Quién gana y quién pierde en el Nagorno-Karabaj
Esta noche el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, confirmó un acuerdo de alto el fuego total con Azerbaiyán que implica la cesión de territorio por ambas partes y vendría garantizado por el despliegue de 2.000 soldados por Rusia. El acuerdo, confirmado inmediatamente por Putin en cadena nacional y presentado por el gobierno de Bakú como una rendición armenia, levantó a una muchedumbre en Ereván al grito de ¡Nikol traidor!. Pero ¿quién gana y quién pierde?
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El gran ganador es Rusia. Ha aprovechado un momento crítico en el que la conquista de Shoshi por el ejército azerí hacía temer a los militares armenios un colapso total, mientras que el derribo de un helicóptero ruso sobre suelo armenio por los azeríes hacía temer a Bakú una inmediata intervención militar rusa en cumplimiento del acuerdo militar entre Ereván y Moscú.
Rusia muestra así a todas las potencias involucradas que Moscú es quien fija el orden regional. Deja en evidencia la impotencia de Francia, Alemania y EEUU -el grupo de Minsk- y recuerda a Irán, Israel y sobre todo a Turquía que es Rusia quien marca los límites y los tiempos en todas las alianzas que hagan el Caúcaso.
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Por eso el perdedor más directo es Turquía que una vez más evidencia su incapacidad para su peso militar -decisivo sobre el terreno- en éxitos estratégicos y comerciales duraderos. No es que Erdogan se propusiera erosionar la hegemonía rusa en su patio trasero, pretendía simplemente ser reconocido por Rusia como potencia regional, ganar un asiento en la mesa de alto el fuego y obtener así algo que intercambiar en Siria y Libia. Nada más lejos del resultado final.
Los errores de cálculo de Turquía se deben también a su tendencia a creer que los actores a los que respalda siempre se adherirán a su curso de acción. Sin embargo, ni a sus aliados libios ni azeríes les gustaría que el apoyo de Turquía fuera tan imponente como para dejarlos sin margen de maniobra.
La paz en el Nagorno Karabaj llega además después de recibir una seria coz rusa en Siria y mientras en Libia las negociaciones de paz se han convertido en un verdadero frente por la expulsión de mercenarios y fuerzas turcas en el que solo los Hermanos Musulmanes, cada vez más débiles en el gobierno de Trípoli, permanecen fieles a Ankara.
Cierto es que el partido belicista de la burguesía y la burocracia turcas no habían dejado muchas salidas a Erdogan. Le exigían perseverar en su política de afirmación imperialista como forma de obtener resultados económicos lo antes posible en mitad de una crisis económica que está resultado cada vez más desastrosa para el capital nacional turco.
Así que este fracaso, un nuevo triunfo militar sin botín contante y sonante, es muy probable que sea visto dentro de poco como el principio del fin del erdoganismo.
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En la política interna del Caúcaso el gran ganador es de nuevo Rusia. Pashinyan, que no era santo de la devoción del Kremlin, no solo queda debilitado frente al ultranacionalismo belicista que intentó cabalgar, sino que debe su supervivencia -y la de su ejército- a Moscú.
El gobierno azerí, que ha hecho gala del nacionalismo más obsceno incluso tras la declaración de alto el fuego, obtiene un triunfo histórico más allá de lo que parecían sus objetivos reales: recupera no solo los territorios tampón que Armenia había asegurado en zonas de mayoría azerí, sino más de la mitad del Nagorno-Karabaj, dejando la frontera en Shusha, a las puertas de Stepanakert, la capital del estado étnico fantasma del Artsaj. Es un triunfo... pero va a tener sus fronteras -y sus gasoductos- vigilados directa y legalmente por Rusia ad aeternum.
4 Pero el verdadero perdedor del conflicto está a ambos lados de la frontera de guerra. El nacionalismo significa la supeditación de las necesidades humanas a los intereses del capital nacional. La ola nacionalista y belicista en ambos países ha sido alimentada durante décadas desde el estado y sus medios, y está jaleada por una nutrida pequeña burguesía enrabietada a la que no falta el apoyo entusiasta de un clero furibundo, pero al final ha sido fundamental para arrastrar al holocausto de los trabajadores en el altar de la patria.
Según declaraciones de Putin, antes de la ofensiva final azerí habían muerto ya más de 2.000 personas en cada lado. En su mayoría jóvenes trabajadores movilizados en ambos ejércitos y pequeños campesinos y trabajadores víctimas de bombardeos en los que se han llegado a utilizar incluso bombas de racimo. Posiblemente no lleguemos a saber con exactitud el número total de muertos.
Que el nacionalismo en ambos lados haya triunfado, incluso en la derrota y la matanza, debilita a los trabajadores de toda la región y muestra un camino peligroso: le dice a las clases dominantes de todo el mundo que, bajo ciertas condiciones, pueden convertir la revuelta de la pequeña burguesía en unión sagrada para la guerra evitando que despierte a la única clase que puede poner coto a la barbarie.