
Las codas del asunto Will Smith en EEUU y la propuesta de Nobel de la Paz para «Katiba des Narvalos» en Francia nos iluminan sobre el papel y los límites del humor en relación con el estado.
En 2021 se ha hecho evidente que la magnitud y duración de la matanza es producto de decisiones políticas que han supeditado las vidas humanas al sostenimiento de la rentabilidad del capital. Es más, las vacunas no han acabado con la pandemia ni con la aparición de nuevas variantes porque desde el principio su desarrollo y producción ha estado supeditado a la concentración de grandes capitales. La industria de la opinión, la «base de la democracia», se ha tenido que aplicar a fondo para sostener el criminal despropósito bajo el que vivimos.
Los medios, que cada vez contenían menos noticias y eran más aldeanos, van a ser aun más cortesanos y localistas. Y la famosa «anonimidad» y «neutralidad» de Internet va a erosionarse hasta convertirse en versiones edulcoradas -o privatizadas- de China y Rusia. El control social e informativo exacerbado ha venido para quedarse.
¿Quién era Jamal Khashoggi? ¿Por qué ha muerto? ¿Quién se ha beneficiado? No es una historia de detectives, ni siquiera de espías, es una batalla en el corazón del juego imperialista entre Turquía, Qatar, Arabia Saudí y EEUU, protagonizada por dos de los clanes más influyentes de la región unidos por una vieja relación: los Saud y los Khashoggi
Las elecciones no son mas que la medida puntual de una opinión… y la opinión es un producto industrialmente maleable. El verdadero escándalo no es que la tecnología que usó Trump en la camapaña le permitiera una manipulación más precisa de la opinión sino que nos sigan vendiendo la sacralidad de las elecciones como expresión de un inexistente «poder de la ciudadanía».
A muchos en la nueva generación les atrae la imagen de solidez ante un capitalismo que se les hace inmenso y frente al que se sienten impotentes. Comprarán a Stalin y con él a Putin buscando una salida para la impotencia de la clase. Y sin querer, la estarán cargando con un nuevo lastre que hará cuanto pueda por esterilizar las luchas por venir.
¿Por qué los mismos medios que invisibilizan suicidios, accidentes laborales y crímenes imperialistas de todo tipo se desgarran por 44 mujeres asesinadas? Invisibilizar la matanza cotidiana y apuntar al «patriarcado» sirve para que el capitalismo salga de rositas sin que se cuestione su carácter criminal e inhumano.
La burguesía no cree ni por un instante que con twits y bots pueda cambiarse el estado de opinión al que tantos recursos destina y que tan bien sabe controlar. Pero manda una señal a sus propias filas y a los aspirantes a ser incluidos en ella: no van a aceptar alianzas que pongan en cuestión los grandes compromisos y alineamientos imperialistas.
Los medios y la opinión mantienen, un tanto ajada ya, la ilusión democrática pero no consiguen encuadrar a los trabajadores en la «unión nacional». El conflicto entre las necesidades cotidianas de los trabajadores y los intereses de la burguesía es el verdadero límite de la dictadura de la opinión mediática.