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¿Seremos más pobres tras el confinamiento?

03/04/2020 | Actualidad

La burguesía mundial empieza a ponerse nerviosa. En España, donde el confinamiento para las actividades no esenciales lleva tan solo cuatro días en marcha, Botín ya pide al gobierno la reincorporación de jóvenes e inmunizados. En Italia ya son más de 40.000 las empresas que piden que les dejen reabrir. En Francia el CEO de Michelin dice que «el mundo no puede vivir confinado» y las siderurgias volverán a abrir caiga quién caiga. El capital necesita su libra de carne. Tiene mono del mismo trabajo que hasta ahora no reconocía más que como «un factor más». Pero ¿Tan terribles son o serán los efectos del confinamiento? ¿Cómo será la economía tras el covid?

Un capital más centralizado y concentrado...

La Comisión Europea ha intentado lavar la cara a la voracidad de las burguesía alemana con un programa de avales de hasta 100.000 millones que no da ni para cubrir los avales ya prometidos por el gobierno español. Este, a su vez, carga con el peso del parón a la pequeña burguesía más débil -autónomos- y a los trabajadores que sufrieron la ‎precarización‎ bajo la forma de autónomos dependientes y falsos autónomos, invitándoles a endeudarse para pagar las cuotas del periodo de inactividad en el que no están teniendo ningún ingreso.

Los rugidos de protesta llegan hasta los confidenciales, terreno generalmente minado por la dependencia de gabinetes de comunicación y publicidad institucional. Hoy mismo veíamos titulares como «por qué no quieren salvar a los autónomos y las pymes» explicándonos que la política gubernamental, dictada por las grandes empresas, servirá a éstas para comer el mercado de las pequeñas y concentrar poder económico. Ayer, en otro confidencial podíamos leer:

No hay excusa de límite al gasto público con el que se pueda justificar la ausencia de recursos financieros para hacer frente a esta crisis. Ante esto, por el contrario, lo que prima es el afán recaudador del estado que pretende mantener la carga fiscal sobre los contribuyentes de a pie como medio de financiar una situación crítica excepcional. La pirámide tributaria en España se basa en los más débiles, es decir en los contribuyentes de menores ingresos, que son la mayoría de la población. Lo cual equivale a decir que la pirámide está soportada por los trabajadores.

Llevan razón. La crisis va a concentrar y centralizar capitales dentro de cada país. Si nos fijamos un poco, las ayudas que han vendido destinadas a los trabajadores -la facilidad para hacer despidos temporales- en realidad son ayudas de las que se van a beneficiar medianas y grandes empresas. La idea del gobierno español, como la del alemán, es pasar los contratos de trabajo de las empresas más intensivas en capital a «modo pausa», porque el coste tanto para las empresas como para el estado de despedir hoy y recontratar mañana, sería mucho mayor.

De hecho, las grandes empresas no solo van a recibir el grueso de la ayuda estatal -incluso de la de parte de la supuestamente dedicada a PYMEs a través de filiales y participadas-, van a ganar espacio de mercado a costa de las dificultades financieras de los competidores de menor tamaño -comprando o dejando que quiebren las comercializadoras eléctricas por ejemplo. En entornos muy monopolistas, como son los de prácticamente todos los principales vehículos del capital nacional, los del IBEX y alguno más, eso significa que se abre un horizonte de precios de servicios básicos al alza. Algo así como un impuesto indirecto que se pagara directamente a las cuentas de las principales empresas.

En Francia el gobierno no ha podido esperar. En plena epidemia, el gobierno Macron sigue adelante con la privatización de la salud pública francesa. Quiere ampliar los consorcios con el sector privado para asegurar su «desarrollo sostenible» y reestructurar la deuda de los hospitales. Es decir, la crisis sanitaria va a ser aprovechada para convertir a los hospitales en oportunidades para la colocación de capital al tiempo que se desarbola aun más un sistema de salud que ya estaba saturado antes del covid. Otra señal de lo que viene. Que Sánchez destacara hoy mismo que «hay que reforzar la industria nacional» sin mencionar esta vez la sanidad pública, da para pensar.

...con regiones estancadas y sectores «ligeros» desmantelados...

En EEUU 10 millones de personas se inscribieron como parados en las dos últimas semanas. La gran mayoría, al perder su trabajo han perdido también su seguro de salud. Y vendrán más en los próximos días y semanas. Para dar una escala: la recesión de 2008 causó nueve millones de parados.

Los datos españoles nos dan algunos datos más para interpretar la incidencia sobre el desempleo y cómo la epidemia y el confinamiento van a modificar el mercado de trabajo. Ayer el Ministro de Seguridad Social presentó los datos de desempleo de marzo. Hay una previsible y clara correlación entre la ‎composición orgánica del capital‎ y el impacto del desempleo. Donde es mayor, es decir, donde la inversión en equipamientos y máquinas es mayor para la misma cantidad de trabajo contratado, el impacto es menor. Las zonas históricamente menos capitalizadas, como la España meridional- acusan más el golpe.

Algo parecido ocurrirá en EEUU, con el agravante de que muchos de esos estados menos capitalizados son también los que están sufriendo con más violencia la epidemia, con tasas de muertes en menores de 70 especialmente altas además.

Y esto que vale para los territorios también vale para los sectores productivos. Los sectores que históricamente han demostrado menor capacidad para absorber capital como la mayoría de los servicios -turismo, hostelería, etc.- son hoy los que más gente mandan al paro. La gran empresa industrial opta por el ERTE porque el coste de no despedir es menor que el de reorganizar la plantilla, la cadena de tiendas despide directamente porque no quiere comprometerse a mantener los contratos durante seis meses cuando todo acabe y el coste de encontrar y formar personal es muy bajo.

...con bajadas de salarios, aun más precarización y grupos excluidos de por vida del trabajo

Es llamativo que incluso los think tank liberales estén llamando a «rentas de inserción» para jóvenes, parados de larga duración y desempleados de más de cincuenta años. La perspectiva es que la combinación de los efectos de una mayor concentración industrial con los de una mayor desigualdad regional, creen bolsas muy amplias de aquellos trabajadores que son menos atractivos para las empresas.

Se trata en particular de los desempleados de larga duración sin prestaciones, que serán nuevamente relegados en la cola del paro, a semejanza de lo que ocurrió en la Gran Recesión, los nuevos entrantes, que se encontrarán con un mercado de trabajo muy debilitado o simplemente no entrarán y finalmente, los trabajadores de mayor edad, que probablemente sean separados del mercado de trabajo de forma permanente.

los «pactos de la Moncloa» que

El factor decisivo

Hasta aquí la mirada económica. Es decir, la sociedad vista desde los intereses de la ‎burguesía‎ y la ‎pequeña burguesía‎. Para ellos la situación se resume en que el ‎capital‎ se está devaluando y que hay que insuflarle vida cuanto antes a base de reducir el coste total de la ‎fuerza de trabajo‎ -lo que incluye salarios, sistemas sanitarios públicos, costes de cohesión social, formación y en general los costes de mantenimiento de la explotación. Es la idea que escuchamos todos los días en la radio y las televisiones: las recesiones «producen» automáticamente desempleo, bajada de salarios y ‎pauperización‎ entre los trabajadores. No habría «otra manera».

Tenemos que empezar a preguntarnos por qué el capital se devalúa tanto por unas semanas de confinamiento. No desaparecen las máquinas ni la capacidad productiva, no desaparecen los locales ni el balance de las empresas sufre un daño brutal. Y sin embargo no pocas empresas valen hoy una cuarta parte de lo que valían el uno de enero.

La razón es que el capital, en realidad no es un montón de máquinas ni de fajos de billetes, el capital no es más que un derecho de explotación de la fuerza de trabajo. Ese derecho permite utilizar máquinas, materiales y equipamientos (trabajo muerto) y ‎fuerza de trabajo‎ de las personas (trabajo vivo) para producir. Si la producción funciona y se consigue vender en el mercado, el resultado es que el capital crecerá. La apariencia es que el dinero del que se partió -para comprar el trabajo vivo y el muerto- se ha convertido en una cantidad mayor de dinero, ha crecido. En la práctica: el éxito al utilizar el derecho de explotación habrá producido derechos de explotación mayores. Esa es toda la ‎ magia‎ bajo la ‎acumulación‎ de capital. Lo que en los medios de comunicación llaman «perspectivas económicas» no es más que la expectativa global de que la acumulación se produzca con éxito y el capital «crezca».

¿Qué está pasando? Sencillamente se está pudiendo explotar muchas menos horas de trabajo porque los trabajadores están confinados en sus casas. Los derechos acumulados, evidentemente, no valen gran cosa. Y menos aun si el consumo de determinados bienes está cayendo por el confinamiento y ni siquiera se pueden vender los stocks. Así que el capital se devalúa a la velocidad en que se reduce la fuerza de trabajo disponible y caen las ventas.

Pero al acabar el confinamiento, los trabajadores volverán a estar disponibles, las máquinas y los ordenadores seguirán funcionando y la demanda se recuperará. Aunque las cifras muestren una caída de producción brutal durante las semanas anteriores, nada impide que la producción se retome. Sin embargo el capital ya se habrá devaluado. Si la epidemia se hubiera producido en todo el mundo al mismo tiempo y afectado a todos los lugares y sectores por igual, la única ganancia perdida por las empresas, la única devaluación real del capital, sería la correspondiente a los días no trabajados.

Sin embargo, como hemos visto esta misma semana cuando discutíamos sobre la agricultura, la ganancia se reparte proporcionalmente al capital total aplicado. Y todos los capitales están profundamente imbricados entre ellos a través de los mercados de capitales. Cuanto más peso relativo haya perdido un capital nacional, menos ganancia tendrán a distribuir sus empresas, cuanto más peso haya perdido un sector del capital nacional frente a otros o una empresa frente a otras, menor será la porción de ganancias que le corresponda. Tanto el capital nacional como un todo como cada una de sus aplicaciones concretas, «necesitan» recuperar cuanto antes las posiciones perdidas. De ahí la furia.

¿Qué significa eso? Compensar las ganancias que no se tuvieron con más ganancias en los próximos periodos. Se trata, cuando menos, de recuperar el lugar relativo que ya tenían... o mejorarlo, porque la verdad es que la crisis lo estaba llevando a una situación agónica antes ya de la epidemia. La forma de reanimar las ganancias es aumentar la explotación. El medio ideal, ‎ aumentando la explotación relativa‎, es decir, produciendo más con menos horas de trabajo. Pero exige disponer de capital listo a ser invertido y haber ganado acceso a nuevos mercados para poder colocar la nueva cantidad mayor producida. Ese camino es, cuando menos improbable. El camino al que todo apunta es aumentar la ‎plusvalía absoluta‎, es decir, pagar menos por hora trabajada. Como hemos visto eso es lo que dan por «irremediable»: de forma global el capital nacional intentará bajar el coste de mantener las condiciones de explotación reduciendo por ejemplo el gasto sanitario y educativo estatal, reduciendo los costes de contratación y despido para las empresas, etc. Las grandes sectoriales y las empresas una a una, intentarán bajar los salarios totales que pagan, despidiendo gente y sobrecargando a los que queden, despidiendo a los que tienen salarios mayores y recontratando para el mismo puesto real a menor salario, etc.

Esto es lo que nos venden como «inevitable» ante una crisis. Pero ¿lo es? Realmente no. Si lo fuera, Bolsonaro, Botín, el CEO de Michelin y tantos otros, nos tendrían ya trabajando y con un recorte «solidario» en los sueldos. Lo que lo está evitando es toda esa cantidad de huelgas que recogemos cada día en todo el mundo y que en realidad solo representan la punta del iceberg del movimiento real que se está produciendo. Aunque los medios estén tratando de difuminarlas y no las recojan más que puntualmente y para descalificarlas, estas huelgas dicen algo importantísimo sobre el mundo que viene tras el confinamiento. Como decía el volante repartido el otro día por nuestros compañeros en Argentina:

Hoy las reivindicaciones las marca el coronavirus, pero si enfrentamos la pandemia como trabajadores, mañana, cuando la cuarentena y la epidemia acaben, en la batalla contra los ataques a nuestras condiciones de vida que la seguirá, seremos más fuertes.