Sánchez presidente
Finalmente, Pedro Sánchez obtuvo la carambola por la que apostaba y la moción de censura le hizo presidente. No es hacia donde apuntaba la estrategia de la burguesía para renovar su aparato político. ¿El balance?
Sánchez llega al poder sobre una combinación parlamentaria improbable, con el voto decisivo de los independentistas catalanes, Bildu y el PNV. Evidencia aquello que movía a la burguesía en primer lugar: renovar el aparato político y las reglas electorales para evitar la dependencia crónica que los gobiernos sin mayoría absoluta tienen respecto a las veleidades de la pequeña burguesía regional, cada vez más difíciles de satisfacer.
El PP queda desarbolado, con un Rajoy tan hundido que ni apareció por el Parlamento después de saber el voto del PNV, ponderando hasta el último minuto si dimitir o no para ponerle un palo en la rueda a Sánchez. El PP, sorprendido por la aventura de Sánchez, se siente traicionado por la burguesía española y se va, en su despecho, erosionando al aparato político del estado entero, recordando una y otra vez que todos los partidos cultivan la corrupción tanto o más que ellos mismos y acusando a Sánchez de «pactos oscuros» con el independentismo. Sánchez, que es consciente de la dificultad del equilibrio en el que sustenta su aventura, le tiró todavía un capote al dinosaurio, insinuando que apoyará su continuidad como gran partido de la derecha y convergiendo con PP y Podemos en los ataques a «Ciudadanos». «Ciudadanos», hasta hoy mismo el caballo blanco de la renovación del aparato político español, queda descolocado, recibiendo un inesperado fuego cruzado y cruzando los dedos ante las próximas encuestas.
La única opción de Sánchez para consolidar un gobierno en la fisura creada por su propia aventura, es conseguir llevar la cuestión catalana hacia una salida pactada, seguramente en línea con lo que los sectores industriales de la burguesía catalana defienden ya: un régimen excepcional sin casi contribución económica a las arcas estatales y con un marco legal que permita a la pequeña burguesía catalana mano libre y un velo mediático que tape su obsesiva voluntad de opresión cultural sobre la clase trabajadora, en su mayoría hispanoparlante. Este ha sido el único mensaje claro que ha podido destilarse de sus discursos ayer y hoy. Sánchez, para seguir jugando, necesita doblar la apuesta en cada jugada. Gobernará con los presupuestos del PP recién aprobados, intocables por sus beneficios al PNV, pero tendrá que hacerles adornos sociales mano a mano con Podemos si quieren poder vender una mínima ilusión de sensibilidad alrededor suya. Sánchez e Iglesias inaugurarán la política social «low cost» como última bandera de su supuesto progresismo.
La llegada de Sánchez a la presidencia supone un cambio de juego en la reforma del aparato político de la burguesía española. Lo que ha surgido y triunfado como maniobra de un aventurero, no va a consolidarse tan fácilmente. De hecho aboca a una nueva legislatura centrada en la reforma constitucional -se toque o no, la Constitución del 78- cambiando la ley electoral y el Senado, e intercambiando, al final «gobernabilidad» parlamentaria a largo plazo por independencia financiera, herramientas de representación internacional y barra libre en la «construcción nacional» identitaria, para las pequeñas burguesías vasca y catalana.
Lo que viene tiene pues todo el aspecto de exacerbar la fragilidad y las debilidades de la burguesía española con todos sus excrecencias y estorbos, desde los supremacismos identitarios a la voluntad de superviviencia de los viejos aparatos. La resistencia de fracciones centrales de la burguesía española y sus expresiones mediáticas ante la incoveniencia del nuevo elemento, la ambición personal de Sánchez, está prácticamente garantizada. Pero aun si consiguiera generar un nuevo consenso, a base de actos consumados, entre la burguesía española, Sánchez abriría un camino nuevo... para llegar al mismo sitio: el ataque frontal a las condiciones laborales y las pensiones que la burguesía española reclama antes de que el nuevo empellón de la crisis, acelerado por una guerra comercial que se agrava por días, vuelva a poner sus rentabilidad en números rojos.