
Macron es reelegido presidente con un margen amplio. Pero no hay triunfo en su victoria. La espada de Damocles de una «tercera vuelta» no solo electoral sino sobre todo de luchas y huelgas, desluce el ceremonial republicano.
Macron es reelegido presidente con un margen amplio. Pero no hay triunfo en su victoria. La espada de Damocles de una «tercera vuelta» no solo electoral sino sobre todo de luchas y huelgas, desluce el ceremonial republicano.
Los debates de los medios a partir de un bofetón en los Oscars, el papel del feminismo durante la guerra de Ucrania y la deriva impotente del antimilitarismo ruso, configuran un panorama moral desolador en el que moral social y maquinaria de propaganda se conjugan, alimentan y compiten en inhumanidad. Pero hay alternativa. Y está presente.
El gobierno presentará hoy su «Plan de Choque en respuesta a la guerra»: 6.000 millones de euros que irán en su mayoría a las grandes empresas energéticas y de comunicaciones, una parte a calmar a la pequeña burguesía y finalmente, en menor medida, a poner una tirita a los sectores más empobrecidos de los trabajadores, que están ya en una situación insostenible. Para el grueso de los trabajadores una lección: las guerras y sus consecuencias se pagan con la vida de los trabajadores que las sufren directamente pero también con las condiciones de vida de los del resto del mundo.
No es verdad que la inflación afecte a todos por igual. Los datos económicos denuncian que la inflación actual oculta, en todo el mundo, una verdadera transferencia de rentas del trabajo al capital y de los capitales más débiles a los más concentrados. Eso sí, la reacción entre los trabajadores y los capitales más débiles, los de la pequeña burguesía agraria o los transportistas, es la opuesta. Los trabajadores exigen el acceso universal a las necesidades básicas, los pequeños propietarios poder reducir salarios y condiciones de sus asalariados.
La situación de emergencia económica que estamos viviendo -inflación general de precios, escalada de precios de la energía y alimentos básicos, reducción de salarios reales y capacidad de compra- es una versión acelerada de lo que el gobierno y la clase dirigente española esperaban del Pacto Verde. Lo que viene ahora es la caída de la actividad económica y un «pacto de rentas» que, con tal de parar la inflación -que no fue causada por los salarios sino por los márgenes exagerados de las eléctricas, el desastre ucraniano y el bloqueo a Rusia- va a comerse casi un 20% del poder de compra de un salario típico.
La «seguridad alimentaria» pasa a primera línea de las prioridades de los estados europeos. La economía de guerra agraria que dio forma a la UE en la guerra fría, vuelve a la agenda inmediata. Mucho más allá del girasol y los granos, globalmente vienen una hambruna y una nueva división internacional de la producción agroalimentaria; y en Europa una regresión de las relaciones sociales en el campo y un nuevo empujón a los elementos más nocivos de la industria agroalimentaria. La producción agroalimentaria lleva todo el camino de convertirse en producción de guerra.
Los medios siguen retransmitiendo estampas patrióticas de la guerra en Ucrania. Una de las últimas es la «Brigada John Deere», una estampa supuestamente enternecedora en la cual los granjeros ucranios están resistiendo a la invasión remolcando los blindados abandonados rusos hacia las fuerzas ucranianas. Todo ello convirtiendo a los flamantes tractores verdes de la John Deere en un «símbolo» patriótico aderezado con fondos y banderas celeste-amarillas. Pero la guerra no significa lo mismo para las distintas clases sociales.
En España la despoblación rural es noticia. El paso de los movimientos de protesta provinciales a la aparición de candidaturas localistas en las elecciones ha elevado aun más la sensación de urgencia que transmiten los medios. Sin embargo, la famosa «España vaciada» no es el producto de un «problema español» ni empezó a existir en estos años. La cuestión es que está llegando a un punto crítico.
Llegamos a fin de 2021 con la pandemia desbocada, los precios de la electricidad batiendo récords hasta en fin de semana y los medios económicos aplaudiendo la «barra libre para la temporalidad» en la que han acabado las promesas gubernamentales sobre la reforma laboral. La crisis del aparato político tampoco pierde el compás acelerado que han tomado los datos económicos: Ivan Redondo, que hasta julio fuera principal figura del gobierno, es ahora su trol oficial y la revuelta electoral de la pequeña burguesía periférica se extiende ahora al conjunto de la «España Vaciada». Todo viene con fecha de caducidad en 2022 dando por hecho un adelanto electoral antes de noviembre.
Desde el pasado lunes en Italia sólo se puede trabajar con «pasaporte Covid» («green pass»). Aunque el 85% de la población está vacunada quedan algunas bolsas de trabajadores por vacunar víctimas del discurso anti-vax. Los sindicatos «combativos» como Cobas tomaron una posición similar a la que ensayaron el Sud y algunas ramas de CGT en Francia, enfrentando a los trabajadores entre sí y contra la necesidad de todos en nombre de una supuesta «libertad individual» para poner en riesgo a los compañeros de trabajo. Sin éxito, por esta vez. Pero… ¿cómo enfrentar la alianza antisocial de antivacunas y sindicatos?
En Francia las manifestaciones contra el Pasaporte Covid han consolidado una base social que era inicialmente heterogénea con un discurso que amalgama, a partir de los antivacunas, libertarismo reaccionario, pseudociencia, feminismo, conspiranoia, nacionalismo y antisemitismo. Nada de estéticas neofascistas ni carcamales gaullistas. Todo lo contrario: mucho trabajador social, islas de chalecos amarillos y anarcos y mucha «Francia Insumisa». Son muchos, pero no dejan de ser una minoría excéntrica, ideal como enemigo cohesionador para el macronismo, que así puede vestir galas racionalistas. Y sin embargo, se trata de un movimiento sumamente significativo del momento histórico y la cultura que destila.
La semana política en España ha girado entre el anuncio de los indultos a los dirigentes independentistas presos y la salida de estos de prisión. ¿Qué viene ahora? ¿«Normalización» o «radicalización»? ¿«Diálogo» o «negociación»?
Tras la toma de posesión de Pere Aragonès como Presidente de la Generalitat vino la reapertura de comunicación entre Sánchez y Aragonès. Y acto seguido una cierta coreografía política: una carta abierta de Junqueras y la escenificación de una reconciliación apadrinada por la gran patronal catalana. Se abre oficialmente una fase de diálogo que supuestamente debería servir para cerrar la crisis de estado abierta por el referendum de independencia y la declaración de independencia fake de 2017.
La crisis económica no da tregua y cada avance hacia una situación de mayor gobernabilidad se ve pronto contrariada por las consecuencias de la crisis. A cada paso se ponen en marcha con fuerza redoblada las tendencias centrífugas y localistas de una pequeña burguesía que se ve atacada cada vez más abiertamente. El tiempo de la renovación se agota y con un margen de maniobra político crecientemente estrecho el gobierno intenta apaciguar el resurgir de la revuelta de la pequeña burguesía. Sin éxito.
La ética de los cuidados ha pasado de la teoría feminista al lenguaje usado por el gobierno en la gestión de la pandemia y por los partidos en los argumentos electorales. Cuidados y vulnerables se han convertido en términos al uso, la maternidad de las candidatas en argumento electoral y la vulnerabilidad en sinónimo de la condición de trabajador precario. ¿Qué hay debajo de esta terminología que apunta hacia ideología de estado?
Muchas décadas antes de la aparición del ecologismo, la primera experiencia extensa de poder de los trabajadores, la Revolución Rusa, tuvo una intensa política forestal y planes revolucionarios para bosques y espacios naturales considerados monumentos naturales. Los soviets descubrieron desde el primer momento, eso sí, que la Naturaleza no es un campo de batalla menor en la lucha de clases.
28 de febrero, día oficial de Andalucía. Un día de conmemoraciones y ceremonias dedicado por las instituciones a vendernos el andalucismo y sus símbolos, que supuestamente deberían emocionarnos a todos. Entender de dónde viene el andalucismo y que representó históricamente es la base para poder criticarlo.
Nos hablan de los paraísos fiscales como una especie de pequeños estados parasitarios que roban ingresos impositivos a los grandes estados erosionando su capacidad recaudatoria y sus políticas sociales. Nada puede resultar más falso. Los paraísos fiscales se constituyeron como tales como resultado de políticas deliberadas de grandes estados, Alemania, Francia, Gran Bretaña, EEUU… y España, cuya relación con Andorra y Gibraltar se inscribe en ese patrón general.
Si hace solo un año hubiéramos podido leer la prensa de hoy, no habríamos dado crédito. ¿Las medidas contra una pandemia que se ha llevado por delante a decenas de miles se ponderan con el cierre de bares y pequeños comercios… y no es un escándalo?
El acuerdo comercial entre UE y Gran Bretaña es más una tregua que una nueva etapa. En España, el debate sobre el discurso real de Nochebeana revela que la revuelta pequeñoburguesa se diluye sin perder un ápice de reaccionarismo.
La discusión sobre la lengua vehicular sigue capturada, «politizada», por una pequeña burguesía que ve la lengua como una herramienta para mantener una posición social imposible frente a una clase trabajadora a la que niega hasta en lo más básico: que sus hijos puedan aprender en la lengua en que la que piensan.
Todos estos movimientos de la pequeña burguesía afirman, no compensan, la verdad material que hace reaccionarias todas sus manifestaciones actuales. La pequeña burguesía explota porque tiene cada vez más dificultades para explotar el trabajo ajeno de manera rentable y teme perder su condición. Sus consignas, el llamamiento a salvar negocios antes que personas, expresan la devaluación de las vidas humanas que no puede rentabilizar ya en sus cuentas de explotación.
La masacre está en marcha. Más de 150 muertos al día cada día y tasas de incidencia de hasta 1000 por 100.000 en algunas regiones. ¿Espectáculos grotescos en el parlamento? Los que hagan falta. ¡¡Barra libre!! ¿Confinar? Ni de casualidad. Es malo para las ventas y como dice Roig (Mercadona) no van a «desviarse» por la salud y la vida de nadie de lo único que importa de verdad, «la economía», es decir, recuperar los beneficios.
La burguesía y los políticos españoles están preocupados, son solidarios con el florista, el tendero, el hostelero, la pequeña pensión y hasta el antro nocturno. ¡¡Que no cierren!! ¡¡Que no baje más el consumo!! Pero que nadie vaya a pensar tampoco que van a compartir el botín estatal, las subvenciones masivas o los grandes proyectos financiados con fondos europeos. Una cosa es ser solidario y otra perder volumen de ingresos. No, el gran capital es «solidario» con sus hermanos pequeños de la PYME a su modo: para su propio beneficio y poniendo las vidas de los trabajadores bajo el fuego.
Que la crisis actual sea también una crisis ideológica, es decir, una crisis de los discursos que apuntalan el dominio social del capital, es significativo. Muestra el agotamiento histórico del capitalismo de estado en el que vivimos. Es la otra cara de su incapacidad para evitar la devaluación del capital.
Ayer una historiadora publicaba en su cuenta de twitter: «¿Cómo se puede recomendar a alguien que dedique media vida a investigar si con 31 años cobro 800€ y he vuelto a vivir con mi familia?». El mensaje ganó rápidamente miles de adhesiones porque daba palabras a un ánimo que abunda por las universidades. Otra generación de estudiantes defraudada. ¿Pero qué denuncia exactamente? ¿Hacia dónde apunta esa denuncia? ¿Mira hacia delante o hacia atrás?
De nada sirve que se produzca un «despertar» masivo en condena del racismo, porque el racismo no es un problema de «conciencia individual» que pueda separarse de la estructura social y la división en clases. Nada vendrá nunca de los sindicatos, de la burguesía ni de los identitaristas empeñados en mantenerla. La lucha contra toda la discriminación es inseparable de la cuestión social y por tanto inseparable de la centralización e independencia de nuestra lucha como trabajadores.
Los estados parecen imbuidos de prisas temerarias mientras cocinan nuevos «recortes» y «reformas» que nos afectan directamente. La pequeña burguesía se muestra cada vez más airada, violenta y delirante. Y las huelgas de trabajadores toman brío en la «desescalada».
La pequeña burguesía se está radicalizando. Las primeras secciones de ella que lo hacen expresan los intereses de sus pequeños capitales cargando contra la necesidad más básica de todas: la salud pública en mitad de una pandemia. A la pequeña burguesía industrial, comercial, financiera y agraria, seguirán más que probablemente otros sectores de la misma clase -academia, burocracias regionales, cuadros corporativos- con aun mayores exuberancias ideológicas… pero no mejores intenciones para con los trabajadores.
Si el protagonismo de la presión por el cierre deja de estar en las huelgas y pasa a estar en una facción del ejecutivo, no solo podrá modularse lo que es «servicio esencial» como en Murcia o Italia hasta hacer perder todo sentido al concepto, sino que la fuerza ganada durante las luchas quedaría en nada, entregada a una parte de la misma clase que ya discute como repartir la carga de resucitar al capital nacional entre los trabajadores de cada país «cuando todo acabe».
En Italia1500 trabajadores del campo murieron reventados, por agotamiento, en los últimos seis años. No es algo aíslado. ¿Por qué es el capital del sector primario el que sobre-explota con más brutalidad? ¿Por qué se ceba con los migrantes?
De Beirut a Bagdad, de Santiago de Chile a Ciudad de México y de Bogotá a París. Miremos donde miremos, los estudiantes son la vanguardia de las revueltas. Pero no todas las movilizaciones representan a la misma clase social ni imprimen el mismo sentido al levantamiento social.
La semana se cierra con equilibrios imposibles en Bolivia y España, pero también con un nuevo avance de movilizaciones sobre reivindicaciones de clase en Francia… ante las que Macron cede en cuanto ganan masividad y visibilidad.
Dinámicas internas de reestructuración del bloque de clases dirigente, revuelta pequeñoburguesa y batalla interimperialista. Todo se da cita la crisis de un país que hace frontera con Argentina y Perú por un lado y con Chile y Brasil por otro.
Hoy, en América del Sur entera, dar el salto de la algarada a la organización de los trabajadores no es solo perentorio para los propios trabajadores, es la única forma de evitar un desarrollo militarista en la interna e intervencionista en lo regional que agrave los ataques a las condiciones de vida y trabajo con una deriva hacia la guerra.
Desafiando el estado de excepción proclamado la semana pasada, una multitudinaria «marcha indígena» tomó Quito obligando al gobierno a abandonar el palacio presidencial y finalmente, la capital. ¿Una revolución? ¿Otra revuelta popular sin rumbo ni destino?
Las tendencias imperialistas se desatan con más fuerza y potencial destructivo que todas las olas de calor. Y sin embargo, una de las más peligrosas se desarrolla aparentemente invisible para los medios, aunque no para los think tanks del estado, en el corazón mismo de Europa.
Los titulares del día en toda Europa continental destacan cuatro «hechos significativos» que abren puertas nuevos equilibrios imperialistas en el continente. No todas las puertas abiertas serán necesariamente cruzadas, pero…¿Y si por una vez el resultado de unas elecciones europeas nos dice algo sobre el futuro del continente?
Ni hay «claridad» que pescar en la confusión, ni consciencia que pueda aportarse a un movimiento ajeno a nuestra clase que la difumina y la divide. Tampoco nos interesa «apaciguar» a nadie y menos a los «marxistas universitarios». Es más no podemos permitirnos no ir «contracorriente» cuando la corriente está alentada desde el estado. Somos parte de ese «movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual», estado de cosas del que el feminismo es parte y defensa.
Tras las concesiones «preventivas» que cortaron la masividad de las movilizaciones de los chalecos amarillos y la publicación de los resultados del «gran debate», Macron presentó ayer una batería de nuevas medidas y «reformas» para hacer de la República «un proyecto nacional más justo y más humano».
Lo que tenemos enfrente son los primeros síntomas de las contradicciones internas de la burguesía brasileña. Contradicciones que tienden a alinearse alrededor de los polos del principal conflicto imperialista emergente: EEUU vs China
El «planazo» independentista para los trabajadores es que pongamos el cuerpo para que la pequeña burguesía pueda disfrutar de un estado en propiedad con el que explotarnos. Emocionante. El plan pasa por crear una situación lo suficientemente violenta que el estado reprima con violencia suficiente para que un padrino imperialista tenga la oportunidad de actuar o forzar, al menos, una «mediación». Nos convocan en realidad a un cierre patronal, a encuadrarnos bajo banderas nacionales para ejercitarnos en poner el cuerpo para proclamar un estado que promete… explotarnos aun más.
Bolsonaro en Brasil y Tsipras en Grecia, Ramaphosa en Suráfrica y Macron en Francia, Costa en Portugal y Sánchez en España… miremos donde miremos o sube el salario mínimo o se establece por primera vez. ¿Por qué? ¿El capitalismo se toma en serio frenar el empobrecimiento de las grandes mayorías?
París en estado de sitio. Hasta ahora los «chalecos amarillos» han conseguido sus reivindicaciones económicas originales (temporalmente), puesto en la picota a Macron y con él, en jaque la ofensiva alemana en la UE. El elemento de clase del movimiento ha crecido generando inmediatamente choques y roces crecientes con los sindicatos y poniendo el foco programático en salarios y pensiones. Sin embargo, la movilización sin asambleas desde «las redes» nos condena a la frustración y la violencia sin sentido. El movimiento necesita la auto-organización asamblearia de los trabajadores o será capturado por lo más reaccionario.
Los «chalecos amarillos» son pequeña burguesía y trabajadores atomizados y precarizados que «no pueden vivir sin el coche», a los que una subida del precio de la gasolina coloca en la quiebra.
La dimisión a plazos de Merkel ha sido un intento de salvar al SPD y al gobierno de la «Gran coalición» al mismo tiempo, ganando tiempo para madurar una renovación más amplia del aparato político alemán. La burguesía alemana necesita a Merkel para contener una situación que sabe puede írsele de las manos con más facilidad de la que parece. Saben que el futuro de Alemania y con él el de Europa está más abierto que nunca.
Si Sánchez entiende que no tiene otra opción y que tiene suficientes fuerzas para afrontarla, nos esperan meses de impúdico compadreo y chalaneo nacionalista alrededor de un nuevo estatuto de autonomía.
La revuelta general de la pequeña burguesía está imponiendo una agenda que hace emerger una tensión inédita entre las necesidades del capitalismo de estado y el estado propiamente dicho. La burguesía estaría dispuesta a conceder a la pequeña burguesía una renovación de fondo del aparato político si así la compromete en la ofensiva contra las condiciones de los trabajadores que necesita.
Francia, Gran Bretaña, Marruecos, Corea del Sur, Italia e incluso Alemania deciden o parecen encaminarse hacia la reinstauración de algún tipo de «servicio obligatorio» para los jóvenes de ambos sexos aunque sea, a todas luces, inútil para la los ejércitos. ¿Por qué? ¿A cuento de qué nos vuelven a vender «la mili»?
Ultimamente los taxistas, es decir, los propietarios de licencias de taxi, aparecen como una parte especialmente combativa de la pequeña burguesía. En la medida en que se enfrentan a gigantes globales como «Uber», asociados a la precarización de sus trabajadores, suscitan apoyos sociales crecientes y diversos. Pero ¿Qué son? ¿Cuál es su proyecto? ¿Por qué se movilizan? ¿Deberíamos apoyarles?
Las «soluciones» de los nuevos teóricos de la pequeña burguesía, los teorizadores del «espíritu del 15M» o del «Occupy» pasan siempre por la conservación del núcleo del capitalismo, la ley del valor y la fantasía alienante de la «sociedad civil». La pequeña burguesía no tiene solución para el capitalismo, solo la desmercantilización que es el programa de la clase trabajadora tiene un futuro de abundancia que ofrecer a la Humanidad.
La crisis nicaragüense ha mostrado la incompetencia y la impotencia de la pequeña burguesía para canalizar el descontento frente a la crisis capitalista. Y lo ha hecho hasta el final, hasta llevar a campesinos y trabajadores a la matanza bajo las banderas nacionales.
Marruecos sufre la que posiblemente sea su peor crisis política desde la independencia: se unen contra el «Majzen» la revuelta nacionalista, la huelga de masas, la pequeña burguesía urbana y el conflicto imperialista. Un rey casi permanentemente ausente deja al descubierto la fragilidad de una burguesía de estado que no ha dejado de ser Corte.
La mini-cumbre sobre migración convocada por Juncker y Macron en apoyo de Merkel ha evidenciado las debilidades del eje franco-alemán y abierto el camino hacia una arquitectura alternativa de un «bloque europeo» más beligerante en Africa y América Latina, más abierto a acuerdos con Rusia y estará irremediablemente en batalla discursiva y económica abierta contra EEUU.
Con el identitarismo definiendo la sociedad a derecha e izquierda, el capitalismo parece desvanecerse como sistema de explotación y se redefine como un tejido de opresiones. Todos los identitarismos refuerzan el problema -el capitalismo- y desarman su solución -los trabajadores- y al hacerlo, impulsan a la sociedad entera hacia la pauperización y la barbarie guerrera.
Después de casi siete años de «procés» y tras nueve meses de «independencia fake» sigue habiendo una izquierda empeñada en vendernos las virtudes democráticas y revolucionarias de la pequeña burguesía independentista cada vez que levanta cabeza. A través de los siglos y etapas del capitalismo, la «clase media» ha repetido una y otra vez el mismo guión. Guión que, no hay duda, es inoperante para sus fantasías, pero que también es un camino al matadero para los trabajadores si les seguimos.
El 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República española, es celebrado ritualmente por la izquierda con mucha más pasión que ninguna otra conmemoración. La idea de que la proclamación de la II República fue algún tipo de revolución popular se reproduce año a año y manifestación tras manifestación con banderas tricolores. En su día solo los partidos de la pequeña burguesía -Azaña, Marcelino Domingo, etc.- defendieron que España hubiera vivido su «Revolución Francesa». Luego el PSOE hizo esa idea propia y la difundió durante décadas. Los comunistas de entonces la refutaron. ¿Qué fuerzas actuaron bajo el 14 de abril? ¿Fue de verdad una revolución? ¿A qué clase social representaba?
Cuando Rajoy venga a despertar, el estancamiento seguirá ahí. Eso es lo desesperante para la burguesía española y el peligro del que son cada vez más conscientes sus aliados internacionales. Lo que viene no es una «solución negociada» sino la negociación de una solución entre el maltrecho aparato político de la burguesía española y el aparato judicial del estado.
La burguesía española está estancada. Su agenda no avanza ni en Cataluña ni en ningún lado. Nada teme más en este momento que la aparición de luchas de trabajadores con posibilidad de extenderse. Saben que el descontento es grande y se sienten débiles mientras no alineen a la pequeña burguesía y remocen su aparato político, dos cosas que están íntimamente relacionadas. Es un momento de oportunidad. Aprovecharlo significa en primer lugar romper con la trampa de las banderas nacionales y levantar reivindicaciones que representen los intereses del conjunto de la clase.
La burguesía de estado española, incluyendo sus ramas catalanas -La Caixa, Sabadell, etc.- se pone al mando para «poner en su sitio» a la pequeña burguesía díscola.
Las batallas internas en la burguesía y la pequeña burguesía se van a multiplicar. Esa clase social de verdaderos «troles», nos intentará vender sus batallas por contratos y prevendas como nobles causas. No podemos dejarnos engañar.
Bajo el lenguaje pretendidamente indignado, bajo la brutalidad humillante del «derecho a la sátira» y el «zasca», late la rabia clasista y elitista del viejo impulso contrarrevolucionario y protofascista pequeñoburgués. Una vez normalizado ese lenguaje ¿contra quién creen que van a dirigirlo el pequeño empresario, el directivo psicópata y por supuesto, esa pequeña burguesía intelectual que nunca ha ocultado su desprecio a los trabajadores?
Sin producción industrial, sin vacunas, sin transgénicos, sin carne y con todo cerrado los domingos. El anticapitalismo de la pequeña burguesía quiere una «vuelta atrás» respecto al capitalismo y crea ideologías alucinadas que niegan la ciencia y la producción masiva sin pensar ni por un momento que su universalización supondría un genocidio.
Ha llegado el momento en el que la burguesía española necesita remozar la estructura del estado para dar un encaje a las pequeñas burguesías locales sin que pongan en cuestión su unidad. No va a resultarle fácil y es muy posible que oigamos crujir el andamiaje de su propia cohesión interna. Pero si caemos bajo las banderas de la «reforma democrática» o de las «identidades», sean cuales sean, estaremos perdidos.