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Qué hay bajo el genocidio de los rohingya y el viaje del Papa

29/11/2017 | Iglesias y religiones

Ashin Wirathu, monje budista y líder del movimiento por el genocidio de los rohingya.[/caption]Los rohingya son un grupo étnico concentrado en una pequeña provincia birmana fronteriza con Bangladesh. Para su desgracia, su posición fronteriza y la riqueza mineral de su suelo los convirtió en peón y campo de batalla de cuanto conflicto imperialista asoló a la región desde las guerras anglo-birmanas del siglo XIX.

Birmania nunca ha tenido un pleno control de un territorio miserable, malamente articulado y casi sin infraestructuras. Así que cada nuevo empujón de la «construcción nacional» birmana desde los setenta se ha traducido en ataques militares que han creado miles de muertos y centenares de miles de refugiados: 200.000 en 1977, 250.000 entre 1991 y 1992 y 125.000 en 2012 y 2015. Todos animados por monjes budistas, políticos demócratas, pacifistas y predicadores nacionalistas que han llegado a convertir el genocidio en consenso patriótico y a sus organizadores militares en héroes nacionales.

El escándalo de ver a centenares de miles de personas huyendo al mar sirvió para globalizar el drama roghingya como parte de un relato que daba por hecha la persecución de los musulmanes en el mundo, alimentando la propaganda qatarí como saudí en su juego de falsas polarizaciones. Y sobre todo abriendo los apetitos imperialistas de marroquíes y saudíes que podían vestir así de causa musulmana un nuevo expolio de recursos en el exterior. Obviamente esta parte es la que, salvo la prensa internacionalista, todos nos ocultan.

El caso es que en agosto, el poco humanitario y aun menos pío interés saudí por la región dio pie a la aparición estelar de un grupo armado musulmán que se estrenó atacando 30 acuartelamientos militares y policiales birmanos en la región. Fue la señal para una nueva ofensiva del ejército contra la población civil que causó miles de muertes y violaciones y entre 40.000 y 300.000 nuevos refugiados. «Una limpieza étnica de manual» según Naciones Unidas.

Ni que decir tiene que la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, sucesora de Mandela en la mitificación mediática del imperialismo, los monjes budistas hasta ayer símbolo de la espiritualidad y el pacifismo y, por si faltaba alguien en la foto, el Papa Francisco han animado abiertamente los primeros y con la presencia y el silencio el último, la culminación del genocidio. Para el Papa, de hecho, parece que no ha habido genocidio, sino alguna que otra riña dentro del «arduo proceso de construir la paz y la reconciliación nacional». Si el budismo ha mostrado claramente su naturaleza de herramienta de guerra del nacionalismo birmano, el Vaticano no ha sido menos claro sobre sus compromisos: ante la barbarie el Papa en persona ha corrido en socorro... de un aliado común contra el imperialismo anglo-americano y saudí sin importarle los cadáveres que está dejando a su paso.

El genocidio rohingya no va a parar. Al revés. El capitalismo, sea bajo la «construcción nacional» de unos o bajo la solidaridad islámica de otros, en los infames campos bangladeshíes o en la isla de la muerte en la que quieren recluir a 100.000 rohingyas. Este sistema no puede ofrecer otra cosa que una galería de horrores y masacres. Pero tampoco debemos olvidar qué son y a quién sirven a la hora de la verdad, los pacifistas más laureados, los monjes más beatos y los Papas más jaleados por la prensa «progresista». Todos se han retratado ante el genocidio como lo que son: peones del imperialismo y el nacionalismo más abyecto producto putrefacto de un sistema anti-humano.