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Salida de Mali de las tropas francesas y europeas una nueva frontera caliente entre la UE y Rusia

21/02/2022 | Sahel

Mientras los medios se concentran en los esfuerzos de Macron por afirmar la autonomía de los intereses imperialistas europeos en la crisis de Ucrania, 4.500 soldados franceses y casi 2.000 del resto de la UE, entre ellos 500 españoles, empiezan su salida de Mali tras una derrota política que deja el país fracturado y bajo la influencia directa de Rusia. Una nueva frontera entre las potencias europeas divide a partir de ahora al Sahel, cambiando el mapa energético y las líneas del conflicto imperialista entre las potencias UE y Rusia.

¿Salida de Mali? ¿Luchaban Francia y los países UE una guerra en el Sahel?

La intervención francesa

Paracaidistas franceses toman el aeropuerto de Tumbuctú en 2013

Milicianos tuaregs bajo el mando del coronel El-Hadj Ag Gamou. Patrullan las calles de Gao, en el norte de Mali.  En 2013 Gamou volvió del exilio en Niger tras un acuerdo con Francia en el que se comprometía a  ayudar a las tropas francesas a expulsar de la región a los jihadistas.

En 2013 Francia envió 4.600 soldados en «misión temporal» a Mali. Su objetivo: reforzar al estado y la burguesía maliense frente al secesionismo islamista de los tuaregs. Tras una primera y espectacular ofensiva triunfal sobre el Norte del país, la misión se mantuvo y amplió objetivos.

Para asegurar el terreno el ejército francés pactó por su cuenta con los tuaregs: les entregaba el control del Norte a cambio de su apoyo contra los grupos jihadistas. Esto indispuso inevitablemente tanto a la clase dirigente maliense -que veía la secesión norteña bendecida por el ocupante francés que había venido a sofocarla- como a la vecina Argelia que lleva desde su nacimiento como estado luchando contra el nacionalismo tuareg.

El resultado: la fractalización del conflicto interno, la ampliación del área de la insurrección jihadista, la aparición de potencias rivales sobre el terreno... y una escalada permanente de la presencia militar francesa que acabó tirando de la UE para mutualizar los costes de mantener la situación en tablas.

La extensión de la guerra a todo el Sahel y la aparición de Rusia

La guerra de Mali, en 2019 era ya guerra del Sahel

Para 2019, Mali se había convertido en el centro de una guerra que cubría todo el Sahel y Rusia en el principal rival imperialista sobre el terreno. La misión original creció incorporando soldados de los países vecinos, un nuevo cuerpo de misiones especiales francés, financiación alemana y 400 instructores y técnicos europeos -españoles entre ellos. Pero el dominio franco-europeo se estaba rompiendo políticamente. Las lecciones eran evidentes: se repetía, a una escala menor, la dinámica que la invasión estadounidense había producido en Irak y Afganistán.

En agosto de 2020 la tensión entre facciones de la burguesía maliense, cada una con su aliado imperialista detrás, era ya insostenible. El estado maliense se desgarraba a ojos vista y la opinión anti-francesa dominaba las calles de Bamako.

Un golpe de estado preparado en Moscú vino entonces a escenificar un cambio de fondo en los equilibrios internos entre facciones... y entre imperialismos exteriores.

Rusia se hace hegemónica en Mali

Malí. Noviembre de 2019. Pancartas de manifestantes malienses exigen separación de Francia y jalean a Rusia.

El golpe en sí marcaba un cambio cualitativo en la capacidad y el alcance de la influencia rusa, pero no resolvía definitivamente nada. Simplemente dejaba a Rusia y sus aliados locales como jueces y conductores del proceso que debía reconfigurar y reacomodar al conjunto de sectores de la clase dirigente a costa de la erosión de la influencia francesa.

Los militares golpistas jugaron con inteligencia. Dejaron la presidencia del nuevo régimen a una figura de la vieja élite francófila tomando una vicepresidencia tutelar mientras Francia organizaba la condena y el aislamiento regional del «régimen de transición»... aún a costa de perder más apoyos entre las élites malienses.

En abril de 2021 un «golpe dentro del golpe» vino a decantar finalmente la situación. Francia respondió entonces suspendiendo operaciones conjuntas con el ejército maliense en la lucha contra el «enemigo común» jihadista. Si el gesto tenía pocas posibilidades de ganar amigos entre la clase dirigente local, ya tocada por el bloqueo comercial francés, el lanzamiento de una nueva misión francesa con fuerzas redobladas no podía entenderse más que como una «reacción colonialista».

Para rematar, las primeras misiones por separado de franceses y malienses junto a cascos azules se saldaron con derrotas frente a los jihadistas. Francia interpretó entonces que era el momento de presionar amenazando con abandonar el país. Nuevo error de cálculo y de actitud. Era el movimiento que militares y rusos estaban esperando. Los militares presentaron la posición francesa como una traición y un abandono de los objetivos comunes «en pleno vuelo».

El siguiente paso era contratar al grupo Wagner, la empresa militar privada con la que Rusia sustituye el envío de su propio ejército y se asegura en media África el acceso a materias primas tras obtener licitaciones que obtiene a cambio de ayuda militar. A mediados de septiembre el curso hacia la entrada de tropas rusas no era todavía irremediable, pero Francia y Alemania insistieron en amenazar con retirar las tropas europeas si proseguía adelante... lo que no conmovió a la nueva coalición de facciones burguesas, aristocráticas y militares que se estaba asentando en Bamako.

La entrada de armamento y tropas (privadas) rusas

Algunos de los 200 primeros soldados de Wagner desplegados ya en Mali

Cuando finalmente los efectivos rusos llegaron a Mali, Francia anunció que, aunque se aprestaba a duplicar sus tropas en el Sahel, abandonaría su presencia en el Norte del país, dejando definitivamente la región en manos de las organizaciones islamistas tuaregs. No sólo la clase dirigente maliense lo percibió como una agresión. Argelia, que temía que la interminable intervención francesa se saldara con la consolidación de un paraestado tuareg con ambiciones sobre su territorio, entró en una verdadera guerra fría con Francia.

En la interna, el descontrol de fuerzas sobre el terreno estaba dando hueco a una profusión de violencia a partir de las viejas contradicciones feudales entre la aristocracia terrateniente y poblaciones literalmente esclavizadas. Se estaba pasando de un estado frágil y débil sobre el territorio a la anarquía pura y simple que acompaña al colapso de la maquinaria estatal. El ejército, último órgano operativo del estado, necesitaba con urgencia poner de nuevo en marcha la capacidad cohesivo-represiva para comprimir las contradicciones entre clases y evitar la desmembración definitiva del país.

Rusia, obviamente estaba dispuesta a ocupar el papel que los militares le pedían. A los mercenarios se sumaron créditos para comprar helicópteros y material militar avanzado que se desplegó inmediatamente.

Colapso político y salida de Mali de las tropas europeas

Viernes pasado. Macron se dirige a los franceses por TV para anunciar la salida de Mali de las tropas francesas.

La imagen de un ejército maliense reforzado y capaz de asegurar el control efectivo estatal sobre el territorio y las luchas locales entre las clases agrarias, dio alas de nuevo a los sectores nacionalistas. El gobierno maliense denunció en enero el «desequilibrio» de los acuerdos comerciales y de cooperación con Francia.

La posición francesa se hacía insoportable por días afectando a todo el contingente europeo... que se resistía a abandonar el país y aceptar por propia la derrota del Eliseo. Habían acompañado a Francia en una militarización masiva de un país de estado frágil, invertido demasiado en llevar tropas desde el exterior -25.000 en total, solo España tiene movilizados ya 550 militares sobre el terreno-; Francia no les había hecho partícipes de las decisiones que habían llevado a la crisis; y evidentemente no les gustaba la idea de entregar un nuevo país africano a la ya larga lista bajo la influencia rusa.

Pero la expulsión del embajador francés cerró definitiva y simbólicamente el largo divorcio entre la clase dirigente maliense y el Eliseo. Tras casi nueve años de intervención militar, en el mismo año en que intenta sacar adelante su «ejército europeo», en las mismas semanas en que se afana en afirmar la autonomía francoalemana frente a EEUU en mitad de las tensiones con Rusia, Macron tenía que reconocer la derrota y anunciar la salida de la flor y nata de sus fuerzas de intervención exterior. Los ejércitos europeos, con Barkhane y Takuba a la cabeza, se retiran ya, apresuradamente, a Níger.

Un nuevo mapa imperialista en África, una nueva frontera UE-Rusia... y un nuevo gasoducto

Gasoducto transahariano. La salida de Mali de las tropas francesas y su desplazamiento a Níger ha reabierto el proyecto estrella de Argelia.

No solo Rusia gana con la salida de Mali del ejército francés y europeo. La retirada de los europeos a Níger permite a Argelia relanzar, con Nigeria y Níger, el gasoducto transahariano.

Nada más oportuno en un momento en el que Alemania, Francia e Italia buscan fuentes alternativas de suministro de gas y en el que Argelia, que cortó el gasoducto que la conectaba con España a través de Marruecos en el último pico de tensión con Rabat, levanta capital para ampliar el MedGaz e incrementar sus ventas a la península.

No es de extrañar que Argelia de ahora señales al Eliseo de una nueva actitud permitiendo a los aviones militares franceses sobrevolar su espacio aéreo para llegar a Mali. Es la ganadora accidental del actual momento del conflicto imperialista entre Rusia y la UE.

El transahariano eternizará, de construirse, la presencia militar europea en Níger, pero reforzará a Argelia como proveedor crítico de energía «de transición» para el Pacto Verde europeo. Y esto no sólo reanimaría por sí solo al renqueante capital nacional argelino. Obligaría a Francia y Alemania a moderarse o recular en sus posiciones sobre el futuro del Sáhara Occidental, cada vez más complacientes con Marruecos.

Evidentemente nada de ésto estaba en los planes rusos para Mali. No era intención del Kremlin crear las condiciones que hicieran posible una competencia a medio-corto plazo a su principal exportación a la UE. Pero los retrueques del conflicto imperialista son a menudo imprevisibles y paradójicos. Lo único seguro es que a cada paso las contradicciones imperialistas son cada vez más violentas y se extienden por una superficie global mayor.

La lucha de clases en Mali

Mali forma parte del vagón de cola de los países semicoloniales. El grueso de la clase explotadora maliense, está compuesto por terratenientes aristocráticos feudales que explotan de manera directa, extraeconómica, a los campesinos que explotan las tierras en régimen comunal y a los que consideran sus esclavos. Bajo lo que la propaganda francesa vendió como matanzas jihadistas durante el conflicto hay en realidad una guerra civil larvada pero sangrienta entre aristocracia y campesinado.

Las capas burguesas de las ciudades dependen en buena medida de lo que pueden succionar del estado y han utilizado la «guerra contra el jihadismo» para socavar el poder de la aristocracia en el mundo rural. Establecer el estado en el territorio podría parecer lo mismo que la afirmación de la burguesía urbana como clase dirigente con sentido nacional. Y lo es en parte, pero con un sentido muy diferente del que tuvo durante las revoluciones burguesas.

No debemos olvidar que no se trata de una burguesía juvenil reorganizando el campo para poder industrializar la ciudad. El objetivo de la clase dirigente no es ganar rentas organizando la producción capitalista, sino aumentar la base recaudatoria del estado... y eso tampoco las acerca al campesinado.

El estado maliense nunca ha ejercido sus funciones sociales (salud, educación) o su papel soberano (seguridad, justicia) fuera de las ciudades, dejando el campo abierto a los grupos armados deseosos de ofrecer sus «servicios» [a los terratenientes aristocráticos]. Para las poblaciones de Malí, en particular para los pastores nómadas, el Estado representa «en el mejor de los casos una coacción, la mayoría de las veces una amenaza», la de ser gravados, humillados o incluso violentados por quienes visten uniforme y abusan de su poder, todo en un contexto de profunda pobreza.

En Malí, el error central de Francia consistió en pretender favorecer el «retorno» de un Estado maliense. Le Monde

Y es que el estado maliense, desde su fundación, ha sido una herramienta a través de la que las distintas facciones que heredaron el estado colonial -la burguesía comercial, la burocracia y el ejército- se han repartido rentas de los impuestos y la ayuda internacional, sin ambición industrial alguna.

No es un «fallo de carácter». Mali llegó demasiado tarde a la competencia imperialista y la clase dirigente maliense -una típica burguesía de estado semicolonial atrasada- no tiene capacidad para acceder a mercados internacionales con una demanda solvente.

Dicho de otro modo, no está en su mano crear condiciones para sostener una industria moderna y masiva. Y el raquítico mercado interno -con el campo apenas monetarizado y la ciudad desindustrializada- tampoco da para desarrollar nada parecido a la producción en masa. El proletariado maliense apenas llega al 10% de la población total y la mayoría está empleado en los servicios y en la industria semiartesanal.

Dicho con claridad, a lo más que aspira la burguesía maliense es a licitar algunas explotaciones de materias primas entre potencias imperialistas mayores para repartirse los pagos impositivos a través del estado. Y es esta misma imposibilidad de desarrollo independiente del capital nacional, característica y general en el capitalismo en decadencia, pero brutalmente limitante en los países semicoloniales «jóvenes», la que hace absurda que cualquier pretensión de liberación nacional tenga un carácter mínimamente progresivo.

El caso maliense es de libro: las clases dirigentes urbanas pueden enfrentar a la vieja aristocracia rural, pero no para convertir al campesinado en proletariado moderno, sino para sustituir las rentas feudales por impuestos; puede enfrentar a la vieja potencia colonial, pero solo para abrazar el patronazgo de otra potencia imperialista.

Para rematar, el proletariado es demasiado débil tanto cuantitativa como estructuralmente. Incluso en caso de que, organizado y en lucha, pudiera poner en jaque el sistema político, algo casi imposible a falta de industrias concentradas, no tiene nada que ofrecer a a los pastores y el campesinado de autosubsistencia que no sea la transformación radical de las relaciones sociales, porque la reforma agraria y la extensión de la propiedad individual en el campo no harían florecer la agricultura. Y menos aún a una pequeña burguesía que es la que explota a la gran mayoría de trabajadores.

Es decir, ni siquiera hay opción para una revolución permanente que pase a marcha rápida por una revolución burguesa bajo el impulso de los trabajadores organizados.

En Mali y una larga lista de países bajo condiciones similares, los trabajadores no tienen opciones materiales para poner en jaque el sistema que los explota sin el concurso del resto de la clase trabajadora mundial. Lejos de ser el «eslabón más débil», estos países son juguetes en manos de potencias imperialistas mayores que los usarán como maqueta y test de batallas mayores mientras extraen sin contemplaciones cuanto pueden.

Para encontrar la fuerza que imponga la única «solución» real a la matanza y miseria permanente que sufren trabajadores y campesinos en el Sahel, hay que mirar al Norte. Son los trabajadores de Argelia y el Magreb, los de Francia y el resto de la UE, los de Rusia... quienes, si desarrollan su organización y sus luchas, cambiarán las condiciones haciendo posible la transformación social en estos países.

Mientras tanto, tanto los llamamientos nacionalistas y los discursos anti-coloniales, como las «ayudas exteriores», las inversiones extractivas y las intervenciones «de seguridad», solo traerán más y más de lo mismo: guerra imperialista y explotación redoblada.