¿Son posibles las fronteras abiertas?

No hay día sin nuevos naufragios en Canarias, sin que la situación miserable de los campos de refugiados en el Mediterráneo o la indefensión de los migrantes sin papeles deje de resultar pavorosa. Migración se ha hecho sinónimo de familias destrozadas, abusos laborales extremos y políticas represivas.
Cuando esta situación ocupa a los estados desaparece el famoso enfoque de Derechos Humanos que tan fervorosamente enarbolan los gobiernos y Bruselas para defender la propiedad intelectual o los privilegios de las iglesias. Todo se reduce a repatriar y pagar a los países de paso y origen para que repriman. Una política que ha costado miles y miles de muertes aunque solo conozcamos breves destellos: 13.000 migrantes abandonados a morir de sed en el desierto argelino por ejemplo.
Ayer en la cumbre de Palma, los gobiernos de Italia y España, presentaron un frente con Malta y Grecia. Aducían que no pueden hacer frente a toda la presión migratoria, que los fondos de ayuda que reciben desde Bruselas en cada oleada no son suficientes y que incluso la pequeña fracción de los migrantes que son reconocidos como refugiados son demasiados y tienen que ser repartidos mediante cuotas obligatorias.
La Comisión Europea les da indirectamente la razón. Ayer presentó un plan para la cohesión social e integración de los 34 millones de residentes europeos nacidos fuera de la UE. El despropósito es evidente: el migrante polaco estaría disfrutando de las delicias del modelo social europeo perfectamente integrado por no se sabe qué misteriosos valores comunes, mientras que el residente ucraniano, nacido quizás a unas pocas decenas de kilómetros del anterior, generaría por su mera residencia un reto al modo de vida europeo. En realidad, todos sabemos que no se refieren a ellos, como no se refieren a británicos, argentinos o estadounidenses: ocultan bajo los números de nacidos fuera de la UE el miedo a lo que llaman radicalización de los barrios obreros abandonados y etnificados en los que el Islam político de los Hermanos Musulmanes y el salafismo ganan prosélitos para horror de unos estados que ven debajo la mano de sus rivales imperialistas. El programa europeo alimentaría parte de los costes de los intentos de reafirmación política de los estados bajo un discurso que convierte a los migrantes de países de mayoría musulmana en sospechosos de quintacolumnismo. Bonita manera de promover la cohesión.
Volvamos a los flujos migratorios: si escuchamos a los representantes políticos de la pequeña burguesía airada la respuesta compite en inhumanidad con los gobiernos: Vox querría mandar a la armada al estilo de la política criminal que realiza rutinariamente Australia, que ha costado miles de vidas y que se complementa con infames campos de detención extraterritoriales y ahora con barcos prisión.
Desgraciadamente no es un mero contrapunto exótico o exaltado para hacer tragar la mayor como una posición equilibrada. El gobierno alemán, sin atreverse a promover el uso de la marina de guerra contra los migrantes -para eso están los gobiernos socios de África- está defendiendo ya la creación de campos de concentración fuera de las fronteras UE exactamente iguales a los australianos. Gran Bretaña está estudiando adoptar un modelo similar.
¿Por qué la migración es un problema?
En 2018 los refugiados fueron un arma arrojadiza en las querellas entre los estados de la UE. Más tarde, en la última crisis de refugiados, justo antes del estallido de la pandemia, fue evidente no solo la relación entre guerras imperialistas y flujos migratorios, sino como refugiados y migrantes eran convertidos en herramientas por las distintas potencias para presionarse mutuamente... El mismo juego se repetía a una escala mayor destrozando más y más vidas.
Durante la primera ola del Covid, el juego de la pequeña burguesía agraria quedó claro: los mismos que organizan manifestaciones xenófobas se lamentaban de no tener suficientes migrantes a los que explotar a salarios de miseria. Los trabajadores migrantes que consiguieron poder llegar a ser explotados se convirtieron, gracias a las condiciones miserables en las que sus patrones les mantenían y a la necesidad de ir de un país a otro tras vendimias y cosechas, en el punto de arranque de una nueva cepa que ha sido protagonista en la segunda ola.
Ahora la situación en Canarias ha hecho evidente el desastre en el Sahel y Marruecos, con miles de trabajadores pinzados entre una crisis galopante que los condena al hambre y una guerra imperialista azuzada desde los estados de la UE.
No hay que ser un genio para darse cuenta de que los flujos migratorios que tanto dicen temer los estados europeos no son, como nos dicen, un problema nuevo. Más bien son el nuevo resultado de al menos dos viejas contradicciones sistémicas: por un lado la incapacidad del capital para seguir aumentando aquello que es su razón de ser, explotar más fuerza de trabajo de manera rentable. Por otro, unido indisociablemente a lo anterior, la virulencia creciente de los intereses imperialistas de cada capital nacional, necesitado de mantener zonas de influencia para asegurar mercados y colocaciones de capital.
A cada paso que pretenden dar respuesta al desastre y el caos que el sistema genera no hacen sino elevar esas contradicciones a un nivel mayor y más anti-humano, triturando más y a más personas a cada paso.
¿Es verdad que no hay sitio para todos? ¿Es verdad que un mundo sin fronteras sería inviable?
Durante siglos las clases esclavistas griegas ilustraron la necesidad de la esclavitud con el molino de grano. Dando por hecho que la única forma de mover la rueda era con personas impulsándola, dejaban claro que la única alternativa a la explotación de los esclavos era trabajar todos como esclavos. Opción que, desde luego, no iba a imponerse por la voluntad consensual de los que se libraban de tan pesados trabajos. Motivo por el cual, argumentaban, la esclavitud siempre existiría.
¡Molineras, ahorrad la fuerza del brazo que hace girar la piedra del molino y dormid apaciblemente! ¡Que el gallo os advierta en vano que ya es de día! Dad a las ninfas el trabajo de las esclavas y mirad cómo saltan alegremente en el camino, moviendo el eje de la rueda con sus rayos y haciendo girar la pesada piedra rodante. ¡Vivamos la vida de nuestros padres y, ociosos, regocijémonos de los dones que la diosa otorga!
Antípatro de Tesalónica celebrando en el siglo II la invención del molino de agua como fin de la esclavitud y entrada en una era de abundancia
Cuando se inventó el molino de agua y el argumento, hasta entonces omnipresente, dejó de tener sentido, el poeta Antípatro de Tesalónica festejó la invención como el fin no del argumento, sino de la esclavitud. Era obvio que se equivocaba. La aristocracia antigua no defendía el sistema esclavista porque no tuviera formas mejores de organizar la producción, porque fuera necesario para mantener el bienestar social, sino porque era necesario para mantener su situación como clase explotadora.
Algo parecido ocurre con los argumentos contra el fin de las fronteras. Si se da por hecho el capitalismo, efectivamente, poco hay que hacer. El capitalismo de hoy está en contradicción con el desarrollo humano, es un sistema decadente, y eso se expresa en su contradicción permanente con los trabajadores y en general con las fuerzas productivas. Veamos:
- si la clase trabajadora crece, como el sistema no tiene capacidad para explotarnos a todos, ataca nuestras condiciones de vida;
- si aumenta la esperanza de vida, como la porción de la producción que se destina a remuneración del capital es abrumadora, ataca los medios de vida de los jubilados;
- si se desarrollan conocimientos y nuevas tecnologías que aumentan la productividad física del trabajo y podemos producir más dedicando menos horas, como el capital no tiene donde vender más producción, en vez de reducirse la pobreza y mejorar los niveles de vida, aumenta el paro y la precariedad...
Y podríamos seguir casi ad infinitum listando contradicciones. Pero a nadie -salvo a unos cuantos genocidas entusiastas- se le ocurre argumentar que hay que reducir la esperanza de vida, renunciar a la ciencia o parar el desarrollo tecnológico porque el capitalismo los convierte sistemáticamente en pobreza y escasez.
Sin embargo las migraciones -principal forma de crecimiento del proletariado en una época en la que el capitalismo es incapaz de hacerlo crecer en la gran mayoría de los países semicoloniales- deben pararse porque, según dicen, bajan los salarios. La hipocresía se explica sola: el discurso anticientífico o la tecnofóbia no producen ganancias directas para nadie vía discriminación, la xenofobia, como todas las discriminaciones sistemáticas, sí. El discurso del no cabemos todos, no es otra cosa que hipocresía discriminadora.
Pero volvamos a la cuestión central. En toda la lista de arriba, está claro cual es el término que invierte el sentido progresivo de cada avance humano. Si podemos vivir más pero el sistema no puede permitirlo sin empobrecernos, el problema no es envejecer, el problema es el sistema. Si podemos conocer más y desarrollar mejores tecnologías que sirvan para satisfacer las necesidades de más personas, pero el sistema no sabe hacer otra cosa con ellas que convertirlas en paro y pobreza, el problema no es la ciencia, ni la tecnología, sino el sistema. Si podemos trabajar menos horas produciendo más pero se ignora para aumentar beneficios al tiempo que condena al paro a millones, el problema no son los robots o la IA, el problema es el sistema. Y si podemos ser más trabajando y produciendo para satisfacer las necesidades de todos, pero el sistema solo puede explotar a más trabajadores si explota a todos aun más... el problema, desde luego, no son los migrantes.
Las fronteras a día de hoy son en sí mismas una contradicción. Cada capital nacional las necesita para protegerse de su competencia, configurar una cultura de acuerdo a sus necesidades y constreñir las contradicciones sociales -incluido entre distintos grupos de la clase dominante- en el estado. Pero al mismo tiempo a cada capital nacional le sobran las de las demás: necesita encontrar mercados que suplan la carencia endémica de demanda interna capaz de pagar por toda la producción, necesita oportunidades de inversión en otros lugares para colocar el capital acumulado que no tiene destino en su mercado interno...
Las formas de intentar superar esas contradicciones las conocemos demasiado bien y no son una superación en absoluto. Más bien agravan esas contradicciones: zonas de libre comercio y organizaciones internacionales como la UE que acaban haciendo de aceleradores, boicots y sanciones, guerra comercial y de divisas, guerras armadas... Como hemos visto las migraciones son un producto de todo lo anterior y expresan a su vez la tendencia del propio capitalismo a destruir las fronteras que él mismo crea.
Pero es difícil imaginar para qué podría querer fronteras y aduanas, ejércitos y restricciones de movilidad una sociedad que no produjera para maximizar los dividendos del capital sino para satisfacer directamente las necesidades humanas. Es más, es imposible imaginar que las fronteras pudieran ser otra cosa que un peligroso estorbo en el proceso de hacer realidad la superación del sistema actual. Las fronteras hoy solo son necesarias para el capitalismo y aun así estorban a sus necesidades. Los trabajadores, la Humanidad, no tenemos ningún futuro posible que no pase por librarnos de ellas y del sistema que las produce. Cuanto antes.