Del Proyecto Venus al Solarpunk

Los orígenes del Solarpunk
Solarpunk nace como término en 2012 como título de una antología de cuentos de ciencia ficción brasileña. La editorial Draco la encargó como cierre de una trilogía de selecciones de cuentos de autores brasileños en la que los dos volúmenes anteriores Vaporpunk (una marca alternativa para el steampunk brasileiro) y Dieselpunk dejaban claro el objetivo de la propuesta y su base ideológica.
Si la ciencia ficción de los 80 y 90 (marcada por el Ciberpunk) había explorado cómo las tecnologías de información transformaban las relaciones de poder, Draco planteaba cambiar el foco hacia las fuentes energéticas y sus tecnologías asociadas. Algo que, con nostalgia imperialista victoriana, habían comenzado ya en el 90 Gibson y Sterling -los padres del ciberpunk- con The Difference Engine, la novela inaugural del Steampunk.
Los relatos Solarpunk de Draco, sin embargo, conseguían llegar poco más allá de un cambio de atrezzo: energías limpias, IAs y sistemas colaborativos sustituían a la habitual quincalla de la ciencia ficción sin aportar nada más que sutiles referencias a los mitos del ecologismo político brasileño entonces en ascenso.
No parece un arranque muy esperanzador. Sin embargo hoy, si hacemos caso a la Wikipedia, tanto Ursula K. Leguin y sus Desposeidos como Callembach y su Ecotopía habrían sido ya solarpunks... en los 70 y, por supuesto, sin saberlo. El expansionismo hacia atrás en la descripción de lo que se supone ya un subgénero asentado e incluso definitorio de nuestra época en realidad oculta que... durante mucho tiempo fue poco más que una marca, la demanda de un grupo de aficionados a la ciencia ficción que las editoriales tardarían todavía en explotar.
Resignificación y auge prefabricado del Solarpunk
Fantasía arquitectónica Solarpunk... lo mismo de siempre, el característico hacinamiento capitalista, con generadores y verde alrededor.
El hecho relevante es que menos de un año después de la primera antología en portugués, empezaron a salir supuestos grupos de aficionados Solarpunk anglófonos, estadounidenses en su mayoría. Llenaron la red de ilustraciones buscando como locos quien les escribiera algo desde sus presupuestos. Estos presupuestos no eran los del movimiento literario original que no habían leído y del que sólo tenían referencias generales, sino expresión del hambre de un relato positivo, de un horizonte utópico para el New Green Deal que empezaba a dibujarse como principal propuesta de la izquierda demócrata.
¿Qué llamaba la atención de toda aquella proliferación de estampitas de supuestas ciudades orgánicas, solares y verdes? En primer lugar que abundaban en el característico hacinamiento urbano capitalista, ahora con coberturas verdes y algún molino eólico.
Pero sobre todo, que no aparecía un ser humano ni por casualidad. Se pretendían paraísos... pero estaban desolados. Y es que la utopía se restringía a lo energético, las relaciones sociales quedaban fuera del cuadro de lo que se quería imaginar de manera diferente.
Por eso es normal que, a diferencia del Ciberpunk en los ochenta, el Solarpunk no generara ningún escándalo. Y por lo mismo, hasta que el partido demócrata no empezó a cuajar un giro ideológico hacia el ecologismo en su batalla con el trumpismo, las editoriales no vieron claro el mercado.
Sólo cuando la oposición al trumpismo empieza a apostar claramente por un catálogo ideológico definido, las editoriales estadounidenses empiezan a hacer encargos en el nuevo marco. Se publican Sunvault: Stories of Solarpunk and Eco-Speculation en 2017 y Glass and Gardens en 2018. A partir de entonces las publicaciones se multiplican y el marco ideológico se clarifica. El Solarpunk empieza a ser sinónimo de fantasía a medida del identitarismo feminista y racialista abrazado por el partido demócrata. Aparecen colecciones dedicadas a establecer un sub-subgénero Afrosolarpunk, por ejemplo.
El «Proyecto Venus»
Estampitas del Proyecto Venus
Es habitual a estas alturas que los artículos sobre el Solarpunk lo presenten en contraposición al Ciberpunk de los 80 y 90. Pero si bien las estéticas son relativamente opuestas, la marca solarpunk no se desarrolló frente al ciberpunk literario, sino frente al underground estadounidense, que agitado y nutrido por la recesión de 2009, se había decantado en el lustro anterior hacia el tea party y la alt-right más que hacia el pijama party del Occupy Wall Street.
Y es que, significativamente, el Proyecto Venus -una utopía confluyente con lo que en un primer momento se definió como solarpunk- se había convertido en la asociación más visible del movimiento Zeitgeist.
Este movimiento, nacido de una pieza de propaganda audiovisual del mismo nombre publicada y viralizada masivamente a partir de 2007, dio forma organizativa durante unos años, incluidos los primeros de la crisis que siguió a la caída de Lehman, al batiburrillo ideológico del los sectores más airados de la pequeña burguesía estadounidense. En 2011 cuando la decantación hacia el bannonismo empezaba a ser bastante evidente en este entorno, el Proyecto Venus rompió lazos con el movimiento que le había dado visibilidad mundial.
El proyecto Venus era, es, una utopía clásica fuera de época: la idea genial de dos personas, Jacque Fresco y Roxanne Meadows, que a través del urbanismo y la arquitectura llegan a la convicción de que es necesario pasar a una economía desmercantilizada basada en los recursos y esperan que, simplemente por mostrar y argumentar que sería un sistema mejor, se imponga y supere al modo de producción establecido.
Por eso es importante el énfasis en recursos. Como buenos utopistas no ven, ni buscan, en el movimiento histórico real fuerzas sociales que expresen la necesidad de la desmercantilización y la hagan posible. Si lo hubieran hecho sólo las hubieran podido encontrar en la clase social que lucha por las necesidades humanas universales y plantea por tanto un proyecto histórico que impone esas necesidades universales como criterio de ordenación de la sociedad y su sistema productivo. Es decir, hubieran llegado al comunismo.
Pero el Proyecto Venus deja, como el Solarpunk, las relaciones sociales existentes fuera de cuadro. Simplemente desaparecerían en un momento por la aparición de una mágica conciencia social por encima de las clases. No es casualidad si como en el Solarpunk, sus estampas gráficas están sistemáticamente despobladas. Hay edificios, máquinas, paisajes... pero no personas. Incapaces de dar un sujeto al cambio histórico, son incapaces también de visualizar un futuro con humanos.
Pero en realidad, lo que Fresco hizo fue proponer un movimiento artístico. Su mérito afirmar la necesidad de la desmercantilización, aunque seguramente ni siquiera él mismo supo nunca que estaba hablando del objetivo comunista. Su error: hacerlo al tiempo que negaba a sus seguidores los medios materiales para poder hacerlo realidad. Sus resultados: centenares de estampitas y algunas construcciones como consolación.
El comunismo y las utopías artísticas
«En tiempos de Armonia», Paul Signac, 1893-95
Los movimientos artísticos están en un plano diferente del de la discusión y la lucha política, aunque este plano no sea ni mucho menos independiente. Es un viejo debate que Trotski resumió bien en varios de sus artículos sobre literatura en el contexto de la Revolución Rusa.
El marxismo ofrece diversas posibilidades: evaluar el desarrollo del arte nuevo, seguir todas las variaciones, alentar las corrientes progresistas por medio de la crítica; apenas si se le pueda pedir más. El arte debe labrarse su propia ruta por sí mismo. Sus métodos no son los del marxismo.
Es decir, debemos plantearnos qué mueve y hacia dónde conducen estos movimientos juzgando sus consecuencias y sus presupuestos, aunque sin tratarlos como movimientos políticos.
En el caso del Solarpunk, parece claro en la medida en que una realidad Solarpunk, la del Pacto Verde de los demócratas, se materializa aquí y ahora en nuevas formas de pobreza cotidiana para los trabajadores estadounidenses, desde el modo de vida y el transporte a la vivienda.
A día de hoy el Solarpunk es poco más que una estética de «lo verde» al servicio de una ideología muy reaccionaria: el Pacto Verde, que no es otra cosa que una transferencia masiva de rentas del trabajo al capital presentada falsamente como solución al cambio climático.
No hay nada de futuro en todas esas ciudades de torres, donde se supone que viviríamos apilados igual que en el capitalismo, sumergidos en frondosísimas vegetaciones típicas de las franjas tropicales y ecuatoriales. Hasta Ursula K. Leguin quiso imaginar una sociedad desmercantilizada en los desiertos. Y es que el capitalismo nos legará muchos nuevos parajes desolados y sin agua.
En el caso de Fresco y el Proyecto Venus hay que reconocer sin embargo una investigación tan honesta como insuficiente... que lleva a unos resultados contradictorios con los fines que declara. Como hemos visto, incapaz de ligarse a fuerzas sociales reales que operan en el tiempo presente, tan sólo puede hacer ideología, nunca podrá ofrecer otra cosa que un pasatiempo de escapismo intelectual.
Pero ni siquieras esas son las cuestiones principales. La cuestión de fondo es qué hay debajo de la demanda social a la que este tipo de utopías artísticas busca responder. Y ahí es cuando la respuesta se vuelve interesante.
- Estas utopías artísticas dan una respuesta falsa a una necesidad material real: afirmar como perspectiva inmediata una sociedad de abundancia sin trabajo asalariado ni estado; una sociedad que recupere y haga consciente el metabolismo común entre nuestra especie y la Naturaleza de la que es parte.
- En un capitalismo decadente al punto de ser incapaz ya de hacer arte verdadero, revela que la necesidad social de Arte sigue existiendo. Y de hecho apunta la orientación que se le demanda como necesidad, totalmente a contracorriente de lo que el sistema puede ofrecer.
Así que desde nuestro punto de vista, la audiencia alcanzada por estos proyectos artísticos, su impacto innegable en tantos jóvenes trabajadores de todo el mundo, es un acicate para hablar de forma clara y abierta del comunismo. Y hacerlo en sus dos dimensiones: como sociedad de abundancia futura, necesaria y posible hoy; y como fuerza social que opera en el presente.
- ¿Quién hará los trabajos que nadie quiere hacer?
- ¿Cómo serán la ciudad y la vivienda?
- ¿Desaparecerá la división sexual del trabajo?
- ¿Existirá la familia? ¿Cómo será la crianza?
- ¿Quién se encargará de la agricultura? ¿Tendremos piñas, naranjas o café?
- ¿Existirán restaurantes?
- ¿Habrá grandes plantas químicas y gigantescas industrias pesadas?
- ¿Desaparecerán el Arte, la artesanía y las producciones tradicionales?