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¿Qué son las FARC y qué significa su vuelta?

01/09/2019 | Colombia

Viejos mandos de las FARC anunciaron su vuelta a las armas en un movimiento que era esperado por todos por la evolución de los acuerdos de paz. Duque acusa a la asociación de la guerrilla con el narco y Venezuela, EEUU lo utiliza contra Maduro y Venezuela toma distancias. ¿Pueden las FARC plantear una guerra al estado colombiano solas? ¿Qué significa todo ésto en el marco de unos equilibrios continentales cada vez más frágiles?

La era de las guerras civiles

El siglo XIX tanto España y Portugal como la América de habla española viven un no acabar de guerras civiles. Son la expresión del choque entre las viejas clases del poder agrario y unas clases burguesas nacientes que -muchas veces con apoyo británico- aspiran a una transformación revolucionaria del viejo régimen tras las guerras de independencia. El conflicto tiende, conforme avanza el siglo y aparecen las primeras expresiones de un proletariado naciente, a una alianza reaccionaria de las clases hasta entonces en guerra. El caso español fue el más tratado por Marx y Engels pero el marco es general -véase por ejemplo, Argentina- y en lo fundamental igual a lo que estaba pasando en Alemania y otros países entonces «atrasados».

Por un lado, existen la industria y el comercio modernos, cuyos jefes naturales, las clases medias, son enemigos del despotismo militar; por otro lado, cuando las clases medias emprenden la batalla contra este despotismo, entran en escena los obreros, producto de la moderna organización del trabajo, y entran dispuestos a reclamar la parte que les corresponde de los frutos de la victoria. Asustadas por las consecuencias de una alianza que se le ha venido encima de este modo contra su deseo, las clases medias retroceden para ponerse de nuevo bajo la protección de las baterías del odiado despotismo. Este es el secreto de la existencia de los ejércitos permanentes en Europa, incomprensible de otro modo para los futuros historiadores. Así, las clases medias de Europa se ven obligadas a comprender que no tienen más que dos caminos: o someterse a un poder político que detestan y renunciar a las ventajas de la industria y del comercio modernos y a las relaciones sociales basadas en ellos, o bien sacrificar los privilegios que la organización moderna de las fuerzas productivas de la sociedad, en su fase primaria, ha otorgado a una sola clase. Que esta lección se dé incluso desde España es tan impresionante como inesperado.

Carlos Marx. La Revolución en España, 1856

En Colombia, el ciclo de guerras civiles decimonónicas parece cerrado ya en 1902, solo un año antes que en Uruguay. Y como en Uruguay produce un aparato político bipolar con un partido agrario conservador y un partido liberal de la burguesía urbana. El desastre económico generado por la guerra, que acabó en la amputación de Panamá por EEUU, pareció en un primer momento impulsar a las clases dominantes colombianas a una fusión acelerada en el estado. Tal fue el significado del periodo abierto en 1903 con el gobierno de Reyes que culmina con la llegada de los liberales por primera vez al poder en 1930. Aparentemente, los terratenientes -convertidos en burguesía agroexportadora- y la burguesía urbana pueden compartir ya el poder, turnar gobiernos y proyectarse en una única burocracia estatal.

Pero las bases económicas empezarían a colapsar con los ecos de la crisis mundial de 1929. Colombia no podía escapar a la tendencia global al ‎capitalismo de estado‎, pero el entramado estatal a partir del que la transición había de hacerse era todavía demasiado débil. La transición hacia formas capitalistas de estado, en vez de ser dirigidas por el sector más conservador de las clases dominantes -como pasó en España- encontró en ellas una resistencia creciente a lo largo de los años treinta. La Constitución del 36, prima hermana de la del 31 española, supone en realidad un salto al vacío de los sectores más cercanos a EEUU del capital colombiano, que se ligarán después a los EEUU del «New Deal». Por eso en la primera mitad de los cuarenta los sectores más «duros» del conservadurismo coquetearán con Alemania y hasta con salidas «a la Argentina» es decir, buscarán su Perón. Pero la derrota alemana reorientará el proceso hacia una batalla interna con las banderas ideológicas tradicionales. Los conservadores intentan el golpe de estado, el fraude electoral... y estalla una nueva guerra civil no declarada, «la violencia» (1946-58), que deja 300.000 cadáveres en un país de tan solo 11 millones y empuja aun más la concentración de la población en las grandes capitales.

De «la violencia» a las FARC

Una de las consecuencias de «la violencia» es la aparición de autodefensas campesinas locales dirigidas habitualmente por liberales rebeldes o convertidos al bandolerismo. Tras la paz del 58, el estado no mantiene ya la cohesión estatal en algunas zonas de la cordillera y se consolidan, alrededor de las autodefensas campesinas, las llamadas «repúblicas independientes», entre ellas Marquetalia. Los líderes de estas pequeñas comarcas andinas no se sienten aludidos por la unión y pacto final entre conservadores y liberales, el «Frente Nacional» que configurará el aparato político colombiano hasta mediados de los setenta, pero tampoco tienen fuerza entre ninguna de las facciones de la burguesía, para revivificar el conflicto a su favor.

Mientras, el mundo ha cambiado profundamente. La guerra mundial ha dado paso a la guerra fría y la evolución del régimen de Castro -que había llegado al poder en 1959 organizando una guerrilla- reorienta a Cuba hasta integrarla rápidamente en el bloque imperialista ruso. La táctica guerrillera -el «foquismo»- se convierte en un modelo táctico prometedor para los partidos comunistas hispanoamericanos ligados a Moscú. El Partido Comunista de Colombia, que ya había tenido grupos encuadrados bajo los caudillos guerrilleros liberales, entra en contacto con la «república» de Marquetalia liderada por Manuel Marulanda, Tirofijo y la de Riochiquito, de Ciro Trujilo. Significativamente, eran ambos hijos de familias liberales de pequeños propietarios agrarios y su «enlace» con el PCC era un prometedor ex-dirigente y ex-diputado de la juventud liberal ahora reconvertido en stalinista, Jacobo Arenas.

La alianza entre el stalinismo y los restos de la revuelta agraria liberal levanta alarmas tanto en EEUU como entre los conservadores. En 1964 el gobierno pone en marcha un operativo militar para retomar el control en Marquetalia que acaba con Tirofijo y 150 de sus seguidores refugiándose en Riochiquito, donde consolidan efectivos y empiezan a recibir armamento y formación política para ponerse al día con su nuevo alineamiento. En 1964 lanzan un «programa agrario» que reivindica la tradición liberal, propugna el perdón de deudas a los campesinos y promete la conversión de los arrendatarios de los grandes propietarios en pequeños propietarios independientes. En 1966 pasan a autodenominarse «Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia». Ya no serán patriotas liberales sino «patriotas y comunistas», como si ambos términos fueran compatibles fuera de la abominación stalinista que a esas alturas históricas representaba la vanguardia de la contrarrevolución en medio mundo. A fin de cuentas, era una revolución campesina, es decir pequeñoburguesa, cuyo objetivo último era la defensa de la pequeña propiedad, ¿o no?

De la «colonización armada» al paraestado

La verdad es que los años sesenta y setenta mostraron la incapacidad de la estrategia foquista para propiciar un levantamiento campesino nacional. Los intentos de expansión territorial puramente militar -hacia el Boyacá por ejemplo- serán repelidos sin grandes dificultades por el ejército. Las FARC y las demás guerrillas solo crecerán en la selva. En una zona de débil implantación del estado, llegaban antiguos campesinos que habían perdido sus tierras durante «la violencia». Identificarán a los grupos armados con «su» estado y aceptarán sin mayores problemas el «gramaje» -impuesto guerrillero a la producción- a cambio de la protección de su propiedad. El crecimiento de este campesinado de nuevo cuño en lo que se conocerá como «colonización armada», permite a las FARC llegar a tener cinco frentes.

El modelo de la colonización de la selva era el peruano iniciado por la dictadura de Velasco. Velasco pretendía hacer de la selva la válvula de escape de las demandas campesinas. Pero las ácidas y pobres tierras amazónicas tenían poco que ofrecer. Su solución sería llevar allá el cultivo de coca controlando los precios a través de ENACO (Empresa Nacional Cocalera). Se trataba de coca para mascar y hacer infusiones, una variedad diferente de la utilizada en la producción de cocaína, pero donde crece una crece -y arrasa el suelo- la otra.

En ese momento el Caribe colombiano vivía todavía la «bonanza marimbera» producida por la exportación masiva de marihuana a unos EEUU que acabarían interviniendo en Colombia junto con el gobierno local para cortar de raíz la producción y los transportes. El fin del tráfico de marihuana dará paso a una serie de cambios en el mercado clandestino y la estrategia y composición de los narcos que acabarán en la eclosión de la cocaína de los años ochenta. En un principio las FARC rechazan la relación con el narco, pero pronto empiezan a solaparse las áreas de extensión de la «colonización armada» con las del cultivo de coca. Las FARC, que se dan cuenta del peso que en sus finanzas puede llegar a tener el «gramaje» intentan un acuerdo con Escobar, pero el secuestro de una Ochoa -otra gran familia del cartel de Medellín- por el M-19 -una guerrilla nacionalista que actualizaba el viejo programa liberal- une a las familias del narco en una lucha de exterminio de las guerrillas que inaugurará la época de las «autodefensas» y los «paramilitares».

Cuando entre 1989 y 1992 implosiona el bloque ruso caen con él sus principales fuerzas en América: en 1989 fracasa la «ofensiva hasta el tope» del FMLN en el Salvador, en 1990 el FSLN entrega la presidencia de Nicaragua a Violeta Chamorro y en 1991 Cuba comienza su «periodo especial». En Colombia, la «Coordinadora Revolucionaria Simón Bolivar», que agrupa a las guerrillas supervivientes en 1989, se desmorona. Las FARC, que en ese momento cuentan con cerca de 10.000 combatientes en 70 frentes quedan como principal insurgencia en el país. Son los años de los movimientos de campesinos cocaleros.

Las FARC se convierten entonces y hasta los acuerdos de paz en un paraestado esencialmente idéntico a los comandos brasileños, sostenido sobre el «negocio del secuestro», el robo de ganado y el «gramaje» cocalero. Desprovistos de ligazón directa con algún imperialismo alternativo a EEUU, vegetaron como para-estado hasta ser rescatados por el chavismo.

El chavismo y las negociaciones de paz

La llegada de Chávez al poder supuso la gran esperanza de un relevo de lo que en su día había supuesto el eje Moscú-Habana. Las FARC sin embargo no podían ya representarse del mismo modo. Ya no eran el candidato a liderar una insurrección campesina recuperando las esencias del liberalismo agrario. Eran un paraestado que vivía del secuestro de miles de personas, vestido a duras penas con los uniformes del romanticismo guerrillero. Chávez prometió apoyo militar y armas a las FARC en la medida en que desestabilizaba a su vecino más belicoso -la Colombia de Uribe- y le convertía en mediador necesario. Una parte de sus generales, el «cártel de los Soles», lo vio como una oportunidad para hacerse con un pedazo del negocio de la cocaína. Chávez permitió a las FARC establecer un santuario de 1.500 guerrilleros en 28 campamentos en los estados limítrofes venezolanos de Apure y Zulia. Sin embargo las denuncias internacionales y el temor a que la participación de su propio ejército en el tráfico de drogas llevara a una pérdida de control político, llevo a Chávez, advertido por los cubanos y su experiencia, a propiciar lo que acabaría siendo el «proceso de paz» del presidente Santos (2012 a 2016). En un momento Chávez le llega a decir al líder de las FARC, «vea Timochenko, para la paz en Colombia lo que sea, para la guerra nada».

Cuando los acuerdos de la Habana fueron finalmente firmados el resultado difícilmente podía justificar décadas de guerra para los insurgentes: amnistía, cinco diputados y cinco senadores garantizados durante dos mandatos y ocho millones de Hectáreas declaradas zonas autónomas en mitad de la nada, con las FARC convertidas en cacique gestor de las subvenciones públicas y mediador entre los campesinos y el mismo estado colombiano combatido hasta entonces. Pero ni por esas los acuerdos pasaron el referéndum convocado por el gobierno. Nobel de la Paz mediante y tras algunas reformas superficiales, una nueva versión fue aprobada, esta vez por el legislativo. Las FARC se convertían en partido parlamentario y los primeros resultados electorales -en los que no consiguieron ningún representante más allá de los garantizados por los acuerdos- demostraron su fracaso político histórico.

La perspectiva de la guerra

Sin espacio político real la «nueva FARC» no ha dejado de quejarse de los incumplimientos de los acuerdos por el estado. Pero debajo de eso había fracturas internas. Varios dirigentes y sus tropas, vinculados o cuando menos vinculables a la producción cocalera no se sentían seguros. Menos aun con Duque y en el marco de una ofensiva abierta entre Duque, Trump y Bolsonaro contra el chavismo venezolano. Sus peores temores se confirmaron en abril cuando Jesús Santrich -redactor de los acuerdos de la Habana-, el sobrino de Iván Márquez -portavoz de las FARC durante las negociaciones- y otros dirigentes de primera línea, se encontraron frente a un requerimiento de extradición lanzado por EEUU. La detención de Santrich abrió una batalla interna entre los sectores del estado colombiano que daban por cerrados los años FARC con los acuerdos y los que nunca los habían aceptado... animados ahora por EEUU y el toque de rebatiña contra la Venezuela chavista.

Si lo que EEUU y los sectores más uribistas del estado colombiano buscaban eran azuzar las divisiones en las FARC para provocar un «casus belli» con Venezuela, acertaron de lleno. Néstor Rosanía, director del «Centro de Estudios en Seguridad y Paz de Colombia», aseguraba a la prensa chilena que:

Primero, se fue gestando un ala de disidencia en la frontera con Venezuela; después se creó otra importante en la frontera con Ecuador y la tercera fue cuando estos grandes, que tienen un perfil más político, empezaron a reclutar a los líderes militares.

Según la inteligencia militar colombiana, los grupos disidentes de las FARC suman aproximadamente 2.500 miembros y dependen en buena medida de las bases logísticas en Venezuela. EEUU ha utilizado rápidamente la noticia para señalar al régimen de Maduro, que casi instantáneamente ha marcado distancias.

Básicamente lo que la alianza del uribismo y los EEUU de Trump han hecho ha sido crear incentivos al sector de las FARC más ligado al narco a escenificar una vuelta a la guerra para tener herramientas con las que forzar una nueva negociación. Pero su objetivo no es negociar. Es tener un conflicto militar abierto con Venezuela. Con 1.300.000 refugiados venezolanos en el país, el uribismo presiona así cada vez más a Duque y a un ejército muy renuente para que se deslice hacia una intervención militar en alianza con EEUU... sin esperar a Brasil, único país continental con capacidades militares suficientes para asegurar una invasión internacional, cuyos militares han impedido hasta ahora que la estrategia estadounidense y los impulsos de su presidente derivaran en guerra.

Un balance histórico de las guerrillas

Hemos visto cómo las FARC nacieron de elementos de la pequeña burguesía agraria agrupados en las milicias liberales, que quedaron excluidos de los pactos entre la burguesía urbana y la terrateniente en el paso al capitalismo de estado. Carentes de un proyecto capaz de movilizar a las clases trabajadoras, solo pudieron ganar un espacio político insertándose, a través del partido stalinista, en la guerra de bloques imperialistas entre EEUU y Rusia. No son en absoluto un caso único: los grandes modelos «revolucionarios» guerrilleros que nos han vendido durante años en las Américas responden al mismo origen. Castro, niño prodigio de los jesuitas fue parte del liberal «Partido Ortodoxo» antes de fundar su «movimiento 26 de julio» de casi idéntico program. Uno y otro eran expresión de una pequeña burguesía que había quedado fuera de juego y que solo encontró su lugar ocupando el poder y desarmando el movimiento obrero que había llegado a un momento insurreccional contra Batista. Incapaz de compaginar sus objetivos con los de la burguesía ligada a EEUU, solo pudo echarse en brazos del imperialismo ruso. El FSLN nicaragüense o el FFMLN en el Salvador y toda su evolución durante y después de su fase guerrillera, siguen el mismo patrón con las inevitables diferencias dadas por la correlación entre las fuerzas imperialistas y las especificidades locales de las clases burguesas en cada momento y lugar. Por doquier, guerrillas, encuadramiento para el conflicto imperialista y contrarrevolución, fueron de la mano durante la guerra fría y después.

Las guerrillas son un método de lucha burgués, compatible con el desarrollo del capitalismo, la independencia nacional y la revolución democrático-burguesa. Ese ha sido su cometido en el pasado, lograranlo o no y sin tomar en consideración casos particulares como los chuanes siervos contra la revolución francesa. El caso más típico es el de las guerrillas españolas a partir de 1808, que dieron su nombre al método. Eran al principio (véase lo dicho por Marx en «La revolución española») grupos de hombres voluntariamente unidos para acometer acciones sorpresa contra las tropas francesas y se desbandaban después de ellas, volviendo cada hombre a su trabajo cotidiano. En cuanto fueron permanentes y aceptaron subordinación a los ejércitos aliados anglo-españoles, mitigaron su cariz revolucionario.

Las llamadas hoy guerrillas no tienen ninguna semejanza con aquellas, no existiendo en nuestra época, en ningún lugar, posibilidad siquiera remota de revolución democrático-burguesa, ni tampoco de independencia nacional, las pseudo-guerrillas hechas ejército si encuentran las facilidades logísticas indispensables, aparecen ante el proletariado, simple y trágicamente, como un aparato bélico conquistador que se le echa encima, y por lo tanto como una fuerza de policía. En tal calidad, y por sus objetivos nacionales e internacionales, los tiranuelos de la «guerra popular» no tienen otra perspectiva que servir de peones en la reaccionaria contienda entre los bloques imperialistas. Los revolucionarios no deben prestarse, en ningún caso, a tan burdos manejos. Saben que vía Moscú o vía Pekín se entra también en el juego del imperialismo americano, de igual modo que vía Wáshington se entra en el juego de Moscú y de Pekín. Porque la primera preocupación de unos y otros consiste en impedir que la revolución proletaria levante cabeza, condición clave para que ellos puedan disputarse entre sí el dominio económico y policíaco del mundo. El palabreo anti-imperialista conviértese pues en un actuar pro-imperialismo en general, y la demagogia sobre la guerra revolucionaria en un hacer guerra imperialista local.

G. Munis. Entrada «guerrilla» en «Léxico de la truhanería política contemporánea, comparado con el léxico revolucionario», 1970

A día de hoy, las viejas guerrillas ya no tienen opciones reales de poder. Nunca tuvieron objetivos revolucionarios más allá de dar forma a un ‎capitalismo de estado‎ a la rusa o la cubana. En una espiral de tensiones imperialistas sin bloques claros, las guerrillas buscan a quién servir. En América a Maduro o al narco; en Asia a China, Turquía o EEUU; en Africa al imperialismo que mejor pague. A la esquilma y el terror siempre. Ningún nuevo amo puede hacerlas menos venenosas. Sirven siempre a la guerra y a la descomposición social. Lo que no cabe duda es que a los trabajadores no sirven en ningún momento y en ningún lugar; no producen para los trabajadores otra cosa que miseria y, si llegan a ganar zonas urbanas, represión y militarización de todo movimiento de clase independiente, como hizo Castro tras hacerse con el poder y los maoistas peruanos rutinaria y salvajemente.

Hoy, la vuelta de una parte de las FARC a la actividad armada solo significará más bombardeo nacionalista, más militarización... y tal vez un tobogán para deslizar hacia la guerra imperialista al continente.


El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@nuevocurso).