La salud de la economía parasita la de los trabajadores y la de la sociedad en su conjunto
Esta semana la OMS ha anunciado que las jornadas laborales a nivel mundial siguen alargándose y que el exceso de horas de trabajo mata a casi tres cuartos de millón de personas al año en el mundo. A finales del mes pasado también se anunció que el exceso de mortalidad -sin tener en cuenta el covid- se ha multiplicado estos últimos decenios en EEUU.
La salud general de la población sigue empeorando mientras los PIBs y la acumulación siguen creciendo, pero esto no siempre fue así. Hubo un período en que la salud de la economía y la salud de la población general estuvieron alineadas, pero se acabó hace ya un siglo y no tiene vuelta atrás. ¿Qué ocurrió y qué nos queda por hacer para revertir esta tendencia?
La salud de la población no mejoró por la industrialización, sino por la lucha de clases
Los primeros teóricos económicos modernos -en su gran mayoría médicos y químicos- trabajaron a partir de una analogía entre el cuerpo social y el cuerpo humano, afirmando que se podía mejorar la salud de la economía y de sus integrantes imponiendo la propiedad privada, reorganizando el país e impulsando la industria. Al final esta mejora de la salud económica y social acabó ocurriendo, pero ni del modo previsto por los economistas ni por las razones esperadas.
Es cierto que la aplicación de los nuevos conocimientos y métodos de la química y la nueva técnica supusieron grandes avances en anatomía y la parte teórica de la medicina, pero como bien puede verse en los datos, esto no repercutió sobre la salud general. Las razones de la alta mortalidad y la mala salud general tenían poco que ver con las preocupaciones directas de los médicos de los siglos XVII y XVIII.
Los males que azotaban a la población distaban de la anatomía y los sistemas circulatorios y orgánicos que habían tenido obsesionados a los médicos. Solo para poder establecer maneras efectivas de tratar las enfermedades infecciosas hubo que luchar duramente contra unos gremios médicos y facultades inmovilistas y conservadoras. Había pocas cosas menos originales en el siglo XIX que la idea y teoría de que las enfermedades infecciosas eran causadas por agentes transmisibles microscópicos y no por las teorías de vapores y fluidos tóxicos ambientales tan queridas por la profesión médica.
Pero daba igual para las autoridades médicas. Incontables autores desde la antigüedad habían defendido que gran número de enfermedades eran causadas por agentes transmisibles y toda una serie de médicos desde el XVI hasta el XVIII la habían vuelto a defender e incluso observado a los agentes infecciosos por el microscopio. Nunca bastó.
Cuando, a mediados del XIX, Semmelweis baje brutalmente la tasa de mortalidad infantil de su hospital haciendo que los médicos se laven con desinfectante las manos antes de atender un parto, la comunidad médica mirará para otro lado. Hoy en día resulta difícil transmitir la gravedad de la situación por aquél entonces, pero, para dar una idea, hasta un cuarto de la población adulta europea murió de tuberculosis en el siglo XIX. Mientras tanto, una parte de los médicos creía que era una enfermedad hereditaria y la otra se dedicaba a practicar sangrías como tratamiento.
Por el otro lado, existe un desfase de casi un siglo entre los inicios de la muy cacareada revolución industrial y el despegue de la esperanza de vida en los países más industrializados. Los datos agregados de la economía son, otra vez, engañosos.
Por ejemplo, en la Gran Bretaña de 1830, 60 años después del inicio de la industrialización masiva, al menos la mitad de la producción nacional textil no ocurría en fábricas, sino en la industria doméstica. Bajo estas condiciones domésticas y con maquinaria anticuada, la única manera de producir más para seguir malviviendo era acelerar los ritmos de trabajo y alargar las jornadas.
En buena parte de las fábricas -cuyos trabajadores vivían hacinados en barrios insalubres- las condiciones y prioridades eran las mismas, arrebatar más tiempo a los trabajadores, producir más y no detener las máquinas ni cuando un trabajador se viese atrapado por una de ellas. Difícilmente podía esperarse una mejora de las condiciones de salud sólo a partir de una industrialización masiva… que en realidad las había empeorado.
Sin embargo, algo inesperado nació a partir de esta industrialización: un proletariado organizado masivo y sus luchas. Fueron estas luchas las que, sumadas a una situación global específica de mercados internos y externos disponibles en cantidad (inclusive a través de la colonización), empujaron hacia una nueva reorganización industrial.
Las luchas por la reducción de la jornada de trabajo, las luchas por unas condiciones de vida higiénicas para el proletariado, pero también la aparición de varios sectores de la burguesía que vieron en el desarrollo de la productividad una manera de acabar con sus competidores, llevaron a un cambio de foco.
De las condiciones de vida atroces del proletariado que venían de incrementar la explotación en términos absolutos se pasa a incrementar la explotación en términos relativos, a aumentar la productividad y el peso de la maquinaria sobre el total invertido. Mientras los mercados externos a los que vender sigan siendo solventes, se pueden aumentar el capital nacional y las condiciones de los trabajadores. Durante un período relativamente corto, las necesidades del capital y las de la Humanidad coincidieron parcial pero significativamente.
Como era casi de esperar, el principio del fin para las teorías médicas reinantes vino dado en no poca parte desde fuera de la profesión médica en sí, por las consecuencias de este giro hacia una mayor productividad industrial. Toda una serie de químicos son puestos a trabajar para mejorar la producción de alcohol y fermentados.
Louis Pasteur es el más famoso de ellos, pero no el único. Puesto a dirigir la facultad de ciencias de Lille por el gobierno para que mejore la situación de lo que el propio ministro llama el mayor centro industrial del norte de Francia, serán sus estudios sobre la fermentación alcohólica los que acaben con las teorías de la generación espontánea y le dirijan desde sus especulaciones sobre la importancia cósmica de la simetría hacia el camino de la teoría microbiana de la enfermedad y la importancia de las campañas de vacunación.
Después de varios golpes asestados desde fuera, una parte de los médicos empezó a rescatar el trabajo pasado de Semmelweis y John Snow, así como las teorías de grandes médicos atomistas renacentistas como Fracastoro, hasta presentarlo todo hoy en día como una marcha lineal de la medicina occidental (sea lo que sea eso) hacia la verdad.
No fueron ni los industriales con sus plantas trituradoras de obreros ni los ludditas artesanos empeñados en impedir la maquinización los que consiguieron este hito, fueron las luchas de un tercer contendiente -la clase trabajadora organizada- casi invisible a principios del XIX.
A finales del siglo XIX, el capitalismo se encontraba en plena etapa progresista, las condiciones de vida mejoraron, se luchaba por y conseguían acortamientos de la jornada laboral, las enfermedades infecciosas habían pasado de matar del 30% al 4% de la población y a través de la concentración industrial y el desarrollo de la técnica pronto se encontrarán soluciones para la falta de fertilizante a nivel mundial y otros problemas acuciantes.
Sin embargo, el solapamiento parcial de los intereses de la burguesía y de las necesidades humanas impuso cierta tensión en el movimiento obrero organizado. Era muy posible que una parte de este perdiera la independencia de clase y acabase pasando con armas y bagajes al otro lado.
Cuando la capacidad de los mercados externos empezó a acabarse y los países que otrora habían sido las locomotoras del progreso decidieron pasar a una gran masacre para salvar sus ganancias, el movimiento obrero se partió definitivamente en dos. Una parte traicionó al internacionalismo y se fue corriendo a apoyar la matanza en pos de sus capitales nacionales, mientras que la otra siguió empujando por el internacionalismo y la satisfaccion de las necesidades universales y desencadenó la revolución mundial como respuesta al fin del periodo progresista del capitalismo.
La salud y el «estado del bienestar»
Después de las dos grandes matanzas imperialistas mundiales, varios de los estados más desarrollados intentarán, con la excepción notoria de EEUU, seguir con una versión remozada de la fusión dentro del estado de lo que en su día fueron las organizaciones de clase para acabar dando lo que se conoce como el estado del bienestar.
Eran sociedades industrializadas, altamente capitalizadas y centradas en la explotación en términos relativos, por lo que garantizar un nivel mínimo de salud y educación a su fuerza de trabajo era un requisito para la economía y el capital nacional. Es decir, eran parte de las condiciones generales de explotación garantizadas por el estado al capital nacional.
Pero todo ello sólo se podía sostener mientras fuese rentable -es decir, mientras quedasen mercados externos solventes y mientras las ganancias generadas por el parque industrial lo justificaran. El empuje causado por la destrucción masiva de capital en la segunda guerra mundial y la reconstrucción empezó a hacer aguas en los años 70, llevando a una serie de cierres en cadena y la deslocalización de grandes parques industriales casi enteros a países donde los costes menores de operación permitían mantener la rentabilidad.
Eso significó la depresión económica, el desempleo y la precarización de las condiciones de trabajo en grandes regiones en los países que hasta entonces habían sido locomotoras industriales. Los cinturones industriales de EEUU, el norte y este de Francia, regiones de Alemania, España, la lista sería incontable…
Los intentos de reconversión fallaron en su mayor parte y hasta los sindicatos y organizaciones vástagos de la parte del movimiento obrero que se pasó al bando de la burguesía entraron en una larga decadencia perdiendo continuamente afiliación y peso.
La salud de la población en general depende de la vitalidad de la sociedad y no de intervenciones hospitalarias de última hora
La situación en los barrios y entornos obreros siguió degradándose, con epidemia tras epidemia de drogadicción, depresión y suicidios en muchas de ellas, no por nada algunos de los ejemplos más conocidos de histeria colectiva se han dado en ciudades o barrios con tasas estratosféricas de paro. Además, con la base industrial en ultramar y ninguna resistencia delante, nada impidió a los estados y la burguesía empezar a erosionar continuamente los sistemas de salud públicos desde hace varias décadas.
El desarrollo de nuevos antibióticos se frenó debido a que las enormes masas de inversiones necesarias no se justificaban con una rentabilidad pequeña o dudosa, y al final si avanzaron fue gracias a financiación militar en previsión de una nueva matanza imperialista.
Pero no todo fueron efectos pasivos o por falta de financiación, el capitalismo pasó a lucrarse directamente y en mayor medida del empeoramiento de la salud general. Intentando rascar beneficios de donde fuese, las empresas envenenaron y volvieron adictos a millones de trabajadores con opiáceos sintéticos (y no tan sintéticos) y otros fármacos.
Ante la bajada de la rentabilidad del sector agrario y de la alimentación, las empresas desarrollaron toda la cadena de procesado de estos mismos productos, inundando el mercado con harinas ultraprocesadas, comida precocinada y raciones gigantescas. Los efectos sobre la salud general no se hicieron esperar. La nueva estrategia de la industria alimentaria, sumada al hundimiento del aspecto comunitario de los barrios obreros -donde las familias dejaron de comer en la misma mesa y la precarización empujó a sustituir la cocina familiar por los platos precocinados- dispararon una nueva epidemia de síndrome metabólico a partir de los años 1980-1990 primero en EEUU y luego por buena parte del resto del mundo más desarrollado.
Al cabo de varios decenios de erosión de la salud, los datos agregados nacionales empezaron a reflejar el carácter antihistórico y anti-humano del capitalismo hoy en día. Uno de los mayores éxitos del periodo progresista del capitalismo, el aumento de la esperanza de vida de la población en general, está en declive.
En una sociedad de clase, la esperanza de vida es cuestión de clase
Primero a nivel general en el país con el peor sistema de salud de entre los de capital nacional más concentrado, los EEUU, y luego en barrios obreros y regiones de países con supuestos buenos sistemas de salud como Gran Bretaña. En EEUU, los científicos avisan que hasta el 59% de los casos de cáncer de pulmón están relacionados con causas socioeconómicas -eufemismo de clase y precariedad- y que las mejoras en el tratamiento tienen un efecto marginal sobre la mortalidad y morbilidad.
También en EEUU, el hecho de que lo que otrora fueron grandes concentraciones industriales en la costa oeste y el norte del país estén pobladas por trabajadores precarizados negros y sus descendientes lleva a la propaganda ideológica a desver el obvio carácter de clase de esta bajada de la esperanza de vida y empujar la enésima campaña racialista. Sin embargo, los estudios donde se desglosa la esperanza de vida por raza y por nivel de estudios muestran sin ambages que la bajada de la esperanza de vida es cuestión de clase.
Y en eso llegó el Covid
Naturalmente, la pandemia de Covid no ha hecho más que empeorar la situación. No sólo la mayoría de países se negó a cerrar las fronteras y establecer cuarentenas cuando aún estaban a tiempo (como hicieron Corea del Sur y China por ejemplo), sino que han seguido imponiendo las necesidades de la economía (=acumulación) por encima de la salud de la población, muchas veces con efectos contraproducentes a corto y medio plazo para el propio capital nacional.
Pero es que además esta pandemia llega en plena ola de guerra comercial, y varios países han decidido llevar el empeoramiento de la salud mundial un paso más allá, usando cínicamente la pandemia para fomentar sus industrias de medicina altenativa nacionales, desde China a Irán pasando por India. Se prevén jugosos mercados de miles de millones de dólares para estas medicinas en los países en desarrollo. Da igual que no pasen ningún control de efectividad o calidad. Volverá a haber una medicina completamente distinta para los ricos y otra para los pobres, como en los buenos viejos tiempos.
La salud individual es efectivamente un reflejo de la salud del metabolismo y la actividad social en su conjunto. Sin embargo, existe una diferencia crucial entre esta afirmación y lo que dicen la ideología de la burguesía y su teoría económica:
No son la acumulación del capital ni la generalización de las relaciones comerciales las que mejoran la salud general, sino la coordinación de la actividad humana a gran escala para satisfacer las necesidades genéricas de la Humanidad.
Hubo una era durante la cual el desarrollo del capital solapaba parcialmente con esa satisfacción, y aún así esa satisfacción parcial no se hubiese dado sin la lucha activa de la clase trabajadora.
Sin embargo, hace mucho que esa era acabó y no hay vuelta atrás, no quedan mercados vírgenes que inundar y solo la devastación general puede volver a levantar la economía mundial.
No hay cooperación con la burguesía, sus estados nacionales o sus facciones, por rebeldes o alternativas que pretendan ser, que valgan en una época en la cual la vitalidad de la economía vive a costa de vampirizar la salud de la sociedad.