
Centenares de miles de jóvenes de familias trabajadoras viven la fantasía de una «revuelta cripto». Esperan que la autonomía y el desarrollo personal que les es negado en el mercado de trabajo les llegue de un juego especulativo.
Centenares de miles de jóvenes de familias trabajadoras viven la fantasía de una «revuelta cripto». Esperan que la autonomía y el desarrollo personal que les es negado en el mercado de trabajo les llegue de un juego especulativo.
Cuánto más investigamos sobre cómo será una sociedad comunista más evidente resulta que el capitalismo, ahora en una fase histórica que lo hace ya reaccionario y antihumano, ha creado sin embargo los mimbres que hacen posible una sociedad de abundancia. La inauguración de la exposición «Futuros abundantes» de la colección «TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary» sin embargo, muestra a las claras que ni el Arte de la burguesía ni sus miembros más «sensibles» pueden ya imaginar siquiera un futuro decente para la especie humana cuyo trabajo social organizan. Para ellos abundancia significa escasez del mismo modo que paz significa guerra.
Los debates de los medios a partir de un bofetón en los Oscars, el papel del feminismo durante la guerra de Ucrania y la deriva impotente del antimilitarismo ruso, configuran un panorama moral desolador en el que moral social y maquinaria de propaganda se conjugan, alimentan y compiten en inhumanidad. Pero hay alternativa. Y está presente.
Consumismo es la ideología que pretende que el consumo es el centro y el motor de la vida social y que las elecciones de consumo del individuo son las que definen su posición en el mundo. Eje vertebral de la ideología del capitalismo en su decadencia, el consumismo impregna con fuerza la moral que el sistema y su propaganda destilan, agravando la degradación mercantil de las relaciones humanas y… esterilizando la frustración que se expresa a través suya.
Vuelven a aumentar las infecciones y se teme el impacto de las nuevas variantes. Pero los gobiernos europeos encuentran cada vez una resistencia más violenta ante la exigencia del «pasaporte Covid». El viejo lema feminista «Mi cuerpo, mi decisión», aceptado como dogma moral de la campaña de vacunación por los propios gobiernos, socava ahora la salud pública.
En Francia los medios se llevan las manos a la cabeza ante las opiniones, algunas francamente anti-humanas, que reflejan los sondeos entre los alumnos de instituto. En Alemania, mientras, se ponen en cuestión los modelos de crianza generalizados desde la escuela básica en las últimas décadas. No es ya el modelo formativo y escolar, sino toda la ideología de la crianza la que se está evidenciando como destructiva social y humanamente.
Francia reembolsará las consultas de salud mental; en España se prepara una ley que promete establecer y dotar un sistema de atención que a día de hoy ofrece poco más que listas de espera y fármacos en mitad de una epidemia que produce más de 200 intentos de suicidio diarios y en un contexto en el que 2 millones de personas toman ansiolíticos a diario. Pero ninguna ley va a parar la trituradora en la que se han convertido las condiciones de vida y de trabajo. Solo la organización y la lucha colectiva puede hacerlo.
En Gran Bretaña la escasez de conductores a los salarios que ofrecen las empresas desabastece ya al 30% de las gasolineras británicas y el gobierno comienza a movilizar conductores militares. Es un caso llamativo por lo que revela del caos que el propio sistema crea, pero no es ni mucho menos único: toda la prensa estadounidense y europea se queja de una supuesta escasez de mano de obra. Pero la experiencia británica y el comportamiento de los sindicatos en todo ésto dice mucho e importante sobre los trabajadores, su moral y las alternativas a las que nos enfrentamos.
Tras los confinamientos pandémicos y el brusco ascenso del desempleo a lo largo de 2020, la recuperación de las contrataciones en EEUU vinieron acompañadas para los trabajadores de inflación por encima de las subidas salariales y reducciones de jornada. Mientras, la pequeña burguesía corporativa se resistía a volver a la oficina y menos de un 20% de la burguesía corporativa planteaba volver a lo anterior. Ahora nos echan encima un «nuevo» discurso moral sobre el trabajo: nos dicen que no era tan importante después de todo, que la centralidad del trabajo era una ilusión reaccionaria.
«Modern Love» es la columna cultural más leída, tanto en inglés como en español, del New York Times. También es uno de los podcast más escuchados del periódico y desde 2019 una serie en Prime con repartos de lujo que este agosto estrenará su segunda temporada. Bajo la forma de «relatos de vida» y con una exquisita edición de los textos, los 17 años de «Modern Love» no son solo material televisivo, sino una verdadera prospección de la evolución de la moral y la cultura burguesa estadounidense, sus vacíos y sus secuelas.
A falta de minutos para la inauguración de las Olimpiadas de Tokio se ultiman preparativos en un ambiente de desorganización, imprevisión, protestas, contagios, dimisiones, corrupción y propaganda grotesca. Pero así fueran un dechado de perfección organizativa, la «maldición olímpica» de la que habla la prensa japonesa seguiría en marcha porque la verdadera maldición es el propio «Movimiento Olímpico» y su ideología: el famoso «Espíritu Olímpico».
El vegetarianismo, el veganismo o el soylent no son solo ni fundamentalmente opciones en el supermercado, son ideologías que alimentan una política dietética. No es una novedad histórica: los aparatos ideológicos de la Antiguedad y el feudalismo ya utilizaron la política dietética como herramientaa de poder y dominación política.
La ética de los cuidados ha pasado de la teoría feminista al lenguaje usado por el gobierno en la gestión de la pandemia y por los partidos en los argumentos electorales. Cuidados y vulnerables se han convertido en términos al uso, la maternidad de las candidatas en argumento electoral y la vulnerabilidad en sinónimo de la condición de trabajador precario. ¿Qué hay debajo de esta terminología que apunta hacia ideología de estado?
De repente, un supuesto síndrome psicológico, la fatiga pandémica, está en todos los medios. Las televisiones públicas dan consejos sobre cómo frenarlo, las privadas nos dicen que lo sufre el 60% de la población. En los periódicos las columnas de opinión se suceden, más o menos ingeniosas. La cascada característica de las campañas mediáticas no para, sigue y llega hasta las revistas de moda y los boletines profesionales. No es inocente y lejos de ayudar, agrava.
Si hace solo un año hubiéramos podido leer la prensa de hoy, no habríamos dado crédito. ¿Las medidas contra una pandemia que se ha llevado por delante a decenas de miles se ponderan con el cierre de bares y pequeños comercios… y no es un escándalo?
Cuanto más contradicciones sufre el sistema, cuanto más difícil le resulta mantener la acumulación, más necesita atomizarnos y negarnos como clase. Al hacerlo, destruye también lo que nos permitiría resistir mejor las consecuencias cotidianas de esa explotación: desde la solidaridad entre amigos y vecinos a las relaciones familiares, pasando por cosas tan básicas como comer decentemente o mantener la moral arriba. No se puede separar las luchas en el centro de trabajo de la acción en los barrios para defendernos de los efectos de la atomización y reforzar nuestra capacidad de agrupamiento y resistencia.
Si aceptamos que se nos presente como humanitario y sensato un supuesto «equilibrio» entre un número de muertes por Covid «aceptable» y los costes monetarios de un nuevo confinamiento, ¿qué les va a refrenar de utilizar la misma moral de coste y beneficio para justificar la guerra?
Tenemos una epidemia al alza y una crisis acelerada. Se apunta a que el paro llegará a un 23%. ¿Verán en la situación de los trabajadores una necesidad humana a satisfacer o verán en ella las fuerzas de la escasez preparando el camino para que «libremente» aceptemos las «reformas» que llevan años intentando imponer?
¿Por qué el racialismo y el feminismo están sustituyendo a los movimientos por la igualdad de derechos? Hay un cierto patrón en la manera en la que estos movimientos se expandieron globalmente en los últimos cuatro años. Feminismo y racialismo al estilo anglosajón tienen argumentos y herramientas idénticos en su estructura. Sin embargo mientras el feminismo ha sido adoptado como ideología de estado en varios países continentales europeos, el racialismo está recibiendo, especialmente en Francia, una respuesta frontal desde el propio estado y su izquierda.
La masacre de las residencias es una expresión clarísima de cómo los objetivos e incentivos de la acumulación se oponen a las necesidades humanas más básicas. El resultado es de una incompetencia sangrante desde el punto de vista de algo tan básico como la protección de vidas humanas, pero en realidad ha sido «ejemplar» desde el punto de vista de la colocación de capitales y su rentabilización. El covid ha campado y arrasado en ellas precisamente porque eran eficientes a los fines para los que se habían creado.
«Limetown», la serie con la que Facebook pretende empezar a competir con Netflix, ha publicado esta semana su cuarto episodio. Verdadero «nocturno hipster», su sincera incompetencia moral muestra involuntariamente hasta que punto la moral dominante se sitúa en negación de todo lo humano, incluido lo más básico.
No es una necesidad humana someter sexualmente a otras personas, como no lo es utilizar un cuerpo ajeno para que geste embriones y entregue bebés. Ni el sometimiento sexual ni la gestación subrogada existirán como expresiones de una sociedad desmercantilizada y por tanto verdaderamente libre.
Daniel de León desempeñó un papel central en la formación de los «Industrial Workers of the World» (IWW), enfrentándose al creciente elemento anarquista y anti-político que amenazaba con descentralizar y dispersar el movimiento obrero. Esta batalla en el seno de los IWW es a menudo tergiversada como una demostración del «sectarismo» de Daniel de León, cuando en realidad fue un ejemplo de lucha por la independencia de clase, reminiscente de la batalla entre Bakunin y Marx en la Primera Internacional. Fue un momento importantísimo en la historia del movimiento obrero y en particular, en el de EEUU.
La decadencia moral de una organización o tendencia política de clase incide directamente en lo que la organización aporta a las luchas reales y tarde o temprano se manifiesta en una tendencia a dejar el programa, los análisis, las condiciones organizativas, reducidas a una cáscara. Cáscara aparentemente sólida, aparentemente igual a «la de siempre», pero vacía. Al primer golpe, se romperá.
La moral comunista, la ligazón íntima y permanente entre el modo de hacer, hablar y batallar y la perspectiva permanente de la abolición de la escasez, la mercancía y el trabajo asalariado no es un adorno ni una deriva «mística» ni «moralizante», es un hecho material con consecuencias materiales sin cuyo fortalecimiento consciente los «fetiches idealistas», las utopías reaccionarias de autómatas sociales y «cuadros de mandos», volverán una y otra vez.
En los programas de Kondo, la «liberación» del espacio ganado en la escasez de nuestras casas, sirve para prepararnos a «liberarnos» de la «carga» de nuestras responsabilidades comunitarias: todos esos amigos, familiares y conocidos que «no nos sirven ya para nada». Y para llegar a hacerlo, hay que superar antes el afecto, dejar de considerarlas en sí mismas. Por el contrario, hay que categorizarlas, darlas por equivalentes y comparar su valor. Es decir, hay que mercantilizarlas.