¿Qué hay tras la batalla entre Italia y la UE?
La batalla entre Italia, Alemania y la UE castiga a las bolsas europeas. Le Pen se pasea por Italia como quien visita las líneas de un frente de guerra. ¿Qué está pasando? ¿De dónde viene ésto? ¿De verdad Italia está en peligro de colapsar o de romper la UE?
El gobierno de Salvini y di Maio es el resultado en Italia de la misma revuelta de la pequeña burguesía que recorre el mundo desde Brasil a Alemania. En Italia esta revuelta tomó la forma de un discurso de «liberación nacional». «Liberémonos y repartamos», prometían los carteles electorales de la Lega. «Liberémonos» de Alemania -y de los migrantes- y repartamos en forma de programas sociales y barreras de entrada que rescaten a la pequeña burguesía -urbana y agraria- de la proletarización y den seguridad a los sectores más débiles de la clase trabajadora, temerosos de la lumpenización de sus barrios.
Pero «liberarse» de Alemania no es tan fácil. Y no pudiendo enfrentar directamente el euro -pondría en peligro al capital italiano- Salvini protagonizó una verdadera «ofensiva de verano» a partir del Aquarius que colocó la hegemonía política de Alemania y a la UE en un momento crítico y ha dejado el proyecto imperialista franco-alemán paralizado y con sus contradicciones a la vista.
Tras el «triunfo» tocaba «repartir». Los dos pilares: «decreto dignidad» y «redito de citadinanza». El «decreto dignidad del trabajo» se suponía un decreto de medidas urgentes contra la precarización que habría de revertir lo peor de los ataques a los trabajadores de la «Jobs Act» del miserable Renzi y la izquierda italiana. ¿En qué quedó? En medidas cosméticas contra la lumpenización -se prohibe la publicidad de las casas de apuestas- y una suavización de los parámetros de la «Jobs Act» que no la cuestiona, el típico regateo sindical inconsecuente «compensado» por una repartija de ayudas a las empresas. Como primer paso de un supuesto «cambio radical», no llegaba ni a aperitivo. Pero el «plato fuerte» quedaba para di Maio y los «grillistas» del «Movimiento Cinco Estrellas»: el «redito de citadinanza». La panacea populista se trataba en principio una renta básica universal. Aunque fue rebajándose poco a poco, siguió siendo la bandera de la pequeña burguesía meridional temerosa de una proletarización que le lleva directamente a la precarización extrema.
Cuando el gobierno italiano pasó a papel y números el plan el programa de la pequeña burguesía italiana se manifestó en todo su esplendor: amnistías y descuentos fiscales del 15% «para un millón de italianos», la congelación del IVA, unas cuantas obras públicas y una renta básica universal desvaída pero tranquilizadora para unos padres pequeñoburgueses que dudan si podrán mantener a sus hijos. ¿Coste? 10.000 millones de euros. ¿Resultado? Una primera estimación del 2,4% de déficit público.
Pero un déficit del 2,4% significaba algo más: enfrentarse directamente con el aparato de la UE y el poder alemán. Las restricciones de déficit no son una medida técnica para mantener el euro equilibrado a toda costa, son el principal mecanismo por el que la UE se convierte en una fuente de rentas, un terreno de extracción directa de ingresos para el capital de los países que sistemáticamente tienen superavit comercial en la unión, especial y principalmente Alemania. La maquinaria propagandística alemana empezó inmediatamente a rasgarse las vestiduras y hablar de una «orgía de gasto», jugando las cartas ideológicas del «nordismo», es decir, los peores estereotipos racistas. En realidad, el ataque directo subsiguiente de Juncker no podía sino reforzar a Salvini y di Maio. El inevitable y violento careo sirvió para volver a plantear la ilusión de que la pauperización y los ataques a los trabajadores son el producto de la opresión europea, de la «explotación vía euro» y no porque el sistema no de más de sí.
Pero si algo hay que reconocer al gobierno italiano es que no ha perdido las maneras del tendero de bazar. Al tiempo que se agriaba el debate, empezaba el regateo. Pasaban a ofrecer del 2,2 al 2% y Salvini mandaba un mensaje directo a Merkel: «sabemos apreciar el silencio de Merkel». Eso sí, al mismo tiempo comenzaban la campaña de las europeas victimizándose: «los medios y la UE quieren tirar al gobierno, pero vendrá un terremoto político en toda Europa», clamaba di Maio. El referendum en Macedonia se interpretaba por toda la prensa italiana como un «rechazo a Europa»... el verdadero mensaje a Merkel estaba en marcha y la percepción de debilidad era rápidamente aprovechada por Tsipras para salvar lo que queda de las pensiones griegas de las últimas invectivas alemanas. Por si quedaran dudas, Salvini señalaba el arma italiana sobre la mesa: la política migratoria. Las elecciones europeas y la capacidad para mantener con vida el debate migratorio, que cala en la propia Alemania, son las formas en que Italia muestra a Alemania que puede dar batalla en muchos más frentes dentro de la UE que los que el poder alemán puede controlar de modo efectivo.
La capacidad de Salvini y di Maio para desestabilizar la arquitectura alemana de la UE ha movilizado rápidamente al viejo nacionalismo facho de Le Pen, deseoso de traducir la situación en ganancias de voto en casa. Pero en la misma Francia la burguesía se inquieta al ver que las banderas anti-austeridad a las que hizo renunciar a su izquierda, son ahora patrimonio de la pequeña burguesía «salvinista». El éxito del discurso de la «austeridad» se ha convertido en una trampa para los propios intereses alemanes: ha deslegitimado a la vieja izquierda socialdemócrata y dejado las banderas del «cambio» y «la sensibilidad social» en manos de la pequeña burguesía en rebelión. Eso es lo que Anguita en España o Wagenknecht en la mismísima Alemania parecen haber sabido predecir. Aun es pronto para aventurar si pueden tener éxito. Lo que es cierto es que la confrontación entre Roma y el eje franco-alemán, va a ser determinante para dar forma al aparato político con el el que la burguesía enfrente la crisis que viene... en cada país.