¿Qué se coció en Davos?
Hasta ahora, en Davos, la burguesía se presentaba como una gran familia global celebrando a sus «emprendedores», intelectuales, banqueros, políticos y jerarcas estatales. Entre todos destilaban un discurso público, terríblemente homogéneo e hipócrita, que sus propios medios de comunicación amplifican y trasladan luego por todo el mundo. Este año, entre teatrillos de cínico homenaje a los refugiados y fiestas glamourosas, la burguesía internacional se ha vuelto a reunir en el pueblo suizo que un día fue sanatorio para millonarios tuberculosos. Pero, esta vez, en el coro no todos cantaban la misma canción.
La descomposición del discurso
Davos 2018 se abrió con un alarde feminista para mostrarnos lo «progresista» que es el gran capital. Luego vinieron aspavientos de solidaridad con los refugiados y gestos graves ante el cambio climático. Parecíamos condenados a sufrir el libreto de siempre con la liturgia habitual. Pero la burguesía no es homogénea, no son clones con frac y sombrero de copa. Los enfrentamientos entre facciones son una constante dentro de cada burguesía de estado y, por supuesto, entre ellas. Y en este Davos tuvimos un poquito de cada. En un escenario marcado por la Europa post-Brexit y la América Trump el discurso infantilista e hipócrita de las últimas décadas ya no ocupa en solitario el escenario.
Para Merkel y Macrón, el proteccionismo de Trump «no lleva a ninguna parte». En cambio, para el Secretario de Comercio de EEUU, «la guerra comercial existe hace mucho, la diferencia es que ahora las tropas americanas están llegando al frente de batalla». Ni que decir tiene, que ambos llevan razón. La guerra comercial era un hecho antes y es más clara ahora, y desde luego no lleva a otro lugar que al agravamiento de las tensiones imperialistas y al militarismo de forma cada vez más abierta.
En realidad no es que la diferencia de discursos produzca conflictos, es que el agravamiento del conflicto imperialista, la necesidad de cargar la imposibilidad de un crecimiento sano sobre los estados rivales usando la fuerza para renegociar los acuerdos comerciales y ganar mercados, les lleva a dotarse de discursos cada vez más diferenciados con los que intentar arrastrar a sus propias sociedades y a las de sus aliados a una nueva fase mucho más violenta.
Tomemos China. Su juego es el mismo de Trump... o Merkel: globalización para sus productos, barreras de entrada para los ajenos. Pero frente a EEUU se presentan como los defensores del librecambio mundial, ensalzando así su propio papel como potencia mundial. Ni las realidades totalitarias cotidianas, ahora hipertecnologizadas, ni la represión de huelgas obreras, ni los ataques brutales a la clase trabajadora de la burguesía china tienen nada que envidiar, desde luego, a los de las demás potencias imperialistas. Desde luego no cabe duda de la naturaleza capitalista de una China que nunca ha sido ni mucho menos socialista.
La moralización feminista
La burguesía, en su primera juventud, allá por el Renacimiento, cabalgó sobre la Reforma religiosa para ganar espacio social y avanzar posiciones sobre la feudalidad. Desde entonces, cuanta más inhumanidad produce más recurre al moralismo. Es un alcohólico que en pleno delirium tremens trata de convencernos que va a salir de la crisis si bebe la misma cerveza que en sus juergas adolescentes.
La forma del moralismo en Davos ha cambiado con los años: unos años nos abrumaron con admoniciones sobre el cambio climático, otros se rasgaron las vestiduras con la corrupción, éste le tocó el turno a las desigualdad entre hombres y mujeres. Por supuesto el cambio climático no se debe a un meteorito, los corruptos no son peones de obra y la discriminación de la mujer no es un sorprendente y nuevo vicio de los trabajadores, sino que, como todo lo demás es el producto directo de un capitalismo que es una gran máquina de generar discriminaciones y triturar personas. Pero desde luego eso «no estaba en agenda». De lo que se trataba era del reconocimiento de la mujer burguesa, al parecer infravalorada por sus compañeros de clase. Un «temazo» que llevado por personajes de la talla Christine Lagarde, Directora del FMI, se supone que debería provocarnos una tremenda empatía.
Pero la apuesta va, obviamente, mucho más allá. Por eso moraliza. La burguesía quiere fomentar una dicotomía hombres-mujeres que refuerza su posición como clase explotadora. Se trata de convencer a la mitad de la clase trabajadora de que de que la otra mitad es su opresora. ¿Hemos de decir que nuestra contestación debe ser la misma que fue siempre desde los tiempos de Rosa Luxemburg y Clara Zetkin? ¿Que tenemos que decir como ellas «con nosotros, trabajadores de ambos sexos, no contéis»?
Un espectador ajeno a nuestro planeta seguramente concedería que el discurso brutal del trumpismo «da espectáculo» porque muestra de forma descarnada la mirada estratégica del capitalismo de estado. Es verdad que la liturgia pretendidamente progre de los foros internacionales, agotaba ya con su nausebunda hipocresía. Pero desde nuestra mirada como trabajadores, si hay algo de lo que no puede cabernos duda alguna es que si levantamos la cabeza como clase -y lo haremos- por muy adversarios que sean entre sí, no dudarán un minuto en unirse en santa cruzada usando contra nosotros cualquier medio, por criminal que sea.
¿Qué se coció en Davos? Un conjunto de relatos para intentar convencernos de que la burguesía representa y lidera el progreso. Con diferentes sabores y caminos, pero para el bien del planeta. ¿Cuál es la realidad? Que el capitalismo de hoy está muy lejos de poder ser progresista de ninguna manera. Lo que se testaron fueron distintos discursos para la guerra comercial y para dividirnos. Su esperanza y su objetivo es que les sigamos bajo sus banderas -nacionales, feministas, globalistas, nacionalistas, proteccionistas... ¿qué importa?- y que desconfiemos de nuestros compañeros de clase. Si hay una oportunidad para la Humanidad es que hagamos justamente lo contrario.