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¿Sindicalistas o revolucionarios?

19/03/2019 | Crítica de la ideología

En España, en México, en Argentina... en Irán, por todos lados estamos viendo lo que superficialmente parece un renacer del sindicalismo «de base», acompañando el rebrote de las luchas y huelgas de clase. Muchas veces, no siempre, vestido como una vuelta al «sindicalismo revolucionario» o el anarcosindicalismo. ¿Qué significa? ¿Adónde va?

Los sindicatos son los vendedores monopolistas de fuerza de trabajo en la época del ‎capitalismo de estado‎, nuestra época. Como todos los vendedores especializados de una mercancía determinada, su interés es venderla «lo mejor posible»: más cara donde sea posible, en contratos de mayor volumen, etc. Pero sobre todo, como cualquier otro monopolio -desde el acero a las telecomunicaciones- su interés principal es la conservación del sistema que les da sentido. Por eso nos machacan con que sin beneficios no hay más salarios, que nuestras necesidades han de estar supeditadas a los resultados del capital. Parte fundamental del mecanismo estatal de fijación de precios de nuestro trabajo, los sindicatos pueden negociar ciertas alzas más o menos temporales y prejubilaciones en las reconversiones... siempre que entierren la combatividad y nadie proteste en el páramo que la crisis capitalista deja a su paso. Nadie ha combatido más feroz y eficazmente las luchas obreras durante el último siglo. No es cuestión de dirigentes, son sus intereses como estructura. Los sindicatos no tienen más posibilidades de «reconquista» que el ministerio de trabajo o las eléctricas.

Contra esa experiencia que ha estado presente en todas las generaciones de trabajadores desde hace más de un siglo, aparecen una y otra vez pequeños grupos de trabajadores que se dan cuenta de que para sacar adelante las necesidades colectivas no pueden contar con una estructura estatal. Son grupos adelantados en el puesto de trabajo que se dan cuenta de que participar en ese parlamentarismo sindical que son las «elecciones sindicales» y sus «comités de empresa» es una trampa y que hace falta «unificar las luchas de los trabajadores para poder vencer». Es decir, intuyen que no hay otra perspectiva que la ‎huelga de masas‎ organizada no al modo sindical sino mediante asambleas y comités electos y revocables por ella. Entre otras cosas porque en su mayoría son ‎ precarios‎ y tienen frescas las asambleas sindicales, que dejan siempre o casi siempre fuera a temporales, subcontratas e irregulares. Es a este tipo de grupos a los que hemos visto conducir los movimientos masivos de Matamoros e Irán.

No son sindicatos porque no se comportan como tales ni se plantean sus acciones desde la lógica sindical. Pero si se definen y entienden así, cuando las luchas aflojen, todo les empujará a sostenerse entrando en el negocio de la «representación», es decir, hacer parte de la gestión de la fuerza de trabajo... e integrarse en el monopolio sindical. Pasó mil veces en los 70, 80 y 90 con los «sindicatos de base». Unos acabaron como sindicatos corporativos, otros como versiones gritonas o postmodernas de los sindicatos mayoritarios. El caso del anarcosindicalismo en España es esclarecedor. Del estallido de la CNT en su congreso de Valencia en 1980, el sindicalismo jornalero y los movimientos «autónomistas» inspirados desde Italia nos quedan, décadas después, una central sindical bien integrada en los comités de empresa, otra que entra por la puerta de atrás, un partido nacionalista, varios sindicatos corporativos y un sindicato postmoderno más interesado en difundir el identitarismo feminista que en organizar las luchas. No, no era el camino y no cabe hacerse ninguna ilusión: no hay sindicato que haya conseguido resistirse a... ser un sindicato.

Y es que no se trata en absoluto de un fenómeno novedoso. De hecho comenzó con la primera carnicería mundial que marca ‎ el momento en el que el capitalismo se convierte en una lacra para la Humanidad‎. Los sindicatos toman entonces bando por la guerra, en la que sirven de reclutadores y organizadores de la producción militarizada. Son decisivos a la hora de arrastrar a los partidos socialdemócratas a la «unión nacional» con «sus» burguesías y la vanguardia de la reacción contra la revolución. No, a Rosa Luxemburgo, Karl Liebcknecht y los obreros berlineses insurrectos no los masacraron unos «fascistas» que todavía no existían como nos cuenta ahora el izquierdismo; los masacraron los cuerpos paramilitares organizados por los sindicatos a las órdenes de un gobierno socialdemócrata que fue el primero del mundo en dar el voto a todas las mujeres.

En mitad de guerra, cuando la voz de los internacionalistas está siendo reprimida con ferocidad, aparecen «comités de fábrica», pequeños grupos militantes en Gran Bretaña y Francia que organizan la lucha contra la guerra desde los talleres: el movimiento de los «shop stewards» y los grupos sindicalistas revolucionarios de Monatte y Rosmer. En 1920 ambos movimientos participarán en el segundo congreso de la Internacional Comunista. A los británicos les representa Tanner, a los franceses Rosmer que resume los debates en sus, imprescindibles, memorias de aquel viaje:

Para cierto número de delegados, era la cuestión del partido político mismo la que se encontraba planteada en primer lugar: hasta ahora no habían pertenecido nunca a un partido político y toda su actividad se desarrollaba en el seno de las organizaciones obreras. Esto es lo que dijo Jack Tanner desde la tribuna. Explicó cómo, durante la guerra, se habían desarrollado los Show Stewards Committees, la nueva importancia que habían adquirido oponiéndose a la política de los líderes tradeunionistas comprometidos a fondo con la política belicista del gobierno británico. La dura batalla que habían peleado, no sin riesgos, durante la guerra, los había conducido naturalmente a dar a los comités de fábrica un programa revolucionario y a adherirse, desde su origen, a la Revolución de Octubre y a la Tercera Internacional. Pero su acción se había desarrollado siempre fuera del partido, y en gran medida contra el partido, del que ciertos dirigentes era los mismos hombres contra los que se enfrentaban en las luchas sindicales. Su propia experiencia de los pasados años no había podido sino fortalecer sus convicciones sindicalistas: la minoría más consciente y más capaz de la clase obrera era la única que podía orientar y guiar a la masa de los trabajadores en la lucha cotidiana por sus reivindicaciones así como en las batallas revolucionarias. Fue Lenin el que respondió a Jack Tanner, diciendo en esencia:

Vuestra minoría consciente de la clase obrera, esta minoría activa que debe guiar su acción, no es sino el partido; es lo que nosotros llamamos el partido. La clase obrera no es homogénea; entre la capa superior, esta minoría llegada a la plena consciencia, y la categoría que encontramos en lo más bajo, aquella que no tiene la menor noción, aquella en la que los patrones reclutan a los esquiroles, a los rompedores de huelgas, está la gran masa de trabajadores que hay que ser capaces de arrastrar y convencer si queremos vencer. Pero para eso la minoría debe organizarse, crear una organización sólida, imponer una disciplina basada en los principios del centralismo democrático; entonces tenemos el partido.

¿Sindicalistas o revolucionarios?

Jack Tanner optó por el sindicalismo... y acabó reclutando y organizando la producción de guerra en la siguiente carnicería mundial. Rosmer abrazó la militancia partidaria y fue un militante valioso en la lucha contra la contrarrevolución stalinista y un compañero leal hasta el final. No hay camino intermedio. Las organizaciones militantes que vemos surgir en este momento en los centros de trabajo no tendrán otro remedio que ‎ acendrarse‎. La razón está en la ‎ esencia misma de la clase, su carácter universal‎, su ‎centralismo‎, tan diferente del centralismo del estado y la burguesía.

En nuestra época no puede establecerse una diferencia entre «luchas inmediatas» y revolución. Como decía el propio Lenin, «bajo cada huelga se esconde la hidra de la revolución». Y precisamente por eso no cabe pretender «especializarse» en un momento de las luchas de clase cuando lo que vemos, hoy mismo, en Matamoros o Irán, es que la lucha de los trabajadores de una empresa, ciudad o sector no puede triunfar sin extenderse, sin convertirse en una afirmación de la clase como sujeto político, y que esta afirmación no va a ningún lado si no parte precisamente de ahí, de la organización que solo puede surgir de la fusión de asambleas de luchas.