
Cualquiera que siga los medios españoles diría que la situación del régimen político es de verdadera descomposición. Y sin embargo...
¿Qué hay debajo de todo este debate sobre el «Estado de Derecho»? ¿Por qué aparece precisamente en Hungría, Polonia... y ahora España? ¿Hacia dónde lleva a una UE que solo está en las primeras fases de una nueva recesión?
Si el protagonismo de la presión por el cierre deja de estar en las huelgas y pasa a estar en una facción del ejecutivo, no solo podrá modularse lo que es «servicio esencial» como en Murcia o Italia hasta hacer perder todo sentido al concepto, sino que la fuerza ganada durante las luchas quedaría en nada, entregada a una parte de la misma clase que ya discute como repartir la carga de resucitar al capital nacional entre los trabajadores de cada país «cuando todo acabe».
Los nuevos nacionalismos «de izquierdas» nos dicen que el estado-nación es la única resistencia posible al capitalismo, a veces abiertamente, otras bajo la fórmula «democracia vs mercado». En realidad el capitalismo hoy solo puede organizarse desde el estado y el estado solo puede ser capitalismo concentrado. Basta una panorámica histórica para darnos cuenta. Por otro lado varios lectores nos han escrito preguntándose si el «neoliberalismo» y su supuesto «no intervencionismo» no supondría una negación o cuando menos un cierto grado de reversión de la tendencia al capitalismo de estado. Intentaremos hoy hacer una panorámica sencilla y rápida para dar una primera respuesta y alimentar la conversación.
El grado de conflicto entre las facciones de la burguesía española se ha multiplicado. La crisis del aparato político de la burguesía española se está desarrollando hasta amenazar con convertirse en crisis del conjunto del estado.
Si Sánchez entiende que no tiene otra opción y que tiene suficientes fuerzas para afrontarla, nos esperan meses de impúdico compadreo y chalaneo nacionalista alrededor de un nuevo estatuto de autonomía.
Televisa hace la serie que se pretende definitiva sobre la matanza de Tlatelolco para enmarcar la reinterpretación del movimiento estudiantil mexicano de los 60 y 70 que pretende ahora la burguesía mexicana. ¿Qué queda de la verdad histórica en la serie? ¿Qué fue realmente el movimiento estudiantil?
Francia, Gran Bretaña, Marruecos, Corea del Sur, Italia e incluso Alemania deciden o parecen encaminarse hacia la reinstauración de algún tipo de «servicio obligatorio» para los jóvenes de ambos sexos aunque sea, a todas luces, inútil para la los ejércitos. ¿Por qué? ¿A cuento de qué nos vuelven a vender «la mili»?
¿Qué hay detrás del desmantelamiento de la Salud Pública en todo el mundo? La intención no es «eliminar costes insoportables» como nos dicen, sino la idea simplona de que se pueden convertir costes en beneficios para el capital si un sector económico es privatizado, pasando a convertirse de no productivo a productivo al nivel de la sociedad entera. Pero acaso ¿es posible tal juego de prestidigitacion?
Después de casi siete años de «procés» y tras nueve meses de «independencia fake» sigue habiendo una izquierda empeñada en vendernos las virtudes democráticas y revolucionarias de la pequeña burguesía independentista cada vez que levanta cabeza. A través de los siglos y etapas del capitalismo, la «clase media» ha repetido una y otra vez el mismo guión. Guión que, no hay duda, es inoperante para sus fantasías, pero que también es un camino al matadero para los trabajadores si les seguimos.
La crisis catalana, elemento central de la crisis de la burguesía española, se juega a partir de ahora en una contrarreloj. El nuevo repunte de la crisis económica y los «sustos» de la guerra comercial pueden dar al traste con las expectativas de reforma del aparato político y recentralización del estado, que necesitan para atacar de forma directa y clara pensiones, condiciones de vida y el marco legal del trabajo.
Cambiando los jueces e incluso cambiando las leyes, el estado no va a dejar de juzgar de manera cruel, injusta y discriminatoria. La cuestión no es solo que prime a los violadores sobre sus víctimas. La cuestión es que para lo que está es para defender a víctimas que en ningún caso seremos nosotros, seamos mujeres u hombres, nos violen o esclavicen, mientras no representemos al propio estado o al capital nacional que articula.
Las necesidades de la burguesía española pasan por una reconfiguración de la estructura territorial del estado, por eso no le basta con remozar la «derecha de gobierno. La apuesta por renovar su aparato político no va a parar en «Ciudadanos», van a «reinventar la izquierda» y vendérnosla, una vez más, como «el cambio» para que todo avance... a peor para el trabajo.
El estado no es el gobierno y tampoco el aparato político que lo dirige. Es importante entender cómo es la relación entre estos dos cuerpos y cómo se ha desarrollado históricamente desde mucho antes del capitalismo.
La burguesía española está por el desguace de su viejo aparato político. No cree poder confiar a Rajoy una situación que se está pudriendo. Ante el vacío, el núcleo judicial del estado reprime para crear en falso «normalidad institucional». El desarrollo autoritario en la interpretación judicial de las leyes, nos constriñe y pone en peligro a todos, pero no por eso debemos tomar partido por ninguna facción. Nuestro futuro pasa por nuestras propias luchas.
Tanto PP como el bloque independentista, principales víctimas del auto del Supremo, han adolecido de la misma confianza legalista y subestimado dramáticamente la capacidad de autodefensa del estado y sus automatismos. El tiempo corre en contra de la burguesía española y el estado no podía esperar más. La reacción apuntala la recentralización, acelera el desarrollo autoritario, impulsa la «renovación» del aparato político y deja al PP de Rajoy en la picota.
Lo que está descubriendo el estado francés en el pequeño laboratorio corso es lo que España sufre en prácticamente todos sus territorios: la dificultad de encajar desde el capitalismo de estado a la pequeña burguesía tras diez años de crisis cuando no puede ofrecerle ya «desarrollo regional» y nuevas rentas. No estamos viviendo una nueva «primavera de los pueblos» como en 1848, estamos frente a los primeros síntomas de descomposición del estado por la fuerza centrífuga de las pequeñas burguesías locales.
Lo que ahora la burguesía llama fatuamente «la mejor época de la Historia de España» no fue sino el periodo en el que se desarrollaron todas las contradicciones que están precipitando en la actual crisis. La Constitución del 78 ha sido el instrumento bajo el que la clase dirigente española se felicita de haber mantenido la amenaza de los trabajadores dentro del sistema y conseguido tardiamente la consolidación nacional de sus filas y su inclusión en los procesos globales de concentración del capital.
La tendencia al autoritarismo y el totalitarismo del estado es innegable y tiene causas materiales sólidas: la descomposición del capitalismo y con él del estado y las clases que lo usufructúan y dirigen. Pero el autoritarismo, como en su día el fascismo, es solo una «solución» posible para la burguesía. El anti-autoritarismo o el antifascismo son la otra. Su éxito, nuestra derrota, sería que aceptáramos luchar por cualquiera de ellas en lugar de hacerlo por nuestras necesidades como trabajadores, de forma independiente y con objetivos propios.
Los «príncipes» ya no se casan entre sí porque no pueden. Por encima de ellos está la lógica del capitalismo de estado al que estorbaría la captura de «la más alta» institución del estado por un grupo de poder permanente. Si con alguien no puede casar un futuro monarca es con otro gran heredero.
Ha llegado el momento en el que la burguesía española necesita remozar la estructura del estado para dar un encaje a las pequeñas burguesías locales sin que pongan en cuestión su unidad. No va a resultarle fácil y es muy posible que oigamos crujir el andamiaje de su propia cohesión interna. Pero si caemos bajo las banderas de la «reforma democrática» o de las «identidades», sean cuales sean, estaremos perdidos.
El gobierno francés retira la promesa de reducir el peso de la energía nuclear en su cesta energética. ¿Por qué? ¿Veremos en algún momento una Europa sin centrales nucleares? Ni los intereses imperialistas franceses ni la peculiar visión de la «sostenibilidad» que tiene la burguesía parecen indicarlo.
Tan peligroso es para los trabajadores aceptar el encuadramiento de la burguesía que le llama a poner el cuerpo en sus batallas, como solidarizarse con una parte de ella cuando es derrotada por otra. Donde nos la jugamos no es en los juzgados, ni en la reforma de la organización territorial del estado.
Una «independencia» que es en realidad, reconocimiento por la pequeña burguesía catalana independentista de su incapacidad para sostener un estado nacional propio. Una «intervención estatal» que finge no escuchar lo que le piden realmente: una nueva ración de rentas y privilegios. El resultado no es bonito. No puede serlo en una sociedad en la que las clases dirigentes y el sistema económico que les sostiene son el principal freno para el desarrollo.
Se ha hecho evidente para la burguesía española como un todo que el sistema federal de administración del estado, que infla a los caciques, entrona a las pequeñas burocracias locales y da alas a una pequeña burguesía tan pagada de sí misma como poco sensata, no le es ya útil para mantener la cohesión territorial ni la unidad de mercado.
La burguesía española carga con las taras de su debilidad decimonónica y su tardío ascenso al poder político. Los movimientos de capitales y sedes fiscales durante los últimos días tan solo la centralizará un poco más, en un reflejo tardío, senil e inconsciente de aquella revolución que la burguesía española nunca consiguió culminar en su juventud progresista.