Saqueos y moral comunista
La moral comunista no es, a diferencia de la burguesa, una manifestación de buenas intenciones, sentimientos y sensibilidades, sino una parte integral de la consciencia de clase que nace, se confunde y evoluciona con ella. Podríamos decir incluso que, desde el compromiso militante a los movimientos políticos de masas, no hay práctica revolucionaria que no la afirme y se sustente en ella.
Por eso las discusiones sobre moral comunista no se dan en el plano abstracto de «las ideas» sino en la práctica política. Durante las últimas semanas la condena de los saqueos por compañeros en EEUU, les llevó a una crítica de la exaltación del lumpen por el izquierdismo identitarista y la afirmación de la oposición entre los intereses de maras y bandas, y los de los trabajadores. El posicionamiento fue descalificado inmediatamente como una «reacción moral» desde el campo del anarquismo -es decir de las expresiones radicales de la pequeña burguesía. Por supuesto que la condena de los saqueos por el marxismo es una posición moral. No desde la moralidad burguesa que supedita todo a la propiedad, sino desde la moralidad comunista que juzga y actúa con el foco en su abolición y la desmercantilización de la sociedad.
¿Cuál es la esencia del saqueo? La apropiación individual y con ella el horizonte chato del mercado. El saqueador impone un precio nulo al tendero mediante la violencia, pero afirma la pertinencia de este y del marco que le da sentido con sus objetivos: afanar y salir corriendo a su casa con lo robado. Lo que se nos presenta como un terreno común entre los trabajadores y el lumpen, no es en realidad sino un terreno ajeno que disuelve las fronteras de clase esterilizando la auto-organización y la afirmación colectiva, es decir, el centralismo del proletariado. Seguir al lumpen al saqueo no es esencialmente diferente de la negación del internacionalismo cuando nos llaman a seguir a una fracción burguesa a la guerra imperialista. El resultado de ambos es la negación de la dimensión colectiva de la clase y su acción política diferenciada, autoconsciente. En la guerra o en el saqueo, los trabajadores acaban atomizados y disueltos como clase.
El saqueo de un almacén es política y por tanto moralmente, lo opuesto a su requisa por una asamblea de trabajadores de las que se han producido siempre en las huelgas de las haciendas o las minas y en todas las insurrecciones obreras de la Comuna de París a las huelgas de masas de los años 70. No es una discusión sobre la legitimidad de la violencia, es algo bien concreto: la asamblea no da «permiso saquear», es decir, no bendice ni jalea la apropiación individual; la asamblea incauta y distribuye según criterios de necesidad. Y al aparecer el criterio de la necesidad genérica, humana y su gestión colectiva y consciente, se planta ya la semilla de la abundancia a través de la afirmación del criterio comunista... aunque esté limitado, en ese hecho concreto, a la distribución.
Un reciente y estupendo artículo sobre las «Panteras negras» como expresión política del lumpen fue «acusado» por los mismos que defienden los saqueos, de «no entender» que los adolescentes y jóvenes que son captados en ellos «no tienen otra salida» y al final «obedecen órdenes».
Nada puede interesarnos menos en el debate sobre las mafias, bandas y maras que la «culpabilidad» o «inocencia» de los individuos que las integran. Lo que nos interesa es la naturaleza de ese tipo de organizaciones y su efecto sobre los movimientos de clase. Plantearse la cuestión en esos términos es ya una demostración de moral burguesa, mezcla a partes iguales de individualismo alienante e irresponsabilidad política.
El único sentido de recordar que los miembros de una organización militarizada, sea del lumpen o del estado, «deben obediencia» a sus mandos y en esa medida son «inocentes» de los crímenes que cometen en el cumplimiento de lo que se les ordena, es reafirmar una promesa de impunidad condicionada a la supervivencia de sus jefes. No es casualidad que la obediencia haya sido el argumento de los militares torturadores en Argentina, los burócratas genocidas alemanes y los los carceleros del gulag stalinista. La moral de la obediencia es fundamental en toda organización burguesa. Y de hecho impregna toda visión de la humanidad por la burguesía. Implícito en su sedicente empirismo está la idea de que el cuerpo sería un complejo autómata «animado» por un «alma» y siguiendo el modelo, la sociedad y las organizaciones políticas que en ella actúan no serían otra cosa que «máquinas» inanes hasta que una facción de la burguesía toma su dirección.
El argumento tiene todavía otra vuelta. Para la mirada burguesa las organizaciones políticas «en sí», no tendrían otra naturaleza de clase que la resultante de la clasificación sociológica de sus miembros. Es el mismo argumento exonerador del trotskismo para salvar la cara a los partidos socialistas y stalinisstas como «partidos obreros» o del «socialista» Oskar Lafontaine cuando nos dice que los ultraderechistas del AfD son ya el principal «partido de los trabajadores» en el Este de Alemania. La cuestión estaría en los «malos jefes» y la solución sería... unos jefes mejores, es decir jefes de otra facción. Lo mismo que los demócratas nos proponen como alternativa a Trump o los peronistas como alternativa a Macri. Cualquier cosa con tal de no reconocer la existencia de una clase trabajadora con un programa histórico propio.
Por lo demás, que facciones armadas de la burguesía, la pequeña burguesía o el lumpen intenten afirmarse a base de combinar parasitismo económico, negocios criminales y violencia organizada tiene poca discusión. Es una plaga que se esparce por el mundo, desde los talibanes a Al-Shabah, desde Hezbollah al Comando Vermelho, desde el Estado Islámico a los restos de las FARC. No tiene otra lectura que entender que la descomposición de las clases explotadoras, la multiplicación de facciones burguesas «rebeldes» que intentan hacerse con el estado o crear uno propio, lleva hasta el límite la violencia sobre los trabajadores, la destrucción de fuerzas productivas y la militarización del dominio de clase. Estas facciones son capitalismo en estado puro. Si en el capitalismo ascendente muchos de estos fenómenos surgieron de la derrota y descomposición de movimientos de liberación nacional inmaduros, como la mafia siciliana, hoy son la fruta podrida de un capitalismo en decadencia necesariamente destructivo y belicista.