¿Qué pasó en Bolivia?
Evo Morales vuela hacia el exilio en México. El mensaje de la izquierda, empezando por el presidente in pectore de Argentina es que «los militares le dieron un golpe de estado». Sin embargo, los militares «son de Evo», y es el partido de Evo, el MAS, de quien depende la institucionalidad que, hoy mismo, instituirá un gobierno provisional. Por otro lado, el presidente de EEUU fanfarronea como si fuera un producto de su injerencia... pero aunque desde siempre el gobierno masista y los servicios americanos jugaron una guerra de desgaste, tampoco pueden apuntarse una cobertura internacional que, una vez más, ha sido orquestada por Bolsonaro. ¿Y entonces? ¿Qué ha pasado en Bolivia?
1. Evo y las elecciones
El empecinamiento de Morales y Linera por concurrir a las elecciones presidenciales más allá del mandato constitucional, llevó primero a un referendum -que perdió- y luego a una problemática suspensión constitucional... que dividió incluso a su propio partido. Pablo Solón, alto funcionario de los gobiernos de Morales y Linera escribía ayer:
Evo Morales hubiera terminado su tercer mandato el 22 de enero del 2020 con gran popularidad y con la posibilidad de presentarse, e incluso ganar, las elecciones del 2024 si no hubiera forzado su reelección para un cuarto mandato. Siendo presidente de Bolivia: a) desconoció el referéndum del 2016 que dijo NO a su reelección, b) promovió en 2017 que el Tribunal Constitucional deje en suspenso los artículos de la Constitución que establecen que una persona sólo puede ser reelegida una sola vez, c) realizó fraude en las elecciones del 20 de octubre para evitar una segunda vuelta e imponer una mayoría de su partido en el parlamento.
Y sobre «las irregularidades» no hay dudas. Morales, que ganaba con holgura en la primera vuelta, quería evitar una segunda a toda costa. El recuento rápido paró a medias, la empresa que lo hacía declaró que había sido por orden de la presidenta del Tribunal Supremo Electoral y que les cortaron internet y electricidad para impedirles continuar su trabajo. Después, la empresa contratada por el propio tribunal informó que el proceso estaba «viciado de nulidad». Finalmente el informe de la OEA sentenció que los resultados no eran validables.
2. La revuelta de la pequeña burguesía
La verdad es que el pucherazo no sorprendió a nadie, ni a amigos ni a enemigos. Si la facción hegemónica del masismo se lanzaba por esa pendiente era porque consideraba la calle suya y sabía que Carlos Mesa no tenía un tejido social organizado tras de sí capaz de dar respuesta, es más, que iba a poner más empeño en contener a las bestias de la burguesía cruceña que en derribar al presidente, embarrándose posiblemente en una campaña legal agotadora e infructuosa.
Pero los 14 años de crecimiento bajo el modelo masista han fortalecido a las pequeñas burguesías regionales como nunca antes. La burguesía aymara, emblema de Evo -que para retranca de los líderes aymaras solía definirse como tal- ya no necesitaba al presidente. Junto a ella, las pequeñas burguesías mestizas y quechuas de las ciudades del altiplano, que habían apoyado siempre desde una cierta distancia el modelo y siempre a cambio de privilegios locales, estaban pasando página.
El tandem Morales-Linera lo sabía de sobra y los resultados -solo contundentes y favorables al MAS en las zonas de pequeña burguesía campesina- se lo confirmaban. Sencillamente no esperaban una respuesta. Y cuando empezó, muy sintomáticamente en Cochabamba, se burló de ella ofreciéndose a darles un seminario sobre cómo organizar cortes y paros. El protagonismo desde primera hora de los estudiantes universitarios esencia de esa clase de «nuevos ricos» del masismo no ayudaba a que se lo tomaran en serio.
Cuando las protestas se extendieron la división entre la pequeña burguesía del campo y la ciudad era evidente. Pero Morales, en vez de jugar políticamente, tomó por las viejas tácticas y ordenó cercar las ciudades, escenificando las condiciones de una guerra civil.
3. El fondo interno: las bases de una nueva alianza de clases gobernantes
La prueba de que, lejos de un golpe de estado planificado, lo ocurrido en Bolivia fue una revuelta espontánea de la pequeña burguesía urbana, arrastrada por sus hijos estudiantes, es la tardanza de Santa Cruz en entrar en la revuelta. La burguesía cruceña, racista, ultra y ansiosa por crear una identidad diferenciada (en quince años ha pasado desde el neonazismo de la «Unión Juvenil Cruceña» a un separatismo de «cultura llanera» y mariachis inspirado en los culebrones mexicanos y venezolanos) rechaza a Mesa tanto como a Evo y fue renuente a participar.
Eso sí cuando lo hizo, animada desde Brasil, lo hizo con toda la furia, olvidando su viejo separatismo y con el siniestro meapilas de Camacho -otra gloria clasista de la universidad catalana- al frente.
Pero hasta Camacho en su alucinación bolsonarista se dio cuenta de que lo que se está dando es un movimiento de fondo de las clases que aboca a burgueses cruceños y «cholo-burgueses» altiplánicos a formar una nueva alianza de poder. El movimiento interno es el mismo que llevó a Lenin Moreno a suceder a Correa -en principio como delfín- y a Vizcarra a barrer el fujimorismo en Perú. En el mundo andino, la nueva burguesía ya no necesita un régimen de excepción y confrontación con las viejas oligarquías. El masismo, el correismo y hasta el fujimorismo le estorban cara a la siempre deseada y solo a veces confesada fusión.
La escena de Camacho pidiendo respeto para la Whipala esta mañana, enarbolando una frente a la cámara, cuenta más de los movimientos de clase que impulsan las corrientes de fondo de la actual situación en los países andinos que los informes periodísticos.
¿Quiénes quedan descolocados en el gran cuadro que viene? Los militares y la policía. Por eso, como remarcaba el ministro de exteriores argentino, Faurie, están muy lejos de intentar tomar el poder por su cuenta.
La policía en un principio salió a defender sobre todo a los sectores vinculados al partido de gobierno que atacaban los bloqueos. El caso más emblemático se produjo en Cochabamba. Las primeras semanas fueron de un intenso enfrentamiento de jóvenes contra los grupos del MAS y la policía. Para garantizar el respaldo de la policía, el gobierno de Evo Morales durante el conflicto les otorgó un «bono de lealtad» de 3.000 Bs (431 USD). Después de días y noches de permanente enfrentamiento con la población la policía se amotinó. Esta no fue una decisión de la cúpula policial sino de la base. El gobierno trató de negociar con la policía cambiando a algunos comandantes muy cuestionados por la base policial, pero el motín se fue extendiendo a la mayoría de las guarniciones. La policía dejó de salir a enfrentar a los jóvenes que protestaban y ello cambió la relación de fuerzas.
El alto mando militar es partidario de Evo Morales como se puede constatar por las manifestaciones de su comandante en jefe. Los militares en Bolivia son el único sector que recibe una jubilación del 100% de su salario. Durante el gobierno de Evo Morales han obtenido una serie de beneficios, empresas y embajadas. Sin embargo, el cálculo político de la cúpula militar fue que salir a las calles representaba una situación de alto riesgo pues podrían ser posteriormente enjuiciados y encarcelados como ocurrió por la masacre de octubre del 2003. En ese contexto los militares decidieron no salir a enfrentar las protestas antigubernamentales y, después de conocerse el informe de la auditoria de la OEA, le «sugirieron» a Evo Morales que renunciará. Con esta actitud los militares más que buscar tomar el poder están precautelando sus propios intereses y su institución.
4. El juego imperialista y el poder en ascenso de Brasil
Los intereses imperialistas brasileños siempre se han expresado de manera contundente en Bolivia. Basta recordar la «mediación» entre Lula y la oposición en 2008 que siguió a una amenaza directa de intervención militar en Santa Cruz. De fondo, el gas, estratégico para la industria paulista, pero también la pelea por el trazado del corredor bioceánico y el rol de China y Europa en él.
Bolsonaro, más allá de los comentarios racistas de campaña, giró pronto hacia el habitual «pragmatismo» de Itamaratí hacia su vecino, pero no dejó de animar y azuzar a la burguesía cruceña a la que el presidente y su base social están ligados por lazos económicos y afinidades políticas directas. No solo ha sido el primero en marcar un discurso sino el primero en convertirlo en una línea divisoria de «bloque».
Como remarcábamos el viernes pasado, es el primer caso en el que el Brasil bolsonarista se implica en un cambio violento de gobierno. Es su primera respuesta al «grupo de Puebla» y el primer episodio de algo que, podemos apostar, se va a convertir en un patrón del conflicto interimperialista en América del Sur. Que Trump insinúe los méritos yankis en la jugada dos semanas más tarde solo revela hasta que punto Bolsonaro está consiguiendo llevar a su zaga a EEUU... sin obtener crédito del viejo patrón que le mira cada día con más deconfianza.
Por otro lado, es remarcable también la continuidad entre macrismo y peronismo en la gestión de la crisis desde Argentina, coordinada con los Pinos desde el primer momento con la participación directa de Faurie y Alberto Fernández. La crisis está lejos de decantarse todavía y Argentina juega su primera partida por país interpuesto con Brasil.
Conclusiones
La dinámica interna en Bolivia es la de la reorganización del bloque de clases dominante. En toda la región andina (Bolivia, Ecuador, Perú), las facciones burguesas que ascendieron con los regímenes bolivarianos y el populismo fujimorista al calor de una internacionalización guiada desde el estado de los capitales nacionales, se están librando de la cáscara política de la que se sirvieron para acceder por primera vez al poder político.
Las pequeñas burguesías asociadas a este proceso se fracturan entre las capas urbanas, que temen que la crisis y la guerra comercial lleven a una situación que les dejen de lado antes de solidificar su posición y la pequeña burguesía agraria indigenista. Esta última se aferra al bolivarianismo porque no quiere perder la protección estatal, como fue clarísimo en Ecuador y está siendo en Bolivia.
El resultado es una doble revuelta pequeñoburguesa que cruza, con intereses contradictorios ciudad-campo, la reordenación política regional. Revuelta campesina y estudiantil frente a las medidas de ajuste de Lenin Moreno en Ecuador, revuelta de la pequeña burguesía urbana arrastrada por los estudiantes (sus hijos) en Bolivia contra el «pucherazo» de Morales.
Sobre el conflicto de clases interno, se superpone la línea divisoria entre los imperialismos regionales en liza. Una vez más, la revuelta pequeño burguesa, incompetente y sin destino histórico, es instrumentalizada por el imperialismo de un vecino. En el caso de Bolivia, Brasil, que animó a los cruceños, dió cobertura internacional y financia sin recato. En contra, el armado que empieza a emerger en torno al «Grupo de Puebla», no menos imperialista pero todavía más débil, midiendo fuerzas con Brasil en un territorio que hace frontera con Argentina y Perú por un lado y con Chile y Brasil por otro.