Qué podemos esperar del descontento universitario
Ayer una doctora en Historia publicaba en su cuenta de twitter: «¿Cómo se puede recomendar a alguien que dedique media vida a investigar si con 31 años cobro 800€ y he vuelto a vivir con mi familia?». El mensaje ganó rápidamente miles de adhesiones porque daba palabras a un ánimo que abunda por las universidades. Otra generación de estudiantes defraudada. ¿Pero qué denuncia exactamente? ¿Hacia dónde apunta esa denuncia? ¿Mira adelante o hacia atrás?
Para entender el carácter de lo que podemos esperar de la Universidad -y los recién egresados- tras la pandemia, lo que tenemos que tener claro es si el ánimo general se orienta contra la precarización o contra la proletarización. En 2019 vimos en Francia un movimiento prometedor de estudiantes contra la precarización, pero el elemento dominante a nivel global fue el contrario. Y no tienen nada que ver. El estudiante que ve un futuro precario por delante como trabajador tiene todo en común con las luchas que están en marcha en todo el mundo. En cambio el que se rebela contra la proletarización va a hacer todo lo que esté en su mano por intentar mantener siquiera la «ilusión» de un «estatus».
No es ninguna novedad histórica. El proletariado nació de la imposición de la fábrica tanto al campesino expulsado del campo, que había vivido hasta entonces de las tierras comunales en agricultura de subsistencia, como de la imposición paralela de las nuevas relaciones productivas que sufría el artesano gremial dentro de su propio taller. Una parte del artesanado abrazó los intereses de aquello en lo que se estaba convirtiendo y estuvo en el origen de las primeras expresiones políticas obreras: el comunismo icariano y la Liga de los Justos, luego Liga de los Comunistas. Pero otra se defendió aferrándose a los privilegios feudales. Y cuando esto ya no fue posible, creando sindicatos de trabajadores cualificados que no permitían la afiliación a los «vagos», es decir, a los obreros no cualificados.
Este movimiento, hacia atrás, reaccionario, que buscaba la equiparación con la pequeña burguesía y el reconocimiento como una capa «especial» a medio camino entre los trabajadores «sin formación» y los pequeños propietarios, tuvo su reflejo político en el lassalleanismo -que tan importante fue tanto en Alemania como en EEUU. Y en general alimentó las tendencias hacia el corporativismo y la búsqueda de «protección» estatal para las industrias que les empleaban. Otro elemento tardío de esta respuesta fueron los primeros movimientos que redefinían al proletario desde el consumo en vez de por su posición en la organización social del trabajo. Así nació el cooperativismo de consumo. De hecho, la fundación hace ahora 125 años de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) a la que se sumaron pronto los sindicatos amarillos (eclesiales), se presentó como una alternativa «apolítica», «neutralista», «ciudadanista», «fabiana», frente a la Internacional. A fin de cuentas, éste puede ser una herramienta, aunque limitada, contra la precarización de las condiciones de trabajo, pero no contra la proletarización que, en general y especialmente bajo las condiciones que promovía la Internacional, acentuaba.
Los movimientos universitarios y para-universitarios españoles
La Universidad española no se abrió definitivamente a la pequeña burguesía hasta ya entrado el siglo XX. El momento fue la creación de la Ciudad Universitaria en 1928 por la dictadura de Primo de Rivera. El régimen fue un acelerador de la evolución hacia el capitalismo de estado que la guerra mundial había impulsado en España. Y vio en el crecimiento de la burocracia en el estado una oportunidad de aliviar tensiones con una pequeña burguesía que durante todo el siglo anterior había tenido poco acomodo en las políticas de la burguesía liberal. Con Primo nace «la promesa» de la Universidad como formadora de cuadros para el funcionariado público y los mandos medios de unas empresas y bancos que se estaban concentrando a marchas forzadas conforme el capital financiero se convertía en el verdadero director de la organización industrial. Pero el capital español tampoco estaba en su mejor momento en 1928. Y los estudiantes de «la Central» -hoy Complutense- entendieron inmediatamente que permitir expedir títulos universitarios a los jesuitas de Deusto y los agustinos de El Escorial aumentaba la competencia por unos puestos que ya escaseaban y que escasearían aun más en el futuro. Así surgió el primer gran movimiento estudiantil del siglo XX, del que surgirían buena parte de los políticos jóvenes de la República.
Y no fue muy diferente ni en origen ni en efectos el 56, cuando arrancó el movimiento universitario «anti-franquista». De ahí saldrían los nombres de «los mayores» de la Transición -Enrique Múgica, Javier Pradera, Ramón Tamames, Ruíz Gallardón- del mismo modo que de las movilizaciones de «penenes» de los 70 -equivalentes a los «investigadores» precarios de hoy- saldrían «los jóvenes» ministros del PSOE Narcís Serra, Alfredo Pérez Rubalcaba y Javier Solana.
Sería esa generación de políticos, la de los «planes de empleo juveniles» y la reconversión industrial, la que masificaría las universidades y propiciaría la aparición de decenas de nuevos campus repartidos por toda España. Como Primo y Franco antes que ellos, entendieron que «la promesa» universitaria funcionaría más que nunca bajo el nuevo «pacto social» con la pequeña burguesía periférica materializado en la aparición de aparatos políticos y burocracias regionales.
Con todo, la famosa «democratización» de la Universidad siempre fue muy relativa. En 2015 solo el 26% de los títulos universitarios eran obtenidos por jóvenes de clase trabajadora. Y eso contando las titulaciones -nuevas y viejas- que están pensadas desde su origen para formar trabajadores, no cuadros (Magisterio, Enfermería, etc.).
Eso explica bastante bien el sesgo de clase del movimiento 15M de 2011, básicamente un movimiento de egresados universitarios recientes bien salpicado de doctorandos. La crisis empezaba a arrasar los tradicionales sectores de colocación de cuadros. La contratación pública paró en seco y solo la banca destruyó 100.000 empleos que nunca volvieron a recuperarse. La pequeña burguesía intelectual quedó, de repente «sin futuro». Buena parte de los investigadores y de la inflación de doctores de hoy, nacieron de la huida hacia la academia de muchos de ellos. Es muy llamativo que entre las famosas reivindicaciones de la Puerta del Sol, el vago enunciado «mejora de condiciones laborales», estuviera en cuarta posición y no alimentara un solo eslogan de los muchísimos que se corearon. El 15M no fue una revuelta contra la ausencia de trabajo en general, ni siquiera de «un trabajo de lo que estudié», fue y se repitió mil veces entonces y durante los años siguientes, una expresión de la ausencia del tipo de trabajos «para los que habían estudiado». El motor del movimiento era la resistencia a la proletarización, no a la precarización.
¿Qué podemos esperar de la Universidad... y sus alrededores?
El movimiento de trabajadores-estudiantes francés del año pasado estaba en las antípodas del 15M y por lo mismo nos enseñaron dos cosas muy importantes: la parte del descontento universitario que exprese resistencia a la precarización y no a la proletarización, ni van a ser mimada por los medios ni va a movilizar a la mayoría del estudiantado.
¿Por qué la prensa no habla (casi) de los estudiantes franceses? Fueron movilizaciones nada artísticas ni expresivas. Hablaban de necesidades humanas genéricas -alimentación, higiene, trabajo- que se ponen en línea con una perspectiva de clase, que están en conflicto directo con la nación y que quieren ver satisfechas de forma directa e inmediata. [Y además] «No representan a la totalidad del estudiantado». Obvio, se sostienen y nacen de ese 30% de estudiantes que trabajan para mantenerse y chupan un trabajo precario tras otro, viviendo en pisos compartidos en los que una habitación se lleva medio salario mínimo. Los que tienen beca, a duras penas reciben más de 300 euros, lo que llega apenas para pagar la comida.
«No todos los estudiantes son iguales», 27/11/2019
¿Qué podemos esperar de los movimientos mayoritarios que surjan de la Universidad y su entorno? Ante todo, movimientos que diluyan la existencia de clases en todo tipo de «identidades» y que abran la puerta a acceder a cuotas de mandos intermedios y directivos a través de un aumento de la «diversidad» de las estructuras de poder (feminismo, ecologismo, racialismo...). También movimientos corporativos «por la ciencia», por la obligatoriedad para PYMEs de «planes» de impacto ecológico, igualdad entre sexos o cualquier cosa que exija transferencias de fondos a la propia universidad o genere bolsas de contratación para profesionales en «nuevas titulaciones». En lo cultural puede que aun vengan más reinvenciones de las viejas negaciones de la centralidad del trabajo en la organización social (grupos de consumo, «sharing economy»...). E incluso, donde las luchas y huelgas ya no puedan ser invisibilizadas por los medios, no faltarán doctores con equipamiento profesional certificado ofreciéndose a dirigirlas, representarlas o estudiarlas. Todo menos aceptar que el sistema no les ha reservado un hueco en el cada vez más pequeño cielo de sus burócratas, directivos y cuadros de mando.