
Se acaban de golpe las tonterías habituales sobre la «cultura como puente entre pueblos» o la «cultura para la paz». Los servidores culturales de todos los regímenes piden la cabeza de sus pares en el bloque contrario. Y lo mismo pasa en el deporte.
Se acaban de golpe las tonterías habituales sobre la «cultura como puente entre pueblos» o la «cultura para la paz». Los servidores culturales de todos los regímenes piden la cabeza de sus pares en el bloque contrario. Y lo mismo pasa en el deporte.
El tema del día en España es la aprobación ayer de la Reforma laboral en el Congreso gracias al error de un diputado del PP al que la Presidencia no dejó cambiar su voto telemático una vez emitido. El diputado insiste en que fue un «error informático» pero en el mismo día se había equivocado en al menos tres votaciones. Lo que a simple vista parece tan sólo una anécdota del formalismo parlamentario en realidad nos revela el momento histórico de la sociedad en que vivimos.
Durante el 2021 las campañas mediáticas, los estados y la deriva de una pequeña burguesía cada vez más airada y abiertamente reaccionaria, han producido una inusitada presión con nuevos y cada vez más reaccionaros discursos sobre la juventud, la protesta, la propiedad, la crianza o la «vulnerabilidad». Ha sido el año del ascenso a ideología de estado del ecologismo y el año en que la «brecha de género» se ha convertido en parte oficial del «cuadro de mandos» estadístico.
Una crisis de la civilización como la del capitalismo se expresa necesariamente a través de la cultura: desde la desaparición del Arte en su sentido estricto a la cotidianidad del derrotismo y el vacío vital que reflejan todos los grandes productos culturales de nuestra época. Pero con EEUU abandonando Afganistán entre mil discursos sobre el fin de la era americana cabe preguntarse si estamos también ante el ocaso de la cultura americana, hegemónica globalmente desde el final de la segunda carnicería imperialista mundial.
Acercarnos a los desarrollos formativos y educativos de los partidos socialdemócratas antes de la Primera Guerra Imperialista Mundial y de los comunistas tras ella, nos ayuda a entender qué fueron realmente las Internacionales y como se organizó el «Proletariado consciente».
Se acaba de publicar un estudio estadístico realizado en la Universidad de Princeton que usa como base el contenido de 14 millones de libros en español, alemán e inglés. El estudio localizó patrones verbales característicos de cada idioma que señalaban «distorsiones cognitivas» asociadas a la depresión, la ansiedad y el pesimismo patológico. La hipótesis de los investigadores es que esta degeneración del lenguaje publicado refleja que «sociedades enteras pueden volverse más o menos depresivas con el tiempo». No van desencaminados.
«Modern Love» es la columna cultural más leída, tanto en inglés como en español, del New York Times. También es uno de los podcast más escuchados del periódico y desde 2019 una serie en Prime con repartos de lujo que este agosto estrenará su segunda temporada. Bajo la forma de «relatos de vida» y con una exquisita edición de los textos, los 17 años de «Modern Love» no son solo material televisivo, sino una verdadera prospección de la evolución de la moral y la cultura burguesa estadounidense, sus vacíos y sus secuelas.
Cuanto más contradicciones sufre el sistema, cuanto más difícil le resulta mantener la acumulación, más necesita atomizarnos y negarnos como clase. Al hacerlo, destruye también lo que nos permitiría resistir mejor las consecuencias cotidianas de esa explotación: desde la solidaridad entre amigos y vecinos a las relaciones familiares, pasando por cosas tan básicas como comer decentemente o mantener la moral arriba. No se puede separar las luchas en el centro de trabajo de la acción en los barrios para defendernos de los efectos de la atomización y reforzar nuestra capacidad de agrupamiento y resistencia.
Roadkill es la serie política de la temporada en BBC. La narración está construida en la estela del Game of Cards de los noventa, pero sin el histrionismmo shakesperiano ni las sobredosis de cinismo del modelo original. De hecho, Roadkill es de las pocas series políticas que invita a una reflexión política real.
Si aceptamos que se nos presente como humanitario y sensato un supuesto «equilibrio» entre un número de muertes por Covid «aceptable» y los costes monetarios de un nuevo confinamiento, ¿qué les va a refrenar de utilizar la misma moral de coste y beneficio para justificar la guerra?
El empeño y el esfuerzo puestos en la difusión cultural eran algo muy distinto del de las asociaciones e instituciones estatales dedicadas entonces y ahora promover el conocimiento y el consumo de objetos culturales. Tenía ante todo una naturaleza moral. Expresaba la dimensión inmediata de la perspectiva de abundancia del comunismo en tanto que liberación del conocimiento y desarrollo libre de la experiencia y la sensibilidad humana.
El mundo post-confinamiento empieza a tomar forma. De un lado las tendencias que muestra el capital esbozan un mundo de economía de guerra y exaltación del sacrificio; de otro la oleada mundial de luchas de trabajadores plantea un mundo que impone la vida orientando la producción a satisfacer las necesidades de las personas. De esa lucha, que solo puede ser entendida como lucha de clases, depende el futuro inmediato y el destino de la Humanidad entera.
Noventa y nueve años después del congreso en el que la Internacional discutió el trabajo formativo de los PCs, siguen surgiendo asociaciones culturales de trabajadores, tertulias e iniciativas de autoformación entre trabajadores.
Salta por los aires la cohesión institucional de una de las principales burguesías europeas, la primera que fue global y expandió el capitalismo por el mundo. No es irrelevante, no es un detalle menor. Vienen tiempos broncos y de juego sucio en la clase dominante que van a ensuciar la vida social entera… aun más.
Nuestros artículos sobre artes y entretenimiento han suscitado discusiones y conversaciones muy interesantes en el último año. Ninguna tesis tan polémica sin embargo como la idea que subyace en todos los artículos: el Arte se extinguió a mediados del siglo XX. ¿Quiere ésto decir que ya no hay obras de ningún tipo con valor estético? ¿Que son entonces algunos de los grandes clásicos del cine, la televisión o la literatura producidos después?
Cuatro términos destacan: «caos», «escasez de alimentos» «dieta restringida» y «ocupación militar de las zonas rurales». El problema: esperan retrasos en las entregas y abastecimientos. El miedo principal es que la gente, al comprobar que los productos no llegan a las tiendas y que faltan medicinas en las farmacias, se entregue a una orgía de destrucción y asaltos a los comercios.
Las generaciones actuales tenemos difícil imaginar qué fue «el arte» y qué significó la música como «alta creación». Aunque partamos de la interpretación histórica de algunas obras y entendamos hasta qué punto se relacionaban son su presente, hoy resulta terriblemente difícil lo contrario: entender hasta qué punto influían en la comprensión del mundo de aquellas generaciones.
Con el identitarismo golpeándonos a derecha e izquierda, la idea de convertir a la clase en una «identidad» más, ya empieza a insinuarse desde los aparatos políticos de la burguesía. La «cultura proletaria» y la «identidad obrera» se presentan como sustitutivos de la conciencia de clase. No son un error resultado de un análisis miope, sino conceptos reaccionarios que buscan atarnos al pasado y el presente de la explotación.
Sánchez se presenta de cara a la cumbre europea de mañana, según la prensa alemana como «merkenario» (juego de palabras en alemán entre «amigo de Merkel» y «mercenario»). Fronteras a dentro, nos venden un supuestamente «progresista» consenso sobre su ley de eutanasia y la promesa de un sistema ampliado de permisos de paternidad, mientras nos quedamos horrorizados por la exaltación mediática de «la nueva manada».
7 libros de autores y enfoques muy diversos entre sí que alimentarán tu conocimiento y tu curiosidad desde perspectivas muy diferentes al machacón discurso de la ideología hoy dominante.
¿Qué fue de la Navidad con la Revolución? ¿Y con la contrarrevolución? Las idas, venidas y transformaciones de los rituales y ceremonias de paso del año expresan como cualquier otro fenómeno social, la lucha de clases, su evolución y sus alternativas históricas.
Bajo el lenguaje pretendidamente indignado, bajo la brutalidad humillante del «derecho a la sátira» y el «zasca», late la rabia clasista y elitista del viejo impulso contrarrevolucionario y protofascista pequeñoburgués. Una vez normalizado ese lenguaje ¿contra quién creen que van a dirigirlo el pequeño empresario, el directivo psicópata y por supuesto, esa pequeña burguesía intelectual que nunca ha ocultado su desprecio a los trabajadores?
La burguesía no cree ni por un instante que con twits y bots pueda cambiarse el estado de opinión al que tantos recursos destina y que tan bien sabe controlar. Pero manda una señal a sus propias filas y a los aspirantes a ser incluidos en ella: no van a aceptar alianzas que pongan en cuestión los grandes compromisos y alineamientos imperialistas.