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11/03/2019 | Crítica de la ideología

La imagen de miles de jóvenes bachilleres en Suecia y Bélgica dejando las clases un día a la semana para manifestarse contra el cambio climático conmueve a muchos entre la vieja generación. Hay hasta quien quiere ver un conato de lucha de clases. Pero la realidad dista mucho de ahí.

Del independentismo escocés al catalán o el corso, de los forcone italianos a los chalecos amarillos franceses, de los movimientos xenófobos en Alemania a los anti-capitalismos más atrabiliarios... los últimos años han estado marcados en Europa -pero no solo- por la revuelta de la pequeña burguesía. Incapaz de trazar un horizonte propio, superador de la crisis capitalista de fondo, lo único que esta clase ha «conseguido» es reducir temporalmente a la impotencia el aparato político de la burguesía obligando al estado a una renovación. Obviamente a la clase dirigente no le ha gustado y lo ha vivido como un peligro. Incapaz de movilizar a grandes mayorías en el apoyo directo del sistema -las «bufandas rojas» en Francia o «la España de las banderas en los balcones» descubrieron rápidamente un techo- ahora, cuando se desinflan esos movimientos, se aplica a «enseñarnos a luchar»... para reforzar su propia renovación.

El modelo es, sin duda alguna, la «huelga feminista» del 8 de marzo. El movimiento, nacido en Argentina y experimentado ya durante dos años en España, materializa al estado capitalista haciendo suya una ideología «nueva» que pretende enfrentar un problema social que él mismo alimenta, convirtiéndolo en una fuente de rentas y empleos estable en el estado para la pequeña burguesía: desde los másteres y la legión de «técnicos de igualdad» a los informes de impacto de género obligatorios ahora incluso para obras de cierto empaque en el hogar. Y lo que no es menos importante: siendo la pura representación de la ‎nación‎ -la burguesía de estado liderando el cuerpo social de modo efectivo- se presenta como un movimiento mundial, estado a estado.

En ésto, Greta Thornberg, una niña en un instituto de Estocolmo llega a la conclusión de que su depresión adolescente se debe en realidad al cambio climático. Moviliza, con ayuda de los profesores a los alumnos. Sus padres, muy conocidos en la pequeña burguesía intelectual local, se implican tanto que la niña incluso teme que solo lo hagan para promocionar el libro que escriben sobre ella. Pero el «cuento de hadas» se está armando y poco a poco, todos los institutos de la ciudad participan en las concentraciones. Lo más importante, la procesión atrae todo tipo de grupos en una imagen del «compromiso» interclasista, sensiblero y «humanista» que es el sello hipócrita de la progresía nórdica.

Entre sus sostenedores en la plaza hay de todo, cada uno con su hashtag: abuelos para el futuro, escritores para el futuro y hasta inversores para el futuro… A la hora de la salida del colegio llegan grupos de niños con carteles de mil colores. La activista apenas interactúa, pero de vez en cuando los mira y esboza una sonrisa pícara, que, junto a sus dos largas trenzas y a sus ojos verdes, la hace parecerse a Pippi Calzaslargas, la impertinente niña de los libros de la escritora sueca Astrid Lindgren.

La oportunidad no pasa desapercibida para el aparato mediático europeo y Greta Thornberg es invitada como estrella de la «sociedad civil» en Davos, da un discurso en la cumbre del clima de la ONU... y se consagra en el Parlamento Europeo. Mientras tanto en Bélgica el movimiento sueco se replica en los institutos y se extiende ya a Alemania. Los periodistas están extasiados y no dejan de hacer comparaciones entre la violencia y la rabia de los «Chalecos amarillos» y la apacible y buenrollista movilización de los adolescentes.

La denuncia del cambio climático ha sido siempre un terreno cómodo para la burguesía de cultura puritana. No es casualidad que las dos jóvenes lideresas sean veganas, basta oir a Alexandria Ocasio en estos días para «descubrir» que el causante no es la burguesía, sino las vacas y que el problema no es el capitalismo, ¡¡sino las hamburguesas!! ¿¿Cómo no habíamos caído?? La prensa anglosajona no tiene pudor en atribuir los crímenes de la burguesía al cambio climático, presentado como castigo divino a las ansias «consumistas» de unos trabajadores «egoistas e insaciables».

Pero el fondo de estas movilizaciones es aun más siniestro... La pasión con que Merkel impulsa la extensión a Alemania de las movilizaciones juveniles debería encender las luces rojas. Que «Le Monde» se pregunte en los editoriales si «podemos salvar el clima preservando las libertades» debería entenderse como toda una declaración de objetivos. Como vimos ya en las elecciones bávaras, la burguesía europea interpretó el ascenso de los Verdes no solo como una salida para la crisis alemana sino como la base para una batalla conjunta por encauzar la rebelión continental de la pequeña burguesía. De ahí las comparaciones permanentes con «los chalecos». Es más, el último informe del IPCC les sirvió ya para abrir un debate sobre la necesidad de una «dictadura climática global», es decir la oportunidad de un nuevo discurso imperialista universalista. El cambio climático se convierte así en una bandera útil a los imperialismos europeos para enfrentar a EEUU y China. ¿Y qué mejor que fundarlo desde la movilización de los más jóvenes?


El tema de este artículo fue elegido para el día de hoy por los lectores de nuestro canal de noticias en Telegram (@nuevocurso).