Señores de las aguas
El gran truco de la burguesía y la Royal Society fue mover «los espíritus», del reino del ectoplasma imaginario y los charlatanes, al reino mecánico del mundo material.
Aquestas metafísicas de magos y libros nigrománticos son celestiales. Líneas, círculos, escenas, letras y caracteres. Sí, esto es lo que Faustus más desea. ¡Ah, que mundo de ganancia y deleite, de poder, honor y omnipotencia le espera al aplicado artesano! [...] ¿Podría hacer que espíritus me trajeran lo que quisiera, que me sacaran de dudas frente a cualquier ambigüedad, o que ejecutaran la más extravagante empresa que se me ocurra? Haré que vuelen a la India a por oro, que saqueen los océanos en busca de perlas orientales, y que me traigan de los lugares más remotos de la nueva tierra las frutas más exóticas y manjares dignos de príncipes.[...] Levaré soldados con el dinero que me traigan
Christopher Marlowe, The Life and Death of Doctor Faustus, 1604
En el siglo XVIII, los «espíritus animales» asaltan ya el mundo en busca de beneficios, ya sea oro de la India o perlas de Oriente:
El incremento y apoyo de nuestro comercio exterior ..., del cual han salido todos esos espíritus animales, esas fuentes de riquezas que nos han permitido gastar tantos millones para el mantenimiento de nuestras libertades.
William Wood, 1719*
Pero estos «espíritus animales» -nada más y nada menos que los enormes flujos materiales de mercancías y personas «canalizados» por la burguesía- debían ocurrir a gran escala dentro de la propia nación emergente para poder sostener un crecimiento continuo, no desangrarse hacia el exterior. Por eso había que desatar la circulación interna como bien habían recalcado los alquimistas de la Society.
Desatando la circulación interna
Inglaterra se cubrió de canales en el siglo XVIII, empezando por la canalización y navegabilidad de ríos preexistentes en 1704 y extendiéndose rápidamente después de 1750 en forma de nuevos canales navegables allí donde nunca hubo ríos. Se conformó un nuevo tipo de sociedad. Los planes de canalización que requerían grandes obras y leyes, permitieron el libre contrato y circulación de trabajadores. La división de las tierras comunales expulsó a masas de campesinos pobres hacia la ciudad. Los que quedaron, se vieron obligados a trabajar más por el mínimo de supervivencia, o menos, para los arrendatarios. La acumulación capitalista pudo empezar así en el campo permitiendo el estallido de la «Revolución Industrial» a partir de 1760.
No fueron las maquinas ni la «división del trabajo» en sí misma:
La ampliación del mercado, la acumulación de capitales, los cambios operados en la posición social de las clases, la aparición de numerosas gentes privadas de sus fuentes de ingresos: tales son las condiciones históricas para la formación de la manufactura. La congregación de los trabajadores en el taller manufacturero no fue, como afirma el señor Proudhon, obra de pactos amistosos entre iguales. La manufactura no nació en el seno de los antiguos gremios. Es el comerciante quien se transforma en el jefe del taller moderno, y no el antiguo maestro de los gremios. Casi por doquier se libre una lucha encarnizada entre la manufactura y los oficios artesanos.[...]
Para el señor Proudhon, que ve las cosas al revés, cuando las ve, la división del trabajo tal como la entiende Adam Smith precede al taller manufacturero, siendo así que, en realidad, el taller es una condición necesaria para la existencia de la división del trabajo.
Las máquinas propiamente dichas datan de fines del siglo XVIII. Nada más absurdo que ver en las máquinas la antítesis de la división del trabajo, la síntesis que restablece la unidad en el trabajo fragmentado.
Carlos Marx, Miseria de la Filosofia, 1847
Incluso antes del auge industrial, los canales habían servido para transportar carbón de las minas y grano a mucha mayor velocidad -hasta un 90% más rápido según los cálculos de Petty en su «Aritmética». En el siglo XIX, la segunda oleada de construcción de canales quedaría obsoleta por la construcción de una inmensa red de ferrocarriles que podía transportar muchas más mercancías creando un flujo mayor y mucho más rápido que los barcos... Cada vez mas rápido y fluyendo más...
No era ninguna idea particularmente difícil de entender para los científicos y literatos del XVIII y principios del XIX, porque la «Física» en boga aún era la paracelsiana en la que enormes corrientes de fluidos se movían entre el «mundo mecánico» terrestre y el «mundo neumático» aéreo. Es más bien la Física moderna post-Dalton la que hace incomprensible los tejemanejes alquímicos de «espíritus animales» heredados de la primera burguesía revolucionaria. Para esta burguesía revolucionaria, verdaderos señores de las aguas, los flujos mercantiles eran efectivamente la «sustancia social» de Marx, cuyos átomos no son brujería dentro de cada mercancía, sino que es la mercancía misma la que forma los átomos de un inmenso flujo nacional. La piedra filosofal encontrada por la Royal Society. El incremento continuo de las capacidades productivas y de la circulación también responden no solo al aspecto religioso original sino, curiosamente, a la ideología de fondo detrás de la planificación del territorio:
Colaborar con el trabajo de la Naturaleza, ayudarla a producir a una velocidad cada vez mayor, cambiar las modalidades de la materia -de aquí sale una de las principales fuentes de la ideología alquímica [desde Babilonia a Europa pasando por China].
Mircea Eliade
Una ciudad para los elegidos
La burguesía no iba a conformarse con los villorrios medievales que eran las capitales como Londres y París, ambas más pequeñas que las ciudades de la América española en el XVI y buena parte del XVII. El movimiento mercantilizador que había empezado con la desamortización y venta de los bienes de la iglesia en Londres -el 50% del suelo pertenecía a ésta- no se iba a detener hasta que la nueva clase dominante construyera ciudades a su medida. Había que intentar construir la Nueva Jerusalén literalmente, no solo en la imaginación. En el medievo, cada ciudad tenía que convertirse en «Jerusalén celeste» cuando llegaba una visita real. Era una situación puramente artificial, porque las calles estaban generalmente llenas de excrementos, vagabundos y líquidos malolientes provenientes de los talleres. Se dice que en algunas ciudades francesas se llegaban a acumular montañas de basura y excrementos fuera de las murallas cuando había visitas. Las ciudades se limpiaban durante días para luego volver al estado inicial. El ejercicio no era más que un símbolo del poder que ejercía la nobleza sobre las ciudades y de la codicia de los administradores que competían por favores feudales.
Pero cuando el campo comience a someterse a la ciudad, las cosas cambiarán radicalmente. Los teólogos reformados, como Wilhelm Schickard, esbozan reconstruir las nuevas ciudades con la forma -cuadrada- de la Jerusalén celestial según San Agustín. Sin embargo, los primeros calvinistas que logran escapar y fundar nuevas ciudades en América, como New Haven -hoy Connecticut, EEUU- construirán sus nuevas jerusalenes basando toda la ciudad en un plano hipotético del Templo de Salomón. En la Royal Society, Newton creía que todas las propiedades del cosmos y la creación se encontraban codificadas simbólicamente en la estructura del templo. Ciertamente, basar la arquitectura sagrada cristiana en el Templo de Salomón no tenia nada de original, la iglesia católica y sus reyes preferidos lo habían hecho en algunas de sus grandes obras -sin ir mas lejos en el Escorial. Lo nuevo es en primer lugar, haber emprendido un estudio científico en busca de las «verdaderas» proporciones y medidas del Templo para las nuevas obras sagradas en las que vivirá la nueva clase dominante burguesa. En segundo lugar, estandarizar y universalizar tales medidas sagradas para crear verdaderas ciudades celestes a la imagen de la Nueva Jerusalén.
Construyendo la utopía
Después de que Londres fuera arrasada por un incendio en 1666, Christopher Wren -uno de los «muchachos prodigiosos» de John Wilkins y ayudante experimental de Boyle- trazó un gran plan de reconstrucción, con grandes vías circulatorias y una nueva arquitectura racionalizada... que fue rechazado sin más. La nueva arquitectura estaba reservada para las iglesias y la aristocracia. Serán los autoproclamados discípulos de Christopher Wren -supuesto miembro fundador en 1717 de la recién unificada «Gran Logia de Londres»- quienes empiecen a llevar a cabo el proceso de transformación urbana. Durante el siglo XVII se aceleró el proceso de fusión de las antiguas sociedades medievales de artesanos con el esoterismo místico oriental, dando lugar a un movimiento masónico pujante que sería una de las fuerzas transformadoras de la sociedad en el siglo XVIII y las primeras revoluciones burguesas. Para el movimiento, las proporciones matemáticas del Templo ocultan la moral de la verdadera religión original y esta moral se puede construir -literalmente- para remodelar el mundo de acuerdo a ella. No se trata de cualquier moral, es una moral universal, igualitaria... y alienante al mismo tiempo.
Uno de ellos -un gran arquitecto del siglo XVIII- John Wood padre, estudiará detenidamente los trabajos de Newton, quien había añadido un capítulo con planos del Templo en su «Chronology». La cuestión central no es hacer copias literales del plano del templo, sino encontrar los elementos sagrados y separarlos de los profanos en la arquitectura y de ese modo construir las nuevas ciudades de la burguesía a imagen y semejanza de Nueva Jerusalem aunque a escondidas.
[John Wood] estaba obsesionado por construir un sistema arquitectónico que viniese de dios y Moisés. Esto para él era una obligación moral.[...] En su primer libro, «The Origin of Building» (1741), estableció un sistema que fue extendido y elaborado en sus siguientes libros [...] Este sistema de arquitectura sagrada y profana que daba prioridad a la arquitectura judía, las palabras que usaba para describirla y sus métodos para deducirla estaban basados en la «Chronology of Ancient Kingdoms Amended» (1728) de Isaac Newton.
Eileen Harris
El primer plan de Wood será reconstruir la ciudad inglesa de Bath totalmente, con grandes vías circulatorias procesionales y arquitectura sacra escondida como residencias para la burguesía adinerada -todo aderezado con un plan especulativo, cómo no. El plan no será aceptado totalmente, pero su gran plan urbano con edificios residenciales imponentes, ajustados a las nuevas medidas con grandes plazas y calles, será considerado revolucionario para la época. Wood será copiado por toda Inglaterra, hasta en la misma Londres. Los catálogos y guías -más de una con portadas llenas de simbolismo masónico- para la nueva construcción se difundirán por Europa y América, llevando a la reconstrucción de las ciudades y fundando la nueva ciencia del urbanismo. Especialmente a partir del XIX, cuando las ciudades se empiecen a volver enormes debido al auge industrial y la despoblación del campo, las ciudades serán replanificadas con grandes «arterias circulatorias» y una arquitectura monumental con un supersticioso origen teórico.
La decadencia de los magos
Hoy en día, los proletarios formamos la mayor parte de la población que vive hacinada no en las residencias del siglo XVIII ni en los palacios de cristal de la burguesía, sino en latas de conserva. Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades. El sistema hidráulico que había permitido el crecimiento vertiginoso de la economía y las riquezas, apenas funciona ya sin aumentar brutalmente a cada paso la alienación y la explotación de la clase trabajadora. Hace mucho que la utopía burguesa hace aguas por todos lados salvo por los conductos donde le toca circular... Hacinar a más gente en una «ciudad celeste» que se descompone no va a restablecer la mancomunidad circulatoria ni devolver la «prosperidad» -prosperidad sobre todo para la burguesía medida en tasas de ganancia- que tanto añora la clase dominante.
Es «sentido común» y frase habitual oir que los «propietarios crean empleo/riqueza» como si tuviesen un surtidor mágico de riqueza abstracta. Pero sin una reorganización social a gran escala la burguesía (ya sea clásica o de estado) nunca hubiese sido capaz de crear riqueza en forma de mercancía utilizando la sumisión de los trabajadores. Durante el absolutismo, una parte nada despreciable del apoyo social a la monarquía -y tenia mucho mas del que podría esperarse a primera vista- era debido a creencias sobre los supuestos poderes mágicos de sanación de los reyes. A través de mitos religiosos sobre la santidad de sus dinastías (con los monarcas franceses supuestamente emparentados con santos sanadores) y sobre el efecto sobre la «salud» del reino del propio cuerpo del rey. Enormes rituales atraían a miles de personas de toda Europa, generando un ingreso extraordinario para la hacienda dinástica. El propio Carlos II llegó a practicar rituales de sanación a 96.000 enfermos después de la derrota de la revolución inglesa en 1660. Sin embargo, el mundo había cambiado completamente apenas medio siglo más tarde, cuando ya nadie creía en los poderes mágicos del rey de Inglaterra y se practicó el último ritual sanador en Inglaterra. La nueva generación ya vivía en un mundo distinto. Algo idéntico ocurrió en Francia postrevolucionaria, cuando Carlos X acabó cancelando el ritual al no creer ya la gente en sus poderes sanadores mágicos.
¿No es hora de dejar de creer en la absurda y destructiva mancomunidad circulatoria de la burguesía? ¿No es hora de perder la fe en sus supuestos poderes para crear riqueza que no son mas que el producto de la sumisión planificada de los trabajadores al yugo del capital?