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¿Se puede reducir la jornada de trabajo?

04/09/2019 | Crítica de la ideología

El tres de abril de 1919, como parte de la respuesta de las clases dirigentes a la primera parte del proceso revolucionario abierto con la primera guerra mundial, el famoso «trienio bolchevique», España se convertía en el primer país en establecer legalmente la jornada de ocho horas. Un siglo después, en todo el mundo, de China a Chile, se debate si «son posibles» las cuarenta horas semanales.

Porque la verdad es que si la reducción de la jornada es la primera medida de desarrollo social en el capitalismo lo que vemos por todos lados no es sino su negación. En la misma España, el gobierno de Sánchez estableció el registro de jornada obligatorio vendiéndonos que reduciría la escandalosa cantidad de horas extra no remuneradas que aumentaban el tiempo de trabajo y bajaban los salarios reales. Lejos de éso las aumentó desde el primer día, es más redujo en un 20% aquellas que sí se estaban pagando.

966 el número de la bestia explotadora

El mismo mes en que se cumplían 100 años de la ley de ocho horas, los desarrolladores de software de las grandes empresas tecnológicas chinas levantaban la voz contra unos ritmos de trabajo salvajes de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana, el sistema «9-9-6».

El patrón de muchos de ellos, Jack Ma, miembro del partido-estado chino y dueño de Alibabá, SCMP y tantas otras empresas, va por el mundo prometiendo que la extensión de la Inteligencia Artificial hará innecesarias jornadas de más de seis horas... a la semana. Pero enfrentado a sus propios trabajadores les espetó que poder trabajar hasta la extenuación era... una bendición. Y lo es... para el capital chino. De hecho es la envidia de un Silicon Valley que aspira a implantar el 996... y está cada día más cerca de conseguirlo.

Pero lo más interesante no es el cinismo de los que defienden ampliar la jornada de trabajo, sino los argumentos de los partidarios de reducirla y las condiciones «sensatas» que defienden para hacerlo. El propio periódico de MA en Hong Kong argumentaba que las jornadas podían moderarse si así se conseguían mayores ganancias. Es decir, la reducción del tiempo de trabajo se condicionaba a la mejora de la rentabilidad del capital. Trabajar menos horas a cambio de estar más explotados... pero en realidad, no hay que penetrar mucho en el sistema para darse cuenta de que, un capitalismo sin mercados «vírgenes» a los que expandirse, no hace sino alimentar las fuerzas que impulsan un aumento de la ‎ explotación en términos absolutos‎.

El debate en Chile

Otro elemento a destacar es que el debate se esté produciendo en China y Chile. Dos países con tasas de crecimiento muy superiores a la media mundial durante los últimos treinta años. Es decir, dos capitales nacionales «triunfadores», rentables y en evidente crecimiento, se muestran incapaces de ofrecer desarrollo social liberador en lo más básico, el tiempo exigido a la fuerza de trabajo.

En Chile el debate surgió en el marco de la revisión de la reforma laboral de Bachelet aprobada solo nueve meses antes. Se pretendía reglamentar el esquiroleo para hacerlo más potente, subir las cotizaciones sociales y facilitar la «flexibilidad» en la jornada laboral dentro de las 45 horas semanales establecidas legalmente. La burguesía chilena, siempre previsora, ponía la venda antes de la herida que podía abrir una caída de las exportaciones fruto de la guerra comercial.

Pero hasta para Chile la avanzada de las condiciones de explotación era demasiado impetuosa y el PC stalinista chileno salió al quite con una propuesta «revolucionaria»: reducir la jornada de 45 a 40 horas semanales. Sin entrar en el rifi-rafe -Piñera contrarrestó ofreciendo 41... en promedio- tanto los «temerosos» como las proponentes ponen, como no, por delante el resultado global de la explotación. Unos argumentan que subir cotizaciones y reducir jornada puede constreñir la acumulación demasiado, otras que las «pérdidas» directas se compensarán con la reducción del absentismo y las bajas debidas a que los trabajadores simplemente... revientan. Chile es el país con más depresiones clínicas y consumo de ansiolíticos, antidepresivos, etc. del continente. Otro ejemplo de la diferencia entre desarrollo (humano) y crecimiento (del capital).

Cómo reducir la jornada de trabajo

Reducir la jornada sobre la base de los intereses del capital individual es simplemente absurdo: ¿por qué iba a querer una empresa pagar más por lo que para ella no es sino una «materia prima» reduciendo sus beneficios? Pero plantear que debe estar supeditado a las necesidades del capital en su conjunto no lo es menos. Solo resultaría aceptable para el capital nacional si:

  1. Los ahorros en costes indirectos -el coste que para ellos supone que nosotros reventemos- superaran los costes totales derivados explotarnos unas horas menos por el mismo salario. Esto es lo que arguyen los stalinistas chilenos y los «progresistas» chinos.
  2. O si, en el marco de una lucha de clases en ascenso, les sirviera como parte de una estrategia mantener la explotación... que es lo que pasó hace un siglo con la jornada de ocho horas y lo que se planteó a finales de los setenta con las propuestas de reorganización del trabajo y las 35 horas.

Una y otra opciones están dando por hecho que el capital no puede devaluarse... salvo que el sistema de explotación se vea en cuestión. ¿Y qué querría decir éso? Simplemente que los trabajadores tomemos el aparato productivo para tomar la producción y la distribución de lo producido directamente en nuestras manos y repartir las tareas del trabajo según las capacidades y el producto según las necesidades. Al principio se produciría más, para dar respuesta a las necesidades de todos y para hacerlo se incorporaría a producir a quienes hoy son excluidos de la producción contra su voluntad, los parados. La gestión directa de la producción apuntaría entonces a eliminar el salario y el mercado, entregando directamente lo producido a quien lo necesita. ¿Hacia dónde se encaminarían los objetivos? Hacia reducir el tiempo dedicaldo al «trabajo esclavo de la necesidad». Es decir, la jornada dedicada a producir extendiendo y liberando el conocimiento y la tecnología del cepo en el que los mantiene el capitalismo de hoy. Reorganizar el sistema productivo para satisfacer las necesidades humanas solo es posible rompiendo con la supuesta y sagrada necesidad de valorización del capital. A partir de ahí la liberación de la Humanidad se mide en términos de libre desarrollo personal, es decir de reducción del tiempo dedicado al trabajo social necesario.

Los partidarios o adversarios discuten sobre la cuestión de las 35 horas simplemente sobre el hecho de saber si la economía se portará mejor o peor. Pero a nosotros qué nos importa si «la economía» va bien o no. Sea como sea, vaya bien o no, somos los pavos a sacrificar en su banquete. La economía capitalista funciona produciendo plusvalía, es decir, nos hace trabajar y producir mercancías con un valor superior a los salarios que nos pagan y este plusvalor proporciona los beneficios de los capitalistas y sobre todo las inversiones que permiten reproducir y reforzar nuestra explotación. Es necesario que reviertan en nosotros los enormes medios que maneja hoy la economía capitalista. Sí, en nosotros, de quienes el capital sustrae durante toda su vida activa riqueza que producimos o contribuimos muy estrechamente a producir. No se trata pues de saber si la economía funcionará bien o mal sino sobre qué bases va a funcionar: sobre el capital que nos explota mediante el sistema de trabajo asalariado o sobre la producción organizada entre todos los que toman parte en ella, distribuyéndose los productos bajo su dirección.

Al tomar el control de la producción en nuestras manos, será necesario reorganizarla sobre la base de satisfacer las necesidades reales de la sociedad. Se eliminará el trabajo perjudicial para la sociedad o innecesario en una sociedad organizada sobre la propiedad social de los medios de producción. Todo el desempleo desaparecerá también pues el paro es inseparable del trabajo asalariado. El trabajo socialmente necesario podrá redistribuirse reduciendo masivamente el tiempo de trabajo asignado a cada persona y aumentando la producción. Estas primeras medidas de la dictadura del proletariado nos lanzarán en un camino cuya meta es la realización del principio socialista «¡De cada cuál según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!».

«No a las 35 horas», publicado en «Alarme», boletín del FOR en Francia, Oct-Nov-Dec 1979


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