The Batman 2022
«The Batman» prolonga la galería de horrores grotescos de «Joker» llevando aún más lejos su simplismo moralmente aberrante. Sólo es recomendable si alguna vez te preguntaste hasta dónde podría llegar el individualismo reaccionario más pasado de rosca.
Trama y ambiente de «The Batman»
«The Batman» continúa la línea abierta por Joker. El escenario es el mismo: Gotham, microuniverso de una sociedad decadente y violenta. La historia también se cuenta a través de los ojos de un personaje marginal que pretende hacer justicia por su propia cuenta: Batman. Como Joker, no es un rebelde levantado contra la injusticia, sino un desequilibrado violento. La diferencia: pretende defender el orden establecido y cuenta con medios suficientes para equipar sus fantasías de poder y venganza.
Si en Joker el desconento social se retrata con algaradas de extras disfrazados de payasos, en «The Batman» la alteridad se describe directamente en un grupo terrorista que dice luchar contra «las mentiras de la política». Están, cómo no, liderados por un villano, un loco que desde las primeras escenas asesina a políticos y funcionarios.
Al evolucionar la trama, la corrupción política y la violencia policial se desvelan producto de la influencia de la mafia italiana. Finalmente Batman encarcela al villano, pero los coches bomba colocados por éste destruyen la presa, que inunda la ciudad causando un número de muertes no especificado. Sin embargo, en mitad del colapso, Batman impide que maten a la nueva alcaldesa.
¿Qué quiere contarnos «The Batman»?
El universo de Gotham es, como el de Joker, la expresión de la inanidad de la ideología estadounidense contemporánea. Revela su incomprensión y su impotencia, su decadencia y su moral antihumana.
No hay un solo detalle que no firmara una Ayn Rand pletórica y alucinada. Por ejemplo, el malvado tiene que desafiar a Batman a que descubra su identidad mediante acertijos. No es que Bruce Wayne sea un milennial con falta de motivación, es que en este universo individualista terminal nadie interviene en nada colectivo si no tiene una razón «personal» para hacerlo. Unos personajes -los más simplones- se mueven por dinero y otros -héroes y antihéroes- por algún tipo de venganza o resentimiento.
Lo colectivo es represivo y producto de que una voluntad superior lo remunera (la policía o la mafia) o toma por punto de partida la despersonalización sectaria máxima. Los «rebeldes» que en la otra película seguían a Joker y se disfrazaban de payasos, ahora se embozan en la máscara Acertijo. En ambos casos, el líder los utilizará y sacrificará para sus propios fines.
Coherentemente con ésto, si en Joker la revuelta es pura barbarie irracional y destructiva que el malvado instrumentaliza para afirmarse como contrapoder, aquí directamente la revuelta es el activismo matón de una secta.
El discurso reaccionario más burdo y más viejo encharca la trama: no hay revuelta verdadera posible, sólo descerebrados siguiendo a un líder que pasó al lado oscuro y se enajenó. Porque, por si no nos habíamos dado cuenta, el mundo Gotham se divide en líderes y seguidores, protagonistas que desarrollan una agenda personal y egocéntrica y extras descerebrados o a sueldo que les siguen.
Pero nos equivocaríamos si pensáramos que el guión lo escribió una Ayn Rand pasada por un retiro de ayauasca. No es la derecha americana hablando. Y nos lo quieren dejar claro con el final. Es más, tenemos que compartir profundamente la fe y los mitos del partido demócrata para entenderlo: la alcaldesa representa la esperanza de renovación simplemente porque es relativamente joven y negra, es decir, simbólicamente Biden.
Y esa es la clave para tratar de sacar algún sentido de «The Batman». Si Joker era un intento de digerir el trumpismo, «The Batman» transpira la frustración demócrata ante el primer año y pico de Biden. Pero ni siquiera eso es relevante.
Lo que «The Batman» nos revela es que la burguesía americana y sus ideólogos son ya incapaces de sostener siquiera el infantil maniqueismo de sus historietas de superhéroes. Envenenados por su propio cinismo son incapaces de emocionarse ya con las épicas en las que pretendieron reeducar al mundo. Sus galerías de héroes prefabricados y simplones se han convertido definitivamente en carruseles de horrores grotescos. No es que el rey vaya desnudo, es que cuando se mira al espejo descubre que está desollado.