La realidad del reclutamiento forzoso y las mentiras del defensismo y el antifascismo
Una altisonante propaganda bélica basada en las viejas mentiras del defensismo y el antifascismo, trata de acallar la cruel realidad del reclutamiento forzoso de jóvenes tanto en Rusia como en Ucrania. La resistencia de jóvenes reclutas y sus familias en ambos países reafirma la necesidad de un «trabajo preparatorio sistemático, perseverante y continuo» para que los trabajadores tomen la situación en sus manos y acaben con el horror en marcha.
El reclutamiento forzoso para la guerra en Rusia
Gracias a la movilización de las madres de soldados que estaban haciendo el servicio militar obligatorio y fueron movilizados a la guerra, empiezan a aparecer testimonios sobre cómo está funcionando el reclutamiento forzoso en medios rusos no adictos al régimen putiniano.
En Rusia la constitución impide llevar a la guerra en el exterior a los soldados de recluta. Sólo los soldados profesionales pueden participar en acciones militares fuera del territorio. Es, como hemos contado ya, una consecuencia del movimiento de padres de soldados durante la guerra de Afganistán, que en los años ochenta enfrentó el militarismo stalinista y se convirtió en un detonante de huelgas y movilizaciones clandestinas en todo el país.
La actual guerra fue precedida de un largo periodo de maniobras que involucró a miles de soldados que estaban haciendo «la mili». La participación masiva de estas tropas, que en teoría no podían cruzar la frontera rusa, fue uno de los argumentos que hacía pensar que la clase dirigente rusa no iría más allá de una peligrosa demostración de fuerza. Pero bajo el silencio impuesto por el ejército en realidad estaba poniéndose en marcha el reclutamiento forzoso de miles de chicos de 17 y 18 años.
Todos los que se negaron a firmar un contrato [para pasar a ser soldados profesionales] fueron enviados a «equipamiento», un campo de entrenamiento muy especial donde tienes que llevar cajas pesadas de municiones todo el día. Muchos no aguantaron y firmaron un contrato solo para volver a las condiciones normales. A mi hijo le dolía tanto la espalda que terminó en el hospital. Y decidió que de ahí no volvería a equipamiento, sino que más bien firmaría el contrato.
El 23 de febrero llamó a última hora de la tarde, a las diez. Por su tono, me di cuenta de que todos estaban en estado de shock, postración y lágrimas. Y dice:
«Mamá, nos pusieron en formación y dijeron que cruzáramos ilegalmente la frontera de Bielorrusia [hacia Ucrania], nuestras instrucciones y la orden que firmamos [las oficiales] se refieren a Bryansk [en Rusia], y tuvimos que abandonar el lugar de despliegue sin ningún permiso [oficial]. De ahora en adelante, nos dijeron, no tenéis nada que ver con el ejército ruso, sois desertores [si os capturan]».
Así lo dijeron sus propios comandantes. Hablé con otras madres, y me contaron lo mismo.
No dormí en toda la noche. Me tranquilicé pensando que no podía ser. Pero cuando llamó a las cinco y media, ya se escuchaba el estruendo de los aviones y los tiroteos en el teléfono.
«Mamá, nos meten en carros, nos vamos, te quiero, si hacen un funeral [declarándome muerto], no te lo creas, asegúrate de comprobarlo antes».
No sé nada más sobre mi hijo. Y nadie sabe nada de sus hijos, ya no contactan.
El reclutamiento forzoso para la guerra en Ucrania
Si el bloqueo informativo ruso, reforzado por el cierre de radios y canales de telegram que reportan sobre el creciente movimiento antimilitarista apenas permite entrever las dimensiones criminales del reclutamiento forzoso, en Ucrania son los medios europeos y estadounidenses, entregados a la exaltación del nacionalismo ucraniano y la «guerra de defensa nacional», los que más hacen por cubrir de humo la realidad de la movilización patriótica.
Sólo se escapan algunos testimonios que, sin querer, rompen el banal relato épico que trata de adornar la barbarie y descubren la realidad: en Ucrania el reclutamiento forzoso de todos los varones entre 18 y 60 años ha convertido en desertores a miles de jóvenes y adultos que intentan salir clandestinamente del país. El ejército y las bandas paramilitares nacionalistas les dan caza -a veces literalmente- en controles de carretera y piquetes en la salida de las ciudades.
Lo más importante era sortear los controles de los grupos paramilitares. Cada tres o cuatro kilómetros intervenían los vehículos privados para sacar a la fuerza a los niños que hubieran cumplido los 18 años para incorporarlos a filas y luchar en la resistencia.
Relato del padre español de un chaval con pasaporte ucraniano que lo sacó del país escoltado por el cuerpo de operaciones especiales de la policía española en «La Verdad de Murcia».
Las mentiras del defensismo y el antifascismo
El reclutamiento forzoso expresa bien las mentiras del defensismo que vomitan día y noche los medios europeos, estadounidenses... y rusos. Según este argumento, en toda guerra hay una nación agresora y un una nación agredida y la agredida tendría «derecho a defenderse» por todos los medios disponibles, comenzando por el reclutamiento forzoso de jóvenes y trabajadores.
La cuestión es que el argumento vulgar sobre el derecho a defenderse en una pelea entre individuos no aplica a las naciones.
Las naciones no son un ser único y homogéneo. Están divididas en clases. Y la guerra no significa lo mismo para todas ellas. Para las clases dirigentes, la guerra es «la política por otros medios», es decir, una forma extrema y arriesgada de sacar adelante sus intereses. Para los trabajadores la guerra significa aceptar matanzas y miseria para que las clases dirigentes obtengan lo que quieren, que al final no es sino obtener más rentabilidad organizando y explotando el trabajo.
Es decir, «el derecho de las naciones a defenderse» -que invocan tanto Moscú como Kiev y sus respectivos aliados- no es sino el «derecho» de «los dueños de todo ésto» a sacrificar las vidas de miles e incluso millones de subordinados para mantener en pie -es decir, rentable- el sistema económico que dirigen y el control sobre el territorio en que lo hacen.
Por eso, en realidad, a los trabajadores y en general a las clases subalternas no nos importa quién es el agresor y quién el agredido en una guerra imperialista (todas las que conocieron las generaciones presentes), porque las principales víctimas serán siempre los trabajadores de ambos lados del frente.
Por otro lado, el «defensismo» no es nuevo. Fue el principal enganche para el reclutamiento y la matanza de casi 60 millones de personas en la gran guerra imperialista de 1914. La propia enormidad de la masacre -que sólo paró cuando los trabajadores convirtieron la guerra imperialista en guerra civil contra la clase dirigente en Rusia primero y en Alemania después- desterró el «defensismo» durante décadas del argumentario político. Nadie podía creerse ya que la causa de la guerra fuera la «ambición» de uno o varios gobernantes concretos1.
Por eso, una vez derrotada la oleada revolucionaria con su último episodio en España, las clases dirigentes de Rusia, Francia, Gran Bretaña y EEUU, recurrieron a una ideología un poco más sofisticada que también vuelve hoy: el antifascismo.
La propaganda estadounidense lleva tiempo intentando homologar el régimen putinista al fascismo y la propaganda rusa lleva desde 2014 asimilando al nacionalismo al mando en Kiev al viejo fascismo ucraniano de la segunda guerra mundial, que por otro lado ellos mismos reivindican con el uso impúdico de las banderas rojinegras.
Ahora, Putin presenta la guerra como necesaria para la «desnazificación» de Ucrania y convoca a países aliados a una «cumbre antifascista». Mientras, Zelenksy llama a apoyar a Ucrania ante un nuevo nazismo; la prensa europea presenta la guerra como una batalla a vida o muerte para «defender a la democracia» y los parlamentos de Dinamarca y Letonia animan a sus propios ciudadanos a marchar como soldados en unas nuevas «brigadas internacionales» de nuevo puestas en valor como modelo antifascista.
¿Pero qué es en realidad el «antifascismo»? La idea de que hay que «sacrificar todo menos la victoria», que hay que renunciar una vez más al interés de clase -acabar con la guerra, acabar con el capitalismo- para unirse con la parte pro-democrática de la clase dirigente -en el propio país o en el gobierno de otros- con tal de defender «la democracia» de sus agresores.
Es en realidad una vuelta de tuerca sobre el defensismo con igual resultado. La «búsqueda del agresor» que denunciaban, Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Trotski o Lenin en la primera guerra mundial se convierte en batalla por caracterizar como «verdadero fascista» al rival imperialista. Pero la conclusión es siempre la misma: la «unión sagrada» con una parte u otra de la burguesía y el sacrificio de millones de trabajadores en el campo de batalla y las ciudades bombardeadas por unos intereses que no son los suyos sino los de sus explotadores.
Desertores y madres muestran el camino: no hay que elegir entre un lado y otro del matadero, sino ponerle fin
Tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, en Corea y en todas las guerras de la era imperialista que siguieron la principal tarea de los revolucionarios fue explicar paciente y claramente con todas las fuerzas a su disposición que para los trabajadores no se trataba de elegir bandos, de ir a morir o matar por la nación agredida ni por el gobierno «antifascista», sino de levantar su propio bando, levantarse contra las clases dirigentes y el sistema que causa las guerras. Acabar con la guerra acabando con la dictadura de la clase que nos lleva a la guerra. En dos palabras: derrotismo revolucionario.
La «crítica» entonces y ahora al único posicionamiento posible para los trabajadores es su «dificultad». Crítica vacía cuando no cabe otra alternativa que no sea ir al matadero por el beneficio2. Crítica mentirosa por cuanto es el camino que marcan ya los «desertores» ucranianos y rusos que se niegan a aceptar el reclutamiento obligatorio o intentan abandonar el frente.
Pero aunque den un destello importantísimo ahora, la verdadera batalla de todas las guerras todavía no ha empezado.
En la propaganda de guerra hay militares y edificios oficiales, tanques y controles. Nunca muestran que en guerra más que nunca, las empresas abren puntualmente las puertas cada mañana, que los trabajadores siguen yendo a fábricas y talleres, hospitales y oficinas. No hay guerra sin «esfuerzo de guerra». No hay guerra sin producción.
Pero, si los trabajadores abrazan a los desertores y sus familias, si empiezan a tomar consciencia de que sus intereses más básicos no se juegan sino que se destruyen en el frente, si retoman las huelgas, si disputan las calles a nacionalistas y militares, si afirman su interés en común con los trabajadores del otro lado de la línea de frente, con los desertores y los soldados que se cuestionan seguir... la guerra se hará insostenible para Putin, Zelensky y toda la colla de aliados imperialistas que azuzan hoy la matanza criminal en marcha.
Por eso los militares rusos, bien formados por el stalinismo, querían una «guerra relámpago» que acabara antes de que el «enemigo interior» -los trabajadores- pudiera reaccionar. Por eso el gobierno ucraniano y los medios internacionales que les apoyan intentan tapar la brutalidad de un reclutamiento obligatorio del que huyen miles.
Tanto esta guerra como sus consecuencias sólo son irremediables si las clases dirigentes se ven con las manos libres para seguir adelante en la nueva deriva militarista y belicista en la que nos están embarcando.
La primera «buena noticia» que nos llega en medio de este horror, es que no les va a resultar tan fácil y evidente como pensaban.
Notas
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Independientemente de cuál sea la verdad acerca de la responsabilidad directa del estallido de la guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha producido este caos es el resultado del imperialismo, del intento por parte de las clases capitalistas de cada país de satisfacer su codicia de beneficios a través de la explotación del trabajo humano y de los recursos naturales del mundo entero. «Manifiesto de Zimmerwald», LD Trotski, 1915.
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La transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil es la única consigna proletaria justa [...] Por muy grandes que parezcan las dificultades de semejante transformación en uno u otro momento los socialistas jamás renunciarán a efectuar un trabajo preparatorio sistemático, perseverante y continuo en esta dirección, ya que la guerra es un hecho. «La guerra y la socialdemocracia de Rusia». Lenin, 1914