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¿Qué son «los chalecos amarillos»?

22/11/2018 | Francia

Desde hace una semana, un movimiento espontáneo, «los chalecos amarillos», pone en jaque al gobierno francés. Protestan contra la subida del precio del carburante que ha producido el nuevo impuesto anti-CO2 de Macron. En poco tiempo habían sacado más de 300.000 personas a las carreteras. Al grito de «no toquéis mi coche» -paráfrasis de una vieja consigna antiracista-, con banderas nacionales y cantando la marsellesa, se enfrentaron a un gobierno que desde el principio los trató como problema de orden público y les produjo ya una víctima mortal.

La extensión del movimiento a la «ultra-periferia» francesa -la isla Reunión, en el Índico- amenaza con abrir de nuevo la caja de Pandora de la descomposición social de los «territorios de ultramar». Hoy mismo Macron prometía una «respuesta implacable» y mandaba al ejército. Mientras, en las fronteras del «hexágono» -la Francia continental europea- los manifestantes viraban en algunos lugares hacia la xenofobia, intentando tomar el control de la frontera para evitar la entrada «ilegal» de migrantes.

¿Quiénes son los «chalecos amarillos»?

El movimiento nació en las zonas rurales, en las pequeñas ciudades de provincia. Atrajo a aquellos que «no pueden vivir sin coche» y sin embargo tampoco les llega para vivir decentemente con él. Una masa indiferenciada de ‎pequeña burguesía‎ en ‎proletarización‎ -minifundistas agrarios, tenderos, transportistas de cercanías, etc.- y trabajadores de los sectores más atomizados -servicios, pequeño comercio, etc.

El sindicato de transportes de «Force Ouvrier» ha anunciado que se unirá a las movilizaciones y como es lógico, tanto la «Francia Insumisa» melenchonita como el «Frente Nacional» lepeniano compiten por ellos. La base ‎ popular, es decir, interclasista‎, el ‎nacionalismo‎ apenas escondido desde Reunión a la frontera belga, los tics localistas, antieuropeos e incluso xenófobos, están perfectamente en línea con el cenagoso terreno «ciudadano» en el que ambas formaciones se mueven. De hecho, como ha insistido Melenchon, es la reivindicación del concepto de ‎ pueblo‎ auto-organizado que sería «la nueva Francia». Melenchon ve una oportunidad en la distancia tomada por la CGT para promover un nuevo formato de movilizaciones y representación política «populista».

¿Un movimiento «populista»? ¿Fascista?

Un movimiento social en el que participan trabajadores, incluso en el que éstos son mayoría, no es necesariamente un movimiento de clase. Es el terreno político en el que se afirma -su finalidad, el desde dónde y hacia dónde se orientan sus reivindicaciones- lo que define. Desde el punto de vista de los trabajadores los «chalecos amarillos» son la medida de una debilidad. No solo porque se coloquen bajo reivindicaciones y enfoques de la pequeña burguesía que no van a ningún lado, no solo porque apenas se ponen en marcha afirman una voluntad de excluir típica de ésta clase terminal... sino porque se centra en lo que define una cierta precariedad particular -depender del coche para ir a trabajar- abstrayéndose, negando, la explotación general. No es que a nadie se le ocurra que si el salario no llega no haya que luchar por subirlo, es que tras la experiencia de las últimas huelgas, lejos de cuestionar la dirección sindical, muchos trabajadores -y especialmente los de sectores atomizados- dan por perdidas las batallas por el salario y prefieren representar su necesidad bajo la bandera del «privilegio nacional»

Lo que Melenchon ve con acierto, es la posibilidad de mutar la izquierda -es decir, la izquierda del aparato político del capital nacional- ante un proletariado desmoralizado. Esa «nueva izquierda» no tiene nada de nuevo en realidad, es una mezcla de revolucionarismo burgués, indignación pequeño burguesa y nacionalismo estatalizante. En un tiempo, bajo un contexto que le daba unas tareas inmediatas diferentes, se llamó «fascismo». Hoy le llaman «populismo». Pero una vez más se evidencia que como el fascismo, no emerge porque la izquierda se debilite, sino que el fascismo es la forma que la izquierda toma cuando el ‎proletariado‎ se debilita políticamente y sus sectores más débiles se convierten en carne de cañón patriótica. El fascismo es la pequeña burguesía radicalizada reclutando y ofreciendo un lugar «revolucionario» bajo el sol del capital nacional. Es bajo mil formas y sabores, la herramienta necesaria en el capitalismo de estado, para derrotar a los trabajadores y poder satisfacer las necesidades de un capital asfixiado.