¿Se puede comparar la «muerte» de un negocio a la de una persona?
Si hace solo un año hubiéramos podido leer la prensa de hoy, no habríamos dado crédito. ¿Las medidas contra una pandemia que se ha llevado por delante a decenas de miles se ponderan con el cierre de bares y pequeños comercios... y no es un escándalo? ¿Los hosteleros se manifiestan equiparando la muerte de sus bares a la muerte de personas?
Durante 2020 los estados y sus medios presentaron una y otra vez la crisis de los bares y el comercio como un drama que obligaba a equilibrar las restricciones contra la pandemia. En España los mensajes se fueron haciendo más y más impúdicos. En diciembre cuando se gestó la oleada actual, se adujo una caída de ventas del 4,3% durante el mes anterior para no endurecer unas medidas que estaban siendo claramente insuficientes. Si la semana pasada, con los contagios ya disparados, el gobierno descartó sin mayores explicaciones un confinamiento domiciliario durante la tercera ola fue porque el terreno estaba ya bien establecido. Se daba por hecho que más restricciones llevarían a miles de PYMEs a dejar de pagar deudas con los bancos, que la acumulación de impagos podría comerse las provisiones de los bancos y que miles de contagios y muertes evitables son preferibles a tal escenario. A día de hoy, la mora ha caído pero la pandemia ha dejado en lo que va de año cientos de muertes y personas con secuelas. Y el resultado se considera oficialmente un éxito tal que el PSOE presentará al ministro de Sanidad a la presidencia del gobierno autónomo catalán esperando ganar votos.
En Alemania se ponderan sin rubor en la prensa unos números y otros cotidianamente. Y a los dos mayores responsables políticos del desastre de las últimas semanas también se les premia: el presidente de Renania-Wesftalia será el sucesor de Merkel en la CDU y el ministro de Sanidad federal se considera el mejor candidato a canciller posible de la formación.
Es general. En Argentina la impudicia llega al punto en que se hace indistinguible del humor negro. El presidente de la patronal de la pequeña industria bonaerense llegó a decir en estos días y sin causar escándalo, que un nuevo cierre sería letal. La letalidad sufrida por las personas no importa. La única muerte a tomar en consideración es metafórica: la de los beneficios.
Normalizar lo más criminal e inhumano
Para normalizar este tipo de mensajes, abiertamente anti-humanos, ha sido necesario que los medios recorrieran un cierto camino. En primer lugar, la pequeña burguesía -cuyos intereses son una variante extrema del inversiones por delante de vidas- tenía que ser asimilada a la mayoría social.
Un buen día, simultáneamente en distintos países y medios de comunicación, los propietarios hosteleros empezaron a ser ejemplo de la situación de los trabajadores y los propietarios agrícolas presentados como trabajadores del campo, mientras sus jornaleros eran referidos como agricultores y ganaderos.
Una vez investida con la representación de la sociedad, la pequeña burguesía no defraudó. Ni siquiera esa parte de la pequeña burguesía tan particular como los expertos. Un ejemplo: un científico publica un artículo que dice claramente que un confinamiento es la única opción razonable frente a la pandemia, pero cuando tiene que presentarlo en público se niega a mencionar el confinamiento. Cuando le preguntan por qué, responde que hay que salvar a los negocios también, da igual lo que diga su propio artículo. Bajo el científico que intenta ser fiel a una metodología en su paper, está el pequeño burgués que considera que la marcha de los negocios tiene prioridad sobre la vida de las personas.
https://twitter.com/wsbgnl/status/1349838100004888576
A partir del verano, con las algaradas de dueños de bares y lumpen, a la prensa le empezó a ser más difícil pintar de sentimentalismo las protestas de tenderos y hosteleros. Cambio de táctica para mantener la estrategia: cada vez que a un sector de la pequeña burguesía se le fuera la mano con el entusiasmo, simplemente dejaría de ser noticia. Las protestas corporativas pasarían a invisibilizarse cuando previsiblemente fueran a generar rechazo social.
Ejemplo: con Madrid inmovilizada por la nevada, un grupo de voluntarios con 4x4 se ofreció en Internet a llevar a quien lo necesitara al hospital y otros servicios básicos gratuitamente. Los taxistas, que no podían circular porque la nieve acumulada no permitía salir con turismos, los consideraron competencia y se dedicaron a amenazarles, darles caza y romperles los vehículos cuando lo conseguían… ¡Nuestra entrañable pequeña burguesía de barrio de toda la vida mostraba contundentemente lo que opina de la gratuidad y la solidaridad!
¿Tan mal les va que se volvieron locos?
Es cierto que en España cierran más empresas cada mes y que, con un 1/3 de la caída del PIB concentrada en el sector turístico, que incluye a la hostelería, un 5% de las PYMEs quebraron en 2020. Según el Banco de España en 2021 las cifras podrían llegar a ser similares. En toda Europa las pequeñas empresas del sector servicios y el comercio han sido las más castigadas. Pero no han sido las únicas. Un reciente estudio sobre las empresas familiares, el corazón de la pequeña burguesía industrial, revela que en Alemania, España e Italia, cada vez tienen más difícil suplir la caída de la demanda en los mercados internos con exportaciones. Incluso la pequeña burguesía urbana ve que sus fuentes complementarias, como los alquileres, han bajado por primera vez en años y tardarán todavía en recuperarse.
En un contexto de epidemia se ha manifestado con mucha más crudeza la contradicción entre sus intereses particulares -mantener el negocio- y los intereses humanos universales más básicos -evitar contagios y muertes-
Pero nada de esto es nuevo. Donde quizá se ve con más claridad es en el campo. La pequeña burguesía agraria lleva años quedándose al margen del grueso de los incrementos de rentabilidad en su propio sector. En general, en el campo, la industria o los servicios, aumentar la capitalización solo es viable a partir de ciertas escalas que los pequeños propietarios no tienen y les resulta casi imposible alcanzar. El empeoramiento de la crisis con el Covid y las propias condiciones impuestas por la pandemia no han hecho más que acelerarlo, segando de paso la demanda de los nuevos negocios que parecían más prometedores para ellos, como los alquileres turísticos.
No es que se hayan vuelto locos ahora. Sus intereses siempre fueron los mismos y con ellos su moral. Lo que ha cambiado es el grado de sus dificultades, no la naturaleza de su situación. Las trabas para rentabilizar sus capitales se han agravado al acelerarse la crisis. Y en un contexto de epidemia se ha manifestado con mucha más crudeza la contradicción entre sus intereses particulares -mantener el negocio- y los intereses humanos universales más básicos -evitar contagios y muertes.