
7 noticias de distintas partes del mundo que destacamos hoy en el canal Communia en Telegram y que no debes perderte.
Pico de muertes por Covid: El gobierno español comunicó ayer 408 muertes por Covid, un número que no se alcanzaba desde marzo del año pasado. En Francia fueron 357. Reino Unido rompió el récord del año con 1.121 fallecidos. En Argentina 240. Y en EEUU el número promedio de muertes sigue girando alrededor de las de 2.500 diarias. Y sin embargo, la noticia universal es el fin de las restricciones de Covid siguiendo a Dinamarca y Noruega, donde por cierto, los casos se multiplican.
El «World Economic Forum», Davos, presenta regularmente su informe de riesgos globales. Si el del año pasado era una verdadera confesión de incompetencia de la clase dirigente, el de éste año marca un salto en las preocupaciones de la nube de expertos que, en todo el mundo, asesoran a la cima de la burguesía corporativa y los gobiernos. En el foco: la aceleración del empobrecimiento masivo de los trabajadores y de las tensiones imperialistas entre estados.
¿Omicron puede ser el fin de la pandemia? Los gobiernos cada vez hablan más abiertamente de no poner freno a la actual ola de Omicron como forma de llegar a la «inmunidad colectiva». Solo hay tres problemas: no hay pruebas de que la infección de Omicron deje una inmunidad persistente, todo indica que no va a ser la última variante y, de momento, está dejando una nueva matanza a su paso mientras bate día tras día récords de contagios.
En 2021 se ha hecho evidente que la magnitud y duración de la matanza es producto de decisiones políticas que han supeditado las vidas humanas al sostenimiento de la rentabilidad del capital. Es más, las vacunas no han acabado con la pandemia ni con la aparición de nuevas variantes porque desde el principio su desarrollo y producción ha estado supeditado a la concentración de grandes capitales. La industria de la opinión, la «base de la democracia», se ha tenido que aplicar a fondo para sostener el criminal despropósito bajo el que vivimos.
Vuelven a aumentar las infecciones y se teme el impacto de las nuevas variantes. Pero los gobiernos europeos encuentran cada vez una resistencia más violenta ante la exigencia del «pasaporte Covid». El viejo lema feminista «Mi cuerpo, mi decisión», aceptado como dogma moral de la campaña de vacunación por los propios gobiernos, socava ahora la salud pública.
Las cifras de contagios vuelven a dispararse por toda Europa. La variante delta protagoniza una nueva ola que amenaza con llevarse medio millón de vidas en unos meses. ¿Cómo pudo pasar? ¿Qué hacer?
La prensa anglosajona mantiene una interrogante abierta sobre el origen del Covid. Los científicos sin embargo reconocen que la teoría de la «fuga del laboratorio» no tiene bases materiales. La teoría del origen animal defendida en el informe de la OMS, se consolida, y lejos de disculpar al capitalismo chino, revela sus contradicciones más anti-humanas… y las del capitalismo en general.
El gobierno cerró el curso político presentando a la prensa su rendición de cuentas, elevando la previsión de gasto y montando una conferencia de presidentes autonómicos. El mensaje machacado a través de los tres eventos: que la vacunación es un éxito, que el crecimiento es «sólido» y que el paro asfixia ya a «sólo» el 15,26% de los trabajadores. «Váyanse tranquilos de vacaciones en agosto», nos vienen a decir, que «a la vuelta todo va a ser mejor». Pero ¿de verdad la situación está mejorando?
Hablemos de dictadura. En Gran Bretaña la reapertura se ve en jaque por la expansión de la variante india; en Europa, se vuelve a las andadas y se reabren fronteras a turistas antes de tiempo, en Japón, en medio de nuevas restricciones el gobierno y el COI se empeñan en mantener la celebración de las Olimpiadas a pesar del rechazo general de la población. Toda la actualidad, desde las batallitas imperialistas entre España y Marruecos a la nueva factura de la luz, pasando por el encarecimiento de materias primas, tiene un elemento en común: la imposición social de aquello necesario para que el capital sea rentable por encima de las necesidades humanas universales más básicas. Un hecho con un viejo nombre: dictadura.
Esta semana la OMS ha anunciado que las jornadas laborales a nivel mundial siguen alargandose y que el exceso de horas de trabajo mata a mas de un cuarto de millón de personas al año en el mundo. A finales del mes pasado también se anuncio que el exceso de mortalidad -sin tener en cuenta el covid- se ha multiplicado estos últimos decenios en EEUU. La salud general de la población sigue empeorando mientras los PIBs y la acumulacion siguen creciendo, pero esto no siempre fue así. Hubo un período en que la salud de la economía y la salud de la población estuvieron alineadas, pero se acabo hace ya un siglo y no tiene vuelta atras. ¿Que ocurrió y que nos queda por hacer para revertir esta tendencia?
Movistar y HBO estrenaron esta semana las entregas finales de dos reportajes que merece la pena ver: Palomares, días de playa y plutonio y El crimen del siglo. A pesar de la desigualdad de medios -a favor de HBO- y de profundidad informativa -a favor del de Movistar-, emerge en ambas historias un elemento común que une ambas tramas entre sí y con la actual respuesta de los estados frente a la pandemia.
La liberación de patentes de las vacunas del Covid se ha convertido en tema de debate global tras el anuncio anteayer de que EEUU impulsará una «renuncia a la protección de la patente» en la OMC. Aunque se haya vendido como una medida humanitaria guiada por la necesidad de poner un alto a la masacre en India y otros países, la realidad es muy diferente: es parte de una estrategia competitiva a la que se opone especialmente Alemania, decidida a utilizar el Covid para capitalizar su sector biotecnológico y convertirse en «farmacia del mundo».
Covid y escuela siguen en el centro de la lucha de clases durante la pandemia. En los meses que han transcurrido desde la vuelta a clase después de Navidades, los estados se han esforzado para hacer prevalecer la nueva normalidad en el sistema educativo desde Argentina a Francia a costa de contagios y por medio de mentiras refutadas incluso por sus propios institutos de investigación. Mientras, desde Brasil a Senegal, pasando por Gran Bretaña, los profesores vuelven a la lucha, y en Argelia rompen el control sindical e imponen el pago de salarios atrasados en todo el país.
Al anunciar el fin del estado de alarma, el gobierno da el pistoletazo de salida a una carrera entre contagios y vacunaciones dejando meses de ventaja a las nuevas variantes. ¿Cálculo científico o pensamiento mágico?
El desastre argentino es una clase dirigente que nos aboca al colapso sanitario dando prioridad a un capital nacional inviable que condena a los trabajadores a la pobreza y está abocado a un juego imperialista cada vez más difícil que hace inevitable el desarrollo del militarismo.
La mortalidad creada por el Covid está subiendo desproporcionadamente a la incidencia, seguramente porque la nueva variante dominante produce una enfermedad más grave y mayor mortalidad. Ahora sabemos además que los contagios se concentran en la edad laboral, que la apertura de colegios y centros de enseñanza aportan un 26% de las infecciones y que muy posiblemente los objetivos de vacunación no sean alcanzables ni siquiera con un incremento drástico del ritmo.
En Alemania la incidencia ronda los 100 y todas las alarmas saltan. La situación real creada por las nuevas variantes del Covid es tan grave que Merkel habla ya de una nueva pandemia. En España sin embargo, gobiernos y medios apuestan por seguir como hasta ahora. La experiencia de Gran Bretaña, Brasil o Uruguay muestra hasta que punto tal estrategia solo puede alimentar una nueva ola de la matanza.
Durante meses, incluso en las semanas más duras de la segunda y la tercera olas, los gobiernos han intentado escabullir la insuficiencia de las medidas contra el Covid haciendo llamamientos a la responsabilidad personal. Pero la responsabilidad personal sin confinamientos suficientes se ha demostrado impotente una y otra vez, país tras país. Con una población mucho más aislada que de costumbre y más vulnerable ante los medios, el hincapié en la supuesta irresponsabilidad de los jóvenes solo ha servido, según los datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para atomizarnos y generar un inédito sentimiento de desconfianza ante los demás.
8M y Covid estarán ligados por mucho tiempo en España. Hace ahora un año, priorizar la liturgia del 8M sobre la epidemia Covid que arrancaba significó la aceleración de una matanza de la que todavía hoy estamos lejos de librarnos y que nos siguen envolviendo con peligrosas medias verdades.
La campaña «Qué nadie se lucre con la pandemia» difunde en toda Europa un mensaje importante: la propiedad intelectual de las farmacéuticas es un obstáculo para frenar la propagación del Covid. Por desgracia, la argumentación es cuando menos incompleta y los medios inconducentes. Pero merece la pena discutir.
Un balance del momento histórico que enfrentamos, las lecciones de la pandemia y la perspectiva de lo que viene, para poder empezar a responder a lo que exige de nosotros.
El plena tercera ola del Covid, los intentos para mantener abiertas las escuelas -o reabrirlas allá donde estaban cerradas- están chocando con la resistencia de profesores, trabajadores de servicios educativos y estudiantes.
Si hace solo un año hubiéramos podido leer la prensa de hoy, no habríamos dado crédito. ¿Las medidas contra una pandemia que se ha llevado por delante a decenas de miles se ponderan con el cierre de bares y pequeños comercios… y no es un escándalo?
Las críticas de los políticos europeos a la Comisión llevan razón en algo: el retraso en la vacunación causa daño al capital y sus negocios y sobre todo -y aunque intenten invisibilizarlo- cuesta vidas de los trabajadores y la población en general. Si, como apuntan y parece, ese retraso se debe en parte a una elección de proveedor principal escorada para crear un campeón biotecnológico, la UE habría demostrado hasta qué punto el pacífico y civilizado proyecto europeo es capaz de los peores crímenes para servir a los intereses del capital alemán.
El famoso CDC de EEUU reconoce que vacunar primero a los mayores es la forma más rápida y fácil de parar la mortalidad por Covid. Pero como la mayoría de los viejos son blancos de clase trabajadora, lo considera «injusto» y los deja los últimos de la cola.
Hay miles de huelgas y multitud de luchas locales, pero una buena parte de ellas responden a fenómenos globales del momento, como los efectos de la pandemia de covid sobre los sistemas sanitarios y educativos. Veamos unas muestras de la respuesta de la clase a nivel global y la reacción de los sindicatos que intentan encuadrarla.
Los líderes europeos se escandalizaron públicamente de ver a la OMS convertida en terreno de combate entre los dos grandes imperialismos del momento. Pero ¿fue alguna vez otra cosa que un terreno de combate entre los distintos intereses imperialistas en conflicto en cada momento?
Según lo que nos dicen las televisiones y los periódicos, la expansión de la pandemia, presentada como un desastre natural, no sería el resultado del éxito o el fracaso, de la suficiencia o insuficiencia de las medidas públicas, esto es, de las condiciones sociales, sino del comportamiento individual de los que al final son víctimas de la enfermedad.
Las muertes por Covid que nos cercan cada día son perfectamente soportables para el estado y las empresas. Para ellos son daños colaterales lamentables pero necesarios para recuperar las ventas e impulsar la revalorización de las empresas. La industria de la opinión se aplica a relatarlas como producto de una «catástrofe natural» que afecta a vidas privadas y daña la economía. Mejor no pensar mucho, vayan a rebelarse los que marchan cada día a trabajar bajo riesgo. Pero la rebelión está ahí, sigue creciendo, seguimos su pulso mes a mes, y es el único dique que contiene esta matanza… y las por venir.
Basta recoger los titulares de la semana para ver con claridad que tanto la política de salud pública y reducción de contagios como la legislación laboral, las coberturas de jubilación y la distribución de rentas e ingresos se doblegan ante el ansia por mejorar los resultados inmediatos de las inversiones puestas en las empresas. Lo que el capital exige para recuperar rentabilidad prima sobre las necesidades más básicas y urgentes de los trabajadores, que son sistemáticamente invisibilizadas.
La respuesta macronita a la oleada de huelgas y su sincronía con Bruselas, Alemania y Holanda a la hora de aumentar las capacidades represivas de los estados, llega en un momento en el que las contradicciones más básicas del sistema están haciéndose más violentas cada día. Nos queda claro que las reglas de enfrentamiento de la clase dirigente y el estado están ya marcadas: frente a la afirmación de necesidades universales, nacionalismo; frente a las protestas, represión e impunidad.
La mayoría de las huelgas que aparecen en los medios son protestas desesperadas contra cierres de empresas que poco o nada pueden conseguir aisladas. Muchas de las veces los sindicatos son pasivos o se oponen directamente a la perspectiva de una huelga… Pero las huelgas en realidad ganan muchas veces, aunque no lo cuenten los medios. Hoy hablaremos de una ola de huelgas que empieza a dar sus frutos: las huelgas en las escuelas y guarderías por la salud de trabajadores y alumnos.
Todos estos movimientos de la pequeña burguesía afirman, no compensan, la verdad material que hace reaccionarias todas sus manifestaciones actuales. La pequeña burguesía explota porque tiene cada vez más dificultades para explotar el trabajo ajeno de manera rentable y teme perder su condición. Sus consignas, el llamamiento a salvar negocios antes que personas, expresan la devaluación de las vidas humanas que no puede rentabilizar ya en sus cuentas de explotación.
Récords pandémicos en media Europa. Nuevas restricciones en Italia y España que los propios gobiernos saben insuficientes antes aun de publicarlas. Masividad del referéndum en Chile. Y señales de nueva devaluación, si no de «corralito» en Argentina. Empieza la semana.
La masacre está en marcha. Más de 150 muertos al día cada día y tasas de incidencia de hasta 1000 por 100.000 en algunas regiones. ¿Espectáculos grotescos en el parlamento? Los que hagan falta. ¡¡Barra libre!! ¿Confinar? Ni de casualidad. Es malo para las ventas y como dice Roig (Mercadona) no van a «desviarse» por la salud y la vida de nadie de lo único que importa de verdad, «la economía», es decir, recuperar los beneficios.
La burguesía y los políticos españoles están preocupados, son solidarios con el florista, el tendero, el hostelero, la pequeña pensión y hasta el antro nocturno. ¡¡Que no cierren!! ¡¡Que no baje más el consumo!! Pero que nadie vaya a pensar tampoco que van a compartir el botín estatal, las subvenciones masivas o los grandes proyectos financiados con fondos europeos. Una cosa es ser solidario y otra perder volumen de ingresos. No, el gran capital es «solidario» con sus hermanos pequeños de la PYME a su modo: para su propio beneficio y poniendo las vidas de los trabajadores bajo el fuego.
Bajo la gramática del miedo al paro y la pobreza, lo que llaman «economía» -la acumulación de capital- se descubre como una aritmética de la matanza. Pero lo que nos presentan como «fuerzas sobrehumanas», imbatibles, inexorables… no lo son.
La pandemia crece de nuevo en España. Pero los gobiernos no quieren que la temamos, ni siquiera que la veamos. Solo que pensemos en lo que pretenden que signifique para nosotros la crisis, su crisis. El capitalismo ya no libera a la Humanidad de viejos miedos a la Naturaleza. Ahora compite por crear aun más miedo a sus reflejos empobrecedores, a su capacidad destructiva.
En todo EEUU estamos viendo una oposición creciente a la reapertura escolar. Unos trabajadores usan los días libres de que disponen para enfermedad y asuntos propios, otros protestan de distintas maneras y otros sencillamente dejan el trabajo. Los sindicatos solo se involucran cuando tomar las riendas de la protesta es la única manera a su disposición para evitar que los trabajadores hagan inviables los planes de reapertura de las escuelas
La derecha en Madrid ha demostrado su cinismo más criminal. Pero junto a ella, y no con menor cinismo, la izquierda ha sido la primera en tomar partido por las necesidades de rentabilidad de las inversiones frente a las necesidades universales de los trabajadores, la primera de ellas, no contagiarse ni contagiar.
Tenemos una epidemia al alza y una crisis acelerada. Se apunta a que el paro llegará a un 23%. ¿Verán en la situación de los trabajadores una necesidad humana a satisfacer o verán en ella las fuerzas de la escasez preparando el camino para que «libremente» aceptemos las «reformas» que llevan años intentando imponer?
El gobierno comunicó ayer 156 muertes por covid en las últimas 24 horas. La atención primaria está ya desbordada. Este otoño será fundamental que el descontento que empieza a aflorar en las huelgas educativas se haga innegable, se manifieste abiertamente y plantee el terreno firme de las necesidades humanas universales. Fundamental para parar la matanza en ascenso. Fundamental para encarar el empobrecimiento en masa de los trabajadores que exigen para revivir al capital nacional, sus empresas y sus finanzas.
El incremento de hospitalizaciones, las huelgas en marcha y el fracaso de la vacuna de Oxford no son hechos aislados entre sí. ¿Qué viene ahora? Un aumento cada vez más claro de todas esas contradicciones, con estados y medios intentando orillar la realidad de la pandemia y sus consecuencias e invisibilizando las luchas con aun más descaro. Y de horizonte, la necesidad acuciante de auto-centralización y extensión de las luchas.
La experiencia en toda Norteamérica no refleja una particular mezquindad de los sindicalistas autóctonos, refleja el empeño de los sindicatos en todo mundo por mantener la producción para salvar las inversiones de las empresas, poniendo al capital por encima de la seguridad y las vidas de los trabajadores.
Con los contagios en escalada y cada vez más camas ocupadas y pacientes en UCI, la situación se acerca ya a la de principios de marzo. La apertura de los colegios en septiembre amenaza con desencadenar una nueva etapa de transmisión comunitaria en masa. Y lo único que la burguesía y el estado españoles han dejado claro es una línea roja: «no más confinamientos, que perdemos dividendos y tributos». Solo un fuerte movimiento de huelgas puede forzar a unos y a otros a poner las vidas, nuestras vidas, por delante de sus ganancias.
Se quiere que todo aparente «normalidad» para que la acumulación retome ritmo, pero estamos muy lejos de nada parecido. Es hora de sacar algunas conclusiones y clarificar algunas perspectivas sobre lo que nos viene.
Los estados parecen imbuidos de prisas temerarias mientras cocinan nuevos «recortes» y «reformas» que nos afectan directamente. La pequeña burguesía se muestra cada vez más airada, violenta y delirante. Y las huelgas de trabajadores toman brío en la «desescalada».
Está comenzando una nueva etapa de recesión económica y crisis política a nivel mundial. Todas las contradicciones del sistema han acelerado con la pandemia y la capacidad del capital para recuperarse va a depender de su capacidad para imponer una transferencia masiva de rentas del capital al trabajo en cada país. Las pérdidas y las necesidades del capital son aun más brutales que en 2009. Pero a diferencia de hace diez años, entramos en esta nueva fase con una clase trabajadora que se ha movilizado bajo un programa de reivindicaciones prácticamente universal y que en no pocos casos ha tenido fuerza suficiente como para superar a los sindicatos y torcer el brazo a empresas y gobiernos. Pero no ha sido siquiera el primer acto. Ha sido la obertura.
España, Francia o Italia empiezan ya el desconfinamiento. Las cifras absolutas de nuevos contagios están en el mismo rango que cuando comenzaron. Y las muertes siguen siendo más de 300 al día en los tres países. El peligro de la «desescalada» es evidente. Pero es que el objetivo de los gobiernos no es acabar con la epidemia y retomar la normalidad cuando sea seguro sino recuperar la actividad económica, incluso en hostelería y turismo, aceptando «convivir» con la epidemia y sus consecuencias mientras las cifras de pacientes que requieren UCI no desborden el sistema sanitario. Y que va a cambiar las condiciones de vida, la organización del trabajo y hasta la división internacional del trabajo.
Para el capital español la caída del turismo no es un «problema social»… es perder una pierna e ir de cabeza hacia un deficit en la balanza comercial que acelerará la tendencia a su devaluación, como pasó en 2009.
Que el incremento de nuevos casos sea más bajo, no quiere decir ni que haya menos casos nuevos que cuando se inició el confinamiento ni que España esté en un nivel comparable de nuevos contagios al que ha servido de señal para la desescalada en otros países. De hecho comparando con el 14 de marzo hubo más hoy y el número de nuevos enfermos es sensiblemente mayor que en Italia, Francia y Alemania, que tienen una población mayor. Y que sea posible «desescalar» sin que exista un desbordamiento del sistema sanitario, no es lo mismo que decir que el desconfinamiento no vaya a producir más contagios y muertes, ni que sea recomendable desde un punto de vista sanitario.
Es el momento en el que los trabajadores de las plantas estadounidenses de la industria militar deberían romper también el cerco sindical y unirse a la lucha bajo la misma plataforma, que describe y define sus intereses con claridad. Pero el bloqueo informativo en EEUU sobre unas huelgas que están integradas totalmente en su industria es aun más efectivo que el del estado mexicano.
Comunicado y volante distribuido en toda España.
Aunque se llegara hoy o en los próximos días a un acuerdo de mutualización de deuda, lo que vendría después sería una lucha por cambiar reglas, proteger mercados nacionales sectoriales y reducir la interdependencia entre las burguesías nacionales. Y así también se agotaría la UE y acabaría el viejo sueño reaccionario de los Estados Unidos de Europa, no con un estallido sino con un quejido.
México y Brasil se ven si cabe más azorados por una crisis que funde el desastre sanitario en ciernes con la paralización de los mercados de exportación y el caos político. La situación es sumamente peligrosa para los trabajadores en toda América. Solo la generalización de las luchas puede imponer la prioridad de salvar vidas en vez de inversiones, , parando la propagación de manera efectiva y garantizado la satisfacción de las necesidades básicas para todos los trabajadores.
¿Es inevitable que seamos más pobres después del confinamiento? No. Si lo fuera, Bolsonaro, Botín, el CEO de Michelin y tantos otros, nos tendrían ya trabajando y con un recorte «solidario» en los sueldos.
La masacre de las residencias es una expresión clarísima de cómo los objetivos e incentivos de la acumulación se oponen a las necesidades humanas más básicas. El resultado es de una incompetencia sangrante desde el punto de vista de algo tan básico como la protección de vidas humanas, pero en realidad ha sido «ejemplar» desde el punto de vista de la colocación de capitales y su rentabilización. El covid ha campado y arrasado en ellas precisamente porque eran eficientes a los fines para los que se habían creado.
Mantener esas reivindicaciones y no perder la perspectiva durante el periodo de encierro será fundamental para enfrentar la oleada mundial y brutal de ataques con las que intentarán reanimar el capital a nuestra costa cuando la propagación de la enfermedad remita.
El capitalismo es definitivamente un mundo al revés y la «justicia social» la expresión más cínica de su absurdo. El reducir los contagios cerrando las fábricas se presenta como un interés particular de los trabajadores, mientras que evitar mayores daños al dividendo de las empresas sería el «bien común». El sacrificio común es así, siempre y en cualquier caso, el de los trabajadores: unos «recuperando» horas cuando la crisis sanitaria amaine, otros yendo a trabajar porque su trabajo es esencial… para que no sufra la rentabilidad media del capital nacional.
Estamos en mitad de la oleada de huelgas y luchas más sincrónica en el tiempo y más extendida geográficamente del último siglo. Evidencia hasta qué punto las necesidades universales, humanas, solo pueden ser defendidas por los trabajadores como clase, porque solo para los trabajadores se presentan como su objetivo inmediato y directo en todo el mundo. Y lo que no es menos importante, muestra que los trabajadores somos capaces de afirmar una alternativa global cuando rompemos con la supeditación de nuestras reivindicaciones al beneficio de las empresas, es decir con el discurso que llevan machacando años los sindicatos.
Igual que pasó antes con la Teoría Económica y sus expertos, el conocimiento social y las necesidades del capital divergen porque las necesidades humanas y la acumulación de capital son cada vez más antagónicas. El «experto» se convierte entonces en un pasmarote cuya tarea es justificar políticas y tranquilizar a la población.
Los gobiernos de los «países emergentes» están forzando mantener en marcha fábricas y oficinas aun a pesar del evidente riesgo de salud pública. Pero al mismo tiempo decretan el confinamiento para millones de familias trabajadoras de la «economía informal», condenándolas al hambre y apretando la represión para hacerlo cumplir.
Si el protagonismo de la presión por el cierre deja de estar en las huelgas y pasa a estar en una facción del ejecutivo, no solo podrá modularse lo que es «servicio esencial» como en Murcia o Italia hasta hacer perder todo sentido al concepto, sino que la fuerza ganada durante las luchas quedaría en nada, entregada a una parte de la misma clase que ya discute como repartir la carga de resucitar al capital nacional entre los trabajadores de cada país «cuando todo acabe».
La pandemia deja expuestas dos verdades fundamentales: el antagonismo radical entre las necesidades humanas y el capitalismo; y que los trabajadores son el único sujeto político capaz de representar y afirmar en todo el mundo esos intereses universales.
La epidemia no solo puede cambiar el lugar competitivo y el acceso a mercados de los grandes capitales europeos. También va a cambiar la correlación de fuerzas dentro de la UE. A día de hoy es dudoso que Italia, Portugal, España, e incluso Grecia apoyaran de nuevo la aprobación de «medidas defensivas» frente a China desde Bruselas. En unas semanas, cuando la crisis sanitaria y la económica exacerben aun más los brutales instintos de la burguesía alemana, es más que posible que Alemania y Francia, y no China, sean los que estén en una posición incómoda en el mapa imperialista europeo.
Sánchez anuncia un plan de 200.000 millones de euros. Pero el gobierno asegura que el conjunto de medidas le costarán solo 5.000 millones el primer mes y otros tantos el segundo. ¿Cómo puede ser éso? ¿Cuánto dinero piensan gastar de verdad, en quién y qué corresponderá a los trabajadores?
Si alguien creyó alguna vez que la Unión Europea podía servir para templar las ansias de los capitales nacionales y poner por delante las necesidades humanas universales más básicas, puede ver refutadas sus esperanzas hoy, una vez más, con absoluta claridad. Por contra, los que dudaran de la capacidad de la clase trabajadora para plantar cara a la barbarie del capital por encima de las fronteras nacionales, tienen en estos días una demostración palpable de cómo la clase trabajadora no solo existe como clase universal sino que su lucha es la única capaz de afirmar la primacía de las necesidades humanas de un modo efectivo y por encima de las fronteras.
Demasiado tarde y demasiado poco, es la fórmula para que esta epidemia acabe diezmando a los trabajadores y sus familias. Tenemos que parar toda la producción no esencial para que el confinamiento sirva para algo. Y tenemos que parar los despidos disfrazados de «medidas de urgencia».
Tras las últimas declaraciones de los gobiernos británico, español, italiano y estadounidense, es el momento de ir a la huelga en todos los centros de trabajo que no estén dedicados a la producción esencial.
La saturación hospitalaria que hoy supone un peligro para miles de personas habría sido evitable si no se hubieran erosionado los sistemas de salud sistemáticamente y si los gobiernos actuales hubieran tomado medidas contra la propagación en las primeras fases
La epidemia de neumonía de Wuhan no es la causa de la recesión que se dibuja en el horizonte. Pero es un acelerador de las manifestaciones de la crisis de acumulación de fondo. Crisis cuyos resultados más temibles no son solo económicos, sino cada vez más, bélicos.