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Sánchez último intento

22/09/2018 | España

Esta semana, en un intento de salir cuanto antes del charco de su tesis, Pedro Sánchez tiró la pelota hacia delante con una propuesta de reforma constitucional express para acabar con los aforamientos de los políticos. Se trataba de pasar página y de paso dar un codazo a Casado, el nuevo dirigente del PP.

No evaluó el rechazo y el enfado que iba a causar en la burguesía española. La Constitución y la imposibilidad de reformarla rápidamente y menos aun a necesidad de parte, ha sido el muro del aparato del estado y de la burguesía para resistir las andanadas de la pequeña burguesía en rebelión. La burguesía es consciente de qué fue la Constitución del 78 y está dispuesta a transformarla asumiendo costes importantes, pero solo si la reforma consigue comprometer a la pequeña burguesía díscola. Precisamente por eso no puede devaluar la Constitución con cambios «fáciles» que hagan sentirse a la pequeña burguesía cada vez más ninguneada en sus reivindicaciones.¿Se puede modificar la Constitución en sesenta días para cambiar los aforamientos pero no para dar una solución -en un sentido u otro- a la cuestión catalana?

Por eso, las acusaciones de «jugar a la petanca con granadas de mano» no eran exageradas. La inmediata organización de una misa «unitaria» entre los expresidentes Aznar y González bajo los oficios litúrgicos de la directora de «El País» para exaltar el texto constitucional y su vigencia cuarenta años después, fue un verdadero bofetón de la burguesía a Sánchez en la cara del independentismo catalán. Al día siguiente el Consejo de ministros «recogía vela» y enterraba la reforma mandándola al Consejo de Estado.

Pero si Sánchez esperaba que todo pasara sin consecuencias se equivocaba. El tiempo se acaba para el gobierno de Sánchez y propios y extraños le enseñan el camino de la convocatoria electoral bajo la amenaza de un desgaste aun mayor: «resistir no es ganar», le dicen a diestra y siniestra apuntando a su debilidad y dependencia creciente de Podemos. Los intentos de buscar complicidades entre la burguesía empresarial tampoco parecen haberle cuajado. Sánchez colecciona desencuentros con el IBEX. El último: esta nueva semana no contará con directivos de monopolios en su viaje a EEUU. No es un gran comienzo para lo que seguramente sea su última oportunidad de ponerse en valor frente a la burguesía española.

Hasta los analistas más cercanos al gobierno se dan cuenta ya de que no parece tener mucho sentido continuar imprimiendo velocidad a un viaje a ninguna parte. Sánchez sin embargo parece apostar por estirar la situación, convencido tal vez de que si una crisis internacional estalla con él en la Moncloa, la burguesía cerrará filas con tal de no arriesgar aun más. Es esta expectativa la que, paradójicamente, le hace converger con un Podemos en peligro de estallar y un independentismo que lo cifra todo a resistir en espera de que la crisis debilite al estado al menos en la misma medida en que ellos no supieron fortalecerse. Pero una cosa es una convergencia tácita y otra que tal confluencia de intereses pueda producir resultados siquiera bajo la lógica bonapartista del presidente. Sánchez acelera para seguir en la carrera a costa de erosionar su propia posición equilibrista cada vez más rápidamente. Los próximos meses serán pues los del intento final. A estas alturas lo que está en cuestión para la burguesía española en la renovación de su aparato político no es si basta -como pretendía Sánchez- con remozar a PP y PSOE o si por el contrario hace falta si cambiar a los actores. Sino si les dará tiempo a culminarla de alguna manera antes de que una nueva andanada de la crisis global zarandee todo su edificio de viejos intereses y mentiras.