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Sin visado

02/12/2017 | Artes y entretenimiento

La odiosa resaca de la contrarrevolución nos dejó unos cuantos libros de memorias y algunas buenas novelas de derrota como «Medianoche en el siglo» de Serge. Sin embargo no se puede decir lo mismo de la segunda guerra mundial: la magnitud del desastre contrarrevolucionario previo y la efectividad de la represión sufrida por los internacionalistas, que mermó sus ya magras filas, explican las pocas referencias literarias de una época que, paradójicamente, refrendó dramáticamente sus análisis.

Hay sin embargo alguna excepción y la buena noticia es que una de ellas ha sido traducida al español y publicada este año: «Sin visado» de Jean Malaquais. Malaquais, uno de los mejores escritores en lengua francesa de su siglo, se llamaba en realidad Jan Malacki y había nacido en Polonia en 1908. Internacionalista, lo que la Wikipedia llama «su irreductible incorrección política» fue en realidad una arriesgada y entregada militancia en la Izquierda Comunista Francesa. No es casualidad si uno de los protagonistas de esta novela se llama Marc Laverne, un revolucionario que lucha contra la guerra antifascista. El personaje está basado en Marc Chirik, que usaba Laverne también como pseudónimo y que luego sería fundador de la actual CCI.

El libro, al que se considera una de las cumbres de la novela francesa del siglo XX, describe el colapaso de la civilización en la Europa de principios de los 40 a traves de la geografía humana de aquella Marsella, controlada por los colaboracionistas de Petain en la que revolucionarios, refugiados judíos y españoles, y todo tipo de personas tenían que cuidarse tanto de fascistas como de estalinistas, delatores y legionarios en la angustiosa espera de un visado, de una plaza en un barco que fácilmente trocaba en ferrocarril hacia el exterminio.

La estructura de la novela es heredera de la subversión que la Revolución rusa inició en la novela. Estamos lejos del arquetipo del relato burgués en el que un ser «despistado» y pasivo, definido desde el primer momento como observador -periodista, viajero accidental, etc.- descubre una realidad «desconocida» a través de la que «crece» hasta tomar partido por un bando, hacer un «gesto» y dejar aflorar el sentimentalismo (la inevitable novia local o el leal amigo-traductor). Muy al contrario Malaquais toma el camino abierto por Eisenstein en «La Huelga» llevando a un centenar de personajes al tiempo como si fueran un teatro de marionetas unidas, embrolladas, en los mismos hilos. Toma por protagonista a la experiencia colectiva y la acepta como única forma de desentrañar lo humano, es decir no abstrayendo la Historia y las relaciones sociales del relato, no dejándolas como un fondo ajeno a las «esencias» individuales, sino sacándolas a primer plano y mostrándonoslas en un tejido de vidas humanas reales.

«Sin visado» es no solo un documento histórico que incluye un pequeño homenaje a los internacionalistas de aquella época sino, en sí misma, gran literatura. A pesar de su propio contexto, de la oscuridad de su momento, contiene seguramente el último destello de la forma en que, en un mundo nuevo y liberado de la tiranía de un sistema decadente, nos resultará normal relatarnos.