vuelven a las protestas que estallaron el pasado febrero y prosiguieron hasta verse interrumpidas por la pandemia. Esta vez sin embargo, estarán concentradas en Andalucía. No es menor: la región tiene el 34% de los propietarios agrícolas y es el origen del 40% de las exportaciones agrarias españolas. Dos temas nuevos en primera línea: las consecuencias para el campo del Pacto Verde y el supuesto estatus colonial de las regiones meridionales de España.
La nevada ha hecho más por darle un alto a la matanza Covid que las medidas intencionalmente limitadas de las regiones y el gobierno. Sin embargo, el consejo de ministros saca pecho como si fuera lo más normal del mundo que una nevada no excepcionalmente dramática paralice el país durante días. Bajo el hielo la triste verdad del capital español normalizando lo inaceptable.
Mientras los gobiernos renuncian a parar la tercera ola que cargan a nuestras espaldas y venden una ley de eutanasia cuyo contexto social es realmente obsceno, el capital se centraliza y concentra asaltando nuestras rentas, que caen en picado. Mientras el ruido ideológico tapa los cambios de fondo, los sindicatos «se reservan». ¿Para qué?
No nos han ahorrado nada. Al revés, las grandes empresas industriales y el oligopolio eléctrico salen ganando. Y entre los que cubriremos el coste en la factura de nuestros hogares, los trabajadores, especialmente los precarios, y las familias numerosas, lo sentirán más en sus presupuestos totales. Bienvenidos al primer acto del Pacto verde y lo que significará para nosotros.
Basta recoger los titulares de la semana para ver con claridad que tanto la política de salud pública y reducción de contagios como la legislación laboral, las coberturas de jubilación y la distribución de rentas e ingresos se doblegan ante el ansia por mejorar los resultados inmediatos de las inversiones puestas en las empresas. Lo que el capital exige para recuperar rentabilidad prima sobre las necesidades más básicas y urgentes de los trabajadores, que son sistemáticamente invisibilizadas.
La discusión sobre la lengua vehicular sigue capturada, «politizada», por una pequeña burguesía que ve la lengua como una herramienta para mantener una posición social imposible frente a una clase trabajadora a la que niega hasta en lo más básico: que sus hijos puedan aprender en la lengua en que la que piensan.
La masacre está en marcha. Más de 150 muertos al día cada día y tasas de incidencia de hasta 1000 por 100.000 en algunas regiones. ¿Espectáculos grotescos en el parlamento? Los que hagan falta. ¡¡Barra libre!! ¿Confinar? Ni de casualidad. Es malo para las ventas y como dice Roig (Mercadona) no van a «desviarse» por la salud y la vida de nadie de lo único que importa de verdad, «la economía», es decir, recuperar los beneficios.
Los medios empiezan a recoger la situación de verdadera crisis humanitaria que se vive en Canarias y Melilla. Lo que no cuentan es por qué se produce ahora una oleada de llegadas de personas dispuestas a jugarse la vida con tal de llegar a la España continental europea, por qué el hacinamiento y qué hay bajo las protestas de los vecinos de los barrios en los que ahora se instalan de mala manera a refugiados y migrantes.
La burguesía y los políticos españoles están preocupados, son solidarios con el florista, el tendero, el hostelero, la pequeña pensión y hasta el antro nocturno. ¡¡Que no cierren!! ¡¡Que no baje más el consumo!! Pero que nadie vaya a pensar tampoco que van a compartir el botín estatal, las subvenciones masivas o los grandes proyectos financiados con fondos europeos. Una cosa es ser solidario y otra perder volumen de ingresos. No, el gran capital es «solidario» con sus hermanos pequeños de la PYME a su modo: para su propio beneficio y poniendo las vidas de los trabajadores bajo el fuego.
El capitalismo moviliza cada vez más recursos para hacernos más pobres en términos relativos. Pero cuando la crisis devalúa el capital, nos empobrece en términos absolutos para recuperar ritmo. Y como en cada ciclo le cuesta cada vez más recuperarse, empalmamos precarización con empobrecimiento desde hace más de diez años sin recuperarnos jamás. Todos los planes de recuperación del capital son planes de empeoramiento de la situación global de los trabajadores.
El problema para el estado y la burguesía española es reinventar el PP, su discurso y su entorno, no Vox. Su debilidad es que el PP es un mamotreto de relaciones entre cacicazgos locales, estado, grandes empresas y redes clientelares aun más difícil de rehacer y reinventar que el PSOE. Por eso la crisis de la derecha apunta a largo.
La pandemia crece de nuevo en España. Pero los gobiernos no quieren que la temamos, ni siquiera que la veamos. Solo que pensemos en lo que pretenden que signifique para nosotros la crisis, su crisis. El capitalismo ya no libera a la Humanidad de viejos miedos a la Naturaleza. Ahora compite por crear aun más miedo a sus reflejos empobrecedores, a su capacidad destructiva.
La derecha en Madrid ha demostrado su cinismo más criminal. Pero junto a ella, y no con menor cinismo, la izquierda ha sido la primera en tomar partido por las necesidades de rentabilidad de las inversiones frente a las necesidades universales de los trabajadores, la primera de ellas, no contagiarse ni contagiar.
Tenemos una epidemia al alza y una crisis acelerada. Se apunta a que el paro llegará a un 23%. ¿Verán en la situación de los trabajadores una necesidad humana a satisfacer o verán en ella las fuerzas de la escasez preparando el camino para que «libremente» aceptemos las «reformas» que llevan años intentando imponer?
El gobierno comunicó ayer 156 muertes por covid en las últimas 24 horas. La atención primaria está ya desbordada. Este otoño será fundamental que el descontento que empieza a aflorar en las huelgas educativas se haga innegable, se manifieste abiertamente y plantee el terreno firme de las necesidades humanas universales. Fundamental para parar la matanza en ascenso. Fundamental para encarar el empobrecimiento en masa de los trabajadores que exigen para revivir al capital nacional, sus empresas y sus finanzas.
La «noticia» del día en España es un evento organizado por el gobierno al que se espera que asistan las grandes espadas de la burguesía y el aparato político español. No tiene realmente nombre sino consigna: «España puede». Toda una confesión del ambiente que reina en la clase dirigente: impotencia. Y no es para menos.
Con los contagios en escalada y cada vez más camas ocupadas y pacientes en UCI, la situación se acerca ya a la de principios de marzo. La apertura de los colegios en septiembre amenaza con desencadenar una nueva etapa de transmisión comunitaria en masa. Y lo único que la burguesía y el estado españoles han dejado claro es una línea roja: «no más confinamientos, que perdemos dividendos y tributos». Solo un fuerte movimiento de huelgas puede forzar a unos y a otros a poner las vidas, nuestras vidas, por delante de sus ganancias.
El capital español cierra el curso político con la espada de la mentira en alto. Quiere difuminar la realidad de la epidemia, del paro, de la situación de sus propias empresas, de lo que significan los fondos europeos y sobre todo su plan de «salida». Al menos hasta septiembre, cuando las mentiras de hoy se convertirán en guillotina sobre nuestras condiciones de vida y necesidades más básicas.
Hoy se ha publicado el argumentario con el que la ministra de Economía española, Nadia Calviño, busca convencer a grandes fondos de capital de que inviertan en deuda del estado. Es decir, les explica por qué apostar por el resultado global del capital nacional es una buena inversión. El conjunto permite entender bien la continuidad de la «hoja de ruta» de la burguesía española y lo que considera sus «logros». Logros que, por supuesto, el gobierno de PSOE-IU-Podemos, hace suyos y pretende llevar «más allá».
Ayer una historiadora publicaba en su cuenta de twitter: «¿Cómo se puede recomendar a alguien que dedique media vida a investigar si con 31 años cobro 800€ y he vuelto a vivir con mi familia?». El mensaje ganó rápidamente miles de adhesiones porque daba palabras a un ánimo que abunda por las universidades. Otra generación de estudiantes defraudada. ¿Pero qué denuncia exactamente? ¿Hacia dónde apunta esa denuncia? ¿Mira hacia delante o hacia atrás?
El capital español será uno de los más castigados del mundo en 2020. Las «soluciones» que aportan los gestores del capital y los sindicatos no pueden producir ninguna esperanza.
El sanchismo necesita de la reforma laboral de Rajoy para hacer su alquimia y que, por ejemplo, cada subida del SMI reduzca la masa salarial total percibida por los trabajadores. Y si la deroga será para volver a enunciarla acto seguido con otro nombre… e igual sustancia.
Junto con la recesión se abre un periodo de ataques directos a nuestras condiciones de trabajo, de jubilación y de vida en general. Salarios, pensiones y condiciones laborales van a estar en primera línea de fuego. Es más importante que nunca no caer en las trampas que pretenden que nos solidaricemos con los dividendos a costa de nuestras necesidades vitales, sea en nombre de la «reconstrucción», la «justicia social» o el «cambio climático».
La pequeña burguesía se está radicalizando. Las primeras secciones de ella que lo hacen expresan los intereses de sus pequeños capitales cargando contra la necesidad más básica de todas: la salud pública en mitad de una pandemia. A la pequeña burguesía industrial, comercial, financiera y agraria, seguirán más que probablemente otros sectores de la misma clase -academia, burocracias regionales, cuadros corporativos- con aun mayores exuberancias ideológicas… pero no mejores intenciones para con los trabajadores.
Que el incremento de nuevos casos sea más bajo, no quiere decir ni que haya menos casos nuevos que cuando se inició el confinamiento ni que España esté en un nivel comparable de nuevos contagios al que ha servido de señal para la desescalada en otros países. De hecho comparando con el 14 de marzo hubo más hoy y el número de nuevos enfermos es sensiblemente mayor que en Italia, Francia y Alemania, que tienen una población mayor. Y que sea posible «desescalar» sin que exista un desbordamiento del sistema sanitario, no es lo mismo que decir que el desconfinamiento no vaya a producir más contagios y muertes, ni que sea recomendable desde un punto de vista sanitario.
El gobierno ofrece unos «nuevos pactos de la Moncloa» porque la recesión que viene es, según aseguran, un «desafío igual de importante que en 1977». ¿Se trata de otra metáfora mal traída o antecede algo real? Un vistazo a la recesión en marcha y su comparación con la situación de 1977 puede darnos algunas pistas.
La masacre de las residencias es una expresión clarísima de cómo los objetivos e incentivos de la acumulación se oponen a las necesidades humanas más básicas. El resultado es de una incompetencia sangrante desde el punto de vista de algo tan básico como la protección de vidas humanas, pero en realidad ha sido «ejemplar» desde el punto de vista de la colocación de capitales y su rentabilización. El covid ha campado y arrasado en ellas precisamente porque eran eficientes a los fines para los que se habían creado.
Sánchez anuncia un plan de 200.000 millones de euros. Pero el gobierno asegura que el conjunto de medidas le costarán solo 5.000 millones el primer mes y otros tantos el segundo. ¿Cómo puede ser éso? ¿Cuánto dinero piensan gastar de verdad, en quién y qué corresponderá a los trabajadores?
Demasiado tarde y demasiado poco, es la fórmula para que esta epidemia acabe diezmando a los trabajadores y sus familias. Tenemos que parar toda la producción no esencial para que el confinamiento sirva para algo. Y tenemos que parar los despidos disfrazados de «medidas de urgencia».
Imperialismo en caída hacia las terceras y cuartas filas de un juego global cada vez más violento, el capital español está en una posición crecientemente incómoda entre sus pares, buscando el paraguas de una potencia mayor y sufriendo cada vez más fracturas y luchas internas.
Los resultados electorales muestran un resurgir de la revuelta de la pequeña burguesía que nos trajo hasta aquí. Buena parte de los asesores de la burguesía española piden ya una «gran coalición» para retomar cuanto antes su hoja de ruta aun a costa de acercar aun más el colapso definitivo de su aparato político..
Debate electoral tras debate electoral ha quedado claro que ningún candidato quiere acabar con la precariedad, sino, como mucho, engañar la estadística. Los más lanzados haciendo precarios de facto a todos los contratos indefinidos. Lo mismo pasa con la derogación de la reforma laboral de Rajoy. Hasta los que aun declaran que debería hacerse, no lo ponen de «línea roja».
En realidad, todo apunta a que la sentencia del juicio que se ha hecho pública hoy no es más que un nuevo cierre en falso. Aun si el independentismo «pincha» de nuevo en su llamado a la movilización, aunque su exhumación no lo resucite inmediatamente, sería pensamiento mágico pensar lo contrario. Las bases que lo impulsaron hasta convertirse en un peligro existencial para el estado, no solo siguen ahí, sino que no pueden sino agravarse.
Hace unas semanas todo parecía apuntar a la descomposición social del independentismo y la aceptación tácita de que la Generalitat como «autonomía fallida». Y sin embargo, en días, si no en horas, la marea está volviendo a cambiar y la maquinaria nacionalista parece tomar nuevo brío. ¿Vamos hacia otra declaración de independencia y la reaparición de la crisis catalana a un nuevo nivel?
Volvemos de unas vacaciones precarizadas para enfrentarnos a un capitalismo en zozobra. La alta burguesía corporativa ha dado orden de vender sus activos en bolsa. Como en vísperas de todos los grandes cracks bursátiles. Si miramos para Alemania están esperando que su propio crack comience por Kommerzbank. ¿Y en España?
La vivienda, el alquiler, es un punto más donde el capital puede realizar su exacción económicamente, poner la responsabilidad al mercado -que es el mero traductor de sus intereses- y echar mano del estado para asegurar las condiciones de una explotación ampliada.
Conforme se sube el salario mínimo, los salarios se concentran en tres niveles: los trabajadores que tienden a homogeneizarse en torno al salario mínimo, la pequeña burguesía corporativa (mandos intermedios) que aumentan en mucho sus salarios y la gran burguesía que cobra una parte de las rentas del capital -aunque ni siquiera tenga acciones- bajo la forma de salario.
Si Sánchez escucha los pedidos de las empresas de ciclologística hasta el punto de incluir el tema en su discurso de investidura y darlo de ejemplo de la necesidad de reformar el Estatuto del Trabajador es porque la tendencia al cronometraje, el destajo y la ultraprecarización no se limita a los riders. Por eso a los riders les toca luchar y hacerlo con asambleas abiertas… porque los demás, si no queremos acabar como ellos, debemos unirnos a la lucha.
¿Dónde quedaron las urgencias por ir a votar y «frenar el peligro de Vox»? El peligro de Vox se ha transformado en la realidad de la socialdemocracia, una versión más inteligente del mismo programa: Sánchez, es decir, más precarización, menos salarios totales y puertas bien abiertas a la privatización de las pensiones a través de las «mochilas». ¿Dónde quedó Unidas Podemos como «guardián» de la palabra del PSOE? En un arrastrarse -eso sí, a cara de perro- para conseguir puestos ministeriales; casi todos ellos ligados, curiosamente, a la posibilidad de crear redes de «jefecillos» y «técnicos»: de «igualdad», de «impacto ecológico», en la universidad de la que vienen, etc…
Tras la «renuncia» de Pablo Iglesias -un nombre nada inocente en una negociación de vicepresidencias cuando tiene un jefe de gabinete peronista– PSOE y Podemos negocian ya ministros. Es muy posible que Pedro Sánchez sea investido en la próxima semana y que se forme un gobierno PSOE-Podemos este mismo verano. ¿Sorpresa?
Los trabajadores no tenemos nada que ganar con nuevas elecciones, pero tampoco con ninguna investidura exitosa que pudiera salir del Parlamento. El objetivo del próximo gobierno, no puede ser otro que seguir concentrando los salarios a la baja, vestir de indefinidos contratos aun más precarios, reducir los gastos «sociales» básicos (salud, educación, servicios urbanos) y comenzar la privatización de las pensiones. Ese es el interés nacional, es decir, el de un capital nacional que siente ya el oleaje de las guerras comerciales y el distanciamiento de sus aliados imperialistas históricos.
En un mundo al que el capitalismo no ofrece futuro alguno, los barrios de clase trabajadora se ven empujados a una espiral de pauperización, violencia y decadencia. No van a ser unos ayuntamientos con alcaldes elegidos por compadreo y toma-y-daca, los que cambien nada. Plantar cara a lo que precariza, envenena y destruye nuestros barrios exige entender qué los está destruyendo y cómo organizarnos en ellos.
Hoy la Universidad es la expresión de un capitalismo incapaz de ofrecer verdadero desarrollo, un contenedor de trabajadores jóvenes sin destino, un momento en el proceso general de precarización. Y sobre todo, a falta de destinos y «empleabilidad», un centro de adoctrinamiento que enseña a buscar «brechas» e invisibilizar abismos.
El gobierno Sánchez no pierde un minuto, pone al día a Bruselas y comienza a reunirse con el empresariado para alinear posiciones de cara a una gran campaña por «la mochila austriaca». ¿Qué es? ¿Adónde lleva en términos inmediatos? ¿Libre despido y precarización total o más seguridad para los trabajadores?
Aun si realmente se tratara de una elección y no de unas maniobras masivas de movilización de opinión a una ceremonia de comunión masiva en el estado, de una eucaristía con urnas, no se elegiría otra cosa que el envoltorio de una nueva ofensiva contra los trabajadores para salvar la rentabilidad del capital. La verdadera decisión no está en las elecciones y sus falsas opciones, sino si nos ponemos en marcha para plantar cara a las necesidades antihumanas del capital o no.
Acaba la primera fase de la que se apunta ya como la campaña electoral más larga desde 1979: desde el 15 de febrero al 26 de mayo. Un esfuerzo de movilización de masas… que, al parecer, no acaba de darles fruto. «El País» daba la alarma ayer: los «aliados europeos» temen que la burguesía española quede, una vez más estancada tras estas elecciones. Pero, ¿es verdad o solo un reclamo más a la movilización electoral? ¿Teme tanto la burguesía española no salir del estancamiento? Y lo que es más importante ¿estancamiento para hacer qué?
El capital español inicia una nueva estrategia oliendo los efectos del Brexit y un potencial ataque de la crisis: redoblar la exportación de capitales a Iberoamérica, adoptar una posición activamente defensiva frente a Europa, invertir en mejoras de productividad a través de la robotización de los servicios y tomar el feminismo como bandera. Leído de otro modo: conflictos y roces imperialistas crecientes, despidos y una ofensiva ideológica intensificada. Las cosas que se descubren en el «Investor’s day»…
Madrid realiza un programa piloto de reducción de horas de asistencia en consulta de atención primaria. Sólo el 51% de la población de Madrid consigue cita en atención primaria en las primeras 48 horas tras la petición, y existen demoras de hasta diez días. El piloto madrileño no solo hará más difícil los horarios, reduciría en un 25% la asistencia
El «planazo» independentista para los trabajadores es que pongamos el cuerpo para que la pequeña burguesía pueda disfrutar de un estado en propiedad con el que explotarnos. Emocionante. El plan pasa por crear una situación lo suficientemente violenta que el estado reprima con violencia suficiente para que un padrino imperialista tenga la oportunidad de actuar o forzar, al menos, una «mediación». Nos convocan en realidad a un cierre patronal, a encuadrarnos bajo banderas nacionales para ejercitarnos en poner el cuerpo para proclamar un estado que promete… explotarnos aun más.
La burguesía española se encontró en las andaluzas con un milagro: gracias al sistema proporcional, si la derecha se dividía en tres partidos y los tres pasaban cierto umbral, podían hacer gobierno sin necesitar del independentismo. Pero para que «salga bien» Vox necesita pasar cierto umbral. Se trata de crear a toda costa la imagen de que Vox compite con la izquierda, que Abascal está en el lugar que querría ocupar Anguita. Por eso feministas e izquierda reverdecen ahora la vieja trampa antifascista.
El fracaso de Sánchez es el de la burguesía española. Con una recesión en ciernes y la parálisis política en camino de gangrena, ha esbozado la renovación de las formas socialdemócratas de cargar la asfixia del capital sobre los trabajadores. Sánchez se postuló hoy para capitanear la tarea pendiente de la burguesía española en caso de que el tripartito consiga mayoría absoluta: «reinventar la izquierda», opar a podemos y dar algo de credibilidad a lo que salga.
El gobierno Sánchez parece llegar a su ocaso. Vienen elecciones. Pero ni derecha ni izquierda van a solucionar la crisis y las frustraciones sociales crecientes, al contrario, las exacerbarán. Como en el resto del mundo, el problema es el capital y su dirección de la sociedad, eso que llamamos nación.
Sánchez se pone en valor comenzando la privatización a la chilena del sistema de pensiones y demostrando que sabe cómo seguir aumentando la participación del capital en la renta a costa del trabajo sin conflictividad. Su «manual» es sospechosamente parecido al de Salvini: retórica socializante, debates en falso y, al final, salarios más bajos, contratos más precarios y pensiones en el pasillo de la muerte.
Sánchez anuncia que hará obligatoria la contribución a fondos de pensiones privados en algunos sectores. Es el primer paso en firme a la privatización de la Seguridad Social. El gobierno usa el término «mochila austriaca» para ocultar que el modelo que plantea es el mismo que impuso Pinochet durante la dictadura y que ha significado un gran negocio para los bancos, pero pobreza para los jubilados.
PP y Vox llegaron finalmente a un acuerdo en Andalucia. La prensa en toda Europa ha dado la noticia como un triunfo de la extrema derecha y el PSOE agitaba el fantasma de un acuerdo secreto entre los partidos derechistas. ¿Qué hay debajo? ¿Estamos ante un ascenso histórico de la ultraderecha al estilo de la Italia de Salvini?
Los últimos meses han convertido las divisiones de la burguesía española en fracturas dentro del estado y sus aparatos. El peor resultado posible de la presidencia Sánchez. Y sin embargo, parece emerger un consenso sobre la primera fase de la hoja de ruta de la burguesía española: la forma que tomará el aparato político y el juego de partidos a partir de ahora.
El activismo independentista está en una de sus escaladas. Trata de mantener a las bases nacionalistas movilizadas hasta el juicio a los políticos presos. Pero sobre todo recuperar espacio en la agenda mediática internacional. De ahí la visita de Torra al presidente de Eslovenia, uno de los pocos países europeos donde la declaración unilateral de independencia fake encontró apoyos partidarios relevantes. E inmediatamente después: la presentación del fantasmal «Consell per la República» en Bruselas que ha abierto la caja de Pandora.
Intentar mantener el aparato político tal cual tiene cada vez más coste para la burguesía española, multiplicando las expresiones centrífugas de la pequeña burguesía en todo el territorio. Estamos ante las primeras señales de colapso del aparato político de la burguesía española. Lo que está muy lejos de significar un colapso de su dominio. La pequeña burguesía es un palo en la rueda, no su antagonista.
Las elecciones andaluzas marcan el paso de la crisis al colapso del aparato político de la burguesía española. Pero no será ningún consuelo. Nada real cambiará si no rechazamos tomar parte en las batallas internas de los que quieren perpetuar el sistema. Nada real cambiará si no luchamos por nosotros mismos por nuestros propios objetivos.
La burguesía española no dice la verdad ni cuando deja de mentir. La «apertura a China» no es una promesa de prosperidad. Cada apertura de juego del capital nacional implica necesaria y simultáneamente un ataque directo a las condiciones de vida de los trabajadores y un incremento de las tensiones imperialistas, cada vez con más repercusiones militares.
Hemos pasado de una batalla entre jueces que se proyectaba en un aparato político roto, a una fragmentación general que enfrenta, entre otros muchos ejes de ruptura al aparato político y al judicial, pero que también divide a los propios partidos, emergiendo como un verdadero autosabotaje. Adelantar elecciones en mayo es un intento desesperado por frenar la fragmentación del estado en una guerra de taifas generalizada que cruza ya partidos, instituciones y aparatos.
Los márgenes políticos reflejan con una propensión creciente a la violencia, la deriva enloquecida de la pequeña burguesía y las fracturas de la burguesía española. Un rebrote del terrorismo no sería de extrañar. El aumento de «lobos solitarios», acosadores, locos y toda esa parada de monstruos «solitarios» es un síntoma de un todo que construye a sus partes a su imagen y semejanza. Y es cada vez más peligroso.
Que la burguesía española siga «reconciliándose» décadas después no es nuestro asunto. Bien conciliados están cada vez que el capital nacional necesita atacar nuestras condiciones de vida, bien que toma cada cual su papel para hacerlo tragable y para reprimir si llega el caso. El «Valle de los Caídos», con su brutalidad esculpida en piedra y con los cadáveres fundidos en el mortero, es el símbolo de toda la burguesía española, sea con curas y basílicas o con historiadores y centros de interpretación. Es el símbolo de toda una clase que no tiene reforma o reinterpretación posible. Solo cabe demoler.
El Parlamento catalán y el Ayuntamiento de Barcelona han aprobado declaraciones a favor de la «abolición de la monarquía», el gobierno las ha impugnado. ¿Hay una IIIª República a la vista? ¿Qué significaría esa bandera para los trabajadores?
El grado de conflicto entre las facciones de la burguesía española se ha multiplicado. La crisis del aparato político de la burguesía española se está desarrollando hasta amenazar con convertirse en crisis del conjunto del estado.
Si Sánchez entiende que no tiene otra opción y que tiene suficientes fuerzas para afrontarla, nos esperan meses de impúdico compadreo y chalaneo nacionalista alrededor de un nuevo estatuto de autonomía.
Un año después del referendum no es la policía nacional bajo órdenes de Saenz de Santamaría, sino los «mossos d’esquadra» bajo órdenes de Torra los que cargan contra los independentistas. Mientras, la burguesía española se ve cada vez más tentada de romper la baraja y disciplinar a las pequeñas burguesías nacionalistas por el camino rápido que propone «Ciudadanos».
Colau aprueba en el Ayuntamiento de Barcelona que el 30% de la vivienda de nueva construcción tenga obligatoriamente «precios asequibles». Según la alcaldesa «decimos al sector privado que no puede enriquecerse sin límites». Pero ¿es cierto? ¿puede hacerse? ¿llevará a algún lado?
La batalla de los taxistas contra la reorganización del sector por el gran capital está convirtiéndose en un verdadero manual de cómo funciona el capitalismo de estado y que papel reserva para los trabajadores. Como cuando la guerra se da entre capitales nacionales y estados a bloque solo cabe afirmar una cosa: el enemigo no es el trabajador del otro lado de la barricada, el enemigo está en el propio país… y en la propia empresa.
Sánchez acelera para seguir en la carrera a costa de erosionar su propia posición equilibrista cada vez más rápidamente. La renovación del aparato político de la burguesía española corre contrarreloj con cada vez menos opciones.
Anguita y Monereo anuncian un «Vox de izquierda» para octubre mientras Iglesias se sitúa cada vez más abiertamente como muleta de Sánchez e intenta contener la tendencia de los suyos en Madrid, Cataluña, Galicia y Andalucía a cantolizarse. ¿Empieza la descomposición de la izquierda? ¿Dan por cerrada la fase identitaria posmoderna? ¿Qué hay tras la batalla entre «culturalistas» y «obreristas»? Entre ellos y con la derecha hay sin embargo un consenso fundamental: las necesidades humanas deben «esperar» a la rentabilidad del capital… y pueden esperar sentadas.
La sucesión de escándalos sobre los «masters» se ha convertido en una amenaza directa a la presidencia de Sánchez ¿Acabado el verano vuelve la crisis política? ¿Habrá elecciones anticipadas? ¿Una purga general del aparato político?
¿Por qué los «másters» producen tanta mortandad política en España? ¿Qué se oculta tras la sucesión de escándalos en el PP y el PSOE? ¿Qué hace diferentes a estos escándalos del resto de los escándalos de corrupción?
Cien días después de la elección de Pedro Sánchez por el Parlamento, los problemas de la burguesía española siguen ahí. Pero también sigue ahí su decisión de salvar la crisis y su previsible recrudecimiento a nuestra costa.
Todo el «debate» sobre Navantia y los contratos saudíes ha sido una escenificación perversa en la que nos decían que «los trabajadores» estaban interesados en vender armas a uno de los imperialismos contendientes en Yemen y aceptaban de partida que sus necesidades debían supeditarse a la «carga de trabajo» de la empresa.
Entendiendo a Sánchez en el contraste con los últimos 40 años de imperialismo español en América, cuando ya es claro que los sueños imperialistas en español, llámense «Patria Grande» o «Iberoamérica», no tienen «una segunda oportunidad sobre la tierra».
Ultimamente los taxistas, es decir, los propietarios de licencias de taxi, aparecen como una parte especialmente combativa de la pequeña burguesía. En la medida en que se enfrentan a gigantes globales como «Uber», asociados a la precarización de sus trabajadores, suscitan apoyos sociales crecientes y diversos. Pero ¿Qué son? ¿Cuál es su proyecto? ¿Por qué se movilizan? ¿Deberíamos apoyarles?
El PP se «renueva» girando a la derecha para reforzar una eventual una coalición con Ciudadanos. Para la burguesía española todos estos movimientos son parte de una acumulación de fuerzas que requiere para hacer frente a la recesión inminente del único modo que sabe: empobreciéndonos aun más.
La «nueva izquierda» pretende hacer de su propia impotencia virtud, vendiendo ilusiones electorales inconducentes desde la cómoda poltrona de oposición interna de los bloques de gobierno. «Villa Podemos» no fue un desliz sino un ensayo escénico.
La única independencia por la que merece la pena luchar hoy en todo el mundo es la independencia política de los trabajadores frente al encuadramiento nacional que prepara nuevos ataques a nuestras condiciones… y abre la perspectiva de una guerra.
Sánchez se presenta de cara a la cumbre europea de mañana, según la prensa alemana como «merkenario» (juego de palabras en alemán entre «amigo de Merkel» y «mercenario»). Fronteras a dentro, nos venden un supuestamente «progresista» consenso sobre su ley de eutanasia y la promesa de un sistema ampliado de permisos de paternidad, mientras nos quedamos horrorizados por la exaltación mediática de «la nueva manada».
La polarización a la que se ha intentado someter a la sociedad catalana ha sido extrema. Amplias capas del proletariado se han visto machadadas por mensajes patrioteros de ambos nacionalismos… que al final se han demostrado impotentes. Pero tampoco hemos salido indemnes y si ahora o en el futuro nos colocamos bajo banderas nacionales pagaremos con miseria y acabaremos siendo carne de cañón para la guerra.
Sánchez abre un camino nuevo… para llegar al mismo sitio: el ataque frontal a las condiciones laborales y las pensiones que la burguesía española reclama antes de que el nuevo empellón de la crisis, acelerado por una guerra comercial que se agrava por días, vuelva a poner sus rentabilidad en números rojos.
¿La moción de censura de Sánchez es un «gol robado» o un cambio de estrategia de la burguesía española? En realidad Sánchez está jugando a ser un pequeño Bonaparte, aprovechando oportunidades rocambolescas, haciendo equilibrios entre fuerzas antagónicas y usando el poder para generar una ilusión reformista atada a su propia persona.
El nacionalismo español no cuaja ni con Rivera envuelto en la bandera rojigualda, ni con iu desempolvando la tricolor ni con Torra diciendo barbaridades supremacistas… y eso es una noticia esperanzadora. El primer paso hacia la «vuelta» consciente de la clase trabajadora al escenario histórico, lo único que puede parar la generalización de la guerra, es el rechazo a toda alianza con el capital nacional.
La gran mayoría de las mujeres desearían tener hijos entre los 26 y los 31 años, pero el 70% no ha podido tener ninguno a los 35. Los que dan el paso dependen cada vez más de unos abuelos que hacen lo que pueden para sustituir unos servicios públicos solo al alcance del 20% de las familias. A día de hoy, lo mejor que puedes hacer por defender a tu familia o incluso por defender tu deseo de poder tener y criar hijos, es enfrentar a un sistema que los está convirtiendo en una mercancía de lujo.
La situación en el Campo de Gibraltar es significativa del momento de la burguesía y el estado en España. La descomposición social, alimentada por la crisis amenazaba ya con el colapso del estado en una frontera cada vez más caliente. El vector de la aceleración ha sido el crecimiento explosivo del narco, crecimiento que está de una manera u otra ligado a la batalla imperialista por el futuro de la Roca. La parálisis del aparato político, su incapacidad para enfrentar la situación, ha tensado lo indecible las relaciones entre el gobierno y estado en un nuevo frente. Y si en Cataluña han sido los jueces del Tribunal Supremo, en Algeciras han sido los cuerpos de seguridad del estado los que han ensayado la respuesta política que Moncloa no daba, paralizada en la batalla del frente del Brexit y temerosa de la injerencia británica ya insinuada en Cataluña.
La crisis catalana, elemento central de la crisis de la burguesía española, se juega a partir de ahora en una contrarreloj. El nuevo repunte de la crisis económica y los «sustos» de la guerra comercial pueden dar al traste con las expectativas de reforma del aparato político y recentralización del estado, que necesitan para atacar de forma directa y clara pensiones, condiciones de vida y el marco legal del trabajo.
Cambiando los jueces e incluso cambiando las leyes, el estado no va a dejar de juzgar de manera cruel, injusta y discriminatoria. La cuestión no es solo que prime a los violadores sobre sus víctimas. La cuestión es que para lo que está es para defender a víctimas que en ningún caso seremos nosotros, seamos mujeres u hombres, nos violen o esclavicen, mientras no representemos al propio estado o al capital nacional que articula.
La burguesía española ha iniciado la renovación de su aparato político ante una situación catalana que ha comenzado a pudrirse y descomponer tanto al partido de gobierno como al independentismo. Tras la aprobación de los presupuestos se abre una fase de «implosión controlada» del PP y redefinición de bloques en Cataluña que ha de acabar con «Ciudadanos» como partido de gobierno y una izquierda «reinventada».
¿Qué racionalidad hay en endurecer una legislación que coloca a los trabajadores en una posición de debilidad que les condena la explotación extrema y al mismo tiempo reprimir a los patrones «que se pasan»? La función de la legislación laboral -y del día a día sindical- es asegurar que no hay sectores de la burguesía que, aprovechándose de la debilidad de un grupo concreto de trabajadores, compiten con ventaja desequilibrando el sistema.
Las necesidades de la burguesía española pasan por una reconfiguración de la estructura territorial del estado, por eso no le basta con remozar la «derecha de gobierno. La apuesta por renovar su aparato político no va a parar en «Ciudadanos», van a «reinventar la izquierda» y vendérnosla, una vez más, como «el cambio» para que todo avance… a peor para el trabajo.
Que el ayuntamiento de Madrid se presente como garante de la «ciclologística» y dedique recursos a su análisis e implementación es un descaro más de una burguesía de estado, en este caso madrileña, «progre» y podemita, que no siente el menor respeto por nuestra fuerza de trabajo, arrojándonos una vez más a la precariedad, el atraso y la miseria.
La burguesía española está por el desguace de su viejo aparato político. No cree poder confiar a Rajoy una situación que se está pudriendo. Ante el vacío, el núcleo judicial del estado reprime para crear en falso «normalidad institucional». El desarrollo autoritario en la interpretación judicial de las leyes, nos constriñe y pone en peligro a todos, pero no por eso debemos tomar partido por ninguna facción. Nuestro futuro pasa por nuestras propias luchas.
La burguesía española parece entender que la forma de salir de su estancamiento político no pasa ya por Rajoy. Han descubierto que ni siquiera pueden esperar a que la reacción del núcleo judicial del estado, el «llarenazo», permita un fin pronto a una crisis catalana que les debilita y pone en riesgo creciente el control de las grandes empresas del IBEX. Comparado con eso, un gobierno Rivera es un riesgo menor. Viene una auténtica «operación Rivera».
Cuando Rajoy venga a despertar, el estancamiento seguirá ahí. Eso es lo desesperante para la burguesía española y el peligro del que son cada vez más conscientes sus aliados internacionales. Lo que viene no es una «solución negociada» sino la negociación de una solución entre el maltrecho aparato político de la burguesía española y el aparato judicial del estado.
La turistificación cumplió ya su función para el capital, ahora el estado le dará «su lugar» a medida de comerciantes y pequeños especuladores, pero nuestros salarios seguirán sin llegar para pagar el alquiler de una casa decente.
La famosa «internacionalización» de la cuestión catalana es el independentismo ofreciéndose como corsario de cualquier imperialismo deseoso de poner un palo en la rueda del eje franco-alemán. Paradójicamente, la burguesía española ve una oportunidad perversa en la situación: acelerar la renovación de su aparato político y vender nacionalismo al victimismo de la pequeña burguesía
Tanto PP como el bloque independentista, principales víctimas del auto del Supremo, han adolecido de la misma confianza legalista y subestimado dramáticamente la capacidad de autodefensa del estado y sus automatismos. El tiempo corre en contra de la burguesía española y el estado no podía esperar más. La reacción apuntala la recentralización, acelera el desarrollo autoritario, impulsa la «renovación» del aparato político y deja al PP de Rajoy en la picota.
El «milagro industrial» en las regiones rurales no coincide por casualidad con las bolsas de precariedad y sobre-explotación más sangrantes. El capital que lo alimenta es el producto de condiciones de vida infames de los jornaleros sin papeles. La esclavitud de estos jornaleros no es un problema «particular», una «situación», es un indicador de lo que el capital impulsa para todos los trabajadores. «El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza»… y así es en cada lugar donde se desarrolla.
Lavapiés es el corazón de «la izquierda» madrileña y expresa bien lo que ésta significa para los trabajadores: invisibilización de la explotación, hipocresía rabiosa respecto a la opresión, entrega de los trabajadores a mafias y bandas, precariedad sin límites y la promesa de movilizaciones destinadas a culpabilizar y dividir a la clase.
La burguesía española está estancada. Su agenda no avanza ni en Cataluña ni en ningún lado. Nada teme más en este momento que la aparición de luchas de trabajadores con posibilidad de extenderse. Saben que el descontento es grande y se sienten débiles mientras no alineen a la pequeña burguesía y remocen su aparato político, dos cosas que están íntimamente relacionadas. Es un momento de oportunidad. Aprovecharlo significa en primer lugar romper con la trampa de las banderas nacionales y levantar reivindicaciones que representen los intereses del conjunto de la clase.
La burguesía de estado española, incluyendo sus ramas catalanas -La Caixa, Sabadell, etc.- se pone al mando para «poner en su sitio» a la pequeña burguesía díscola.
El terrorismo es una peste que el marxismo repudió desde sus orígenes. Que Pablo Hásel se defina orgulloso como «comunista», mientras defiende como «ejemplos de resistencia» a terroristas solo sirve para generar confusión y criminalizar el comunismo.
Las batallas internas en la burguesía y la pequeña burguesía se van a multiplicar. Esa clase social de verdaderos «troles», nos intentará vender sus batallas por contratos y prevendas como nobles causas. No podemos dejarnos engañar.
El desarrollo del pandillerismo y la violencia, la soledad asesina de ancianos, la desesperación y la enfermedad mental no son «hechos aislados», son parte de la cruel cotidianidad del capitalismo actual para los trabajadores. Las cicatrices de una sociedad estancada se ven en los barrios. Son las costuras de una sociedad que se descompone y que no va a recomponerse a base de martillazos policiales.
El capital español quiere entrar en la «gran fusión» franco-alemana que viene. A este lado de la frontera de clases significará, para empezar, unos cuantos miles de despidos y prejubilaciones. Y en el gran marco del imperialismo, nuevas cargas sobre los trabajadores para soportar una «construcción europea» que pasa por el desarrollo del militarismo y lo que trae tras de sí. El incremento de gastos de defensa en un 80%, es solo el primer plato de una larga lista de «sacrificios» que pretenden imponernos. Bajo la niebla de mil Tabarnias y Europas imaginarias, no hay otra cosa que el gris y miserable futuro de una fusión de capitales condenada inevitablemente a destruir las condiciones de vida del trabajo y aumentar la tensión bélica.
La burguesía española nos invita, medio en broma medio en serio, a colocarnos bajo la bandera de una ocurrencia publicitaria para insinuar su propia «guerra de independencia». Es un rasgo de debilidad. Significa que no puede ni llamarnos por nuestro nombre ni espera que tomemos fácilmente su bandera. «Es solo un chiste», nos dice entre las risas pregrabadas de una mala comedia de situación. La verdad es que el chiste no tiene ninguna gracia.
Elliot escribió que el mundo no termina con una explosión, sino con un gemido. Hasta cierto punto es verdad. Con un gemido termina la época en la que la burguesía sabía ocultar su incapacidad para seguir dirigiendo esta sociedad. Hoy gime. Gimen los miserables burgueses españoles. Gime la burguesía en todo el mundo. Ante Trump, ante el Brexit, ante el cambio climático. Gimen al ver su naturaleza monstruosa en el espejo de sus productos. Con un gemido confiesan la mentira. Acabó su tiempo pero no acaba su mundo todavía. Es hora de que la explosión del trabajo de paso a un mundo nuevo.
El modelo laboral español se basa en salarios cada vez más bajos con porcentajes absurdos de temporalidad y contratación a tiempo parcial. Por eso la Seguridad Social es deficitaria aunque tenga más cotizantes.
El mensaje del Rey ha cambiado la orientación general de una burguesía que se sentía derrotada. Ahora apuesta por quitarle autonomía a las pequeñas burguesías locales y duda sobre un recambio de partidos. Para enfrentar las fuerzas centrífugas de la pequeña burguesía, la burguesía de estado española va a tener que apelar de forma cada vez más directa a los trabajadores cuyas condiciones de vida quiere atacar
Ningún partido del Parlament va a defendernos del machaque, la precarización y la exclusión. No es cuestión de lenguas ni de patrias, es cuestión de clase. Para salir del día de la marmota en el que viven la burguesía española y la pequeña burguesía independentista catalana, tenemos que salir del redil de la nación, el «pueblo» y la «ciudadanía».
Nos dice el gobierno que «España vuelve a crecer, recupera empleos a pesar de que el paro seguirá siendo abrumador mucho tiempo y atrae inversiones». Pero en realidad lo que dicen las cifras es que el consumo baja, el trabajo es cada vez más precario, que las «grandes esperanzas» industriales españolas se han ido al garete, que los bancos siguen todavía en la cuerda floja y que el capital que llega no pretende tener un uso productivo. El «milagro español» no es más que la combinación de una precarización galopante, el empobrecimiento de capas cada vez más amplias de la población y la venta a saldo de los trastos de una burguesía cuyo próximo objetivo es sacrificar las pensiones en el altar de un tejido financiero exhausto,
Puigdemont tira la piedra contra la UE y el euro… para luego esconder la mano. ¿Tiene opciones reales de usar el rechazo del euro para ganar fuerza política? Es difícil que el independentismo quiera meterse en una aventura tan arriesgada. Y si los trabajadores no teníamos nada que ganar en la batalla entre independentistas y unionistas, en los cantos de sirena para ponernos del lado del euro o contra él, tampoco.
¿Por qué los mismos medios que invisibilizan suicidios, accidentes laborales y crímenes imperialistas de todo tipo se desgarran por 44 mujeres asesinadas? Invisibilizar la matanza cotidiana y apuntar al «patriarcado» sirve para que el capitalismo salga de rositas sin que se cuestione su carácter criminal e inhumano.
Ha llegado el momento en el que la burguesía española necesita remozar la estructura del estado para dar un encaje a las pequeñas burguesías locales sin que pongan en cuestión su unidad. No va a resultarle fácil y es muy posible que oigamos crujir el andamiaje de su propia cohesión interna. Pero si caemos bajo las banderas de la «reforma democrática» o de las «identidades», sean cuales sean, estaremos perdidos.
La burguesía no cree ni por un instante que con twits y bots pueda cambiarse el estado de opinión al que tantos recursos destina y que tan bien sabe controlar. Pero manda una señal a sus propias filas y a los aspirantes a ser incluidos en ella: no van a aceptar alianzas que pongan en cuestión los grandes compromisos y alineamientos imperialistas.
Tan peligroso es para los trabajadores aceptar el encuadramiento de la burguesía que le llama a poner el cuerpo en sus batallas, como solidarizarse con una parte de ella cuando es derrotada por otra. Donde nos la jugamos no es en los juzgados, ni en la reforma de la organización territorial del estado.
Se aproxima una tremenda campaña patriótica, pero sobre todo «democrática». Si lo consiguen, ya sabemos que viene: la «unidad nacional democrática» nunca va acompañada de una subida de sueldo precisamente. En el mejor de los casos un nuevo «estatuto del trabajador» a la francesa que consagre la precariedad y una nueva vuelta de tuerca a la «ley mordaza», en el más probable si consiguen movilizar electoralmente a los trabajadores como en «los viejos tiempos» de los «pactos de la Moncloa», una reforma privatizadora y desmanteladora de la Seguridad Social que «compense» a los bancos su «compromiso» con el estado.
Una «independencia» que es en realidad, reconocimiento por la pequeña burguesía catalana independentista de su incapacidad para sostener un estado nacional propio. Una «intervención estatal» que finge no escuchar lo que le piden realmente: una nueva ración de rentas y privilegios. El resultado no es bonito. No puede serlo en una sociedad en la que las clases dirigentes y el sistema económico que les sostiene son el principal freno para el desarrollo.
Se ha hecho evidente para la burguesía española como un todo que el sistema federal de administración del estado, que infla a los caciques, entrona a las pequeñas burocracias locales y da alas a una pequeña burguesía tan pagada de sí misma como poco sensata, no le es ya útil para mantener la cohesión territorial ni la unidad de mercado.
La resistencia de los trabajadores al encuadramiento nacionalista está siendo lo mejor de estos días, en Cataluña y en el resto de España. De momento ha forzado al «paro país» del 3-O a mostrarse como lo que es: una huelga patronal organizada entre el estado y las patronales locales.
Perjeñada por la CUP e instada desde la Generalitat, su objetivo principal es mostrar a los trabajadores cerrando filas con el gobierno de la Generalitat en su enfrentamiento con el gobierno de España. Si lo consiguieran sería un «win win» para ambos bandos burgueses. Habrían dividido a la clase en dos.