¿Se apaga el independentismo dos años después?
Hace unas semanas todo parecía apuntar a la descomposición social del independentismo y la aceptación tácita de que la Generalitat como «autonomía fallida». Y sin embargo, en días, si no en horas, la marea está volviendo a cambiar y la maquinaria nacionalista parece tomar nuevo brío. ¿Vamos hacia otra declaración de independencia y la reaparición de la crisis catalana a un nuevo nivel?
Un año después del referendum fallido del 1 de octubre el asalto fallido al parlamento dramatizó la impotencia política de la pequeña burguesía independentista. De aquellos polvos, esta diada, a la que no salvó de la pena ni el acarreo de las siempre fieles bases rurales. Bassas: «el horizonte ya no es alentador, ahora es una sentencia».
¿Una insurrección de Pascua actualizada?
El punto de inflexión ha sido la detención de un grupo dentro de los CDR a los que los investigadores policiales acusaban de estar preparando «acciones violentas». El gobierno catalán respondió inmediatamente con acusaciones de montaje y movilizando la escasa red de apoyos institucionales disponible en la UE.
El titular fácil era, evidentemente, el de «terrorismo». A fin de cuentas, con la «ley mordaza» en la mano puede que lo sea porque, amplía el concepto más allá de lo que se entiende por ello. Pero en realidad, de lo que habla el auto del juez es de una actualización del «levantamiento de Pascua» irlandés. Los servicios de inteligencia de la Generalitat habrían alentado a un grupo de los CDR para organizar acciones de sabotaje que sirvieran de apoyo y distracción a una acción de masas en el Parlamento, liderada por los propios CDR. Esta vez el Parlamento sería tomado con la aquiescencia del mismísimo Presidente durante cinco días, culminando, como en la Irlanda de hace un siglo, con una nueva declaración de independencia. Sin embargo, el auto del juez reconoce que el operativo de los candidatos a insurrectos estaba en «fase muy embrionaria», es decir, no se sabe si las fantasías insurreccionales iban más allá de relatos auto-motivacionales, ni si los presuntos planes terroristas tenían intención, en la práctica, de superar el estadio de vandalismo al que nos tienen acostumbrados.
¿De las brasas a un nuevo incendio?
La cuestión a día de hoy no es ya qué hubiera pasado al hacerse pública la sentencia del juicio del procés, sino si remover las brasas en las que se autoconsumía el independentismo va a avivar de nuevo el fuego de la pequeña burguesía irredentista o no. De momento, ha servido para que la CUP se presente por primera vez a las elecciones generales, debilitando aun más el anunciado «giro españolista» de Junqueras y ERC. Y el PSOE de Sánchez, temeroso tras las primeras encuestas electorales del desgaste por la derecha, se suma a la amenaza de aplicar de nuevo el 155 que el PP y C's exigían.
Y así, las manifestaciones convocadas para el 1-O, que no generaban demasiadas expectativas, sirven para movilizar a toda la policía catalana, se convierten en un crescendo de tres días... con ánimo de prolongarse hasta la huelga general convocada para el día 11. No es que esta huelga tenga muchas más posibilidades que los paros patrióticos anteriores de arrastrar a los trabajadores, pero el contexto, puede haber cambiado.
Para empezar, lo que hoy comenzó en Amer -una declaración, en principio simbólica, de «soberanía» de nueve municipios- podría extenderse en las próximas semanas y dar a la nueva movilización independentista el cariz de un movimiento de la «Cataluña interior» hacia la capital. Además, la reorganización, hoy mismo, de los Mossos d'Esquadra bajo un mando político cercano al presidente Torra, recupera el ya viejo fantasma del papel de la policía autonómica ante una eventual salida «a la eslovena».
¿Qué pretende el independentismo?
El independentismo solo tenía dos opciones. La primera, convertirse en un movimiento verdaderamente nacional -y por tanto reaccionario- consiguiendo arrastrar a los trabajadores. Tarea difícil seducir a esa «xarnegada» a la que invisibilizó durante años y a la que desprecia y persigue diariamente, con la brillante promesa de su propia opresión cultural y buenas dosis de sacrificios patrios «el día después». El inexistente impacto de las «huelgas fake» no tiene visos de cambiar.
El otro camino era... aguantar. Mantener prietas y motivadas las propias filas mientras la recesión llegaba y la culminación del Brexit azuzaba las tensiones imperialistas en Europa. Todo en pos de un objetivo no menos reaccionario. Escribíamos en diciembre pasado:
Como adelantamos en mayo y se hizo explícito en la Conferencia política de ERC en julio, el juego independentista pasa por esperar un agravamiento del conflicto inter-imperialista en Europa y con EEUU que le permita encontrar un avalista internacional para una nueva declaración de independencia. Es verdad que los tiempos les favorecen: Alemania vuelve a la carga con fuerza renovada, EEUU se prepara para una nueva fase de guerra comercial con la UE y el Brexit promete un tira y afloja final dramático. Es muy probable que la crisis económica que se apunta ya en los datos estalle durante el juicio a los políticos independentistas. El escenario se está preparando para una nueva batalla frontal con una nueva correlación de fuerzas en la que el gobierno de España, capturado por un Sánchez capaz de sacrificarlo todo por un día más en la Moncloa, va a llegar inevitablemente más débil, si no frágil, sobre un estado en fractura.
El compromiso de injerencia de un imperialismo externo solo se puede llegar a materializar si el independentismo es capaz de sostener por sí mismo la independencia el tiempo suficiente enfrentándose con éxito a la inevitable represión y reafirmación del estado. Eso en un primer momento significa la ruptura de los «mossos d’esquadra» con la legalidad imperante, de ahí que todas las batallas internas alrededor de Torra se centren en el control de Interior. Pero a la hora de la verdad significa capacidad de encuadramiento para una guerra, siquiera sea corta y poco cruenta como la de Eslovenia.
Hoy todas las condiciones empiezan a darse: ofensiva de Trump contra Alemania y Francia, recesión económica a las puertas, un aparato político empantanado en las quintas elecciones en cinco años, los «mossos» desbaratados en su interna... y sin embargo, nos quedamos cortos: la imaginación nacionalista ha superado la «vía eslovena» que le obligaba a encuadrar, siquiera temporalmente a una fracción amplia de los trabajadores. Ahora sabemos que fantasea con que una movilización de sus propios activistas en coordinación pactada con el gobierno regional y ante la inhibición de la policía, pueda tener un efecto similar. Es el camino de una «insurrección de Pascua» en todas sus posibles variantes. Deben de pensar que si el original se hizo con apenas 1.600 voluntarios civiles, la policía y el ejército británicos en pie de guerra y la opinión pública en contra... ellos no están tan mal después de todo.
El independentismo, el unionismo y los trabajadores
El independentismo no ofrece ningún posible desarrollo que no pase por sacrificar -incluso literal, físicamente- a los trabajadores. Su horizonte, aun en caso de tener éxito, no es mejor: más explotación y más opresión. Más explotación porque el capital global no exige otra cosa, y además un nuevo estado es caro y no se forma una burguesía nacional desde el estado sin un empujón extra a la acumulación. Más opresión, en nombre de las necesidades homogeneizadoras de la nueva patria triunfante y de la «unión sagrada» en la «construcción nacional».
Se mire por donde se mire, encuadrarse bajo la bandera de la independencia o bajo la del unionismo, solo puede ser reaccionario y empeorar nuestro sometimiento. Solo los trabajadores pueden defender las necesidades humanas genéricas cuya imposición es la única vía de salida a la decadencia del sistema. Y en ningún caso pueden apoyar ninguna aspiración nacional sin perder toda existencia política. Defender la «unidad de España» es sacrificarse por el capital nacional español y su estado. Defender la independencia catalana es sacrificarse por la constitución de un capital y un estado nacional catalanes. Ambas parejas capital-estado son lo mismo: expresiones de un sistema en el que cada sacrificio solo genera más sacrificios porque a estas alturas es ya tan anti-humano como anti-histórico.
Hace dos años, la inacción, el simple no encuadramiento de la gran mayoría de los trabajadores con ninguno de los bandos, sirvió para evitar una sangrienta «vía eslovena». Lo que las nuevas estrategias que vemos esbozarse tratan de evitar es que esa situación de bloqueo por pasividad sea posible una vez más. Lo consigan o no, para los trabajadores levantar la bandera de nuestras propias necesidades es cada vez más urgente. Y solo puede hacerse por encima y contra los discursos nacionalistas y su lógica de sacrificios.