
La crisis política que desde el principio dificultó la capacidad de maniobra de sus intereses imperialistas es una rémora cada vez más pesada para Alemania.
Lo único esperanzador en todas estas manifestaciones no son los carteles banales que, en Berlín pero en inglés, como si fuera un slogan publicitario de cualquier multi, oponen capitalismo y vida, sino que las fotos que nos llegan sean siempre de niños con sus papás en primeros planos, para encubrir la falta de seguimiento real.
Las tendencias imperialistas se desatan con más fuerza y potencial destructivo que todas las olas de calor. Y sin embargo, una de las más peligrosas se desarrolla aparentemente invisible para los medios, aunque no para los think tanks del estado, en el corazón mismo de Europa.
La industria alemana encara a Merkel y «exige» nacionalizaciones en sectores clave como la automoción. En el SPD el debate lleva abierto meses y la cantinela nacionalizadora parece que podría ser parte de la «renovación» que viene. Si Alemania, con su derecha al frente, empieza a dar forma a un plan general de nacionalizaciones, es que estamos ya entrando en una fase de verdadera economía de guerra… aunque sea, por el momento, guerra comercial.
La relación con EEUU es cada vez más tensa y la ruptura de una estrategia europea común con Francia no solo es un hecho sino que la burguesía francesa ha cambiado de eje y crece el consenso en su seno de que ni siquiera merece la pena reconstruirla.
La dimisión a plazos de Merkel ha sido un intento de salvar al SPD y al gobierno de la «Gran coalición» al mismo tiempo, ganando tiempo para madurar una renovación más amplia del aparato político alemán. La burguesía alemana necesita a Merkel para contener una situación que sabe puede írsele de las manos con más facilidad de la que parece. Saben que el futuro de Alemania y con él el de Europa está más abierto que nunca.
La burguesía europea ha interpretado el ascenso de los Verdes no solo como una salida para la crisis alemana sino como la base para una batalla conjunta para encauzar la rebelión continental de la pequeña burguesía. El cambio climático ofrece al imperialismo franco-alemán una bandera para enfrentar a EEUU y China. Nos vienen toneladas de hipócrita superioridad moral de un imperialismo europeo cada vez más agresivo y totalitario.
La mini-cumbre sobre migración convocada por Juncker y Macron en apoyo de Merkel ha evidenciado las debilidades del eje franco-alemán y abierto el camino hacia una arquitectura alternativa de un «bloque europeo» más beligerante en Africa y América Latina, más abierto a acuerdos con Rusia y estará irremediablemente en batalla discursiva y económica abierta contra EEUU.
Merkel traza un paralelismo entre los estértores de la feudalidad y los del capitalismo, avanzando que el periodo actual es el prólogo de una nueva guerra europea aun más arrasadora que las anteriores. La perspectiva de una guerra que se aproxima no es la visión siniestra de una canciller en el último tramo de su carrera política. Es la pauta que la crisis capitalista marca en cada país.
Las torpezas y el abierto imperialismo del lenguaje político de Bruselas y Berlín dinamitan la arquitectura del poder europeo. Pero no nos equivoquemos, el euro es frágil porque lo que originalmente era la resistencia de la pequeña burguesía, amenaza con romper en fracciones opuestas, cuando no con arrastrar, a cada vez más burguesías nacionales.
A estas alturas no podemos afirmar que Alemania vaya a articular primero al resto de Europa y luego a China y Rusia en un «bloque anti-americano». Solo que está abocada a intentar dar pasos en esa dirección y que no serán fáciles. Pero sobre todo, lo que sabemos es que ese camino estará sembrado de nuevos ataques a las condiciones de los trabajadores en todos los países involucrados y nuevas guerras «localizadas» que nos acercarán, aun más, a una guerra generalizada.